Fuente: Clarín ~ El artista, emigrado a Francia en los 70, evoca la pampa y la costa de Uruguay que atraviesan su obra, presente en la colección personal de Fortabat.
Paisajes cargados de rocío, como las vistas de sus vacaciones infantiles en el sur de Córdoba. Con 40 años en París, en su fantástico atelier de la calle Bagnolet, este artista reversiona el paisajismo con ondulantes campos de verde. Pero también hace inventario de los cielos parisinos y las aguas de Menorca, donde pasa sus vacaciones hoy, y las de Punta Ballena, donde alguna vez pensó instalarse. Desde la llanura a los panoramas marinos, todas estas obras han sido expuestas aquí y en Londres, Nueva York , Chicago y Art Basel Miami Beach, en México y en Toulouse. También en Buenos Aires.
El soleado atelier donde vive hace más de 20 años, con la magia de la luz entrando por los ventanales, parece una casa de verano. Hay árboles y pastos en cada una de sus telas del atelier; una de sus favoritas es ovalada, versión de otra que compró Amalita Fortabat para su casa uruguaya. “Cuando yo era chico, me lo pasaba jugando, dibujando y pintando. Nada ha cambiado”, nos confía, sentado en la escalera verde agua, durante una larga charla que tuvimos en su taller.
–Manuel. ¿por qué elegiste venir a vivir a París?
-Para los artistas de mi edad, París era el centro del mundo del arte. Por tradición familiar: mi abuelo era francés pero no lo conocí. Mi padre tampoco me hablaba mucho de él pero en casa había una gran biblioteca con literatura, la colección de La Pléyade. Ahí atrás tenés una parte mínima. Toda La Pléyade la tengo en un depósito en Buenos Aires, junto con muchos libros de arte, en francés, italiano. Mi bisabuelo era suizo italiano y yo siempre miraba sus libros del Louvre. Mi padre era muy culto. Todo lo que el arte y el francés los aprendí de él.
–¿Creciste en Buenos Aires o en el campo?
-No, en Buenos Aires todo el año. Vacaciones de invierno o Semana Santa, en un campo de la familia en el sur de Córdoba. Y pasábamos el verano en Punta del Este, los tres meses. Teníamos casa. No queda nada de eso. Recuerdos.
–Pero cuando llegaste acá, ¿fue por el exilio o llegaste como una opción artística?
– Fue una mezcla. Era el año 78, insoportable de censura y tristeza. Yo iba a la la UBA, Arquitectura, había hechos violentos o directamente no había clase. Iba a la noche, trabajaba a la mañana en una librería, siempre con los libros. Y aparte, empezaba a hacer mi vida de joven. La represión, la censura, yo tenía el pelo largo, iba a la Galería del Este, empezaba a conocer gente fuera del círculo familiar. Todo me parecía limitado y me dije: “Me voy un tiempo a Europa. Un tiempo ”. Estoy hace 40 años.
–¿Y te instalaste enseguida como pintor? ¿Ya pintabas en Buenos Aires?
– Sí, había dejado arquitectura y estudiaba Escenografía en la Universidad del Salvador. Vendí lo poco que tenía y me vine a ver qué pasaba. Tenía amigos acá, Guillermo Gouland, Eduardo Oliveira César. Y me enganché, “París era una fiesta”, como decía Hemingway. Para un joven de 25 años era lo más divertido del mundo. Cuando uno es joven y entusiasta, todo parece fácil. Y me quedé.
–¿Y cómo conseguiste insertarte en un mundillo tan competitivo y, al mismo tiempo , provinciano? ¿Y el atelier?
– Yo no soy muy competitivo, así que nunca me di cuenta cómo. Tengo amigos artistas pero son amigos. Como me dijo un amigo escultor: “Vos sos un romántico, un sentimental”. No soy cerebral, aunque sí muy ordenado.
–¿Eso viene de la arquitectura?
– Bueno, ese espíritu de simetría. Interiormente debo ser un poco caótico, entonces afuera tiene que estar todo ordenado y yo me pongo a trabajar. Y este taller, que es de la ciudad de París y que yo alquilo, me hace muy feliz. Hay que inscribirte y esperar años, hay muchos artistas esperando, así que se debe mostrar exposiciones, estar inscripto en la seguridad social, en la Maison des Artistes. Cuando me salió, me vine acá. No me muevo más.
–¿Te considerás un pintor ecologista o el mundo te llevó a esta síntesis?
– Siempre me gustó la naturaleza. En Buenos Aires vivíamos cerca de muchos parques y plaza. Siempre que podía, cruzaba el Museo de Bellas Artes y Plaza Francia; siempre estaba caminando por la ciudad pero sobre todo por el verde, en Palermo y en el campo. Tengo recuerdos de olores del campo, como todo el mundo; la leña quemada, el rocío y los caballos. Y después estaba el mar, en Uruguay. Siempre me preocupó que todo eso fuera a desaparecer.
–Cuando vos llegaste a París, el estilo era muy distinto al de hoy. ¿Cómo pintabas entonces?
– Yo pintaba pocos paisajes, casi siempre pintaba figuras, anatomías, personajes imaginarios. Un poco comedia dell’ arte, aunque bastante fuertes, en rigor, porque eso venía del horror que uno escuchaba o se vivía en Argentina … Había cosas absurdas en esos años, una época de militares tan fea… Esos personajes acá no los hice más. Empecé con los personajes cada vez más chiquititos, en paisajes. Después desaparecieron y quedaron los paisajes y en ellos me fui acercando cada vez más, como un foco, hasta que no hubiera ni horizonte. Y así llegué al detalle de los pastos en movimiento.
–Está muy presente el agua en tu obra.
– Sí, he pintado los Everglades de la Florida, en EE.UU. También pinté ballenas y expuse en Punta del Este. Pintando ballenas en París, entré en contacto con el director del Museo del Mar de Biarritz. Se sorprendió, me dijo: “Es la fauna marina del golfo de Gascoigne; la ballena franca es la ballena de los vascos, ya no quedan. Hagamos una exposición en el Museo”, me propuso. Mientras preparo mi muestra, me vengo a enterar de un antepasado, por mi abuela Quirno, que era ballenero en el 1700. Aparte de que bailó delante de Felipe V, porque era gran bailador vasco, era cazador de ballenas. Nunca me habían hablado de ellos mis primos.
–Te reencontraste con tus raices vascas gracias a las ballenas en el Golfo de Vizcaya.
– Gracias a esta expo en Biarritz conocí la casa de nuestro ballenero, con sus arpones. Hay unas descendientes muy simpáticas que viven ahí. Fue todo un descubrimiento de la parte vasca de mi familia. Por el lado de mi papá, son franceses occitanos.
El pintor hizo 75 variaciones del cielo desde sus ventanas. Crédito: Noel Smart.
Hablamos con el pintor de sus cuadros redondos, con sus rayas concéntricas, que evocan la obra del geométrico McEntyre. Cuenta que surgieron cuando un día fue a la tienda donde compra sus materiales. “Había cuatro o cinco telas blancas redondas. Yo tenía cuadros ovalados; allí arriba de la escalera, tengo unos sobre Córdoba. Amalita Fortabat me compró una ovalada. Cuando hice las ballenas, vino su nieta, Bárbara, y compró dos ballenas y una ovalada también; están en la casa de Punta del Este. Entonces hice ovaladas. “¿Esas redondas están reservadas para alguien?” Las compré todas y ahí empecé. Me gustan las obras redondas porque te metés adentro, te llaman. Son como un ojo de buey».
–¿Cómo llegaste a los pastos? Tus pastos son magníficos, tienen vida, como si se movieran.
– Tienen misterio, como los bosques . Son lugares donde te podés esconder y encontrar frescura. Podés mirar el mundo desde atrás; son amables y al mismo tiempo, misteriosos.
– También contienen un mundo que no vemos.
– Lo más difícil y lo que siempre quiero lograr es el movimiento, para que mi pintura no sea estática. Se basan en pinceladas con pinceles muy finitos. El movimiento debe ser coherente porque la pintura está allá atrás… Hay muchos movimientos distintos, pero tienen armonía.
–¿Hacés una especie de boceto y a partir de ahí empezás, a trabajar?
– Primero dibujo pero someramente, con lápiz negro y carbonilla, y enseguida me largo a pintar. Primero el cuadro está en la cabeza, voy pensando qué haré. Por ejemplo ahora, hoy terminé una pintura, y tengo dos telas blancas y estoy pensando con qué seguir. ¿Volver a hacer diferente algo que ya hice o algo nuevo, o entre los dos, o con más color…? Nunca me quiero quedar mucho tiempo en el dibujo, porque si después me gusta, me da pena pintarlo encima. Un dibujo es un dibujo.
–¿Usás siempre acrílico?
– Siempre acrílico. Soy impaciente y seca rápido. Puedo volver, hacer transparencias, después pintar con mucha materia o muy liviano, casi con agua… Toda la vida pinté con acrílico. Salvo cuando empecé a estudiar pintura, en un taller, a los 12 años, cuando empecé con óleos.
–¿Cómo fue la influencia de la pampa y de Córdoba? Aquí todos dicen que pintás el campo y la Patagonia.
– No, hice cuadros sobre la Patagonia, hice con ellos una muestra en Canadá. Lo que más conozco es el campo, la pampa, el sur de Córdoba, Villa María. Los arbolitos esos son de ahí. Un arbolito… en medio de la inmensidad. He hecho algunos cuadros muy horizontales, donde solo hay un perrito o un animal, pero casi no se ve. Son campos sin vacas. El árbol es perdurable. La vaca va a parar al asador mientras que el árbol va a quedar. Si no cae un rayo.
–Hace 10 ó 15 años, la ecología no era algo central; no se percibían las amenazas al planeta.
– Debo tener un caracter romántico, todo lo bucólico siempre me atrajo. Por eso quizá tampoco hice abstracción; aunque me gusta el arte geométrico. Siempre la naturaleza es lo que más me gustó. Quise ser arquitecto pero prefiero un paisaje maravilloso a un edificio maravilloso.
–¿Trabajás con fotos o con la memoria?
– Con las dos cosas. Con fotos, dibujos, croquis y con la memoria. Tengo mis cuadernos de viaje y hago dibujitos.
–¿Cuánto te lleva pensar un cuadro, imaginar el concepto?
– A veces es una serie. Por ejemplo, los pantanos Everglades; de unas 25 obras. A veces se trata de estudios sobre color. En general voy pasando de un tema al otro, ahora estoy en los torbellinos; uno verde, otro azul. Eso es lo último y es como que lo he soñado.
–También están presentes los cielos y las sombras en tu obra.
– El cielo, el grande, es lo que veo desde la cocina. Se llama “Cielo de Bagnolet”. Hice fotos un día, tac, tac, tac, y después lo pinté. Tengo unas pinturas más obsesivas; con cien cielos. En otra hay 72 cielos, todos diferentes, un patchwork de cielos de lugares donde estuve, “Los 100 cielos” fue expuesto en la Galeria de la embajada.
–¿Sentís que ser artista es un trabajo?
– No, es diferente. La duda que tengo es si me va a salir bien un cuadro, si voy a poder volver a pintar. Una cosa como : “Ay, lo hice”. Es mágico tener colores, pinceles y una tela blanca. Pasa por la cabeza, por el corazón, no sabés. Pero no tengo esa angustia, soy muy cool. Lo vivo como un juego, una pasión. Si un día no pinto o me trabé, no pasa nada.
–¿En tu obra hay un revisionismo del paisaje?
– Se olvidó el paisaje pero los artistas vuelven. Por ejemplo, hablábamos de Damian Hirst, un minimalista, conceptual, y ahora con toda una exposición de cerezos en flor en París. Me dice que está feliz de volver a la pintura. A mí me provoca una emoción la pintura. Es como jugar.
–¿Y para vos qué es el arte?
– ¡Qué pregunta! No lo sé. Justificar un poco la vida de una persona. Produce alegría. Es la demostración de que uno se vale por sí mismo, no depende de los demás. El otro día vendí una pintura y me puse super triste cuando fui a New York, porque era mi preferida. Nunca más volveré a hacer esa pintura. Era un bosque en sombras, nada más, pero, bueno, se fue.