Fuente: La NAción – Yayoi Kusama, 2020: la artista japonesa es, a los 94 años, una leyenda viva
De Chicago a Washington, pasando por Nueva York, solo en Estados Unidos tres muestras exhiben en simultáneo las emblemáticas las salas infinitas, esculturas con lunares y calabazas de la artista japonesa que hace 46 años vive en un psiquiátrico
Hace 46 años que Yayoi Kusama vive en un psiquiátrico. Fue en 1977, tres años después de su regreso a Japón y de haber residido dieciséis en Nueva York, cuando la artista se internó de manera voluntaria en una clínica en Tokio, instalando su estudio cerca del hospital. En ese entonces ya brillaba en la escena de las artes visuales. Su ingreso en la clínica no impidió que siguiera creando y exponiendo en los museos más importantes del mundo, así como en bienales. Hoy, a los 94 años, su producción está más activa, vigorosa y colorida que nunca, con obras que se exhiben en distintos puntos del planeta. En Estados Unidos, por ejemplo, tres muestras simultáneas ejemplifican este fenómeno en Chicago, Washington DC y Manhattan.
Hay un sustrato visual en los trabajos de esta artista que atraviesa su obra completa y emerge incansablemente como una memoria de vivencias que se actualiza una y otra vez a través de patrones idénticos plasmados en formatos de diversos tamaños. Ella saca de sí misma puntos y lunares, y los vuelca sobre lienzos, instalaciones, esculturas, y en otro tiempo happenings, extrapolando su interioridad a las creaciones. En ocasiones, engaña al tiempo y al espacio con espejos que abren puertas a una dimensión en donde su yo parece repetirse hasta anularse a sí mismo, lo que ella llama “auto obliteración”. El público está invitado a entrar en la escena, a introducirse en ese imaginario de puntos infinitos. Y cuando eso sucede, en ese encuentro entre el objeto creado y la mirada del espectador, la obra se reactualiza, se completa y se sale de sí, liberando la fuerza expansiva de Yayoi.
Encontrar distintas facetas de Kusama frente a tanta repetición, puede ser una tarea difícil. Etapas, sí; momentos de su vida, también. Pero siempre reluce una obsesión que trae a flote a la misma Kusama, cuyo sello aparece tatuado en todo lo que toca, produciendo un universo de formas orgánicas que se regeneran.
“Fue a través de la pintura que encontré un camino para superar mis angustias”, sostuvo la artista en una entrevista con Phillip Larrat Smith. La creación para Kusama se ha convertido en un espacio de libertad necesario para vivir y trascender a tanto encierro mental que padeció desde pequeña. En 1935, a sus seis años, comenzó a experimentar alucinaciones visuales y auditivas, y a dibujar imágenes de esas sensaciones con formas que luego se reiteran a lo largo de su vida, hasta la actualidad. “Por medio del arte, he superado mi infelicidad”, dijo.
El punto: obsesión y emblema
“Mi deseo era predecir y medir la infinitud del universo ilimitado, desde mi propia posición en él, con puntos (…) ¿Hasta dónde llegaba el misterio? ¿Existían infinitos más allá de nuestro universo? Al explorar estas cuestiones quise examinar el único punto que era mi propia vida. Un lunar: único entre miles de millones”, dice una frase de la artista sobre la pared del WNDR Museum, en el barrio West Loop de Chicago, donde se exhibe una instalación de Kusama creada en 2008, Dot Obsession [Obsesión por los lunares]. Tres momentos convergen en el galpón del museo.
Lo primero que se ve al entrar es un conjunto de pelotas amarillas con lunares negros de distintos tamaños. Una tiene una ventanita por la cual se puede espiar o ingresar. En la otra hay una puerta, invita a pasar: es una sala infinita espejada, con el mismo patrón de puntos que se repite en la muestra. “Tendrás un minuto para estar adentro. ¿Por qué un minuto? El límite lo puso Kusama para ayudarte a apreciar nuestra propia experiencia limitada en el infinito”, avisa un cartel.
Un corazón que danza entre faroles de papel
La muestra en el museo Hirshhorn en Washington, One with Eternity: Yayoi Kusama in the Hirshhorn Collection [”Uno con la eternidad”, que continúa hasta el domingo 16] comienza con un autorretrato de 1995 que combina íconos de la artista: lunares les cubren cara y cuello; el patrón típico de su famosa escultura Pumpkin [Calabaza] decora su pelo; y unas líneas con forma de redes en el fondo del cuadro parecen telarañas y dan la sensación de atrapar en el cuadro el rostro y el torso de la figura.
En la siguiente sala, amarilla y lógicamente moteada, se ubica una escultura de 2016: el interés de Kusama por las calabazas se remonta a un viaje que hizo con su abuelo a un semillero cuando estaba en la escuela primaria, explica el texto de sala. Esta imagen ganó la atención de la artista durante su estancia en Kioto, entre 1948 y 1949. En la década de 1970, retomó este motivo y lo usó para la obra con la que representó a su país en la Bienal de Venecia de 1993. Al año siguiente instaló una escultura con forma de calabaza al final de un muelle en Naoshima, una isla de Japón. El Pumpkin del Hirshhorn es visualmente similar a aquel, aunque sus características exactas varían, “como si le confiriera la individualidad de una calabaza viva”.
La exposición sigue en dos salas infinitas de distintas épocas, que dan cuenta de la continuidad de este tipo de instalaciones inmersivas en la trayectoria de la artista.
La primera es una reinvención realizada en 2017 de una obra de 1965: Phalli’s Field (1965/2017), espectáculo de piso que abrió camino a una nueva continuidad en la trayectoria de la artista, las salas infinitas. La antesala de esta obra se encuentra en la serie Acumulación: formas fálicas cosidas a mano y pegadas en objetos cotidianos, como el famoso sillón cubierto de esculturas blandas (Acumulación N°1 , de 1962), exhibida en el cuarto piso del MoMa.
El interior de la segunda sala infinita está cubierto por farolitos de papel con forma de esfera que cambian de color y van variando entre distintas tonalidades de fucsias, azules, verdes, naranjas y, violetas, siguiendo una paleta de colores eléctricos. Creada en 2018, la instalación se titula Infinity Mirrored Room- My heart is dancing into the universe. Su corazón baila en el universo.
Jardín florido
La galería David Zwirner del barrio de Chelsea, en Nueva York, trae al escenario creaciones muy recientes de Yayoi Kusama en la muestra Paso el día abrazando flores. El recorrido va de una sala infinita a treinta y seis cuadros de los últimos dos años, de colores vivos y alegres, con los mismos puntos, lunares y redes de siempre. Las composiciones forman imágenes densas que parecen evocar el interior de una trama celular, de organismos vivos.
El jardín de flores gigantes al que alude el título de la exposición capta nuevamente la atención en tonos vibrantes, y se puede visitar hasta el 21 de este mes. Para eso hay que estar en Manhattan, claro.