Fuente: Ámbito – Diálogo con una maestra de la abstracción en la pintura argentina, que hasta el 8 de junio realiza una amplia muestra en galería Arcimboldo con lo más reciente de su producción.
Susana Bonnet, artista argentino-española nacida en nuestro país, es una de las más refinadas exponentes de la abstracción. En estos días, y hasta el próximo 8 de junio, está exponiendo su nueva muestra “Susana Bonnet 2024” en Arcimboldo (Reconquista 761), curada por la dueña de la galería, Pelusa Borthwick.
Abogada y artista plástica, en Bonnet coinciden ambas actividades a las que no considera contradictorias sino complementarias. Su obra se expuso en incontables muestras individuales y colectivas en nuestro país, y fuera de nuestras fronteras lo hizo —entre muchas otras capitales— en Nueva York, Long Island, Barcelona, Córdoba (España) Milán, Cagliari, Punta del Este, Berlín y el Carrusel del Louvre. Siete de sus obras están publicadas en el libro Creadores, de la ciudad de Córdoba, España, ciudad donde fue reconocida en el Diccionario Internacional de Arte y Literatura (edición 2006).
En 2019, creó su galería permanente, “Espacio Bonnet”, en el histórico edificio Bencich, microcenctro de CABA. “Lo que caracteriza las pinturas de Susana Bonnet, es la trasmisión sensible de un hecho real convertido a la abstracción”, escribió sobre ella el crítico Julio Sapollnik. La nueva muestra permanecerá abierta hasta el 8 de junio.
Dialogamos con la artista.
Periodista: ¿Cómo describe esta exposición?
Susana Bonnet: Ocupa dos salas, y sus contenidos son muy diferentes. Una presenta un Libro de Artista, fotográfico, que hice durante la pandemia. Yo vivo en Saavedra, en una casa antigua reciclada, en cuya parte superior está mi atelier y un balcón. Durante esos días terribles, yo sacaba fotos alrededor de las 10 de la mañana, y reflejaba lo que iba ocurriendo en el barrio a través de un árbol.
P.: El árbol como punto de mira.
S.B.: Exacto. Así como la pandemia nos transformó a todos, ese árbol también se fue transformando: atravesó el invierno, empezó a tener brotes; le fue pasando la vida tal como a de los vecinos. Yo veía la vida a través de la horqueta del árbol. Saqué alrededor de 300 fotografías, de las cuales quedaron 30 en el Libro de Artista.
P.: Como si fuera una película, pero con foto fija.
S.B.: Así es. Se ven cosas como un vecino paseando con un buzo dálmata y llevando un perro dálmata, o unos chicos que corren con el barbijo puesto como si fuera una bufanda. También en esa sala hay algunos pasteles, obras con tinta china, y una obra con un soporte no tradicional: está hecha en una caja de música intervenida por mí, y la música que contiene la compuso mi esposo, una obra para seis instrumentos. Sólo hay que abrir la caja y ponerse a escuchar. Y en la otra sala, las pinturas. Son obras recientes, realizadas entre 2022 y este año.
P.: ¿Siempre fue artista abstracta?
S.B.: No. Yo fui llegando a la abstracción. Al principio, como gran parte de los artistas, empecé por lo figurativo, hasta que poco a poco me fui dando cuenta de que lo figurativo, para mí, limitaba lo que deseaba expresar. Fue así que me fui volcando a la abstracción. Pero, ante todo, mi gran deseo es que mi obra modifique algo al contemplador: no que le cambie la vida, por supuesto, sino que deje una marca en él. Que no le sea indiferente.
P.: Habrá tenido respuestas en ese sentido.
S.B.: Afortunadamente, sí. A veces insólitas. Cuando empecé a subir mis obras a las redes, después de ganar un concurso, un día recibí un mail desde Alaska. Todavía estaba en lo figurativo. Uno de mis cuadros representaba una persona en una inmensidad; se llamaba ‘En soledad’, era alguien en medio de la nada. Pues bien, la persona que me escribió me decía que se acababa de despistar en la ruta, allá en Alaska, que esperaba un auxilio mecánico, y vio esa obra. “Usted me pintó a mí”, me escribió. Eso me emocionó enormemente, ahí me di cuenta hasta dónde podía trascender el arte y llegar a conmover a desconocidos tan remotos. No fue el único caso.
P.: ¿Qué otra interacción se puede mencionar?
S. B.: Otra vez, también en mis comienzos, un socio mío abogado se llevó a su casa un cuadro mío, y en el tren se le detuvo una homeless y se puso a analizarlo, a decirle lo que ella sentía. De allí que yo siempre sostengo que el arte no debe ser entendido sino sentido. Pero lo más impresionante que me ocurrió, también en el estudio, la vez que vino un abogado no vidente, solo, con su maquinita Braille, y en un momento me pidió que lo llevara a recorrer mis cuadros. Yo no sabía qué hacer, o cómo hacerlo. Él se dio cuenta y me dijo que me quedara tranquila, que él viajaba por el mundo, iba a los museos, interpretaba todo. Fue algo increíble: ese hombre sentía la longitud de onda de los colores, el equilibrio; me hacía preguntas tanto o más pertinentes que alguien con visión. El sentía el color, de otra forma, pero lo sentía.
Van Gogh no era loco
P.: ¿Usted se propone de antemano la obtención de un color determinado para una obra?
S.B.: Yo tengo la teoría [sonríe] de que Van Gogh no comía pintura por loco. Yo soy colorista natural, siento un color y quiero lograrlo, y eso a veces no ocurre y es desesperante; por eso creo que Van Gogh comía la pintura para hacerla carne, para tratar de obtener ese color, ese matiz que buscaba.
P.: ¿Y ese color le viene dictado por la intuición?
S. B.: Yo creo en la teoría de la mano guiada. Me parece que a veces lo que uno quiere obtener viene de lejos, y es muy fuerte. Por eso llegué a la abstracción: quise pintar la esencia de las cosas. Yo, por ejemplo, recorrí la impresionante, y muy riesgosa, selva misionera, y luego, ante la tela, volqué la experiencia sensitiva; no la representación figurativa de esa selva sino lo sensible, que incluye no sólo lo visual sino también lo olfativo, la memoria aromática; en una palabra, la multiplicidad de sentidos. En cambio, si uno se limita a lo figurativo, eso llega a distraer.
P.: De todas formas, he observado que usted incorpora, o mezcla, figuraciones con abstracciones. Su serie Emigrantes contiene figuras humanas, y Ecología caballos.
S, B.: Esas series corresponden a una transición en mi obra. A veces me era suficiente la abstracción, pero en otras agregaba figuración a lo abstracto. Luego, con el transcurso de los años, también incorporé la fotografía. Los Emigrantes coincidió con el año en el que unos, pese a vivir bien en la Argentina, decidieron irse: vendieron absolutamente todo y se fueron a Canadá. Yo sentí que ese gesto fue como el de enfrentarse a los abismos, y empecé a trabajar ese tema.
P.: ¿Y en la ecología? Cuando se abordan esos temas, ¿no se cae en la tentación del arte con mensaje?
P. B.: No, en absoluto. Esa serie también reflejan sensaciones. Y el respeto que tengo por el cuidado de la naturaleza es muy fuerte. Pero yo no hago arte militante, no pongo la paleta al servicio de una causa, sino que, en todo caso, esa causa surge a través de las sensaciones que expresan las pinturas.
P.: ¿Cómo influyen los distintos materiales que emplea en sus obras?
S.: B.: Vale la pena detenerse en esto porque a veces se piensa que es meramente un tema técnico. Y no, en absoluto. Los materiales condicionan la obra: si uno trabaja con acrílico, el acrílico queda ahí, es inmutable. En cambio, si se trabaja con óleo, el óleo tiene su propia vida, sus propias transformaciones. Si uno deja de pintar a la noche, a la mañana el óleo cambió, es decir, ya no es la misma obra; es como si tuviera vida propia a partir de los cambios que experimentó.
P.: La obra se impone a veces al propio creador, como en El Golem, el cuento de Borges.
S. B.: Así es. Uno debe tener un diálogo con su obra: cuando uno empieza a pintar ya no es dueño total de la obra. Ésta empieza a cobrar su propia vida, y lo mismo ocurre en el resto de las artes, la música, la literatura. Y cuando expone, la vivencia del público termina de completar esa obra.
P.: Usted también forma artistas.
S. B.: Cuando el tiempo me lo permite me dedico a la docencia, pero en dos aspectos específicos. Doy clases para quienes sufren bloqueos creativos, o para aquellos artistas figurativos que quieren pasar a la abstracción. Porque la abstracción no es sencilla: hay algunos que toman imágenes, y las borronean, y creen que eso es abstracción.
P.: ¿Convive bien la abogada con la artista plástica?
S. B.: Claro que sí. Para ser un buen abogado hay que ser creativo. Jamás consideré que fueran actividades contradictorias, y mucho menos que, como a veces se dice, ‘en la vida hay que seguir una carrera seria antes que dedicarse al arte’. En absoluto. De lo que estoy arrepentida es de haber destruido, de joven, mis primeras obras. Es cierto que en aquel momento yo no había tenido los maestros que tuve después, como Féliz González Mora y Ricardo Laham, que me disciplinaron en el arte, pero mi obra previa era muy pasional, muy fuerte. Debí haberla conservado. Y ni siquiera en fotos la tengo. Por eso, siempre aconsejo a los más jóvenes que jamás destruyan sus obras.
me encanto muchisimo toda su historia. intensión y creatividad. estaría bueno que pongan sus redes para poder seguirla. un mundo fascinante con el que me siento identificada