Fuente: Telam – La muestra «Caraguatá y Esperita» renueva alrededor de 90 obras realizadas por la artista desde los años 1990 hasta fechas más recientes, entre óleos, acuarelas, cerámicas y objetos, con curaduría de Roberto Amigo
La naturaleza y el río como ciclos de vida trocaron no solo en intensidad la paleta de colores de la artista Marcia Schvartz sino su temática entre fines de los 80 y los 90, un cambio que le significó críticas y rechazo ante la nueva obra que luego de tres décadas se instala renovada en la muestra «Caraguatá y Esperita» dedicada a ella en el Museo de Arte Tigre hasta julio.
Alrededor de 90 obras realizadas por Schvartz desde los años 1990 hasta fechas más recientes, entre óleos, acuarelas, grabado cerámicas y objetos, pueblan las salas trayendo reminiscencias del río como ámbito propicio de su experiencia artística íntimamente ligada a lo cotidiano y su vida, con curaduría de Roberto Amigo, conjugando esa proyección propia del museo en su territorio y comunidad.
Obras como Acerca del descubrimiento y ¿Dónde estás ahorita, descansas?, ambas de 1991; Esperita y Pajarito, de 2005; la escultura India de papel maché o su Ondina, de 2016, expuesta en la muestra Inferno en 2020; así como las piezas cerámicas policromas Mbucuruyá (1997) o Flor Zucca (2022) se instalan hasta las vacaciones de invierno invitando a recorrer un imaginario tan exuberante como la vegetación y el río que los inspiraron.
El museo se puebla de camalotes, flores, pájaros, cuerpos desnudos y polillas en ese Caraguatá y Esperita, que sintetiza en su nombre el tiempo que la artista vivió en el delta del Tigre, primero alquilando una casa junto a su amiga Liliana Maresca hacia 1987, y luego en su propia casa.
«El encuentro con la naturaleza que viví en el Caraguatá me cambió muchísimo la paleta, incluso la temática porque están todas esas indias en el río»Marcia Schvartz
«La obra de Marcia siempre presenta desafíos y más cuando se hace un recorte preciso porque es un artista muy prolífica», indica Amigo a Télam sobre la exposición monográfica que trabaja obras pensadas por Schvartz en el Delta generadas desde la idea del río «tal vez, sus primeras obras donde sale del tema urbano, para plantear la idea de una pintura americana que cuenta de una belleza propia».
Sobre su estadía en el Tigre, Marcia indica a Télam que iba y venía, «cuatro veces por semana estaba allá y a veces me quedaba 15 días pero tampoco podía, no me daba la plata», dice sobre esa casa grande que habían alquilado con Maresca y compartieron, sin energía eléctrica, «era medio estar en el campo» y el objetivo era «salir un poco de la ciudad».
Una exigencia relacionada a su hijo pequeño y la necesidad del «contacto con la naturaleza» además de una urgencia por salir de la ciudad tan intensa de los ´80, «una necesidad bárbara del verde, de salir de la ciudad y Lili también; ella consiguió la casa y la alquilamos juntas. La casa era enorme, divina, pero no tenía comodidades», cuenta Schvartz.
Con el tiempo «cuando Lili se enfermó dejamos la casa, y después me fui a vivir a Córdoba», pero «siempre con la idea de tener una casa propia», algo concretado con la compra de la casa en el arroyo Espirita, «muy chiquita, de madera, con parque», que tuvo durante 15 años.
Fueron tiempos de crear con acuarelas y óleos chicos, mientras las pinturas grandes las trabajó en el taller por la dificultad de trasladar los lienzos, «pero la inspiración venía de ahí» apunta la artista que viene de publicar el libro Marcia Schvartz Dibujos.
«La obra de Marcia siempre presenta desafíos y más cuando se hace un recorte preciso porque es un artista muy prolífica»Roberto Amigo
¿Hay un cambio en las obras en las dos etapas en Tigre? «Pasaron muchos años, yo fui cambiando. El encuentro con la naturaleza que viví en el Caraguatá me cambió muchísimo la paleta, incluso la temática porque están todas esas indias en el río, cambié un montón, incluso me iba muy bien con los retratos grandes como el de Batato Barea, Gustavo Marrone, lo más conocido. Pero cambié la paleta y empecé a trabajar sin modelo», explica.
El rechazo ante esta nueva obra por parte de la galería o la gente que en ese momento le dio la espalda «fue bastante fuerte», pero agrega que «por supuesto» eso nunca le imposibilitó seguir trabajando» aunque la «acusaban de indigenista», sobre lo que sostiene que es «algo que todos chupamos estando en Argentina». Y en esa mirada sobre lo local y lo popular también están como antecedente ese registro realizado de «las viejas en los balcones» que retrató en Barcelona durante su exilio.
Poco amiga a las invitaciones para hablar sobre su obra, en cambio, sí participa en charlas o talleres en las escuelas «porque ahí hablo de pintura» dice diferenciando: «Me parece que la pintura tiene eso inefable que está todo ahí, no te lo puedo describir», y sugiere que «las indias tienen que ver con la pulsión de muerte, sí, pero también tienen que ver con el erotismo, con la vida, el paisaje, es una mezcla».
«Esa es la maravilla de la pintura que pasa por encima del lenguaje, o por el costado», dice riendo.
Sobre la interpretación de su obra identificada con la «pulsión de muerte» sostiene que se lo dicen mucho, «y es verdad, porque es un tema que siempre tuve, la muerte» y aquí cita su serie Fondo con «todos esos cuerpos en el mar», pero toma distancia y reflexiona «pero el río es muy filosófico, empezás a mirar el río y ves que las cosas pasan, incluso la naturaleza, como un árbol que se cae y después brota de ese árbol otro, y entendés que hay un continuo de las cosas. Y aparte, el Tigre es un lugar lleno de fantasmas. Voy al Tigre ahora y se me aparece mi papá del que tiramos las cenizas en el río».
«Hay una pintura expuesta que se llama ¿Dónde estás ahorita, descansas?» porque «en el Tigre vi una imagen de mi amiga Hilda que la mataron en la Esma», cuenta.
La primera vez que fue al Tigre lo hizo con su amiga Hilda Fernández, desaparecida en 1977, a una fiesta de la JP en el Sindicato de Publicidad: «Y ahí fue la primera vez que estuve en el Tigre, estaba con Hilda», se interrumpe y prosigue: «Uno con las amigas tiene una conexión muy profunda y cuando se mueren es como que se murió un cacho tuyo, por lo menos en mi caso, y creo que a todos nos pasa pero hay gente que no le da bola y otros que nos enrollamos con eso».
«Además de eso hay muchos paisajes hermosos, flores, mariposas y polillas, y la noche. Hay muchos nocturnos, porque en el Tigre podés ver la noche, en la ciudad no la ves, es una noche falsa, en cambio ahí que no teníamos luz todo era ver esos atardeceres, ver como va cambiando el río, el color, y a mi todo eso me volvió loca, me cambió muchísimo la paleta, y después», reflexiona.
Para la artista, fue su encuentro con el libro El agua y los sueños de Gastón Bachelard, un autor que ponía en palabras lo expresado por ella en sus obras: «Habla del agua como la vida, la leche, lo materno, de los juncos como muertos como esos que parecen pelos que crecen en las orillas. Todo eso lo había pintado pero nunca le había puesto palabra», dice.
El río es una síntesis de «vida que pasa, los ciclos, los troncos flotando a la deriva que son cuerpo también, son el cuerpo de un árbol que se va no sabes a donde, se pudre y se transforma en otra cosa. Todo eso me pasó mirando la naturaleza», explica.
¿Y la cerámica? «En la muestra hay mucho, y ahí también Bachelard me aclaró mucho porque estás trabajando como si fuera carne, creando del barro, es el mito de la creación, estás ahí con las manos metidas en el barro creando mundo. El barro es algo increíble», afirma Schvartz.
«Siempre me gustó la escultura», agrega y menciona a su India que también expone hecha en cartapesta de tamaño natural sobre una hamaca realizada para la muestra colectiva La Conquista (1991) en el Centro Cultural Recoleta, con foco en el mestizaje, para ese aniversario de los 500 años del gran genocidio americano.
«Incluso hay un cuadro icónico Acerca del descubrimiento expuesto que es del Museo Nacional el Bellas Artes, es una indiecita que descubre su menstruación», una obra que disfruta al verla expuesta después de tanto tiempo.
¿Cambiarías algo de ese tiempo en el Tigre? «Cambiaría todo, por empezar que no se hubiese muerto nadie. A esa casa venía mucha gente que ya no está, venían muchos amigos, había una cosa de grupo, generamos cosas como La Kermesse, La conquista, trabajaba mucho con El Búlgaro, un montón de gente que fue fundamental para mí y que ya no está. Y después te las rebuscás como podés, conocés a otra gente, pero esas conexiones así de joven y habiendo pasado momentos tan fuertes son irrepetibles», dice.
También está la serie de pajaritos muertos expresando que «con todos mis amigos que se estaban muriendo de sida», se encontraba un pajarito muerto en el Tigre y lo pintaba, como si fuera «una manera de exorcizar todo eso, los pintaba rodeados de flores, les hacía como un pequeño entierro pictórico».
Y sobre esos cuerpos que pinta metamorfoseando en naturaleza y los cuellos hacia atrás, refiere: «también es el éxtasis, la muerte, pero también es el erotismo y el erotismo está cargado de muerte, no jodamos con esa simplificación» que «la gente vive como cosas totalmente separadas y no lo son, incluso en el lenguaje existen y en la imagen mucho más». Y agrega que la plástica permite esa «metáfora» de los «troncos a la deriva, que también son vidas que ya no están».
Lejos de presentar obras que apelan al humor o el «realismo grotesco», explica Amigo, se expone esa «relación con la naturaleza y con los sujetos, porque cuando representa esos rostros angulosos, vivenciales, empoderados son cuerpos que están subsumidos dentro de la naturaleza», que «no los presenta como tipos del pasado ni de un indigenismo político, sino como una unidad del cosmos a punto de ser perdida».
El curador sostiene que «ciruelos, camalotes, clivias, cañas de ámbar, magnolias, semillas no buscan la precisa fidelidad del botánico, sino la veracidad del contacto sensible con la forma», y destaca que llevados desde lo pictórico, la «naturaleza vegetal integrada al ser se despliega en la intimidad manual de la cerámica».
Caraguatá y Esperita podrá visitarse en Av. Paseo Victorica 972, Tigre, de miércoles a domingos y feriados de 13 a 18, hasta vacaciones de invierno, con una entrada general de $500.