El arte rosarino salió del suburbio al mundo

Página 12 – La muestra curada por Guillermo Fantoni da cuenta de la transmisión de saberes entre artistas. Puede verse hasta el 26 de junio en la Fundación San Cristóbal.
El aniversario 120 del nacimiento de Antonio Berni dio pie a múltiples exposiciones en su homenaje, algunas muy vistas y otras que merecen ser descubiertas. Tal es el caso de Travesías: Berni, Gambartes, Grela en la colección Neuman. Con curaduría de Guillermo Fantoni, la muestra puede visitarse hasta el 26 de junio, de lunes a viernes de 11 a 19 en el Espacio Multicultural de la Fundación San Cristóbal (Italia 646, Rosario).
Doctor en Humanidades y Artes por la UNR, investigador y profesor titular de Arte Argentino, autor de libros sobre Berni y otros artistas de su tiempo, Fantoni cuenta con una reconocida e impecable trayectoria como historiador del arte, curador y editor, y es especialista en la obra del pintor y grabador rosarino. Cada producción que lleva la firma de Fantoni garantiza un recorrido de lectura sobre cómo lo sensible artístico de la obra se articula con las condiciones culturales de su época. Esto se plasma una vez más en su nuevo y excelente texto de catálogo.
La decisión curatorial de acompañar las obras de Berni con producciones datadas en períodos cercanos por dos pares jóvenes muy destacados, Juan Grela y Leónidas Gambartes, da cuenta de una sociabilidad entre pintores y de una transmisión de saberes entre tres artistas modernos. El curador cita en su texto de catálogo una entrevista a Berni por José Viñals publicada por una galería de arte porteña en 1975. Ante la pregunta por sus pares pintores, Berni menciona a dos de sus colegas en el mural de Siqueiros de 1933; luego, a los dos que lo acompañan aquí. «Spilimbergo, [Juan Carlos] Castagnino, han sido buenos amigos; muchachos jóvenes también, como Grela y Gambartes en Rosario, gente con la que nos veíamos cotidianamente y compartíamos los mismos o parecidos intereses», responde a sus 70 años; el «muchacho» Grela tenía 61.
Son, no obstante, ricamente diversas estas «Travesías». Si algo tienen en común los tres artistas es la decisión de emprender cada cual un camino propio, novedoso, fiel a una búsqueda personal. De esta diversidad, de esta «tradición de ruptura» (término de Fantoni) se nutre el arte rosarino, que en el tercer cuarto del siglo XX albergó personalidades poderosas y singulares como estas. Las obras reunidas en las salas de la exposición, seleccionadas por el curador, pertenecen todas a la colección del médico psiquiatra Mauricio Isaac Neuman, quien logró reunir más de 3000 piezas en Buenos Aires, de cuya escena cultural y artística fue un actor clave. A raíz del encuentro de Fantoni con Eliseo Neuman, hijo del coleccionista, surgió la posibilidad de esta muestra, lograda con el vital apoyo de Alfredo Cherara, gestor de las salas de la Fundación San Cristóbal.
En la sala que da a la calle, ocho grabados de Berni, realizados en una original técnica mixta gráfica de gofrado combinado con xilocollage, lo revelan en un aspecto excéntrico, muy poco visitado: no como el creador de Juanito Laguna o Ramona Montiel (personajes situados en escenas urbanas cuyas matrices hechas con desechos se pueden apreciar como parte de la muestra en su homenaje en el Museo Castagnino de Rosario) sino como un viajero que juega con un tema ibérico: la tauromaquia. Del Mediterráneo se trae a Buenos Aires unos exóticos toreros, obispos y damiselas, figuras de ojos hieráticos que sirven de excusa para desplegar una sensual pasión por exhibir lo real del volumen de la materia del papel. También se pueden ver retratos de precisión realista, combinados con diversas materias con las que experimentaba. Estas obras están fechadas a fines de la década de 1960 o a comienzos de la de 1970.
Si Berni, para lograr unos trajes de luces recargados de ornamentos, toma como punto de partida unos materiales encontrados y se pone a jugar con ellos resignificándolos (son estas unas obras muy lúdicas, alejadas del tono grave y hasta trágico de la muestra municipal), Grela por su parte geometriza la figura humana haciendo un uso único de la técnica de la témpera, mientras que Gambartes inventa la fórmula del cromo al yeso para lograr sus «Mitoformas», inspiradas en mitologías de los pueblos aborígenes del territorio. Sus figuras fantásticas, visiones de leyenda, recrean en una técnica experimental y en un lenguaje moderno un acervo precolombino en peligro. Los colores mate evocan la tierra, y las figuras zoomorfas aluden a las que aparecen en el antiguo arte de la cerámica que esas culturas practicaban. Se incluyen en la primera sala, junto a unas tres pinturas en cromo al yeso, dos tintas sígnicas: formas firmes dibujadas a pincel que remiten al arte de su tiempo y a las raíces.
Por su parte, Juan Grela explora los arrabales de la zona sur de la ciudad para conocer a sus habitantes, cuyos rostros mestizos representa con la dignidad humana y la síntesis plástica lograda luego de formarse como autodidacta en el «universalismo constructivo» de Joaquín Torres García. Pero no se queda en el cómodo lugar de discípulo del maestro moderno uruguayo, sino que elabora su propio lenguaje visual y poético, en el que deviene maestro de maestros a su vez. La geometrización, en las cuatro pinturas de Grela que se exponen en la antesala, parte de una imagen figurativa reconocible pero no la enfría ni la diluye, sino que intensifica su carácter y expresión, llevándolo a un nuevo mundo de fantasía. La boina de un personaje de perfil semeja un pájaro echado en su cabeza; una mujer menuda parece comprimirse en un rectángulo. Un caballo junto a un árbol irradian una gracia cercana a lo «ingenuo», como si Grela tratara de desandar el camino académico. Es bajo una especie de llovizna de colores quebrados (tierras o violetas oscuros, penumbrosos verdes) como condensa la vida en los barrios del sur de Rosario allá por 1958.
«Esta exposición homenajea al artista, pero también es un tributo a Rosario, a la ciudad que albergó, entre 1920 y 1936, su primer ciclo creativo», afirma el curador en referencia a Antonio Berni. Adentrarse en las otras salas de la muestra permite acceder a tesoros pictóricos de aquella época, a sus vistas metafísicas de los arrabales que serían luego eclipsadas por el surrealismo del viaje a Europa. Lo que vemos aquí es un Berni joven, antes del giro copernicano europeo; al Berni paisajista por quien expresó admiración (H)Erminio Blotta en su artículo de 1925. El rosa de un rancho, la materia de la maleza, prefiguran gestos posteriores y contrastan con la mirada tan distinta de Juan Grela sobre los confines, plasmada en un biombo casi abstracto con una paleta reducida a tres colores. Grela condensa rostros en una témpera de 1968 con una línea que es casi una escritura. Y hay otro Grela más, surrealista y casi final, como si los caminos de él y de Berni se cruzaran en las travesías por su siglo. Es fascinante seguir a Gambartes, quien pasa de retratar en un registro realista el suburbio de Rosario a zambullirse en un mundo rural y aborigen. Se asemejan el color y la composición, pero él es otro. De nuevo el exquisito trazo a tinta deja huella genuina de su exploración. Son tres aventuras, tres hombres de su tiempo. Y son de acá.