Fuente: La Nación ~ “Una nueva era”. Eso anunciaba el 11 de marzo último Christie’s, una de las casas de subastas más importantes del mundo, tras haber vendido por 69,3 millones de dólares una obra digital asociada con términos hasta entonces casi desconocidos para el público masivo: NFT y criptoarte. En pocos meses se comprobó que no se trataba solo de una estrategia de marketing, y que algo nuevo vinculado con las criptomonedas estaba desafiando las reglas del mercado. Lo que falta todavía es comprender un fenómeno complejo que aspira a cambiar paradigmas y que tuvo este año un crecimiento vertiginoso, cuyos hitos se detallan a continuación.
“Creo que es un momento histórico no solo para el arte digital, sino para todo el mundo del arte”, advirtió el diseñador estadounidense Mike Winkelmann, alias Beeple, autor del de imágenes que publicaba a diario online desde 2007, cuando su obra salió a remate virtual a fines de febrero con una base de cien dólares. En apenas diez minutos, las ofertas alcanzaron el millón. Y se multiplicaron días más tarde desde once países, ante una audiencia de 22 millones de personas que casi hace colapsar el sitio de Christie’s, hasta convertirla en la tercera más cara vendida por un artista vivo.
Poco después se supo que el comprador de Todos los días: los primeros 5000 días era un misterioso inversor de criptomonedas que se hace llamar Metakovan, y que había pagado con ether desde su billetera digital. “Con la blockchain, la tecnología ahora permite garantizar la propiedad y los verdaderos límites del trabajo digital, así que creo que no solo vamos a ver una explosión de nuevas obras, sino también de nuevos coleccionistas”, explicaba Beeple en referencia a la posibilidad de hacer lo que él hizo: asociar una obra con un NFT (token no fungible), una tendencia que viene creciendo desde 2017.
¿Qué es eso? Un certificado de titularidad y autenticidad, único e irreproducible, registrado en la blockchain (cadena de bloques que funciona como un libro contable, público e inviolable, en la que se basan las criptomonedas). La mayoría los crea (o “mintea”, según la jerga de los expertos) en la blockchain ethereum porque permite el uso de contratos inteligentes, cuyas condiciones se activan de manera automática cuando se cumple lo acordado. Esto permite acceder a la historia del NFT: quién lo creó, quién lo posee y todos los movimientos que se hicieron con él desde que fue creado. Incluso se puede estipular por ejemplo el pago de un porcentaje al artiscollage ta cada vez que la obra se revenda.
Con la noticia del récord y la difusión masiva de ese potencial, el FOMO hizo el resto. Es decir, el Fear Of Missing Out o “miedo de estar perdiéndome de algo”. La oferta se disparó ante la creencia de que era posible ganar sumas millonarias vendiendo una obra de arte asociada con un NFT, y hubo también inversores que apostaron a comprar obras con la esperanza de revenderlas por un precio mayor. La especulación se ve favorecida por el hecho de que el NFT es un archivo único –lo que genera “escasez digital”–, cuyo valor está vinculado con criptomonedas que responden a la lógica financiera.
“Al comprar arte se hace también una inversión, porque la obra mantiene el precio en criptomoneda. Cuando yo empecé a vender NFT, hace un año, el Ether equivalía a unos 300 dólares; ahora, a 2000”, señala Clarupan, artista argentina de 24 años que llegó a vender hace diez meses una obra por 1,2 Ether en la plataforma Knownorigin. Para “mintearla” pagó el equivalente a unos 60 dólares.
Esa posibilidad de independencia atrajo a muchos artistas, que fueron generando comunidades para resolver las dificultades que se les iban presentando. Así nació por ejemplo en junio de 2020 Cryptoarg, grupo que integra Clarupan y que surgió de manera espontánea en la plataforma Discord. “Una de las metas es educar sobre el tema, la finalidad es compartir información. Estamos alejados de la intención de venta, no somos una galería ni representamos artistas”, aclara Julián Brangold, artista de 32 años quecomparteconcolegaseseespacio virtual con cuenta en Instagram (@cryptoarg_) y un sitio web en construcción. “Cuando empezás en este mundo en forma individual es muy difícil –advierte-. Muchos pensaron que se metían y se hacían ricos pero no es así, para nada”.
Además de ofrecer sus obras en plataformas como Superrare y Async, donde vendió una hace seis meses por el equivalente en ether a 3528 dólares, Brangold está representado por Diderot.art y fue convocado por esta galería virtual para seleccionar, junto con la curadora Stefy Jaugust, lasobrasnftqueincluiráenoctubre por primera vez en una muestra.
Ferias, museos y hologramas
En la Argentina también se lanzó en mayo una “criptoferia” de arte y la galería Zurbarán ofrece en Opensea una animación NFT de Agustín Viñas, mientras que Ruth Benzacar propone “capitalizar la tecnología segura de Blockchain” de otra manera: para “tokenizar” solo los certificados de las obras físicas.
Incluso hay museos de criptoarte entre los cuales se destaca el MOCA, al que se donaron el mes pasado obras NFT inspiradas en la famosa Cabeza de oso de Leonardo da Vinci, su dibujo más caro. Y este año nació el MALA, dedicado a un centenar de obras de artistas latinoamericanos, que en realidad funciona como una galería. “Tenemos pensado abrir tiendas físicas chiquitas en Miami, Buenos Aires, Lima y Ámsterdam, para exhibir las obras en pantallas gigantes y con realidad virtual –dijo desde Perú a LA NACION Juan Pablo Papaleo, uno de los dos argentinos que participan del proyecto-. También queremos exhibirlas en las pantallas de Nomad, una cadena de hoteles que estamos por lanzar”.
En forma paralela el equipo de Uxart –responsable de proyectos de arte y tecnología como la intervención del Obelisco con obras de Julio Le Parc en 2019, un museo virtual con realidad aumentada y geolocalización lanzado el año pasado junto a IBM y el festival digital Xreal en la Isla El Descanso– trabaja ahora en la creación de su propia colección de arte NFT –que incluirá obras de varios artistas cinéticos, como Gyula
Kosice y Cristian Mac Entyre– y en el prototipo de Holox, un sistema que permitirá convertir arte digital en holograma vía streaming on demand. Eso significa que en la propia casa, como hacemos con Netflix o Spotify, se podrá elegir qué obra ver en forma de holograma.
Esa tecnología promete dar una respuesta a la inquietud de muchos coleccionistas: “¿Para qué voy a pagar por una obra que está disponible online? ¿Para verla también en la computadora?” Esto último preguntó una alumna del reciente curso impulsado por Malba: “¿Qué es el criptoarte? Introducción al arte en la era de la tokenización”. Ese otro interrogante, el del título, fue tal vez el más complejo que enfrentó el profesor, Juan Cruz Andrada, que también da clases en la Universidad de San Andrés y es egresado en Artes de la UBA. “El criptoarte es un concepto en construcción, en disputa. Todavía no hay consenso sobre lo que significa”, señaló a
LA NACION, y observó que sería un error limitar su definición al asociarlo solo con una estética, con un sinónimo de NFT o con un sistema de distribución de obras de arte digitales. “Es un término más de marketing, que ayuda a simplificar conceptos –opina-. Pero las generalizaciones esconden problemas”.
Aunque reconoce que “la discusión sobre su definición concreta aún está activa”, el grupo Cryptoarg arriesga una en Instagram, al definir el criptoarte como “un ecosistema conformado por artistas, coleccionistas y plataformas de compra y venta de obras de arte digital en la blockchain”. Aclara, sin embargo, que también existe “un movimiento estético llamado criptoarte que se autodefine por ser nativo de la blockchain y tratar temáticas relacionadas al cripto”.
Es decir: algunos artistas usan la blockchain sólo como soporte, y otros se inspiran además en ella como tema de sus obras. Y están, también, los que más le interesan a Andrada: aquellos que aprovechan el potencial de esta tecnología para sus búsquedas estéticas o conceptuales. Hay quienes realizan por ejemplo obras que cambian con el tiempo de manera autónoma; como Timeless, de Brangold, que incluye la representación de una escultura que se entierra y vuelve a emerger cada mes.
Mientras se elabora una posible definición consensuada, hay otros problemas más graves a resolver. Entre ellos el impacto ecológico que produce el sistema criptográfico, por la cantidad de energía que consume; esto está incentivando el uso de los Tezos, criptomoneda que demanda un décimo del consumo de ether. También están abiertos los conflictos sobre derechos de autor, ya que hubo casos de copias de imágenes “minteadas” como originales. E incluso la posibilidad de que una plataforma se funda, y con ella el servidor donde se guardan las imágenes “tokenizadas”.
¿Algo de eso podría hacer explotar una “burbuja” similar a la de las empresas puntocom? “El mercado se disparó a principios de año y ahora está a la baja. Pero creo que va a decantar, quedarán las mejores propuestas y traerá cambios de paradigma profundos”, opina Andrada, quien sugiere seguir los movimientos de ventas desde el sitio cryptoart.io. En cuanto a la búsqueda de crear un sistema abierto y descentralizado, sin intermediarios, su opinión también es moderada: “Para vender obras hay dos tipos de mercados: con invitación y sin invitación –señala, en referencia a plataformas como Superrare, Async.art, Opensea y Rarible–. Las galerías que buscan exclusividad terminan construyendo valor. Con lo cual se replican los circuitos de legitimación del arte tradicional, en los cuales no es fácil entrar”.