Fuente: Perfil – La Bienal de Arte de Venecia es un evento internacional referente del arte contemporáneo, que se realiza en Italia desde hace 120 años aproximadamente. Bajo el título ‘Extranjeros en todas partes’ y con curaduría del brasileño Adriano Pedrosa, la 60a edición inauguró el pasado 20 de abril y podrá visitarse hasta el 24 de noviembre.
La exposición internacional de arte se despliega en el Pabellón Central Giardini (antiguos jardines reales) y en el Arsenale (antigua base naval, devenida en lugar de exhibición). Con un total de 331 participantes, se divide en dos secciones: el Núcleo Contemporáneo y el Núcleo Histórico. Es también la única Bienal que mantiene la estructura de representación mediante pabellones nacionales, con 87 países representados en los históricos Pabellones de Giardini, en el Arsenale y en los alrededores de Venecia.
Fui invitado a participar en la apertura del Pabellón Argentino, ‘Ojalá se derrumben las puertas’, de la artista Luciana Lamothe, instalación curada por Sofía Dourron y que representa a nuestro país en el evento.
Entre muchas de las cosas que me dejó la asistencia a esta Bienal, es interesante ver cómo la comunidad argentina que circuló en la apertura echó un poco de luz a la oscura realidad actual, comulgando en relación con un mismo misterio: nuestro presente. Un presente que se instala en su modo poético como provocación, pero también como una evocación del pasado porque como ya sabemos: lo mejor está por venir.
Y como parafraseando el título o hipótesis del curador Adriano Pedrosa (por cierto, es la primera vez que la Bienal tiene un curador latinoamericano), ‘Extranjeros en todas partes’, no había sitio hacia el que mirara en el que no resonara ese estilo tan particular que tenemos los argentinos.
Acompañando la inauguración del envío argentino en la cita protocolar; aportando textos al catálogo oficial; en la producción del pabellón de Canadá; en reuniones informales de agentes del arte latinoamericano, guiando y adoctrinando (sic) grupos; representando prestigiosas organizaciones americanas (y también europeas); dando cuenta de lo que pasaba para distintos medios de comunicación; disfrutando como público en general; agitando el grupo de WhatsApp que tenía ‘la’ data (y los bares), y procurando intercambios comerciales (y de cualquier otro tipo también, ¿por qué no?). Y sin lugar a dudas, con la participación récord de artistas argentinos exhibidos.
Pero esta nueva edición me dejó también una serie de interrogantes: ¿Será producto de una asociación libre –solamente– pensar que el curador leyó el libro de Mercedes Halfon sobre Witold Gombrowicz o que la escritora argentina conocía la obra del colectivo parisino Claire Fointaine? Me lo pregunto porque tanto la Bienal como el libro y la obra tienen el mismo título. ¿Somos siempre extranjeros? ¿Es la Bienal una especie de juego de sábanas y el sistema del arte argentino una camita de una plaza, estilo Procusto? ¿Cambiar el comité de selección del artista o el curador principal garantiza un gran manto que ‘cubra’ todas las expectativas de los agentes del arte autóctonos? ¿Cómo nos interpelan estos grandes actos sensibles en relación con la realidad que atravesamos en materia de cultura y sociedad en nuestro país?
Más allá de mis dudas y la propia atención flotante, es interesante rescatar el foco de esta nueva edición que estuvo asentado en los artistas extranjeros, inmigrantes, expatriados, diaspóricos, exiliados, oprimidos, refugiados y una larga lista de etcéteras.
La migración, la descolonización y lo queer son sus temas centrales y buscan reflexionar a partir de la yuxtaposición deforme de estas experiencias, sabidurías, miserias y también –y sobre todo– de su obrar en las artes. Intuyo que las operaciones globales de algunos a los que nos repercute lo anterior, decantarán hacia nuevas redes, conexiones, asociaciones, colectivos, comunidades, nuevas preguntas e hipótesis para discutir, procesar y seguir trabajando.
El curador y la Bienal como un todo, visibilizan y ponen en valor cientos de artefactos y organismos diversos, que fueron borrados por las matrices dominantes del geopensamiento. Que esto nos sirva de disparador para evitar que borren las nuestras. Como me dijo Sofia Dourron, la curadora del envío oficial argentino: “La cultura es identidad que se sostiene con instituciones. Sin éstas, desaparece”.