Fuente: Clarín – Es posible intervenir el pasado y darle otro final a la historia, ¿o no? ¿Es posible vivir muchas vidas en una misma vida? ¿Es posible detener este mundo frenético? Las respuestas pueden ser impredecibles para la mayoría de los mortales. Es un sí rotundo para el arte y uno de sus eslabones: los conservadores y los restauradores. Rescatistas de almas rotas, se sumergen en cuadros, esculturas, monumentos, bienes arqueológicos, mobiliarios, textiles y documentos antiguos para salvarlos del óxido y el olvido.
De prestigio nacional e internacional, en el país existen unos 100 conservadores y restauradores que se dedican a preservar y mejorar la calidad de vida de nuestro patrimonio. Algunos trabajan en proyectos o asesorías de instituciones públicas o privadas. Otros, en ambos sectores. Mezcla de artistas, historiadores, científicos e investigadores parecen seres de otra dimensión. Siempre creativos, cada una de sus intervenciones tiene el valor de lo trascendental, aunque en contadas oportunidades se traduce en reconocimiento público y económico. El círculo es relativamente pequeño, a la espera de las nuevas generaciones de profesionales universitarios.
“Nos conocemos todos. Es un oficio único porque nunca sabés qué hay más allá de la pieza o estructura con la que inicialmente te encontrás. Por eso, cada proyecto es un enorme desafío. Eso sí, decidas usar una u otra técnica para conservar o restaurar, no podés equivocarte porque le cambiás el rumbo a la historia”, dicen los especialistas en los que Viva puso el foco. “Tenemos la gran responsabilidad de intervenir un patrimonio cultural que no es propio ni del responsable de ese objeto o estructura. Es de la sociedad”, subrayan.
¿Qué espacio ocupa la conservación y la restauración en nuestro país? ¿Cómo es el día a día de sus protagonistas? ¿Dónde se capacitaron y capacitan? ¿Cómo impactan en su trabajo las tecnologías? ¿Quiénes son algunos de nuestros “superhéroes del arte”?
Enormes desafíos
Cristina Lancellotti, Mariana Astesiano, Graciela Razé, Alejandra Rubinich y Christian Untoiglich son parte del núcleo de nuestros “superhéroes sin capa”. Con muchas páginas escritas en su indestructible vínculo con la conservación y la restauración en sus distintas facetas, la mayoría arrancó en talleres, trepó (y trepa) a andamios con arneses, pulió sus manos con cinceles, bisturís y polvo y saltó con todas esas herramientas al arte de conservar y restaurar obras de distinta escala. Treinta años atrás no existían universidades con carreras de estas especialidades como hoy. Las capacitaciones se hacían en el exterior.
Licenciada en Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, con un posgrado sobre conservación del Patrimonio en la Universidad Torcuato Di Tella y una tecnicatura en conservación en la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA), Alejandra Rubinich recuerda con orgullo su participación como pasante en el equipo que restauró el Teatro El Círculo en Rosario para el Congreso Internacional de la Lengua Española (2004). Allí conoció a Cristina Lancellotti, una referente entre conservadores y restauradores. Ese fue el origen de múltiples proyectos compartidos.
“Todas las obras son diferentes. Cada una tiene su historia y sus problemáticas. En 2018, participé en la restauración del Teatro del Libertador General San Martín de Córdoba. En solo un año, unas 60 personas trabajamos en todos sus interiores, con pinturas murales, decoraciones, dorado a la hoja y otras terminaciones. Para mí, los monumentos hablan”, subraya la restauradora especializada en edificios históricos y monumentos escultóricos en piedra y metal.
Alejandra Rubinich restaurando una escultura en el Monumento de La Bandera.
“La fachada del Hipódromo de Palermo fue otro gran desafío. Estaba mal intervenida, cubierta con pintura y en pésimo estado de conservación. Pudimos recuperar el símil piedra original”, cuenta Rubinich, con un pasado ligado también a restauraciones en el Museo Sitio de Memoria ESMA, pinturas de Benito Quinquela Martín, el Mercado de Carruajes, el Planetario, la Iglesia San Miguel, el Palacio de Tribunales, el Plaza Hotel y hasta los icónicos Lobos Marinos de Mar del Plata, entre numerosos trabajos locales sumados a otros en el exterior.
“Cada intervención te da experiencias diferentes. En nuestro caso, fue muy importante la puesta en valor de siete salas del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD) con su decoración interior y sus bienes culturales. Otro trabajo interesante fue el que hicimos en la casa histórica y las colecciones de Villa Ocampo; el Palacio Bosch (sede de la Embajada de los EE.UU.) en Buenos Aires y las esculturas de Lola Mora en Jujuy”, señalan por su lado Mariana Astesiano y Graciela Razé, restauradoras y conservadoras de bienes culturales y casas históricas, con base en el Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD).
Docentes y formadoras de nuevas camadas de profesionales, Astesiano y Razé conviven desde hace décadas con la gestión de colecciones, la documentación técnica y fotográfica, la investigación de la historia del arte y las distintas técnicas, procedimientos y materiales para comprender su relación con la química, otra pata fundamental de la cadena al igual que la tecnología.
Un día en la vida
“El ritmo de trabajo en la restauración de monumentos y edificios históricos es diferente al de un restaurador de museo o de taller. En el primer caso, se trabaja en altura con andamios, requiere distintas exigencias y se manejan otras escalas y tiempos. Se empieza muy temprano y el ritmo es mucho más exigente a nivel físico. Se avanza en equipo con otros rubros y profesionales, multidisciplinariamente. Terminado el trabajo, se hacen e informes”, diferencia Christian Untoiglich, museólogo, conservador y restaurador de patrimonio cultural en madera.
La facha del Hipódromo de Palermo fue un gran desafío. Estaba mal intervenida, cubierta con pintura y en pésimo estado.
Alejandra RubinichRestauradora
No es exactamente lo mismo -añade- las miradas de un restaurador y la de un conservador. “Como conservador, las tareas programadas son a más largo plazo y trabaja sobre todas las variables socio ambientales que afectan al bien. Como restaurador, las acciones son inmediatas y directas. Un patrimonio bien conservado evita restauraciones recurrentes o muy invasivas”, señala.
El punto de partida es siempre un plan de trabajo que incluye investigaciones históricas, relevamientos, cateos (investigación de suelo y subsuelo), distintas técnicas, interpretaciones, años de experiencia e intuición.
Microscopios, bisturís, hisopos, luces ultravioletas, cámaras de luz y de humectación y químicos específicos son algunas de las piezas iniciales de un gran rompecabezas multidisciplinario. Iniciada la intervención, pueden presentarse distintos escenarios o incidencias. Hay que tener la mente preparada para dar un giro de 180 grados si la situación lo amerita.
Cada intervención es como una persona: única, con su esencia y sus complejidades. Irrepetible. Como los buenos médicos y su precisión quirúrgica, los conservadores y los restauradores tienen el compromiso de dar el diagnóstico justo para lograr la vida perdurable del “paciente” artístico.
Las restauradoras Mariana Astesiano y Graciela Razé trabajan en el Museo Nacional de Arte Decorativo Ciudad Buenos. Foto: Mariana Nedelcu.
“La nuestra es una profesión en la que inicialmente no podemos ver. Vamos sabiendo partir de estudios y cateos anteriores al inicio de cualquier trabajo. No podemos ver el alcance de todas las patologías que puede tener un objeto o una estructura”, comparte Untoiglich, un enamorado de las artes decorativas en madera y ebanistería, y miembro de los equipos que restauraron las estructuras de madera del salón comedor de la Casa Museo Isaac Fernández Blanco en su estilo neocolonial, el Teatro del Libertador General San Martín de Córdoba, el Congreso de la Nación y la Legislatura porteña a la par de embajadas, palacios, museos, ministerios, teatros, terminales, iglesias, hospitales y mobiliarios de distintas ciudades argentinas y el exterior.
“Los problemas en las estructuras van variando cuando avanzás. Pasan cosas. Todos los días se reprograman las tareas. Frenás y avanzás. Es bastante vertiginoso e impredecible muchas veces», desliza Untoiglich. Cuenta que el salón comedor de la Casa Fernández Blanco estaba totalmente abandonado. Por eso, hubo que reposicionar las piezas de madera, rearmarlas y recuperar los barnices originales en pisos y techos. “Fue un desafío técnico y tecnológico”, remarca el especialista.
El Teatro del Libertador de Córdoba -asegura- fue también un desafío grande desde lo operativo. Le tocó intervenir la estructura tecno-escénica en la zona donde se bajan los telones casi suspendidos a 20 metros de altura.
Si nos equiviocamos, cambianos el rumbo de la historia.
En el caso del Palacio Bosch, la restauración de los pisos es constante. “Originalmente, los pisos fueron hechos para una casa. Hoy el Palacio cumple otra función. Hay que estar interviniendo los pisos de manera preventiva y permanentemente”, sostiene Untoiglich.
Capítulo aparte merece la restauración del escritorio que perteneció a Eva Perón, ubicado en el salón Eva Perón de la Legislatura porteña. Acompañado en los criterios de intervención con los equipos de patrimonio y de conservación de la Legislatura, logró un equilibrio que resolvió las patologías del mueble y le devolvió la lectura que originalmente tuvo. “El origen de la pieza, la pertenencia, su valor patrimonial, la ubicación actual y su unicidad por su valor histórico y social convirtió esta restauración en un proyecto de gran relevancia en mi carrera que trasciende los aspectos puramente técnicos”, comparte Untoiglich.
Piedras en el camino
Sean proyectos macro o proyectos micro, el entusiasmo es siempre el mismo, manifiestan los “superhéroes del arte”. Cada uno tiene “sus desafíos” y “sus enemigos” intangibles y poderosos. Puede ser que no se comprenda de la importancia de la intervención y/o falte presupuesto. O que, tal vez, la persona que pide los trabajos (“comitente”) no entienda o no conozca los criterios de conservación y de restauración para preservar la originalidad de una obra respetando su antigüedad. Acelerar los plazos de obra suele ser también un atajo que conspira contra el resultado final.
La restauradora Graciela Razé, en acción. Foto: Mariana Nedelcu.
“Generalmente, los tiempos de ejecución de una obra no son compatibles con los que necesitamos para el desarrollo de nuestras tareas”, reflexionan los especialistas. “Nuestra responsabilidad es hacer una intervención para que cada obra se preserve y se conserve en el tiempo dentro de su originalidad alargando su tiempo de vida, lo que trasciende a los que la intervenimos”, deslizan.
Pelear contra el deterioro
¿Cómo ven hoy el patrimonio cultural del país? ¿Está cuidado o deteriorado? ¿Cómo lo definirían? Ésa es la cuestión. “El patrimonio cultural no está uniformemente cuidado y, en muchos casos, se observa una situación de abandono preocupante. Muchos sitios históricos y turísticos recibieron una atención considerable gracias a la inversión y la gestión adecuada, pero la falta de continuidad de las políticas fue deteriorando su estado de conservación por falta de mantenimiento”, se lamentan Astesiano y Razé.
“A medida que nos alejamos geográficamente de Buenos Aires o de determinado patrimonio icónico, los recursos de todo tipo pueden ser nulos”, añade Untoiglich con el mismo eje.
Ningún gobierno aborda de manera completa la conservación de monumentos históricos. Hay edificios en terapia intensiva.
Cristina LancelottiRestauradora
Restauradora de obras de arte formada en la Universidad del Arte de Florencia, Italia, y capitana de distintos barcos de rescate patrimonial tanto en el país como en el exterior (la restauración de la Casa Rosada, la Cancillería, la fachada del Museo Nacional de Arte Decorativo, la Parroquia Notre-Dame la Grande de Poitiers y el Cairo Islámico, entre otros trabajos), Cristina Lancellotti va al hueso:
“Desde hace años que ningún gobierno aborda de una manera completa la conservación de los monumentos históricos. No existe un criterio general de restauración y conservación para todo el país. En eso no hay grieta. Hay edificios en terapia intensiva”, enfatiza.
Lancelotti confía en las nuevas generaciones universitarias de conservadores y restauradores. “Yo estaba fuera del país y volví porque siempre supe que acá había mucho por hacer. Ahora les toca a ellas y a ellos defender lo que es de todos”, desea.
El tiempo fuera del reloj
Las piedras están y pueden opacar el camino pero no lo detienen. La “vieja guardia de superhéroes” sigue robustecida, formando a las nuevas generaciones hasta que puedan dar el salto. El entusiasmo y la incertidumbre del principio, la adrenalina del proceso y el brillo del resultado. El circuito que recorren los conservadores y los restauradores argentinos es una historia con final abierto. Si se cuela un haz de luz y un bisturí, todo vuelve a empezar.
Christian Untoiglich recupera pisos del Palacio Ceci de Devoto. Foto: Mariana Nedelcu.
-¿Cuál es su vínculo con el tiempo? ¿Sellaron una alianza con una dimensión no terrenal?
– (Astesiano y Razé): Tenemos un vínculo muy interesante con el tiempo. Nos conectamos con el pasado, conocemos la historia de la obra, la belleza de su técnica o su arte y nos involucramos en el presente para conservarla y que perdure para generaciones futuras.
Por su parte, Rubinich agrega: “Da mucha satisfacción conservar obras históricas para las generaciones futuras, respetando la originalidad y antigüedad”.
“En esta profesión trabajamos constantemente en un patrimonio que nos precede a veces en siglos e intervenimos para tiempos que nos trascienden ampliamente de forma acertadamente ignota”, aporta por su lado Untoiglich.
Como en las películas de Marvel, si pudieran meterse en un multiverso, “nuestros superhéroes sin capa” podrían ver su ADN como legado en el patrimonio cultural del pasado, del presente y del futuro. En definitiva, los trasciende una certeza que sabe a épica: pudieron y pueden detener y modificar el tiempo.