Fuente: Página 12 – Obras en varias técnicas de las últimas décadas de un artista de notable trayectoria se pueden ver en la sala de arte del teatro.
Llovizna. Una joven comenta su temor a «los chorros» con otros chicos rosarinos en las escalinatas del ingreso al teatro el Círculo, por Laprida 1235. La cronista se demora en unas pinturas de Julio Vanzo y un dibujo de Renata Schussheim, y después entra a la sala Trillas. «Tengo que cerrar», irrumpe sin más protocolo una señora corpulenta ni bien se ha hollado la prístina alfombra color manteca. «¿A qué hora cierran?» «A las 19:30. Y ya son las seis menos cuarto», urge la mujer. Queda claro que una presencia extraña no es bienvenida en la sala, abierta al público desde las 16. Es un instante de contagiosa paranoia: el momento Philip Marlowe de la nota. Habrá que fotografiar a la velocidad que dé el foco automático de la cámara del teléfono y largarse cuanto antes de acá. Una pena, porque las capas de texturas visuales y matéricas de las pinturas de Gustavo López Armentía (Buenos Aires, 1949) daban para quedarse a disfrutarlas. La foto no transmitirá estos ocasos porteños de otoñales ocres amarillos casi abstractos, ni estos detalles casi microscópicos: transfers de fotos, filamentos de materia, marcas…
Es decir, marcas: «Made in Thailand», avisa la llanta de bicicleta que hace de marco para «El compositor» (2000). Al otro lado de la puerta, su compañera enmarca otra obra. «Las llantas llegaron de casualidad hace mucho tiempo; estuvieron ahí en el estudio hasta que un día encontré la forma de hacer algo con eso, no tuvo más explicación que el azar», relatará el artista en una entrevista telefónica. Veterano de las lides neoexpresionistas del retorno de la democracia, ilustrador de la serie de fascículos coleccionables que Página/12 dedicó a la obra del poeta español Miguel Hernández, López Armentía se expresa desde los materiales: como si nos dijera que un arte verdaderamente político es aquel que le habla a la sensibilidad táctil del cuerpo.
«Son obras desde mediados de los ’90 hasta ahora. La curaduría la hizo Guido Carbonell, que es el presidente de El Círculo. Cuando vino a Buenos Aires a visitarme, a ofrecerme la muestra, estuvo viendo obras y fue mirando las que le interesaban, y después me dijo si podían ser esas, yo no tuve problema… así que esas fueron las obras que trajimos. A mí no me molestaba que fueran de distintos años porque lo que tuvo de interesante es que se han mezclado de muchas técnicas. Hay óleo sobre tela, técnica mixta, acuarela, trabajos sobre tejido metálico…», cuenta López Armentía, artista de notable trayectoria.
Revela el crítico Jorge Glusberg, en su reseña de 2008 para Ámbito financiero, que López Armentía usa desde 1997 «polvo de cuarzo y mármol aglutinados con poliéster». Si nadie lo dijera, sería imposible adivinar de qué están hechas esas superficies lisas como de lava volcánica, entre minerales e industriales, donde abren su espacio paisajístico los colores. «Con un óleo abundante y espeso, aceitado, arroja colores muy puros licuados con aguarrás, que producen tramas de chorreados que cruzan tanto a la materia densa, colocada con espátula, como a la distribuida con pinceles. La grafía resultante de sus dibujos con jeringas dinamiza las superficies», precisa Glusberg. Fin cita.
La versatilidad con que López Armentía se pasea entre dimensiones, disciplinas y materialidades revela años de oficio y una gran inventiva, unida a un sentido clásico de la armonía entre forma y contenido. Emplea pesadas texturas para representar los medios de transporte, las mercancías, los productos; traza líneas finas como hilos de hilvanar para retratar a los ínfimos hombres, poco más que frágiles siluetas erguidas. Para sus esculturas es capaz de trazar, con metal, líneas sensibles en el espacio real, como si dibujara en el vacío. Las mallas metálicas son literales. Sus leves personajes las habitan en forma precaria, como enredaderas silvestres trepando con sus zarcillos por las lindes del predio ferroviario. ¿Lo específico humano es tenerse de pie? Hay algo de lo febril en estas fábulas físicas.
En su libro Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman afirma que por primera vez, desde el Estado de bienestar a esta parte, no toda la población tiene la subsistencia garantizada. Se deduce, leyéndolo, que la bronca que expresa el punk lee acertadamente su propia posición de humanidad descartable. Todo esto arranca circa 1980, cuando López Armentía empezó a exponer: ¿1982, 1984? Las fuentes difieren en la fecha exacta. Alguna vez, pasó por la Facultad de Arquitectura. Bajo la dictadura, acumuló obras inéditas, que reencontró y expuso el año pasado en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes. «Las tenía guardadas: trabajos en papel, chapadur, tintas, dibujos… y realmente tenían mucho que ver con lo que pasó en los años ’70, como los viví yo, y decidí que tenía que exponerlas», recuerda. En esa muestra se vio «Pincel de Buenos Aires» (hierro, 2011), también expuesta aquí.
Hoy como ayer, a Gustavo López Armentía le importan los derechos de la gente supuestamente sobrante de este planeta. Los migrantes perdidos en alta mar -toda costa desentendida de ellos- son los nuevos náufragos de estas nuevas balsas de la Medusa, pintados por un nuevo Géricault. Los laburantes que regresan en bondi a sus hogares al anochecer pululan en una pintura inagotable como un Aleph, «Estación del sur». Siendo esta una muestra en un teatro de ópera, incluye obras relacionadas con la música, en particular con el blues y el jazz. Hay un homenaje al pianista Keith Jarrett; «El trompetista», de cincelados rasgos afro, no retrata a nadie en especial. Y «El compositor» sube lírico y descalzo por el cielo urbano, levitando sobre un mapa de Buenos Aires que contiene una rosa de los vientos con los nombres de otras cinco ciudades del mundo.
López Armentía expuso en la Galería Reece, Nueva York; en la Paulo Figueiredo, San Pablo; en el Museo de Arte Moderno de México; en la Galería Beau Lezard, París; en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y en el Consulado de Argentina en Nueva York; en muestras colectivas en Madrid, París, Moscú, Berlín, Lisboa y Copenhague; en el MAM de San Pablo y de Río de Janeiro, y en The Bronx Museum of Art (Nueva York). Participó en las bienales del Mercosur y de Lima (Perú), Cuenca (Ecuador, 1987), San Pablo (Brasil, 1988), El Cairo (Egipto, 1995) y Venecia (Italia, 1997). En Buenos Aires, expuso en la Casa Rosada, en el CAYC y en galerías como Vermeer o Praxis. Recibió el 1er Premio al Artista Joven de la Asociación de Críticos de Arte, el Gran Premio Bienal de Pintura Iberoamericana (Miami), la Medalla de Oro (Bienal Latinoamericana de Arte) y la Mención Honorífica Bienal Chandon “Salón de los Maestros”, entre otras distinciones. En lo que va del siglo tuvo retrospectivas en Valencia, España (2000), en el Museo Nacional de Bellas Artes (Buenos Aires, 2002), en el MACLA de La Plata (2008), en el Sívori (Épica y lirica, 2013) y en el Caraffa de Córdoba (2014), más la del FNA (Todos estos días, 2022).
Para ampliar su taller en el barrio de Flores, López Armentía y su esposa compraron en 2006 la casa de al lado, que resultó ser aquella donde vivieron los padres de Juan Perón: Mario Tomás Perón y Juana Sosa, además de su ilustre hijo ni bien se casó con Aurelia Tizón. «La transformé en un lugar de exposición, y partir de eso he hecho actividades culturales que me interesan: charlas, eventos… No es un centro cultural. El año pasado hicimos un homenaje a Leonardo Favio, donde fue muchísima gente, diputados… No he recibido hasta ahora ningún apoyo oficial, pese a que lo intenté», explica el artista. Un video reciente (https://www.facebook.com/watch/?v=1159719301493567) registra la visita del ministro de Cultura, Tristán Bauer, a la casa-taller. En ella hay una muestra permanente de obras de arte, un rincón de documentos históricos y un lindo fondo.
«El arte, lo social y la política están absolutamente relacionados, como todo el resto de las cosas, ¿no? El arte es una expresión que tenemos para mostrar y compartir lo que pensamos, lo que sentimos, y ya eso es un hecho social. Y también la política, porque, a ver: cada uno de nosotros hace de acuerdo a lo que piensa, a lo que siente, y eso tiene una orientación, tiene una elección intelectual, sensible, que nos identifica con ciertas cosas. Todo es política, y todo es una posición social, y es un intercambio social. Por eso es tan importante el respaldo que se debe tener sobre las producciones artísticas y la investigación sobre lo que se hace. Para saber si solamente vamos a analizar el oficio, si está bien pintado algo, o si vamos a analizar los contenidos», reflexiona el artista al final.