Julieta Kishimoto – La salida es después.

Fuente: @galeriadeartepalermoh by Por Matías Mansilla – Tuvimos la oportunidad de conversar con Julieta Kishimoto en las instalaciones de la Galería Palermo H, en pleno centro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La artista, llegada hace relativamente poco a la Argentina, comienza a exponer sus trabajos en el país después de más de veintiocho años viviendo en Japón. Su estilo, atravesado por el cruce de culturas, la empatía y la resiliencia frente a la adversidad, es un claro ejemplo de un elemento biográfico que delimita una visión particular del mundo.

En esta ocasión, nos cuenta sobre el panorama cultural en Japón y cómo es que llegó a formar la perspectiva que la hace una de las artistas emergentes más interesantes de la escena en Buenos Aires.

Descendiente de japoneses, Julieta Kishimoto nació en Argentina y vivió sus primeros once años en el país. Durante este tiempo, desarrolló un fuerte vínculo con el arte gracias al apoyo de su familia. En especial de su madre, Irene, y de su tía, Ana María, que solía llevarla a exposiciones de arte. Julieta recuerda una de esas exposiciones como un momento clave:

“…esa vez, era un día de lluvia. Yo no quería salir, pero mi tía insistía. Al final me terminó llevando a una exposición de Picasso. Como dije, al principio no quería, pero de repente vi al Guernica y quedé maravillada. Fue en ese momento que pensé: quiero ser artista. Tendría alrededor de ocho años…”

Julieta Kishimoto junto a Matias Mansilla en Galería Palermo H. La obra en exposición en la foto actual corresponde a Hugo Dinzelbacher (izq.) y Miguel Angel Ferreira (der.).

A partir de ahí, cuenta, nunca más se despegó del arte, en particular, de la pintura.

Llegaron sus once años. El padre consiguió empleo en Japón. Al poco tiempo, la familia entera se había instalado en un pueblo de la provincia de Shizuka. Pero ese lugar casi no tenía extranjeros, por lo que el choque cultural era abrupto, total. 

El contraste de culturas fue el gran drama de una joven decidida a volverse artista. La imposibilidad de relacionarse fluidamente con el resto de los habitantes del pueblo, la sumió en un periodo de profundo bloqueo y tristeza.

Cumplidos los quince años, Julieta tomó la decisión de entrar a la escuela artística. Pero el golpe fue inmediato:

“…me dijeron que por la cantidad de faltas que había tenido en la escuela hasta ese momento, no podía entrar. Lo único que quedaba era la escuela comercial: contaduría, informática, todas esas cosas. Tuve que ir. En esta escuela íbamos todos los que no habíamos encajado. Era una escuela mal vista, pero por lo menos nos daban el título para después poder salir a trabajar. Ahí, me encontré con personas con problemas de conducta, motoristas de pandillas… ese era mi tipo de compañeros. Creo que lo bueno fue eso: yo era extrajera, el otro era otaku, el otro era motorista… ¡eramos todos raros!”

En el contacto con otras personas de trasfondos tan disímiles, Julieta ganó perspectiva sobre la complejidad de la sociedad que la rodeaba. Una perspectiva que tomó forma definitiva con el intento de ingresar a la universidad de arte. En este punto, ella recuerda su examen de ingreso, se toma un segundo y luego reproduce las palabras de su evaluador: “tus colores son muy llamativos, poco japoneses”.

El veredicto era tajante, pero frente a él vuelve a aparecer uno de los profesores de la escuela comercial: “¿por qué tanto lío? Andá al extranjero, vos sos extranjera. Tenés una buena base en español, reforzá eso”.

Recuerda la artista, sonriendo y reflexionando sobre la importancia de esas palabras:

“me lo dijo entendiéndome.”

Poco tiempo después, Julieta logró viajar a España para estudiar dibujo y alfarería. Volvería a Japón cuatro años más tarde y tendría finalmente sus primeras exposiciones, con la ayuda de sus hijos, Emi y Ryuichi.

Recientemente regresó a Argentina y su primera exposición en el país fue realizada en la Galería Palermo H.

Hoy, la historia de Julieta Kishimoto está marcada por el contraste cultural:

“Argentina es multicultural, muy abierta. Es normal ver tanta variedad. Allá en Japón es al revés. Darme cuenta de eso, me ayudó, aunque tardé años. (…) Cuando no tenés fronteras, aprendes a negociar, incluso te podés escapar. Eso te salva, al menos mentalmente. En cambio, otras culturas como la japonesa son tan herméticas que no podés irte, ahí empezás a entender a la gente. Yo siento que descubrir el hermetismo, la no-escapatoria, me relajó mucho. Por supuesto que en un principio sufrí la presión, de hecho, me quedé en ese sufrimiento por muchos años. Pero después fui entendiendo. Creo que se trata de eso, de entender. Nunca de señalar.”

Entender que el hermetismo cultural del Japón de aquel momento no era una cuestión de restricción malvada sino de un arraigo estrecho a las tradiciones del país, hizo que Julieta desarrolle un sentimiento de empatía que practica con las personas que se encuentra en su trabajo como traductora. Un nexo entre pueblos, costumbres, lenguajes y culturas, tal como lo habría sido con sus padres en sus primeros años viviendo en la provincia de Shizuka. 

De esta forma, la artista aprendió a situarse entre ambas culturas, la argentina y la japonesa, aceptando las herencias que forman su identidad e impactan en sus obras. Actualmente, sigue sosteniendo que sin importar lo fuerte que golpeen los cambios, la salida viene después y viene de la mano del arte.

“El arte siempre me salvó. Y me sigue salvando.”

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