Cuando las paredes hablan


Fuente: Perfil – A simple vista, probablemente no todos sepan quién es Fernando Salimbene (alias Nandon), pero seguro que cada uno de los porteños conoce un poco a Nandon, aunque sin saberlo.

¿Quién no ha leído “Vendo mi ego” en las calles de la Ciudad de Buenos Aires? Sus frases son populares, así como lo son sus expresiones artísticas. Y como el arte –dicen– es una extensión del artista, se podría afirmar, por lo tanto, que todos conocen un poco de Nandon.

“Inevitablemente, por la repetición y la cantidad, he generado que mi trabajo forme parte del paisaje urbano, sobre todo en las ciudades donde más he colocado, que son CABA y Mar del Plata”, dice Nandon. “No alcanza con ser linda”, “¿Esto no termina nunca?”, “La verdad no tiene precio”, son algunas de las oraciones que se leen en los carteles que el artista coloca con líneas de su autoría, fondo verde y letras mayúsculas en rojo. 

“Desde una oferta, hasta la urgencia de visibilizar un reclamo, los letreros siempre fueron para eso: una intención explícita de querer decir algo. Logré utilizar un soporte ya conocido como los carteles y comunicar una idea a través de mis intervenciones. Me gusta cuando se mezclan con los distintos letreros de todo tipo que hay por las calles”, reconoce el artista. 

“Lo que quiero es que la gente se detenga a leer los carteles. El siguiente paso es que los haga pensar, y con eso, ya tengo mi objetivo cumplido. Con “Vendo mi ego” –hace referencia a su cartel más popular– pude generar cierto cuestionamiento sobre la valoración de nuestro ego, si es bueno o es malo, y si está bien deshacernos de él por dinero, incluso también apelando a una crisis económica, o si debemos mantenerlo con nosotros como herramienta para la superación personal. 

El humor en los carteles sigue siendo otro canal para facilitar la llegada del mensaje”, explica. 

Son muchos los “vendos” que Salimbene propone para reflexionar, “Vendo mi Instagram”, por ejemplo. ¿A cambio de qué? Con su verbo distintivo, hay algo con lo que Fernando no comercializa: “Mi memoria no se vende”. Con esa frase, pintada manualmente, pegada a los postes de la Ciudad, Nandon puso su grano de arena para frenar al olvido a 28 años del atentado a la AMIA. Queda claro que sus intervenciones tienen un componente más que profundo. 

“La presencia de lo casi olvidado ‘hecho a mano’, y no menos importante, las frases escritas en ellos hacen que a la gente le llame la atención mi cartel”, reconoce. ¿Y quién habla? ¿Fernando o Nandon? “Es la voz de mi persona dicha por un personaje, que es Nandon. No puedo escapar de ser yo mismo. Me deja tranquilo que lo que hago viene de una parte muy dentro mío, que trabajé y saqué al exterior de una forma sencilla para que las personas puedan leerlo e interpretarlo fácilmente”, relata. 

“Genero, así, empatía y coincidencia con el público, porque como artista soy parte de una sociedad y una de mis tareas es analizarla; me toca captar lo que sucede en el ámbito de lo urbano, sin dejar de lado el ida y vuelta que nos trae el recurso de las redes sociales”, añade. 

La calle. El espacio en el que ocurren las intervenciones de Nandon, y de tantos otros artistas, es fundamental para su análisis. Es en la calle, en el espacio público. De todos, de nadie, ¿de quién? En el texto Política de calle y contrahegemonía los investigadores Margarita López Maya, Nicolás Iñigo Carrera y Pilar Calveiro, editado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), dicen: “Desde los tiempos mismos en que se constituyeron estas sociedades se hizo de la interpelación a las autoridades desde la calle un recurso recurrente”. 

El arte callejero es imposible de evitar. De esto se diferencia el arte urbano del que está, por ejemplo, en un museo: a la exhibición hay que ir, la calle, en cambio, sorprende. Para visitar la obra de los artistas callejeros basta con vivir el día a día, dar una vuelta a la manzana. Quienes estén atentos estarán dispuestos a encontrar las piezas distribuidas por las ciudades, y será como una sorpresa obligada, inevitable, un espectador forzado, para quienes los tome de imprevisto. Al estar en un espacio transitado, la obra es objeto de múltiples interpretaciones.

En su trabajo Protesta, arte y espacio público: cuerpos en resistencia, la doctora en Antropología Social Andrea Lissett Pérez y la doctora en Traducción y Traductología Andrea Montoya, ambas de la Universidad de Antioquia, Colombia, puntualizan la relevancia de los lenguajes estéticos para pensar al arte, los artistas y participantes como agentes de la acción social. 

Las obras, carteles, grafitis, murales, son pintadas en el espacio público, y, en ese momento, la pieza se convierte en parte de la calle. Este tipo de arte coincide, además, en que el espacio público es el territorio histórico de protestas y reclamos. Las piezas de arte urbano son, en su mayoría, una denuncia. El lienzo es la pared de un comercio, la entrada de una plaza, la reja de una panadería, un poste de semáforo.

Arte salvaje. “Si bien soy muralista, yo vengo del grafiti. El grafiti es ilegal, es vandálico, tiene su propio lenguaje. Es un grito de disconformidad frente al statu quo. Murales y grafitis tienen semejanzas porque los dos son parte del espacio público, son expresiones artísticas, pero el muralismo viene de una escuela más académica, ¿no? De Diego Rivera. Y tienen un discurso más político. Mucho más político”, asegura el artista Mario Abad (alias: Causi Art). 

Es cierto que los murales tuvieron su actualización en el siglo XX con exponentes como el mexicano Rivera, pero este género y los grafitis tienen otra cuestión en común, más allá de su escenario de acción: su antigϋedad. Hay grafitis que fueron realizados durante la época del Imperio romano. Ni hablar de las pinturas rupestres en cavernas, o la gran Capilla Sixtina. 

Entre el arte y el vandalismo, los grafiteros realizan su actividad de noche, en la clandestinidad, desligándose, por lo menos formalmente, de su autoría. El grafiti encuentra su estética en la no estética, en el apuro, en su acción. Es único e irrepetible, diferente a lo que sucede con otros estilos, como es el afiche, que se puede imprimir y volver a colocar.

“El arte callejero puede ser disruptivo porque produce una interrupción fuerte y súbita en la atención de la gente. Es por eso que mi intención es sensibilizar con un discurso potente. Lo mío no es decorativo, en lo absoluto, Hay muchos que pintan vegetación, pintan flores y está bien, está perfecto. Yo tengo otro… Otro mensaje. Yo tengo otro mensaje”, declara Abad. 

El grafiti es el más rebelde de todos los géneros, el independiente. “El grafiti suele ser disruptivo y, al mismo tiempo molesto, para las personas que no comparten su ideología. Tiene una lectura simple. Intenta ir por un lado más ‘under’, con una expresión y una cultura distinta. Maneja otros tipos de códigos que son de su propio mundo y trata de desvincularse, o al menos, quitarse la etiqueta impuesta de ‘arte callejero’”, explica Nandon.

“Con los carteles pude escapar de lo que me imposibilitaba el grafiti: ir directo al mensaje, sin interrupción por la cuestión ética de si está bien o mal pintar una pared”, agrega. “Me atrae el muralismo, la parte más técnica, encontrar mi propio estilo, desarrollar un discurso potente, que sea como una cachetada. Pero no me olvido de lo más agresivo de mis orígenes, que es el grafiti”, dice Abad. 

El grafiti se ha usado incontables veces en la historia como forma protesta. Un momento memorable fue el Mayo Francés (1968) cuando los jóvenes reflejaron sus denuncias y su transformación en las paredes de Francia. “Prohibido prohibir”, un clásico. Por aquel momento, los afiches, grafitis y murales hicieron y fueron la historia. “Intento que quede una pieza de arte con fuerza a nivel técnico, estético y discursivo. Mi obra puede hablar por mí, mi discurso plasmado puede hablar por la comunidad, por un colectivo. Habla por todos”, afirma Causi. 

Legal o ilegal.

¿Es el arte callejero disruptivo por definición?, ¿es ilegal? “Todo depende del tipo de intervención que se haga. No podemos llamar arte callejero a cualquier cosa. De hecho, hoy el arte callejero está yendo más por el lado de la norma, que en su contra. Podemos encontrar murales que decoran nuestras calles cotidianamente y esas pinturas son hechas con la autorización del dueño de la propiedad y hasta son trabajos a pedido”, responde Fernando. 

“El arte callejero está cerca de la gente; muchas veces cuando se pinta un mural en un lugar abandonado, o sea sin tener permiso, puede tener aceptación social porque están aportando belleza estética a alguna parte del barrio”, indica. Los afiches, por ejemplo, suelen estar más institucionalizados: son pedidos, pagados, firmados, utilizados por empresas publicitarias o como comunicados gubernamentales.

Parte de la historia.

Como se puede notar, el arte callejero es un mundo aparte: cada género tiene sus reglas y cuestionamientos. Aunque, como toda expresión artística, todos los tipos de arte urbano son hijos de su contexto de surgimiento. El sociólogo y artista John Ruskin lo explicó: “El arte es expresión de la sociedad”.

Un ejemplo claro: el pintor y muralista Alfredo Segatori realizó “Panda pandemial”, el oso que toma mate en épocas de covid. El mural es gigante, pintado en un edificio de diez pisos en Villa del Parque. La obra une a la cultura oriental, con el panda, y la tradición argentina de compartir el mate, costumbre que tuvo que ser suspendida durante los días de pandemia.

“Mi intención es que mis obras levanten el día a día, generar un momento de alegría, un buen ‘feedback’ energético del transeúnte. Trato de que siempre tengan un toque de humor, de buena onda. Me interesa que se destaquen en el paisaje urbano, pero que también se integren”, señala Segatori.

Si el arte es una expresión de la historia, hay una característica que vale notar: la historia se mueve, cambia. “Tengo muy presente que el arte urbano es efímero por diferentes factores: la corrosión, el paso del tiempo, el sol, cuestiones ambientales, la corrosión, o incluso lo pueden tapar. En algún momento va a desaparecer y eso también es parte. Es algo que todos los muralistas tenemos presente”, afirma Causi. Él sabe que, tarde o temprano, su mural que retrata a un niño (¿o es un hombre?) al que le tapan la boca, desaparecerá.

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