La belleza del día: “El día de la primera comunión”, de Juan Pablo Renzi

Fuente: Infobae ~ «El día de la primera comunión» (1977), de Juan Pablo Renzi, está en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires.

El espejo, abominable como advirtió Borges, multiplica a quienes fijan toda su atención en el niño vestido de comunión en esta obra que Juan Pablo Renzipintó en 1977. Están los padres, el sacerdote, las visitas; solo falta el reflejo del Diego Velázquez que pinta este guiño sobre Las meninas, pero el cuadro parece haber salido de la mano de un espectro invisible.

Todo el juego de miradas cae sobre aquella que termina por ser la más dura, la que está de frente: la del niño. Sobre él ha caído la responsabilidad de probar que esa casa es una de las buenas de la ciudad, en la cual se respetan las tradiciones aunque no necesariamente se vaya a misa los domingos o tan siquiera se crea en la existencia de un dios: la experiencia de tantas familias de la clase media latinoamericana del siglo XX.

“En El día de la primera comunión uno entra al cuadro por la mirada del niño”, analizó Xil Buffone, artista plástica del litoral argentino, como Renzi. “Después uno empieza a ver que la ropa blanca tiene arrugas, que está un poco fuera de escuadra. Pero lo primero que llama la atención es el esfuerzo que el nene hace por quedarse quieto, de frente. Entonces uno va de la mirada del niño a la de sus padres, que lo están mirando a él. Y después se ve que hay una mujer, de espaldas, que mira hacia la ventana del fondo, y uno dirige la mirada hacia eso que ella está mirando. Y junto a ella hay un hombre, del que se ve un solo ojo, que mira al espectador. La mirada va rebotando”.

"Representación de la forma y el volumen en proporción del contenido del Lago del Parque Independencia" (1966), en su versión final, en aluminio.

«Representación de la forma y el volumen en proporción del contenido del Lago del Parque Independencia» (1966), en su versión final, en aluminio.

Existe una foto de Renzi de niño, ataviado con la ropa del rito de pasaje católico, pero el fondo es blanco como el traje del retratado: “Juan Pablo siempre fue eminentemente conceptual”, recordó Luis Wells, contemporáneo del artista santafesino, “y una carga emocional importante distingue este trabajo del hiperrealismo”.

Su obra comenzó como obra política, en el extremo del arco conceptual que evocaba Wells: participó de los multimediales Asalto a la conferencia de Jorge Romero Brest, cuando un grupo de artistas cortó la luz e intervino una presentación del entonces director del Instituto Di Tella, y Tucumán Arde, ambas de 1968. Dos años antes había sido coautor del Manifiesto Antimermelada, una crítica a la influencia del dinero y las instituciones en la creación artística, que termina por abundar en fórmulas oficializables, como una mermelada.

"Mirando al cielorraso antes del desayuno" (1985), otra de las obras de gran tamaño de Juan Pablo Renzi.

«Mirando al cielorraso antes del desayuno» (1985), otra de las obras de gran tamaño de Juan Pablo Renzi.

Nacido en Casilda en 1940, la obra de este artista plástico acompañó el vértigo de su época, desde la concepción del arte como herramienta política hasta el posmodernismo, pasando por el realismo expresionista. E, incluso, por la abstención: a fines de los años sesenta, tras comprobar que las vanguardias eran devoradas por el sistema, prefirió, junto a otros artistas de Rosario, el silencio. En su caso, se dedicó a trabajar como diseñador gráfico. Volvió a la plástica luego del golpe de estado de 1976 en Argentina, con obras de un tono íntimo como esta belleza.

“En estas obras pintadas al óleo, a deliberadamente Renzi le interesaba que no hubiera huellas del trabajo artesanal”, destacó Buffone. “Por eso se acerca mucho a una terminación industrial, casi como una foto impresa. No hay gesto, no hay pincelada; los colores casi son planos, con una síntesis muy grande”. Esa serie, en la que también está Recuerdos de provincia, parecía un ejercicio de candidez en comparación con sus años de arte político: hay retratos, como el de su admirado artista Augusto Schiavoni, hay bodegones, todas formas clásicas.

"Recuerdos de provincia": un título tomado de Domingo F. Sarmiento para la serie de obras con que Renzi volvió a hacer en 1976.

«Recuerdos de provincia»: un título tomado de Domingo F. Sarmiento para la serie de obras con que Renzi volvió a hacer en 1976.

“Es evidente que mi producción está marcada por un cambio sistemático, y en algunos momentos radical”, dijo en una entrevista de 1984. “Hay una primera etapa expresionista (que podría tener relación con lo que ahora estoy pintando); paso luego a una etapa muy racional en la que construyo objetos que son, en realidad, ideas. Esto hasta que abandoné toda actividad artística inscripta en marcos institucionales de cultura. Luego volví con toda la carga de subjetividad que la pintura puede soportar, aunque dentro de ella tengo la voluntad de lograr un tono distanciado y racional”.

En ese momento —los ochenta— habitaba “un espacio estético y productivo muy complejo”, definió. “Me muevo no sólo con la razón sino con los sentimientos, el cuerpo, las distintas incitaciones del inconsciente. Pinto casi espontáneamente, como en mi primera etapa expresionista, pero no dejo de trabajar con sugerencias que provienen de la razón”.

"Constelación del martillo mayor y el martillo menor" (1988): la política resignificada en las últimas obras de Renzi.

«Constelación del martillo mayor y el martillo menor» (1988): la política resignificada en las últimas obras de Renzi.

Acaso por eso en sus últimas obras las utopías de la izquierda regresaron resignificadas, como citas de una discusión políticas en un contexto nuevo: sus estrellas de cinco puntas y sus martillos forman, por ejemplo, una “Constelación del martillo mayor y el martillo menor”. Si en “El general Mambrú” (de los años de las dictaduras en América Latina, y de la de 1966 en Argentina en particular) la misma densidad de las capas de pintura y la cruz, que suprime o censura, operan como una fuerza de gravedad para las ideas políticas, la levedad con que se evocan los objetos en sus trabajos finales es una llamada de atención sobre la permutabilidad de las cosas y la historia.

Renzi vivió muy activamente el mundo intelectual de su época —murió muy joven, en 1992—: fue un gran amigo del escritor Juan José Saer, se casó con la académica María Teresa Gramuglio, tenía una columna, Pintada, en el Diario de Poesía y sus obras solían ilustrar la publicación Punto de Vista, que dirigía su amiga Beatriz Sarlo. Quizá por eso dejó también un legado escrito de sus ideas sobre el arte.

“El general Mambrú” (1965/1966), un comentario político poco antes del silencio del artista.

“El general Mambrú” (1965/1966), un comentario político poco antes del silencio del artista.

“Suponemos, se supone, que lo que pinta un pintor, lo que crea un poeta, debe ser el compendio o el resultado de todas las emociones que ha acumulado a lo largo de la vida que ha vivido”, pensó, por ejemplo, en una Pintada. “Un cuadro, para dar un ejemplo, no sería ya sólo una relación inteligente de líneas, manchas, formas, y colores, sino una relación de líneas, manchas, formas y colores cuya inteligencia ha sido alterada en el momento de la ejecución por una o más emociones previamente adquiridas o vividas por el pintor. De este modo, entonces, pensamos en los ojos negros y enérgicos de Picasso como en signos que justifican la genial particularidad de sus obras”.

Y procedió a refutar: “Por eso, cuando veo cómo reacciona la gente ante cualquier cuadro actual, anhelando exasperadamente, histéricamente, descifrar en esa maraña de líneas, manchas formas y colores, en ese jeroglífico descomunal y, aparentemente, anárquico que es una pintura, repito, anhelando descifrar la vida íntima del pintor, las emociones rectoras que lo obligaron a elegir esas formas y no otras, siento un profundo malestar, una horrible sensación de equivocación y malentendido”.

La emoción del pescador no dependerá del tamaño del tiburón que haya capturado, sino que pertenecerá más bien “al orden de la prolijidad de los actos imprevistos pero precisos, con que el pescador tensa y afloja su línea”.

Juan Pablo Renzi en su estudio de la ciudad de Buenos Aires, con su obra.

Juan Pablo Renzi en su estudio de la ciudad de Buenos Aires, con su obra.

El Museo Moderno echa luz sobre un rebelde impar: Alberto Greco

Fuente: Ámbito ~ El Museo Moderno acaba de inaugurar “Alberto Greco: ¡Qué grande sos!”, exhibición retrospectiva de un artista considerado de culto por los expertos y precursor por excelencia del arte contemporáneo argentino. Escasamente conocido por el público, Alberto Greco (Buenos Aires, 1931 – Barcelona, 1965) despierta el aprecio de los extranjeros. La primera gran retrospectiva del artista la realizó el Museo IVAM de Valencia, y el MoMA neoyorquino compró hace dos años su manuscrito “Besos brujos” en 395.000 dólares.

Marcelo Pacheco y María Amalia García curan la muestra con Javier Villa. El montaje de los brasileños Daniela Thomas, Felipe Tassara e Iván Rösler del Moderno, cumple un papel crucial: las paredes están vacías y las obras e imágenes flotan en los espacios. El arte vivo en Piedralaves, España, figura en una sala especial. Hay 30 fotos en escala humana y el espectador, sumergido en la escena, tiene la sensación de caminar por la aldea. “Aquí firmé todo un pueblo, con todas sus gentes”, escribió Greco. El objetivo del Moderno es ambicioso. A través de más de 100 piezas (muchas se malograron), la directora del Museo, Victoria Noorthoorn, aspira a “presentar a Greco en movimiento, inaugurando una nueva forma de acercar su vida y su obra”.

A sus 19 años Greco publicó “Fiesta” en una edición artesanal; a los 23 estaba en París ganándose la vida como podía, allí exhibió una serie de gouaches en la galería La Roue. En 1956, ya en la conservadora Buenos Aires, propuso mostrar cartulinas de colores -un auténtico ready made-, y ante el rechazo de sus galeristas expuso sus acuarelas. En 1957 viajó a Río de Janeiro y a San Pablo. En 1958, en el Museo de Arte Moderno paulista expuso obras que realizó arrojando huevos rellenos con tinta china sobre el papel que luego recortó pulcramente. En 1959 regresó al país con una muestra de arte brasileño; ese mismo año integró la primera muestra informalista. A ese período pertenecen las pinturas oscuras y texturadas. La gestualidad sensual de sus pinturas y de una materia que trabaja al punto de exponerla a la inclemencia de la naturaleza, demora la mirada del espectador. Luego utilizó brea, alquitrán y el negro absoluto. Pero, lejos de regodearse en el placer estético, impone el fin de la pintura con estas obras monocromáticas. Entretanto planeaba “Las monjas”, muestra donde celebra el protagonismo del objeto, como las joyas que realizaba con clavos o la camisa ensangrentada del cuadro tridimensional “La monja asesinada”. Pronto llevaría el arte a la calle y allí se funde con la vida. Un texto aclara el concepto fundamental. “Con la idea de refundar la realidad como una aventura que merecía ser percibida nuevamente, comenzó a señalar a las personas rodeándolas con un círculo de tiza y a firmarlas como obras de arte; acciones que llamó vivo-ditos”. La calle era el “nuevo soporte” de una obra que consistía en señalar las personas y las cosas, acaso para definirlas y entenderlas. El arte ganaba el público de masas.

Un arte conceptual, sí; pero “cien por cien auténtico”. Así describe a Greco su amigo Luis Felipe Noé. “Para él toda la realidad era un gran mito: sólo eran ciertos el dolor que ésta le causaba y el placer que le producía jugar con ella”. Greco movilizaba a su público y las crónicas periodísticas relatan episodios como el de la galería Bonino cuando desbordaba de gente y Antonio Gades sale a bailar a la plaza San Martín. No obstante, Pacheco describe la dificultad para valorarlo. “Maldito y único, su doble promiscuidad en la vida y en el arte, sus turbulencias públicas y sus trabajos radicales no dejan de ser, aún hoy, acciones incómodas que tratan de rodearse dando vuelta por espacios que lo presentan exasperado pero controlado. Para incluirlo es necesario enfrentar su furia deseante y sus gestos exhibicionistas”. Greco no ocultaba ni su homosexualidad ni sus pasiones, ni las obras abiertamente eróticas de sexo explícito.

En París, Germaine Derbecq lo invitó a participar de la muestra “Pablo Curatella Manes y treinta argentinos de la Nueva Generación”. Greco presentó “Treinta ratones de la Nueva Generación”, una caja de cristal con treinta ratones blancos y malolientes. Hasta que se los devolvieron. En este vivo-dito equipara, con su actitud burlona, los ratones con los artistas. El cartel que pegó en la avenida Corrientes, “Alberto Greco: ¡Qué grande sos!”, parodia la célebre marchita y también se presta a interpretaciones. Del mismo modo, parodia a los artistas que llevan el objet trouvé al contexto de la galería o el museo. Greco invita a seleccionar objetos en un mercado, pero la acción se reduce a señalar el objeto y dejarlo donde estaba.

Las obras del Moderno despiertan el recuerdo de otras que, inspiradas en ellas, hoy pueblan el arte argentino. Basta dejar vagar la memoria y cotejar las fechas. Greco viajó a Italia, presentó su Manifiesto y el vivo-dito Alberto Grecus XXIII durante el Concilio Vaticano. Lo expulsaron del país y regresó a España. Pintaba siluetas de personajes vivos que ingresaban voluntaria y esporádicamente a las pinturas, un claro antecedente del “siluetazo”. Fundó en Madrid su Galería Privada, conquistó a la prensa española y realizó acciones con Antonio Saura y Manolo Millares. En 1965 participó en Nueva York de la acción “Rifa vivo-dito en la Central Station”. Allí se encontró con su viejo amor, el chileno Claudio Badal. Escribió la novela “Besos brujos”, un relato de su amor frustrado y su decisión de morir mezclado con un mix alucinado de canciones, recetas, cartas, dibujos. Se suicidó en un hotel de Barcelona con una sobredosis. Lo encontraron con unas babuchas turcas color escarlata, el torso desnudo y la palabra “FIN” escrita en sus brazos.

Nación abre la convocatoria al curso virtual y gratuito «Museos Accesibles»

Fuente: Sitio Andino ~ «Museos accesibles. Partir de lo posible» edición 2021, es el nombre de la formación profesional virtual y gratuita que lanzó el Ministerio de Cultura de la Nación para los equipos de trabajo de museos y espacios culturales de todo el país. 

Se trata de un curso que indaga en conceptos y desafíos concretos que enfrentan los museos para ser accesibles, inclusivos y centrados en las personas. La propuesta despliega un recorrido que se orienta a la búsqueda de la accesibilidad, de lo personal a lo institucional. Para ello trabaja a partir de un enfoque de derechos y diversidad en el espacio público.

Acerca interrogantes actuales, brinda herramientas y oportunidades de conversación con participantes de todo el país en torno a la gestión accesible, y propone ir más allá de las «medidas» de accesibilidad a las que un museo debería aspirar. Apunta, así, a adoptar de forma colectiva un permanente ajuste de para qué, cómo y con quiénes hacemos los museos.

Esta cuarta edición del curso, en contexto de pandemia de COVID-19 y distanciamiento social, incorpora nuevos contenidos y materiales para repensar qué significa ser museos accesibles en este momento inédito, en el que las certezas son pocas y los desafíos son muchos, detalla el Ministerio de Cultura desde su sitio web.

El mismo está dirigido a integrantes de los equipos de trabajo de museos y espacios culturales de todo el país, prioritariamente de gestión pública, con interés en la reflexión acerca de la accesibilidad desde un enfoque de derechos.

También podrán participar quienes formen parte de proyectos con orientación social, colectiva y comunitaria que tengan como objetivo ampliar el acceso de poblaciones diversas a las instituciones culturales.

 Sobre la modalidad de cursada y la certificación

A partir de un abordaje teórico-práctico y una cuidada propuesta pedagógica, el curso ofrece contenido inédito producido por especialistas locales del campo académico y acompañamiento personalizado por parte de un equipo tutorial referente en la temática.

Además, incluye recursos variados que permiten conocer de primera mano experiencias de museos e instituciones culturales de diferentes lugares del país, así como espacios de intercambio para potenciar el cruce de saberes y prácticas entre quienes participen del curso.

La propuesta tiene una duración de 6 semanas y requiere un promedio de 6 horas de trabajo semanal asincrónico. También contempla una serie de encuentros sincrónicos no obligatorios con referentes y especialistas. La cursada se realizará a través de la plataforma federal de capacitación virtual del Ministerio de Cultura, Aula Cultura, y se otorgarán certificados de aprobación y créditos de INAP.

¿Cómo participar?

Quienes quieran participar tienen que completar este formulario de preinscripción.

El curso cuenta con cupo limitado, determinado por el número de comisiones y la posibilidad de acompañamiento por parte del equipo tutorial.

Para la adjudicación de vacantes se priorizará la representatividad de todas las provincias del país y la pertenencia a instituciones culturales de gestión pública de diversos tipos y escalas, así como a proyectos que tengan orientación social, colectiva y comunitaria.

Preinscripción

Los y las interesadas pueden preinscribirse hasta el 20 de abril (inclusive). A partir del 4 de mayo se informará vía correo electrónico la asignación de las vacantes. El inicio del cursado será el 6 de mayo de 2021.

Día Mundial del Arte: cinco museos para conocer en Córdoba

Fuente: La Voz ~Grupo Edisur te presenta cinco opciones abiertas al público, aunque con restricciones de horarios y capacidad por la situación sanitaria. Antes de asistir, consultar protocolos y turnos.

Desde el año 2012, cada 15 de abril se celebra el Día Mundial del Arte, en conmemoración al nacimiento del gran polifacético artista italiano Leonardo Da Vinci. La efeméride busca dar a conocer la importancia que tiene esta disciplina y, sobre todo, el pensamiento creativo, para la evolución del pensamiento humano.

Para celebrar este día, Grupo Edisur te presenta cinco museos de Córdoba que no podés dejar de conocer, por sus edificios y las obras que contienen.

Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Caraffa

El Museo Emilio Caraffa (MEC) es una institución cultural que tiene como objetivo establecer un diálogo entre la memoria artística local y la producción contemporánea. Combina el trabajo de su colección, iniciada a principios del siglo XX como acervo provincial de bellas artes, con una activa agenda de exposiciones que reúne artistas de diversas procedencias y tendencias.

El Museo Emilio Caraffa (MEC) tiene como objetivo establecer un diálogo entre la memoria artística local y la producción contemporánea. Foto: Agencia Córdoba Turismo – Flikr / Grupo Edisur

También cuenta con un servicio educativo con visitas guiadas, talleres y programas especiales; una biblioteca especializada y una agenda de actividades paralelas que incorpora proyecciones de cine, seminarios, conferencias y otras propuestas culturales.

El edificio original fue diseñado por J. Kronfuss con estilo neoclásico y luego remodelado dos veces desde su inauguración. Actualmente, fue ampliado con un sector basado en la volumetría cúbica de la arquitectura internacional.

Museo Superior de Bellas Artes Evita

El Museo Superior de Bellas Artes Evita fue inaugurado el 17 de octubre de 2007, con la idea de exhibir la colección de arte de la Provincia de Córdoba. La propuesta también está abierta a muestras transitorias, que signifiquen una contribución al desarrollo cultural de la ciudad. El museo tiene un gran hall central de más de 20 metros de altura, 12 salas de exposición permanente, un auditorio, una sala taller-biblioteca, un espacio de interpretación y jardines naturales que invitan a caminar alrededor del inmueble.

El Palacio Ferreyra es un palacete de estilo francés inaugurado en 1916 a pedido del médico cirujano Martín Ferreyra. Foto: Noche de los Museos UNC / Grupo Edisur

La institución funciona en el ex “Palacio Ferreyra”, un palacete de estilo francés inaugurado en 1916 a pedido del médico cirujano Martín Ferreyra, que originariamente contaba con 60 habitaciones repartidas en cuatro niveles. Los planos fueron comprados en París y adaptados por el arquitecto Ernst-Paul Sanson, la ejecución del proyecto estuvo a cargo del ingeniero Carlos Agote y el parquizado fue diseñado por el reconocido paisajista Carlos Thays.

Museo Histórico Provincial Marqués de Sobremonte

El Museo Histórico Provincial Marqués de Sobremonte alberga algunos objetos que pertenecieron originalmente a la familia del fundador de la ciudad, pero también mobiliario portugués, victoriano, isabelino, italiano y francés, instrumentos musicales y una gran colección de pinturas que ilustran cómo era la vida en tiempos de la colonia. Todo puede apreciarse a través de las salas de Platería, de Tertulias, de Armas, del Marqués, de la Música, la Sala para Uso de los Hombres y los patios, donde los rincones aún atesoran incontables historias de esa época.

El Museo Histórico Provincial Marqués de Sobremonte alberga algunos objetos que pertenecieron originalmente a la familia del fundador de la ciudad. Foto: Wikipedia / Grupo Edisur

La casona comenzó a construirse en 1752, a pedido del comerciante español Don José Rodríguez, y fue inspirada en las viviendas andaluzas y romanas, combinando, además, detalles del barroco colonial, legado de la mano de obra africana. La construcción cuenta con dos plantas, en las que se encuentran 26 habitaciones y cinco patios, típico de las casas solariegas y de negocio, ya que, en ese tiempo, en la esquina de la edificación funcionaba un comercio de ramos generales.

Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda

El Museo Juan de Tejeda resguarda una de las colecciones de arte religioso más importantes de América del Sur. En torno al patio, se exhiben alrededor de 9.000 piezas destacadas, integrantes de las colecciones de la Catedral, el Monasterio San José y otra formada a partir de donaciones.

El Museo Juan de Tejeda resguarda una de las colecciones de arte religioso más importantes de América del Sur. Foto: Municipalidad de Córdoba / Grupo Edisur

El edificio data de principios del siglo XVII y consiste en un destacado emplazamiento que hace cruz con la Plaza Mayor. En 1628, la casa fue destinada para la creación del Monasterio de las Carmelitas Descalzas y se fundó el templo de Santa Teresa. Al museo se accede por un portal único en el país, con reminiscencias de arquitectura andaluza y portuguesa.

Palacio Dionisi Museo de Fotografía

El Palacio Dionisi Museo de Fotografía está destinado a la exposición de muestras temporarias de gran valor en el campo de la fotografía. En su interior, cuenta con un espacio multimedia, un auditorio donde se realizan presentaciones y una sala de documentos y archivos. El recorrido por las salas tiene el interés de fomentar la reflexión crítica a partir de la participación activa.

El Palacio Dionisi Museo de Fotografía está destinado a la exposición de muestras temporarias de gran valor en el campo de la fotografía. Foto: Agencia Córdoba Cultura / Grupo Edisur

La casona, compuesta por un hall central y doce ambientes, perteneció a Juan Kegeler, dueño de una de las más importantes ferreterías de Córdoba a principios de siglo XX. Fue diseñada por Miguel Arrambide con estilo francés y se construyó entre 1920 y 1924.

Se trata del primer museo fotográfico público de Córdoba y de un patrimonio histórico para la ciudad. Es un espacio cultural propicio para el estudio, contemplación y deleite de la fotografía como disciplina.

Todos estos edificios se encuentran abiertos al público, pero con restricciones horarias y de capacidad por el contexto sanitario, por lo que se recomienda visitar las plataformas virtuales de cada uno para consultar los protocolos y reservar turnos de visita, en caso de ser necesario.

Viaje a la cabeza de un artista: así se hace una obra de arte

Fuente: Clarín ~ «¡Ese amarillo está muy chillón! Hay que apagarlo un poco, que sea más ocre, como el de la baranda del balancín. Ponele más violeta». Con medio cuerpo fuera de la ventana del sexto piso de un edificio de Banfield, Martín Ron, muralista, artista visual y, antes que nada, un hombre talentoso en el uso del rodillo, da indicaciones a su equipo de trabajo, Mariana Parra y Nicolás Dicianno.

Es un martes de mediados de enero, hace más de 30 grados, y estamos en Belgrano 1529, donde hace pocos días Martín, uno de los artistas argentinos más requeridos del planeta, empezó a pintar no sólo el mural más alto de su carrera que ya lleva dos décadas, sino uno de los más altos de la región.

Son 65 metros de la medianera de un edificio de 21 pisos, a media cuadra de Maipú, una de las zonas comerciales de esa localidad.

Llegó a esta pared, porque, antes, hace un año, pintó otra en la cuadra siguiente y, juego óptico mediante, fue elogiado y aplaudido por los que lo vieron en vivo o compartido en alguna red social. Ambos edificios son emprendimientos de Vidal Constructores y fue a su titular, Daniel Vidal, al que se le ocurrió sumar arte a las torres terminadas, después de haber quedado deslumbrado por los murales de Ron en Casa Amarilla.

Primero fue la pared de Belgrano 1646, con un mural de 50 metros de un nene que juega con un globo metalizado. Le siguió la de Belgrano 1529, con un mural de 65 metros, de una nena, amiga del primer nene, que apila ladrillitos de encastre, parada en puntitas de pie sobre un globo metalizado. Más adelante, cuando la construcción esté terminada, habrá una tercera medianera con un nuevo mural, lo que formará un tríptico de obras de Ron en la zona.

De principio a fin, para tener perspectiva de cómo marcha la obra, Martín debe subir a la terraza de un edificio vecino. Es Andrea, la que vive en el sexto piso desde el cual Ron da indicaciones a su equipo asomándose por la ventana, la que acepta prestar su llave, su contacto, su departamento para que los artistas puedan trabajar.

Da la casualidad que ella es estudiante de Bellas Artes y no-puedo-creer-tener-esta-vista-del-mural-desde-mi-ventana. Andrea todavía no sabe -pero ahora va spoiler– que el día en que el mural esté terminado a fines de febrero, cuando la última pátina de protección esté colocada «para que aguante más la intemperie», recibirá un regalo especial de parte de Martín: una brocha cariñosamente dedicada.

Seis semanas después de plantar el diseño, pintar y probar colores –»manchar», como se dice en la jerga–, emprolijar detalles, laquear el trabajo y superar escollos climáticos y técnicos, el mural está terminado.

Pintar un mural de más de 60 metros en seis semanas es un buen tiempo. Pero Ron asegura que si el clima le hubiera permitido trabajar de corrido y a toda máquina, habría podido concretarlo ¡en cuatro semanas!

Algo que parece absolutamente descabellado para cualquiera de los mortales que pasamos por ahí y, a riesgo de provocarnos una contractura en el cuello, inclinamos la cabeza hacia arriba, prácticamente recostamos la nuca sobre la espalda, hacemos visera con la mano sobre los ojos, y miramos perplejos semejante obra. ¡¿Cómo hizo?!

Hay una relación directa entre los dos murales que Martín Ron pintó en Banfield con un año de diferencia. Una idea empujó a la otra: como en la cuadra siguiente al mural de la nena está el mural del nene, Ron pensó en hacer obras que dialogaran entre ellas.

A Ron le interesa la gestualidad de los más chicos, esa inocencia que transmiten en su forma de actuar. Algo que llevado a gran escala encuentra aún más interesante. De ahí el desafío, de ahí que decidió pintar niños.

Pero si hay algo que Martín hace siempre, siempre, antes de empezar un nuevo proyecto es acercarse a la pared en cuestión varias veces, durante varios días para ver qué le inspira el lugar. 

Faustino, el nene que quedó inmortalizado en otro mural de Martín Ron, en Banfield. Foto Enrique García Medina
Faustino, el nene que quedó inmortalizado en otro mural de Martín Ron, en Banfield. Foto Enrique García Medina

El nene de Belgrano 1646 se llama Faustino, ahora tiene 8 años, pero en el momento de quedar inmortalizado en esta medianera de Banfield tenía 7. Es hijo de una pareja de amigos de Martín Ron.

En 2018, la imagen de Faustino haciendo la vertical llegó a una medianera de un edificio de Moscú. El chico tuvo que practicar durante semanas y semanas esa pose para que la posición fuera real y no trucada en la foto que finalmente Martín usó como base.

Es que para hacer los diseños que más tarde serán murales, Ron se basa en fotografías que él mismo saca. En el caso de las obras de Banfield, fue una serie de fotos que tomó a fines de 2019, durante un asado en su casa de Boedo. Ron fotografió una y mil veces a Faustino y a su amiga Ailín (sobrina de la actual pareja del papá de Fausti), jugando al natural, sin premisas, sin poses.

Para el primer mural, el que pintó en febrero de 2020, se quedó con una foto de Faustino soplando un globo metalizado; para el segundo, que pintó en enero de 2021, con una de Ailín escribiendo en un pizarrón, en un momento en que todos estaban en un recreo de la sesión fotográfica. De reojo, Martín pescó ese momento en que los dos chicos escribían en un pizarrón. Ailín, en puntitas de pie, tratando de llegar a lo más alto, con los piecitos sucios, esa era la imagen que el artista buscaba.

Ailín, la nena que inspiró el mural de Martín Ron en Banfield. Foto Enrique García Medina
Ailín, la nena que inspiró el mural de Martín Ron en Banfield. Foto Enrique García Medina

Con las facilidades que da la tecnología, hizo las maquetas de forma digital –rara vez las imprime–, armó la cuadrícula que le permite plantar el diseño a gran escala y cambió, modificó e intervino a su gusto y conveniencia, y el pizarrón de la foto original pasó a ser una pared de ladrillitos de encastre, un guiño a la pared de ladrillos donde ahora vive la obra.

A Faustino le encanta verse en el mural. Dice que es famoso. Ailín, más tímida, apenas se reconoce en esa posición de espaldas. Aún no es del todo consciente de su imagen a gran escala en la pared de un edificio.

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Una semana antes de arrancar este mural el 5 de enero, Martín Ron debe ocuparse de la logística. Por ejemplo, contactar a la empresa que monta el balancín electrónico, esa especie de balcón que cuelga de los edificios, con el sostén que le da desde los extremos dos cables de acero y el impulso de un motor para subir y bajar. Se los suele usar para hacer diferentes trabajos que van de limpieza a pintura y en el caso del muralismo, la empresa debe evaluar el estado de situación, las necesidades, los días que estará colgado y ofrecer la mejor tecnología y seguridad.

Después, viene la parte social, por decirlo de algún modo. El desembarco en una pared que lo tendrá a él y a su equipo durante varias horas de muchos días seguidos, incluidos fines de semanas y feriados, necesita de generar ciertos lazos con la comunidad que lo rodea. Porque no es que va a trasladar las latas de pintura, ni los rodillos todos los días desde su taller de Caseros, sino que va a guardar todos los materiales en algún depósito o garage o departamento vacío que le presten el tiempo que dure la realización de la obra.

Martín Ron y su equipo de trabajo: Mariana Parra y Nicolás Dicianno. Foto Germán García Adrasti
Martín Ron y su equipo de trabajo: Mariana Parra y Nicolás Dicianno. Foto Germán García Adrasti

Después, sí, a colgarse de la pared. Uno de los primeros pasos para plantar el diseño consiste en delinear una cuadrícula o grilla de base que actúe de referencia a la hora de plantar el dibujo. Esto es, en el caso de la nena, por dónde va a pasar la mano, por dónde la cabeza, por dónde las piernas. Esa cuadrícula, que funciona como coordenada, ya no es una división de la pared en cuadrados, sino una pared toda garabateada en aerosol con dibujos alusivos al coronavirus –virus, bacterias, vacunas, repetidos de arriba a abajo–.

«El garabato con aerosol en la pared es visto como una irrupción violenta. Cuando hice el mural del nene, los vecinos no entendían y llamaban al constructor para avisarle que estábamos grafiteando la pared. El aerosol está estigmatizado como algo vandálico y llaman a la policía. En cambio, si te ven con un pincel, ya es otra cosa, le tienen respeto, lo ven como una herramienta de trabajo y hasta te ofrecen ayuda», sonríe Ron. 

Los garabatos en la pared funcionan como coordenadas para plantar el diseño. Foto Lucía Merle
Los garabatos en la pared funcionan como coordenadas para plantar el diseño. Foto Lucía Merle

Con la pared garabateada de arriba a abajo, trabajo que le lleva una mañana entera, Martín saca una foto vertical a la que, tecnología mediante, le superpone la imagen del diseño de la nena. De esa manera, tiene la guía por dónde pasará cada trazo. Trasladar el diseño a la pared le toma otros tres días de trabajo. 

Con el contorno de la nena dibujado en la pared, Ron hace «un sellado», es decir, coloca una primera mano de pintura sin pigmento, que es brillante y plástica, además de transparente, para que colorear sea más fácil y el pincel resbale más. Caso contrario, la superficie absorbe mucha pintura. Y a la figura de la nena, le da una mano de color rosa que le permita tener una referencia a la hora de hacer el fondo. 

Lo que sigue es empezar «a manchar», como le dicen en la jerga, es decir, a probar y calibrar colores para ver tonos, cómo queda, cómo se ve. «Aislados podés tener un montón de colores y después los juntás y no funcionan, los colores tienen que quedar armonizados, ni muy chillón, ni muy opaco», sentencia Ron. Por eso los prueba en una porción de la pared, antes de hacerlos extensivos a toda la superficie.

«Mi objetivo –explica– es que esté todo coloreado rápido para matar el blanco del fondo y para tener un panorama más claro de cómo funcionan los colores y ecualizarlos».

El mural, en una etapa intermedia. Foto Germán García Adrasti
El mural, en una etapa intermedia. Foto Germán García Adrasti

Se pinta, primero, a grosso modo, el fondo; después, la figura. Y después se emprolija. También se trabaja por partes, según una planificación diseñada de antemano: un día la parte de arriba, la cabeza; otro día los ladrillitos de encastre; otro día los pies.

El final no sólo consiste en emprolijar detalles y en darle capas de impermeabilizante (laca poliuretánica) para que se conserve durante más tiempo. También está en saber poner el punto final: dice Martín que siempre se puede mejorar o modificar algo, pero que hay que saber soltar la obra, que hay murales que quizás no vuelva a ver en su vida, pero que están ahí, para ser contemplados por los demás. «La obra –señala– está disociada del artista, porque no puedo enrollar la medianera y llevármela al living de mi casa. Está ahí para todos».

Desde hace tres años, cada vez que empieza a pintar un nuevo mural, Martín Ron tiene una cábala: escribir «Hola, mamá» en el boceto inicial plantado en la pared. Es una marca personal, como cuando dice “mucho biri biri” por mucho “blablá”, mucha conversación.

El «Hola, mamá» quedará tapado a medida que avance el mural. Lo escribió una vez en una obra que pintaba en 2018, en Moscú –el niño Faustino haciendo la vertical– para mandarle una foto a su mamá desde esa otra punta del planeta en donde estaba. Cada nuevo proyecto, desde entonces, tiene esa frase, escrita en aerosol y la posterior foto para que mamá Norma infle el pecho de orgullo.

La cábala: escribir "Hola mamá", que esta vez, después de un año pandémico sin pintar fue "Volví mamá". Foto Lucía Merle
La cábala: escribir «Hola mamá», que esta vez, después de un año pandémico sin pintar fue «Volví mamá». Foto Lucía Merle

2020, no obstante, fue un año particular, fue el año de la pandemia y el confinamiento. Para Ron, artista de exteriores, fue el año en que casi no pudo pintar. Llegó a terminar el mural del nene en marzo, justo antes de que se anunciara la cuarentena obligatoria. Volver a agarrar una brocha casi un año más tarde, en enero, volver a subirse a un balancín, volver a ensuciarse las manos de pintura, tuvo un sabor especial para el artista, que en lugar de escribir “Hola, mamá” como tantas veces, puso «Volví, mamá». Volví al ruedo, volví a pintar. Salí de la jaula.

Técnica

250 litros de pintura hidroesmalte se quedan en este mural. Martín Ron pinta con pincel y brocha, hace vieja escuela y no grafiti contemporáneo. Dicho de otra manera: no usa aerosol. Se acostumbró a la técnica del óleo, con veladuras (una técnica que consiste en aplicar una capa de pintura muy diluida sobre una pared ya pintada), pero dominando la escala gigante.

250 litros de pintura requiere el mural de la nena. Foto Germán García Adrasti
250 litros de pintura requiere el mural de la nena. Foto Germán García Adrasti

Reemplaza los pincelitos de cuadros chicos por brochas grandes y rodillos. Un mural se trabaja capa por capa: primero planta un color de manera rústica y después va pintando una mano tras otra hasta modelar la forma y conseguir volumen. Muchas capas de buena calidad le garantizan a la obra una larga vida útil. Eso y la laqueada del final para que se conserve durante más tiempo.

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Estilo

Sus obras a gran escala se caracterizan por el estilo hiperrealista, con el uso de colores fuertes, texturas y elementos de la vida cotidiana. Trabaja con la técnica de 3D, dándole más realismo a su obra. Uno de sus sellos personales es el uso de la cuadrícula que está presente en varios de sus murales. Tiene algunos trabajos sobre lienzo –es algo que hace para sí mismo, sin presión y para experimentar–, pero lo que verdaderamente le gusta es el muralismo, porque es un desafío, porque le da adrenalina, porque cada pared es única e irrepetible. 

Su estilo es el hiperrealismo. Foto Germán García Adrasti
Su estilo es el hiperrealismo. Foto Germán García Adrasti

Pros

Pintar esta medianera en pleno verano no fue tan terrible, porque Ron y su equipo pudieron trabajar mayormente a la sombra, gracias a la orientación de la pared. Un muro sin sol y de gran tamaño, explica Martín, son dos condiciones ideales para el artista.

Acá, por los puntos de vista que tendrán los peatones, no está previsto ningún truco óptico, como sí en cambio lo está en el mural del nene: una especie de distorsión, llamada anamorfosis, que favorece algunos puntos de vista en detrimento de otros.

Además, como la pandemia no le permite agendar otros compromisos a largo plazo, no tenía plazos que cumplir. En los festivales, siempre corre contrarreloj para dejar el mural terminado, pase lo que pase, porque no lo puede dejar a la mitad. Acá, en cambio, nadie lo apuró.

El cariño de los vecinos, mientras Martín Ron hacía el mural. Foto Germán García Adrasti
El cariño de los vecinos, mientras Martín Ron hacía el mural. Foto Germán García Adrasti

Si se mira en detalle, se verá que la medianera tiene ventanitas en todos los pisos. No es una pared completamente lisa. ¿Si algún vecino se enojó por encontrarse con el artista al otro lado de la ventana? No. Al contrario, le ofrecieron ayuda, agua mineral, medialunas, café y los más chicos hasta dibujaron mensajes de apoyo que dejaron pegados en el vidrio. Así vale la pena colgarse.

Y después estuvo Andrea, la vecina del sexto piso, que vive a dos edificios de distancia del mural en cuestión y que, generosamente, prestó su ventana, su llave y la terraza del edificio para que Martín pudiera observar, con algo de distancia y altura, el rumbo de la obra. Su ayuda es invaluable.

Desde la casa de Andrea, una vecina del edificio de al lado al del mural, Martín Ron pudo tener perspectiva de cómo iba la obra y dar indicaciones. Foto Lucía Merle
Desde la casa de Andrea, una vecina del edificio de al lado al del mural, Martín Ron pudo tener perspectiva de cómo iba la obra y dar indicaciones. Foto Lucía Merle

Contras

Para empezar este mural, que seis semanas después estará finalizado, hubo algunos traspiés, aunque nada graves. Primero, falló el balancín y hubo que esperar la reparación por parte de la empresa que monta la estructura que cuelga a los artistas durante el tiempo que les lleve concretar la obra. El coronavirus y los protocolos, como en todos lados, demoraron la gestión.

La espera vale la pena y es absolutamente necesaria. Así de importante es el balancín, esa especie de balcón que pende de los edificios para pintar o limpiar las paredes y cuya seguridad no puede fallar bajo ningún punto de vista.

Manos a la obra. Martín Ron, rodillo en mano, pintando el mural. Foto Germán García Adrasti

Martín y su equipo trabajan con doble arnés de seguridad, casco y la llamada «línea de vida», colgada de forma independiente al balancín por si acaso hubiera un desperfecto quedar colgado del edificio, algo que hasta ahora nunca le sucedió. ¿Si tiene vértigo? Martín asegura que sí, que el miedo nunca se va del todo y que eso, en algún punto, le da adrenalina. Y que colgarse de un balancín, vaya y pase, pero lo verdaderamente vertiginoso es pintar desde una grúa, porque se mueve muchísimo más.

Al balancín se sumó el clima. Enero y febrero tuvieron numerosos días de lluvia; o días en los que parecía que iba a llover y al final no llovió; o días en que parecía que no iba a llover y al final llovió.

El clima condiciona en todo momento la tarea del muralista de exteriores: una jornada de trabajo en un mural no es algo que se pueda resolver en pocas horas.

El artista Martín Ron hace murales desde hace 20 años. Foto Germán García Adrasti
El artista Martín Ron hace murales desde hace 20 años. Foto Germán García Adrasti

Hay que cargar la camioneta de latas de pintura, rodillos y materiales de recambio, llegar al lugar a 25 kilómetros de casa, cargar el balancín (funciona de abajo hacia arriba), ponerse el arnés y colgarse de la pared. Todo eso lleva tiempo.

Si no fuera porque esta medianera tiene orientación oeste, lo que significa sombra casi todo el día hasta al atardecer cuando apenas recibe un poco de luz y calor, habría sido imposible pintar esta pared al rayo del sol, en pleno verano bonaerense.

Y después, claro, está el viento. Si hay mucho viento, el balancín se mueve. Mucho. Y rebota y golpea contra la pared. Pensar que colgados más cerca del piso es más seguro es completamente errado. Cuanto más abajo, más largo es el cable que llega de la terraza y mayor es el balanceo. Si hay viento, mejor quedarse pintando los detalles de más arriba. Y si hay mucho viento, mejor ni pintar, mejor suspender la jornada.

Lo que se dice, gajes del oficio de muralista.

Martín Ron es un artista visual y muralista argentino, nacido el 13 de marzo de 1981, en la localidad de Caseros, al oeste de la provincia de Buenos Aires. Hijo de Guillermo y Norma, y hermano de Guillermo y Federico, ambos más chicos que él, ninguno de sus familiares se dedica ni al muralismo ni al arte.

Porque agarró lápices de colores antes que juguetes, diestro de mano, de chico lo mandaron a hacer dibujo en un taller a dos cuadras de su casa. Por su ductilidad y talento, rápidamente se convirtió en el favorito de la clase de Plástica y también el encargado de pintar las escenografías de los actos en la escuela Nuestra Señora de la Merced, de Caseros: una escarapela, una bandera, un Cabildo.

No dudaron en la escuela en pedirle que pintara el jardín de infantes. Martín cursaba el secundario y aceptó: lo hizo durante el horario escolar con sus amigos, algo así como sus «asistentes». Las del jardín fueron las primeras grandes paredes que pintó.

Con la plata que ganó, se pagó el viaje de egresados a Bariloche. Así, mientras pensaba qué quería ser cuando fuera grande, empezó a darse cuenta de que eso de andar coloreando muros era algo que le encantaba hacer.

Pero terminó el secundario y se anotó en Ciencias Económicas, un poco porque su mamá Norma es contadora, otro poco porque le decían que una carrera dura le garantizaba el futuro y otro poquito porque estudiar Bellas Artes en el 2001 no era un lujo que se pudiera dar. Llegó a hacer tres años antes de dejar.

Lo que nunca dejó de lado fueron las brochas y las latas de pintura. A la par de la cursada y de un trabajo contable con su mamá, él siguió dibujando paredes, adiestrando la mano.

“Empecé a hacer murales por la adrenalina que me daba salir a la calle a pintar un dibujo, volver al otro día y observar cómo reaccionaba la gente”, recuerda Ron, de 40 años recién cumplidos.

Y aunque era consciente de que su arte  a veces era efímero (porque el muro volvía a ser pintado encima o era demolido), ese salir a cazar paredes le despertó la pasión: primero el mural como hobby; más tarde, como profesión.

Cerca de su casa, en el Municipio de Tres de Febrero, fue el encargado de «embellecer» las paredes de las casas de la zona. La ecuación era sencilla: vecinos que cedían paredes algo despintadas para que Ron y su equipo plasmaran su arte y mejoraran la estética del lugar. Segundo gran antecedente.

Mientras él seguía pensado qué quería ser cuando fuera grande, lo seguían invitando a pintar murales. «¡¿Cómo me voy a dedicar a esto?!», se preguntaba. El camino del muralismo estaba ahí, invitándolo. Sólo había que animarse a transitarlo.

Por fortuna, siguió una corazonada y se animó.

Lo que siguió es una exitosa carrera de muralismo, que lo llevó a pintar más de 300 paredes en todos los rincones del planeta, desde Nueva York a Moscú, desde Malasia a Australia, y a convertirse en uno de los 10 mejores muralistas del mundo. Y, claro, también, en un orgullo argentino.

Son numerosas las intervenciones de Martín Ron en las paredes argentinas.

Primero fue una acción de «embellecimiento urbano» en el partido de Tres de Febrero. Con un equipo de trabajo, pintó paredes despintadas que los vecinos cedían para mejorar. También ahí pintó al escritor Ernesto Sabato, en donde hoy funciona su casa-museo. En Capital, en 2013, estampó un mural de 412 metros cuadrados en un edificio de cuatro pisos de Villa Urquiza: El cuento de los loros lo tituló.

También es autor de una serie de murales de «ídolos populares»: Carlos Tevez en Fuerte Apache; la Coca Sarli, la Mona Jiménez, Diego Maradona. Ron dejó su arte en varias estaciones de subte, como la de Plaza Miserere, Medrano y Plaza de Mayo. Por los cien años de la línea A, pintó una formación completa con cien personajes de la historia argentina como Julio Cortázar, Mercedes Sosa, Carlos Tevez, Juan Manuel Fangio y Luis Alberto Spinetta, entre otros.

"El cuento de los loros", en Holmberg y Rivera, Villa Urquiza. Foto Ariel Grinberg/ Archivo
«El cuento de los loros», en Holmberg y Rivera, Villa Urquiza. Foto Ariel Grinberg/ Archivo

También intervino la línea B logrando un efecto óptico cuando el subte toma velocidad. Y en la línea H, hizo los retratos de la cantante y actriz Tita Merello y del músico Ángel Villoldo. Le dio color y vida al bajo autopista del Acceso Oeste y Perito Moreno, en el límite entre Liniers y Ciudadela.

En 2018, pintó «El Muro de la Memoria», un mural de 12 metros de ancho por 30 de alto, para honrar a las víctimas del atentado a la AMIA: lo hizo en dos columnas que quedaron de la mutual de la calle Pasteur 633.

"El Muro de la Memoria", en Pasteur 633, homenaje a las víctimas del atentado a la Amia. Foto Mario Quinteros/ Archivo
«El Muro de la Memoria», en Pasteur 633, homenaje a las víctimas del atentado a la Amia. Foto Mario Quinteros/ Archivo

Un año más tarde, el homenaje llegó a las paredes del Hospital de Clínicas, ubicado en la avenida Córdoba al 2300. Es un tríptico de murales que pueden verse por la calle Uriburu en los tres cuerpos que forman parte del gran hospital, que recibió el homenaje por parte de la AMIA por haber atendido cerca de 300 heridos aquel 18 de julio de 1994. El mural de Martín Ron es el del medio y rinde tributo a los trabajadores de la salud.

Entre otros de sus murales más conocidos, están el de la tortuga en 3D que sale de una pared (ya demolida) en Barracas y el de una anciana en el frente del bar Desarmadero en Palermo, en Gorriti y Armenia.

Sus murales en el resto del mundo

No solo en Argentina hay obras de Martín Ron. Admirador de Eric Grohe -destacado muralista estadounidense-, el argentino tiene una decena de murales en todo el mundo: ha pintado en ciudades como Londres, Tallin, Penang (Malasia), Bristol, Miami, Tenerife, Bremen, Glauchau (Alemania), Nueva York, Tumby Bay (Australia), Moscú.

Participó del festival Rock Werchter en Bélgica, donde pintó una torre armada con viejos contenedores, una obra de gran tamaño con un retrato de un hombre que sostiene en su boca una rama en la que está apoyado un colorido loro.

Tuvo una muestra individual en la galería Mead Carney, de Londres. Y tiene tres murales en Inglaterra: en la clásica cervecería Old Thruman’s Brewery en Colbert Place; en el edificio Number 90 en Hackney Wick -una imagen hiperrealista titulada «Machaco»- y el tercer mural en Bristol, bajo el nombre «Andrómeda». Ese mismo año pintó un gran mural titulado «Mudra» en Tallin, Estonia. También pintó un enorme mural hiperrealista con tres tortugas marinas en efecto 3D en la ciudad de Penang, Malasia, donde las tortugas dejan sus huevos en las playas de esa ciudad.

Un día de 2016, Carlos Tevez lo llamó a Martín Ron: «Quiero que pintes un mural del Fuerte Apache en mi casa», le pidió. Ron, hincha de Boca, fan del futbolista, creador del Carlitos que ensalza un muro en Fuerte Apache, aceptó. De alguna manera, lo que inició Ron con aquel mural de Carlitos en el barrio natal del jugador se repitió de forma inversa y terminó con un mural de Fuerte Apache en el gimnasio personal de la casa de Tevez, un lugar de entrenamiento y motivación.

Cuando Ron pintó el Carlitos en Fuerte Apache, en una pared que da a un potrero –la ubicación no es inocente–, lo pensó como un símbolo de superación y de inspiración para los chicos que vivían y viven en el lugar, los que sueñan con ser como Tevez.

El mural de Carlitos Tevez en Fuerte Apache. Foto Fernando de la Orden/ Archivo
El mural de Carlitos Tevez en Fuerte Apache. Foto Fernando de la Orden/ Archivo

No se sabía de la existencia del Fuerte Apache en el gimnasio de la casa del jugador de Boca hasta que el propio futbolista lo dio a conocer a fines del año pasado. Recién ahí, Ron se animó a subir a sus redes imágenes de aquel trabajo que solo se conocía en el círculo íntimo.

No fue, sin embargo, el único mural que pintó en la casa del actual Diez de Boca en La Horqueta. En la pared de un pasillo curvo del subsuelo, Ron estampó a fuerza de color y talento la carrera deportiva de Tevez: Carlitos en Boca, Carlitos en el Manchester United, Carlitos en el Manchester City, Carlitos en Corinthians, Carlitos en el West Ham, Carlitos en la Juventus… Solo falta su paso por China.

Lo que viene: el mural «récord»

El 1° de Mayo, Martín Ron se colgará nuevamente y será récord.

Arrancará a pintar un mural en plena avenida Corrientes. Será en la medianera de la torre Lex Tower, en Corrientes 1454, entre Uruguay y Paraná, mano derecha, y constituirá todo un récord para el país y la región por su altura: un mural de 100 metros de alto, a tres cuadras del Obelisco. 

Aunque todavía no tiene el diseño, Martín Ron adelantó a Clarín que para esta obra usará la técnica pictórica de «trompe-l’œil» (trampa para el ojo), que busca engañar a la vista jugando con el entorno y con efectos ópticos de sombra y perspectiva: siguiendo con la temática de dibujar niños, simulará unos chicos jugando en las ventanas. 

Lex Tower, en avenida Corrientes al 1400. Sobre esa franja lateral de 100 metros, Martín Ron realizará el mural más alto del país y la región. Arranca en mayo.
Lex Tower, en avenida Corrientes al 1400. Sobre esa franja lateral de 100 metros, Martín Ron realizará el mural más alto del país y la región. Arranca en mayo.

Día del Beso. Diez obras de arte para volver a enamorarse

Fuente: La Nación ~Escribe Gabriela Mistral en su poema más famoso que hay besos de amor, besos que se dan con la mirada o con la memoria, besos silenciosos, nobles, enigmáticos, sinceros, prohibidos, verdaderos, que arrebatan los sentidos, misteriosos, problemáticos, trágicos, perfumados, tibios, sublimes, ingenuos, puros, traicioneros y cobardes, salvajes… Hay besos que producen desvaríos / de amorosa pasión ardiente y loca, /tú los conoces bien son besos míos / inventados por mí, para tu boca. Besos de toda esta infinita taxonomía se encuentran en la historia del arte, pintados, esculpidos, fotografiados o dibujados como epítomes del amor.

El almanaque indica que hoy la efeméride es el Día del Beso y la ocasión amerita sumergirse en imágenes que llevan a revivir memorias, concretar deseos o añorar los que nunca se dieron, que son los que más duelen, dice una canción.

En el Museo Nacional de Bellas Artes hay una copia de un mármol que no puede estar frío: es El Beso de Auguste Rodin, una escultura tamaño natural donde un hombre besa a una mujer, y se pierde en su boca. Los amantes son Paolo y Francesca, dos personajes de La Divina Comedia, de Dante. La verdad de esta obra está en los detalles, como en los dedos de él que se hunden en la carne de los muslos de ella y nos dejan pensando que no pueden ser de yeso. La pieza fue regalo al país del propio artista francés, en 1908.

Le baiser (El beso)
Autor: Rodin, René François Auguste
(Francia, París, 1840 - Francia, Meudon (Hauts-de-Seine), 1917)
Origen: Donación René Francois Auguste Rodin, 1908
Le baiser (El beso) Autor: Rodin, René François Auguste (Francia, París, 1840 – Francia, Meudon (Hauts-de-Seine), 1917) Origen: Donación René Francois Auguste Rodin, 1908Museo Nacional de Bellas Artes – https://www.bellasartes.gob.ar/coleccion/obra/3659/

Una de las fotos más perfectas de un beso es también de un francés, Robert Doisneau. Parte de un reportaje que le había encargado la revista Life, pasó a la historia como Le baiser de l’hôtel de ville (El beso). Treinta años más tarde, el autor confesó que este emblema de esperanza de la posguerra fue en realidad una toma armada. Sigue siendo un ícono, de todas formas.

"El Beso", de Robert Doisneau, en la portada del libro sobre el fotógrafo editado por Taschen
«El Beso», de Robert Doisneau, en la portada del libro sobre el fotógrafo editado por Taschen

De la misma época es la famosa fotografía de Alfred Eisenstaedt que retrata a un marinero estadounidense besando a una enfermera durante las celebraciones del Día de la Victoria sobre Japón en Times Square, el 14 de agosto de 1945. Los protagonistas quedaron en el anonimato hasta que a fines de 1970 Edith Shain se reconoció en la ya devenida postal de una época. Recién en 2007 supo que el hombre que la sorprendió a la salida del subte y la besó por única vez en su vida aquel día fue el marino Glenn Edward McDuffie. Nunca se volvieron a ver.

El beso de Times Square fue tomado por Alfred Eisenstaedt para un reportaje sobre el fin de la guerra
El beso de Times Square fue tomado por Alfred Eisenstaedt para un reportaje sobre el fin de la guerraArchivo

Uno de los reyes del pop art, Roy Lichtenstein, realizó una serie a besos inspirados en el cómics. Con colores primarios y composición hecha a mano mediante de puntos –como si hubiese sido impresa de manera industrial–, el artista se apropiaba de la estética de la historieta. Hoy es material de pósters, remeras, tazas y señaladores, como esta que cuelga de la pared de un living porteño: reproducción de Kiss V, de 1964.

Pop: besos, lágrimas y colores primarios en una reproducción de "The Kiss V", de Roy Lichtenstein
Pop: besos, lágrimas y colores primarios en una reproducción de «The Kiss V», de Roy Lichtenstein

En el siglo XIX, Henri de Tolousse-Lautrec retrata la vida en los prostíbulos. Esta pintura es En la cama: el beso,y lleva al óleo el reposo a la vez erótico y amoroso de dos trabajadoras sexuales del 6 rue des Moulins. Esta obra es una de las 16 pinturas que le encargó en 1892 el propietario del prostíbulo de la rue d’Ambroise para decorar el salón principal.

Una de las pinturas de Toulouse Lautrec sobre la vida en los prostíbulos, 1892
Una de las pinturas de Toulouse Lautrec sobre la vida en los prostíbulos, 1892http://www.henritoulouselautrec.org/in-bed-the-kiss/

En el Belvedere de Viena está El Beso de Gustave Klimt, un óleo con laminillas de oro y estaño sobre lienzo de 180 x 180 centímetros, realizado entre 1907 y 1908. El museo lo compró ese mismo año, la primera vez que el artista lo mostró. Es tan emblemática que en Austria se acuñó con esta imagen una moneda de cien euros. Es considerada un tesoro nacional. Se cree que los amantes son el pintor y su pareja, la diseñadora de moda Emilie Flöge. También podría ser Adele Bloch-Bauer: hay una muy buena película que cuenta la historia de su retrato.

El Beso de Gustave Klimt, un óleo con laminillas de oro y estaño, es un clásico de la historia del arte y emblema de Austria: fue acuñado en una moneda conmemorativa de cien euros
El Beso de Gustave Klimt, un óleo con laminillas de oro y estaño, es un clásico de la historia del arte y emblema de Austria: fue acuñado en una moneda conmemorativa de cien euroshttps://sammlung.belvedere.at/objects/6678/der-kuss-liebespaar?

Este beso es perturbador: René Magritte, genio del surrealismo, pintó la serie Los amantes con cuatro variaciones, en 1928: un hombre y una mujer con la identidad oculta. Son recurrentes en su obra las cabezas tapadas y tiene que ver con un trauma muy tremendo: cuando era adolescente vio cómo sacaban el cadáver de su madre del río Sambre con la camisa mojada, enrollada en la cabeza y ocultándole la cara. Se había suicidado.

"The Lovers II", de 1928, de Magritte, se puede reinterpretar hoy en días de pandemia
«The Lovers II», de 1928, de Magritte, se puede reinterpretar hoy en días de pandemiahttps://www.moma.org/collection/works/79933

Pablo Picasso ha pintado muchos besos, pero nunca tantos como los que dio: en su vida estuvo enamorado de ocho mujeres y besó a muchísimas más. No siempre las hizo feliz. “El amor es el mejor tónico de la vida”, dijo el artista. El beso es una de las obras maestras de Picasso que atesora el museo del artista en París. Fue pintado en 1969, apenas cuatro años antes de su muerte, cuando el artista ya tenía 88 años. Estaba entonces enamorado de Jacqueline Roque, en Vallauris.

Un Picasso de 1969, pintado apenas cuatro años antes de su muerte, cuando ya tenía 88 años
Un Picasso de 1969, pintado apenas cuatro años antes de su muerte, cuando ya tenía 88 años

Dos obras argentinas y poco conocidas podrían sumarse a esta selección universal e icónica. Una se vio en el Museo Sívori durante la retrospectiva de exposición Mariette Lydis, Transicionar lo surreal. Se trata de uno de sus dibujos eróticos de esta dibujante, grabadora, litógrafa y pintora autodidacta, nacida en Viena y radicada en Buenos Aires, que adquirió notoriedad en Europa en el período de entreguerras. Un beso apasionado, en un dibujo casi secreto.

Reproducción de una obra de Mariette Lydis que se expuso en el Museo Sívori en una muestra de 2019
Reproducción de una obra de Mariette Lydis que se expuso en el Museo Sívori en una muestra de 2019

La última es una fotografía de Pablo Pintor, que rinde homenaje al beso de Doisneau, pero en una obra en construcción en la ciudad de Buenos Aires. Hasta hace poco estuvo exhibida en su muestra Transeúnte, en FOLA. Personajes que retrata sin permiso, en su constante búsqueda de personajes.

"Secreto en la Obra", de Pablo Pintor, que hasta hace pocas semanas se exhibía en la Fototeca Latinoamericana Fola
«Secreto en la Obra», de Pablo Pintor, que hasta hace pocas semanas se exhibía en la Fototeca Latinoamericana FolaPablo Pintor

Le dijeron que si se dedicaba al arte iba a morir de hambre, viajó a Estados Unidos y hoy lidera el cambio cultural en Nueva York

Fuente: Infobae ~ Solana Chehtman suele contarle a sus nuevos alumnos del máster de Administración de Artes de CUNY, la Universidad de la Ciudad de Nueva York, la parábola de cómo la vocación se impuso en su vida contra todo mandato. A esta argentina que hoy es una de las protagonistas de la transformación de uno de los paisajes culturales más icónicos del mundo, cuando terminó la secundaria en el Nacional Buenos Aires la convencieron de que dedicarse al arte era una mala idea: “¡Te vas a morir de hambre! ¡Elegí una carrera con salida laboral!”.

Y entonces, siguió el manual: se anotó en Relaciones Internacionales, hizo una maestría en Políticas Públicas y entró a trabajar en el área institucional del Grupo Techint. Hasta que, a los 33 años, con todo un recorrido hecho, viajó a Nueva York para estudiar Política Educativa en Columbia, y algo cambió. “Me di cuenta de que la cultura y el arte podían tener un impacto igual o mayor al de la educación en la transformación social”, dice a Infobae en el bar del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, en un alto de una visita para ver familia y amigos junto a su hijo Max Astor, de cuatro años.

Astor es el nombre criollo que negoció con su marido americano porque además de argentino, era totalmente bilingüe y nadie le iba a cambiar la pronunciación. Instalada en el sur de Brooklyn, hace casi una década que vive en los Estados Unidos, donde con el tiempo también se casó y fue madre. Empezó haciendo pasantías en instituciones culturales, hasta que la llamaron para un trabajo temporario en la ONG Amigos del High Line, el parque público construido sobre las vías de un tren que atravesaba la ciudad, a más de diez metros del nivel de la calle. Aunque en los 90 se llegó a pensar en demolerlo, hoy es una de las atracciones del barrio de Chelsea, donde los turistas pasean y se mezclan entre locales que participan de diferentes programas comunitarios, porque se sienten parte.

Chehtman fue parte esencial de esa búsqueda de “conectar con los vecinos a través de proyectos culturales” que ahora continúa desde la dirección de programas cívicos del centro de arte The Shed. Pero tal vez el primer cambio fue personal: “Me animé a empezar de cero en un lugar completamente distinto, y dio sus frutos”.

"En el subte hay un afiche en el que estoy como parte de un equipo de selección de obra virtual", cuenta Solana

«En el subte hay un afiche en el que estoy como parte de un equipo de selección de obra virtual», cuenta Solana

–¿Cómo llega una argentina a ser parte de un proyecto cultural tan emblemático como el del High Line?

–Cuando entré era un proyecto que se había concentrado muchísimo en la reutilización de instalaciones públicas: se presentaba a sí mismo como un lugar lindo, un lugar de flores, un lugar para disfrutar. Pero no tenía mucha conciencia de quién iba o por qué. Y entonces se empiezan a preguntar: “Cambiamos un montón el escenario de la ciudad en esa zona, el área se desarrolló muchísimo, hay edificios de millones de dólares, y todavía tiene vivienda pública subvencionada muy cerca, con población incluso de clase media que no tiene ni donde comprar frutas y verduras porque todo es tan caro”. Se dieron cuenta de que su público había empezado a ser pura y exclusivamente turistas, y que eso era muy criticado. Querían empezar a pensarse como otra cosa. Yo fui parte de la gestión que decidió pensar el High Line como un espacio híbrido y como un espacio público, con todo lo que eso significa. Nuestro trabajo fue pensar cómo hacíamos para conectar con vecinos. ¿Qué cosas les van a atraer a ellos de este espacio? ¿Qué tenemos que traer acá para que sea un espacio donde ellos se sientan representados, interesados, incluidos, para que puedan participar activamente?

–¿Cómo te das cuenta de que una experiencia va a ser transformadora y convocante para una comunidad?

–Para mí lo más convocante son los artistas, a quien invites a trabajar con vos. Que sean artistas sean parte de una comunidad en sí misma, que traigan a su comunidad al espacio. Nosotros empezamos a trabajar exclusivamente con artistas locales, que fueran, en general, o emergentes o de mediana carrera, pero reconocidos por sus pares y por comunidades artísticas diferentes, que trajeran una perspectiva particular. Y los invitamos a pensar el espacio público activamente. Hicimos, por ejemplo, una serie de performances que se llamó Out of Line, inspirada por una vecina de High Line, porque cuando estaba en construcción, una de las luces estaba mal enfocada y daba directamente a su balcón. Entonces esta vecina, que había sido una música punk y fotógrafa, se quejó, y como nadie hizo nada, decidió invitar a sus amigos a hacer performances en ese balcón. Duró hasta que el administrador del edificio se lo prohibió. Pero nosotros sabíamos de esta historia, que era medio de culto, y decidimos rendirle homenaje, primero, invitándola, y después, con una serie de encuentros que traían la cultura de las calles de Nueva York y el pasado del High Line, que mientras estuvo cerrado fue un espacio de arte clandestino.

“Me animé a empezar de cero en un lugar completamente distinto, y dio sus frutos”, dice Solana  (Thomas Khazki)

“Me animé a empezar de cero en un lugar completamente distinto, y dio sus frutos”, dice Solana (Thomas Khazki)

–¿Qué pasa al revés, cuando el arte y la cultura no miran a la comunidad?

–Hay dos conceptos que me interesan mucho: uno es el de democracia cultural y el otro es el de resonancia. La idea de resonancia es como una llave que te permite descubrir un significado y un sentido de las cosas. Para mí el arte puede ser un espacio de reflexión y de espejo: poderme ver reflejado o poder descubrir a un otro. Hoy en día, además, me parece que desde estas mal llamadas minorías el contenido que se está produciendo y el cuestionamiento y las ideas son mucho más interesantes. Ya hemos tenido siglos y siglos de artistas hombres blancos. Y me parece que es el momento, desde los espacios culturales, de armar una plataforma de visibilidad para otras cosas. A eso definitivamente me dedico.

–¿Cuál es tu trabajo en The Shed en ese sentido?

–En The Shed el trabajo es similar en un contexto completamente distinto. The Shed es un espacio de artes multidisciplinario y en su misión misma está hacer todo tipo de arte para todo tipo de públicos. El esfuerzo que ellos hicieron desde un principio fue diversificar su staff y diversificar los tipos de proyectos culturales que presentan. Yo entré a trabajar dos semanas después de que abriera el espacio, con todo nuevo. Trabajamos con convocatorias para artistas emergentes, que es un rango que no tiene suficiente apoyo en Nueva York ni en ningún lado, y es donde hay un montón de libertad para imaginar cosas por fuera de todo lo existente. Es un espacio de experimentación y de creatividad alucinante. Ellos ya tenían una idea de descentralizar la mirada cultural, invitando a distintos panelistas y reviewers de todos los sectores a evaluar propuestas. Aprendimos muchísimo de diálogo con los artistas. Vamos por la segunda edición del Open Call y logramos subir casi al doble la cantidad de gente que se presentó, aumentar muchísimo la cantidad de proyectos de artistas que se identifican como latinos y como discapacitados. Realmente hubo mucho trabajo en pensar “¿Quién falta? ¿Quién no está representado? ¿Cómo hacemos para llegar a ellos?”.

–¿Hacen convocatorias pensando específicamente en incluir a determinados públicos que son o fueron habitualmente marginados?

–No. Hacemos una convocatoria abierta, porque es una organización muy mainstream. Pero cuando pensamos a qué colegas vamos a invitar, incluimos a quienes trabajan con artistas que se dedican a eso específicamente, porque son nuestros embajadores. Pensamos, por ejemplo, que nos faltaba gente del Bronx, que es un área de Nueva York que tiene un montón de artistas, pero que en general están subrepresentados; entonces decidimos invitar al Consejo de las Artes del Bronx. Hicimos lo mismo con CUNY, la universidad pública de la ciudad, para que los artistas vinculados a la educación pública también se sintieran invitados. Me parece que la estrategia en el medio es lo que cambia el resultado más que como uno lo presenta. Después, la selección final es definitivamente muy diversa y los proyectos son sumamente diversos en términos de disciplinas en todos los términos.

En el High Line

En el High Line

–¿Cómo cambió la cultura comunitaria con la pandemia y el aislamiento? ¿Qué desafíos impuso?

–El arte y la cultura son una de las principales industrias de Nueva York, y todo se tuvo que reprogramar. En The Shed éramos nuevos. Entonces vimos, en primer lugar, una oportunidad muy grande de apoyar económicamente a los artistas que son en general profesionales independientes que no iban a tener las mismas redes de seguridad que otros profesionales. En segundo lugar, nos interesaba que los artistas, que son personas con una sensibilidad y una capacidad de articular lo que estamos viviendo todos, pudieran crear activamente y ayudarnos a los demás a entender lo que estaba pasando. Y en tercer lugar, era una oportunidad de conectar con estas nuevas audiencias y brindarles un espacio de intercambio en un momento en que estaban aisladas. Veíamos que muchas organizaciones compartían material existente casi como un entretenimiento, y a nosotros nos interesaba algo distinto: generar un lugar de encuentro y reflexión.

–¿Y cuáles fueron los proyectos más interesantes que resultaron hasta ahora de ese espacio?

–Lideré el proyecto Up close, que se propuso invitar a artistas que considerábamos de nuestra familia para hacer proyectos digitales, que muchos no habían hecho nunca. Uno de mis favoritos es el de dos músicos que habían participado en proyectos muy distintos y se reunieron por zoom –cuando la pandemia recién empezaba– para hacer la ceremonia de duelo del abuelo de uno de ellos que acababa de morir y no podían despedir por las restricciones del Covid. Otro muy interesante fue pensando en cómo vivieron la pandemia artistas con discapacidad. Lo hizo un colectivo que se llama Brother Sick, que contó en una pieza documental su experiencia con enfermedades crónicas durante la pandemia, y cómo nunca pudieron realmente aislarse porque tuvieron que seguir yendo a sus citas médicas. Ellos tomaron la accesibilidad como arte en sí mismo, porque son una comunidad que históricamente tuvo que armar sus propias redes de cuidado; las herramientas que nosotros aprendimos a usar ahora, para ellos eran cotidianas hace muchísimo. Y ahí también está lo que te digo de las “mal llamadas minorías”: lo que no suma es ver a estos grupos como necesitados, sino pensar qué pueden aportar, qué traen. Estamos pudiendo ver ahora que hay décadas de arte y pensamiento que no se mostraban. Pero no se trata solo de abrir la puerta, sino de dar lugar para que todos puedan aportar lo suyo.

En el MAMBA durante su visita a Buenos Aires (Thomas Khazki)

En el MAMBA durante su visita a Buenos Aires (Thomas Khazki)

–Vos misma te presentás como mujer, latina, firmás con tu pronombre She/Her, ¿esa identidad hoy te juega a favor o en contra?

El tema del género fue un descubrimiento generacional, allá se usa hasta cuando llegás a una reunión, para evitar equivocaciones. En cualquiera de los programas públicos que presento, yo arranco por decir “soy mujer, latina, tengo el pelo así…”, incorporamos identificaciones visuales, lenguaje de señas. Como inmigrante, tengo una posición muy privilegiada, porque estoy documentada, tengo un marido americano que me puede ayudar, estoy educada, pero eso no quita que navegar todo el sistema de seguridad social, el sistema médico y la escuela pública, es muy difícil: son todas cosas que te hacen vivir la vida como inmigrante. ¿Si es un beneficio hoy ser mujer y latina para alguien como yo? Sí, pero no: porque una cosa es ingresar, otra que te incluyan en la mesa de toma de decisiones, y una tercera es que te escuchen y que te hagan caso. Sí, ahora ingresamos, pero todas las otras barreras siguen existiendo. Formar parte, que te presten atención y liderar el cambio siendo mujer y latina todavía es muy difícil.

–¿Hace cuanto no venías y cómo encontraste a Buenos Aires?

–No venía hace un año y medio, por la pandemia. Vengo mucho y me encanta Buenos Aires. Tuve la suerte de vivir acá en una época donde la cultura independiente me marcó, desde las fábricas recuperadas, a los sellos de música independiente. Me parece que eso sigue vivo y bien, veo todo lo que pasó con el movimiento feminista y de género, en general; con Justicia Museal, Identidad Marrón, ¡hay muchísimas cosas súper interesantes pasando! En las instituciones culturales también hay cosas muy buenas, aunque me encantaría ver más centralidad de las audiencias y de los públicos como agentes de participación, de cambio y de diálogo. Acá mismo, el MAMBA es un buen ejemplo de una institución que trabaja mayoritariamente con artistas locales contemporáneos y apunta a desarrollar públicos diversos. Estoy siempre fascinada por todo lo que pasa en Buenos Aires, que creo que es lo que hoy me permite hacer mi trabajo allá. Yo no me fui de la Argentina desencantada: si pude hacer este recorrido es también gracias a la formación que tuve en mi país.

El color negro articula una notable exposición

Fuente: Ámbito ~ Laura San Martín, directora de ODA Oficina de Arte, señala en el texto que acompaña “Oda al negro” que la muestra busca suprimir el detalle, realzar la armonía, descubrir la sensibilidad pura en la forma pese a que el color negro la libera de todo dramatismo.

La semana pasada, en esta página, se habló de una muestra en la que el blanco y el negro son protagonistas. En una rara coincidencia, la elección de este cromatismo se deba quizás al intenso ruido exterior al que estamos sometidos, la sobrecarga de información en tiempos tan conflictivos, por lo que la elección responde a un repliegue interior, una búsqueda de lo esencial, sin alardes ni piruetas de colores. La arquitectura de la luminosa galería se presta para entablar un diálogo con las obras de los artistas convocados, rodeados por el silencio.

Osvaldo Decastelli es un artista conocido por haberle dado status artístico al cartón corrugado. Lo ha dotado de dignidad desde sus primeras esculturas y objetos hasta llegar al hueso, de origen orgánico, de este material. Con placas radiográficas que revelan su interior, logra un sutil juego geométrico. María Torcello es una escultora autodidacta que cultivó lazos con escultores como Jorge Michel y Jorge Gamarra. Tallado y pulido, la forma y el espacio vacío están en la esencia de su búsqueda de la pureza de la forma. Utiliza el Shou Sugi Ban, técnica japonesa del quemado de la madera, dotando a sus obras de un color negro intenso.

Rocío Copolla (1965-2020). Una semilla, un fruto, crines de caballo, telas de araña, materiales maleables con las que construye en el aire una escultura blanda, transparente. Su método era entretejer ideas y así van surgiendo estos “dibujos” en el espacio, impredecibles, formas orgánicas que se expanden y van creciendo casi de manera salvaje, etéreas. Adriana Kogoi deja huellas sobre un entramado en el que se descubre el intenso trabajo de raspar, pintar, volver a raspar. Son gestos que intentan ocultar recuerdos, vivencias o, por el contrario, dejar constancia de todo lo vivido a la manera de un palimpsesto donde puede seguir escribiendo su historia.

Es probable que una frase del trompetista Miles Davis, “Para mí, en la música y en la vida, todo es estilo”, esté en la base del extraordinario retrato suyo que presenta Felix San Martín. También captó el aire reconcentrado, la mirada penetrante y aguda del irlandés Samuel Beckett, que era capaz de pasar una hora frente a una sola pintura, observarla hasta en sus más mínimos detalles. Otro retrato para destacar es el de Patti Smith, a la que instaló en ese mundo dual de oscuridad y luz en el que vivimos los seres humanos.

El gran fotógrafo argentino Diego Ortiz Mugica, reconocido internacionalmente por retratar la belleza de áreas protegidas, paisajes neblinosos, ríos, glaciares, situaciones con personajes, en místicos blancos, negros y grises, presenta su serie “Básicos”, en la que hace alarde de un extraordinario contraste de luz y sombras en objetos que parecen encerrados en envases de vidrio. Rosana Schoijett, artista de vasta trayectoria cuyas fotografías dan lugar a múltiples interpretaciones, presenta perfiles, siluetas, como si fueran retratos en negativo que remiten a esas imágenes enigmáticas, que se conservaban celosamente en camafeos.

Dos policías encuentran por casualidad una escultura romana robada en Italia

Fuente: Clarín ~ Italia ha recuperado una escultura romana del siglo I a.C robada hace una década gracias a la labor de dos agentes de los Carabineros (policía militarizada) que la encontraron por casualidad en un anticuario de Bruselas.

El cuerpo de Carabineros para la Protección del Patrimonio Cultural informó hoy en un comunicado del hallazgo de esta estatua de mármol de dos milenios de antigüedad que representa un «Togatus», la figura de un hombre ataviado con una toga, pero sin busto.

La pieza, valorada en unos 100.000 euros (unos 120.000 dólares), había sido robada en noviembre de 2011 del lugar en el que se encontraba, la villa Marini Dettina de Roma, y desde entonces se había perdido su rastro.

Sin embargo, ha sido posible localizarla y recuperarla gracias a la labor de dos agentes de los Carabineros.

Estos se encontraban en Bélgica para otra investigación internacional cuando una tarde, una vez concluido su servicio, vieron una figura de mármol «probablemente proveniente de Italia» mientras paseaban por el barrio Sablon de Bruselas, lleno de anticuarios.

Movidos por la sospecha, empezaron una investigación al regresar a Italia comparando las imágenes que tomaron en Bruselas con los archivos de su banco de datos de tesoros sustraídos ilícitamente, lo que permitió identificar esta estatua como la robada.

Fue entonces cuando la Fiscalía de Roma ordenó su incautación, en colaboración con autoridades europeas y belgas, y se lograba su devolución a Italia el pasado febrero.

La investigación ha sacado a la luz un tráfico ilícito de bienes culturales por parte de un comerciante italiano que usaba un pseudónimo español y que ya ha sido remitido a la Fiscalía de Roma por receptación de bienes robados y exportación ilícita.