Fuente: Ámbito ~ Pese a su rigurosa carrera, de las cualidades de sus obras y exposiciones, su nombre suele omitirse en las historias de la pintura argentina.
La galería Calvaresi alberga en estos días una muestra de Juana Butler (1928-2017), artista perteneciente al movimiento que surgió en Latinoamérica, afín al surrealismo y también a la escuela metafísica. El crítico Damián Bayón, dadas las características especiales del movimiento al cual pertenece Butler, conocido como “surrealismo tardío”, plantea diferencias con las tendencias europeas y lo denomina “fantástico”. La figura dominante de esa época es Roberto Aizenberg, discípulo de Batlle Planas. “Los susurros de la luz”, la muestra curada por Paola Vega y Rosario Villani, exhibe en Calvaresi 16 pinturas “fantásticas” de Butler pertenecientes a los años 60 y 70. El recorrido cronológico se inicia con “Un verano más”, un óleo de la serie de Las Pampas. A su lado se encuentra “Foresta mágica”, un cuadro de la serie “Homenaje al Reino Vegetal”, acaso un sol que despliega una ondulante zona luminosa entre las plantas. Ambas pinturas se destacan por su obscuridad, pero, sobre todo, por su poderoso atractivo visual. A partir de allí, de esa densidad poética, las obras de Butler se aligeran, los colores malvas, azules y violetas invaden su paleta y el tiempo se detiene. Hay un juego de ajedrez con un peón, una torre y un caballo sobre el damero y, hay, también, paisajes con territorios vacíos, iluminados con una luz turquesa o amarilla y, habitados por edificaciones que recuerdan vagamente a las de Xul Solar. La conjunción de lo real y lo imaginario, meta del surrealismo, coincide en las pinturas.
Sobrina del conocido pintor Horacio Butler, quién fue su maestro desde sus 14 años, mientras cursaba la Escuela Nacional de Bellas Artes, Juana reconoce su vocación temprana. Su primera muestra individual la realizó en 1955 en la Galería Antígona y desde entonces se sucederían Van Riel, Rubbers, Arte Nuevo, Ruth Benzacar, Del Retiro, Jacques Martínez, el Centro Cultural Recoleta; las exhibiciones itinerantes por Ecuador, Colombia, Venezuela y México, organizadas por el Ministerio de Relaciones. Exteriores; los premios y salones y el envío de sus pinturas a la Primera Bienal Latinoamericana de Arte de San Pablo de 1978. En la Sociedad Hebraica integró “Tendencias Surrealistas en la Argentina” (1965); en Rubbers expuso con Roberto Aizenberg, Juan Batlle Planas, Antonio Berni, Juan Grela y Ricardo Garabito y, en la Galería Proar, participó de la “Exposición Surrealista. Homenaje a Juan Batlle Planas” (1967).
A pesar de esta notable y rigurosa carrera artística, de las cualidades de las obras y de la gran muestra retrospectiva que le dedicaron en el año 2003, el nombre de Juana Butler cayó prácticamente en el olvido. Su ausencia en el libro “Panorama de la pintura argentina contemporánea” y en la mega- muestra de Aldo Pellegrini, crítico y fundador del primer grupo surrealista argentino, en el Instituto Di Tella, no fue gratuita.PUBLICIDAD
Hoy, han transcurrido más de tres décadas desde el despertar del neofeminismo, cuando el grupo Guerrilla Girls, que aspiraba a ser la “conciencia del mundo”, pegó en las calles de Nueva York el póster titulado “Las ventajas de ser una mujer artista”.
La primera, “Trabajar sin la pretensión del éxito”; luego, “Tener la posibilidad de escoger entre la carrera artística o la maternidad” o “No tener que padecer el compromiso de ser llamada un genio”. Desde entonces, gran parte de las instituciones del mundo del arte se han puesto de acuerdo para apoyar a las mujeres artistas que pueblan este mundo.
Entre los cuadernos y papeles de Juana Butler, llama la atención por su creatividad, el diseño del cuadro “Ciudad para un rey ciego”, expuesto en Rubbers en 1968. Las crónicas de esos años señalan la presencia de un mundo suprasensible que subyace bajo sus figuraciones y la influencia de las pinturas de Carrá y De Chirico. La curadora Paola Vega subraya la importancia de la música y la propia Juana Butler escribe de puño y letra: […] “encontré en el surrealismo la libertad que buscaba. La música y la meditación me llevaron al color, el automatismo al ritmo y la emoción a la luz. Los mundos que aparecen surgen por la danza de mi mano. El ojo descubre lo que la mano hace, así aparecen ciudades, figuras, paisajes que mi mente ignoraba. […] Agradezco a Dios que me dio la sensibilidad y la posibilidad para gozar de los mundos internos”.
Artista y curadora, Vega observa los pasos que guiaron a Butler por la senda que lleva a la abstracción y así, a la pintura por la pintura en sí misma, emancipada finalmente de cualquier sujeción a un relato.