Fuente: Cronista – «No hay que traicionar aquello que te hace bien, sino la vida es un valle de lágrimas…»: recorrido junto a Edgardo Giménez por su imponente muestra en el Malba.
Fue miércoles. Una mañana cualquiera, no tan cualquiera. Se había hecho primavera después de varios días grises. Y allí, iluminado por un sol que traspasaba vidrios -o más bien por luz propia-, estaba Giménez, en el café del MALBA, tomando su café.
Sonriente, radiante. Incrédulo al unísono de «¡Edgardo, una foto!», «¡Edgardo, una firma!», «¡Edgardo!», «¡Edgardo!», «¡Edgardo». Escuchó entre los halagos de quienes lo veían mi primera pregunta: «¿hablamos de la vida?». Lo que seguiría a ello son plenas lecciones. Él dijo que no, pero yo sostengo que sí. Próximo a cumplir 82 años y con una trayectoria que lo avala, es autoridad a la hora de la sentencia.
Edgardo es como un hombre todopoderoso, renacentista en el segundo milenio. Él hace lo que quiere y hace lo que como sociedad rogamos. Diseñador, publicista, escenógrafo, pintor, casi arquitecto, escultor o coleccionador de fantasías. Logra incluso lo que nadie puede, salvarnos. ¿Por qué? Porque tiene un don, el de ser feliz y enseñarnos a celebrar con su arte.
Con misión declarada, hace más de un mes que bajo el techo de Eduardo Costantini guía con su fiesta y, sin las consecuencias de la resaca, grita que adoptemos su leit motiv más allá de la prolongación de la muestra. «Yo festejo todos los días. Soy agradecido de estar vivo, de estar en este planeta, de hacer lo que se me da la gana y de vivir acorde con mis principios», le enseña a MALEVA.Edgardo Giménez, sonriente y radiante, durante la recorrida con MALEVA.
Escucharlo se siente a la experiencia como Alicia cayendo al Mundo de las Maravilla. Todo es digno de atención y, como su Conejo Blanco, que abandona el reloj para sumerge en una taza té, invita a detener el tiempo y dedicarse solo a su escucha. Con ello, fascinación. La percepción no traiciona a la realidad, aunque cueste creerlo. Sus palabras son lo que se ve. Edgardo es la encarnación de sus obras y sus obras la de él. En su mundo, tanto como en su ser, solo hay sonrisas, placer, juego y felicidad. El artista genio sabe que solo estamos una vez, y nos lo recuerda. ¡Que la inocencia nos valga!
«¿Cómo lo lográs?», preguntó este medio. «No hay receta mágica. Cada uno debe aprender a formular su medicina y construir su propio camino«, dijo. Sin embargo, nos contradecimos. Entre reflexiones, pudimos ver que frente a la imposibilidad de reglas algunos mandamientos podrían establecerse. Dicho fue el primero. La risa fue imposible.
Ahondando, añadió la importancia de conocer el propio interior y ser coherente en la relación ver, hacer, sentir y creer. Muy firme, sentenció: «pienso que la totalidad es parte de mi historia. Hago lo mismo desde que tengo cinco años. Nunca me traicioné. Estoy a favor de lo que hago y estoy feliz de que eso llegue a destino. Con la exposición antológica del MALBA, que resume buena parte mi trabajo, la gente da cuenta de ello y creo que esa es la razón por la que se van tan contentos».
Genuinidad y seducción, la gracia de su corpus. Edgardo es poseedor de lo que en Gustar y Emocionar, Lipovestky consideró máximo poder y punto de encuentro entre lo ultra-contemporáneo y la época clásica; pues al origen binomio gusto-emoción, el autor lo posiciona en el teatro, lo que nos recuerda, a nosotros, las escenografías que la estrella del Di Tella concibió para Psicoanálisis (1968) y Los Neuróticos (1971), de Héctor Olivera.
Giménez es consciente de la teoría. Él es un seductor declarado. Le gusta gustar y satisface su ambición desde su génesis, cuando con nueve años, sus rosas y hormiguitas en la vidriera de una ferretería de Caballito publicitaban un insecticida y despertaban el suspiro de señoras. El hecho, manifestación temprana de lo que seguiría. El quid de la cuestión: ¿qué seduce al seductor?
Su revelación fue doble: «¡A mí me gusta, te diría, todo! Y lo que no, no lo sintonizo, no hay que perder el tiempo. Por ejemplo, me gusta mucho la naturaleza. En mi casa de Punta Indio, lugar que adoro y donde estoy desde el ‘76, disfruto de observar el movimiento del cielo, escuchar el concierto nocturno de ranas o dedicarme a la jardinería. Muchas de las plantas que hay las planté hace tiempo. Sabía que si tardaba en hacerlo me perdería de los resultados, que hoy, tras treinta años, veo. También me encanta la música. La Segunda sinfonía de Mahler, Resurrection, es una cosa que me llega hasta el alma, es maravilloso. Que un sonido llegue tan profundo dentro, al punto de no quedar igual». Y a ello, siguió su concepción del arte: «Lo único que te modifica es el arte. Lo que te llega, te nutre y acompaña. En la medida que se lo incorpora a la vida, te soluciona cantidades de cosas y te pone en órbita. Mientras se está vivo, esa es una de las emociones más importantes que te pueden ocurrir». En tal, su producción es arte, transforma, y como testimonio, lo que el protagonista del encuentro observa en quienes la visitan: «entran y salen con sonrisa de oreja a oreja».
Ciertamente, el resultado no es en vano. Un poco de capricho y liviandad bien hace a tanta incertidumbre y ansiedad. Causa y efecto. Jovialidad, frescura lúdica, humor y hedonismo. El pesimismo postmoderno, e incluso la indecisión meta, no tiene lugar en la creatividad edgardiana ni en el proceso evolutivo de quien se para frente ella. Lumbre incluso en la penumbra es la filosofía que vehiculiza la obra de Giménez, y el pop la vía: «Los tiempos difíciles hay que contrarrestarlos con tiempos auto-creados para vivir cómodamente. Sino la vida es un valle de lágrimas. El dolor no lleva a nada, paraliza. Hay que sobreponerse a la negatividad e intentar que el arte sirva para re-focalizar la vida y no traicionar aquello que te hace bien. En este sentido, el pop ha sido muy beneficioso porque es un arte directo. Su camino es unidireccional. Lo que se ve es lo que el artista quiere decir, en mi caso, un llamado a la felicidad. Después queda ver qué hacer con eso que se ve y gusta, el público se toma sus permisos».
Incurrí en la posibilidad de que su positivismo fuera herencia legada por su madre, mujer de profunda religiosidad: «Por supuesto. Para mí, nada es casualidad. Hay algo superior, que es Dios, y quien se encarga de que todo exista. Nada de esto está armado así porque sí. Pensar en eso me hace bien», concretó.
«Vamos sumando leyes, Edgardo», «Si ¿no?».
Los sorbos de café comenzaron a acabar. Quedaban en el tintero cuestiones del futuro. Podemos decir que en los días venideros la creación continua, porque «estar vivo, es estar en acción». Como Romero Brest las llamara, hay constancia de experiencias visuales programadas. Mientras disfruta del presente, el Rey del Pop mantiene cartas bajo la manga: «Estoy pensando en un libro donde contar la experiencia de esta muestra, desde mi perspectiva y la del público, con muchas fotos. Es una tarea que me llevará de aquí a un año y un poco más. Estoy muy contento con lo que va ocurriendo. Esta es la tercera muestra que hago con tanta magnitud. Si bien no es retrospectiva, se parece mucho, y el éxito es notorio. Además, hay que decir que el MALBA es una vidriera muy importante no solo a nivel local, sino también afuera. No todos los museos tienen ese privilegio y posibilidad de trascender más allá del país«.
Último sorbo dado. Las energías agotadas en el recorrido previo fueron recargadas. Edgardo se puso de pie y se dispuso a subir al primer piso. Unido a sus monas, su carisma se vio potenciado. Lentamente comenzó a quitarse la ropa y cambiar sus lentes por gafas de sol. Posó como si el «strike a pose» de Madonna, en Vogue, sonara de fondo. Entre los flashes, propios y de la audiencia fanática, tuvimos que poner límites, no podría salir como en los 70, con su piel al desnudo. Icónico, se reapropió de lo que es suyo. Sentando en el sofá a puntos que homenajea a Romero Brest, ahora rodeado de espejos como en la decoración que hizo para el departamento de Parera del crítico y Martita, tan admirada por Ignacio Pirovano y Amancio Williams; activando la performance que fuera un consultorio en Los Neuróticos; junto a Divine, disponiendo su palma sobre su vientre abultado; o descendiendo, al igual que Libertad Leblanc, la escalinata azul y simétrica que, con monos y nubes, apareció Psexoanálisis y cuyo proceso puede verse en fotografías blanco y negro; trascendido en hora temprana, como a él le gusta.