Fuente: La Nación ~ Son compañeros en la escuela, en la vida, en el oficio y ahora en la crianza de su hija con la que viajan.
Se habían conocido en el examen de ingreso de la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Desde el momento en que se vieron por primera vez, siempre estuvieron juntos. Fueron amigos y confidentes y luego se integraron a un grupo grande de aspirantes a ingresar a la carrera de arte. Estudiaban juntos, iban a los museos, recorrían galerías, centros culturales, fiestas y recitales, visitaron infinidad de cafés de Buenos Aires, en grupo. Pero, por algún motivo inexplicable y no buscado, siempre terminaban juntos. Se sumergían en charlas que parecían no tener fin, fueron muy buenos amigos, de contarse las historias de amor y de desamor y todo tipo de intimidades.
El primer día del examen de ingreso juntaron a todos los aspirantes en un gran patio para ofrecerles una charla. Nicolás estaba al fondo del salón y, como ya había perdido el hilo discursivo de la disertante, comenzó a observar a sus compañeros. Algunos estaban sentados en grupos y otros parados. Pero hubo una chica de remera batik de color violeta, que le llamó la atención: le había parecido hermosa. Una vez finalizada la charla, les asignaron las aulas de acuerdo a la primera letra de sus apellidos. “En ese momento no me sorprendió para nada que nos dieran la misma aula. Era algo que ya sabía, sentía que íbamos a ser compañeros. Y lo fuimos. Compañeros en la escuela, en la vida y en el oficio y ahora compañeros en la crianza de nuestra niña. Pero claramente no podía saber tanto en ese momento. Creo que es lo que llaman intuición”, asegura Nicolás Ramón Boschi.
Atravesados por colores
Ya en los tiempos de formación académica, habían advertido que disfrutaban mucho discutir sobre arte y política, estética y filosofía. “Con Ani nos poníamos rápidamente de acuerdo, siempre coincidimos en esos puntos que son la raíz ideológica de nuestro actual proyecto y al que llamamos América en Colores. Se basa en el vínculo estrecho entre identidad y arte. En ese sentido, siempre supimos que estábamos conectados por el deseo de realizar la obra ligada a su contexto, al suelo, a la raíz, a la tierra a las personas que lo habitan”.
Cuando finalizaron la escuela muchos de sus amigos encontraron trabajo en la docencia, algunos comenzaron a trabajar con galerías, otros se dedicaron a proyectos escenográficos y varios tomaron caminos diversos como el cine y los efectos especiales. “Con Ani estábamos en nuestros primeros tiempos de novios y sentíamos que teníamos muchos conocimientos que queríamos profundizar, de ese modo ingresamos a la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova para estudiar pintura mural. Pero sabíamos que además de la escuela había un gran mundo para estudiar; la naturaleza, toda nuestra naturaleza, nuestra tierra, sus habitantes, las luchas sociales, las tensiones políticas ¡Todo puede ser pintado!”.
“No viajamos como turistas”
En esa época surgió también la idea de llevar a cabo el proyecto de la pintura situada: Nicolás y Ani se propusieron pintar los pueblos, las ciudades, las montañas, los ríos, los océanos ¡los glaciares! los habitantes de todas las diversidades. Comenzaron a viajar y pintar en cada lugar, pero no un boceto o una mancha rápida sino una obra que comienza y que termina en ese lugar. Y utilizan la técnica del óleo para hacerlo. “Se trata de viajar a cada lugar y demorarnos. No viajamos como turistas, nos quedamos en cada sitio pintando, compartiendo con la gente del lugar, interiorizándonos en las culturas y en las costumbres, en el día a día de cada lugar”.
Para llevar a cabo ese trabajo fabricaron unas pequeñas cajas que les permiten viajar cómodamente con las obras realizadas. Son como el propio taller en movimiento: llevan las obras, los bastidores de madera, los materiales, son al mismo tiempo paleta y caballete. Las cajas no existen en el mercado. Tuvieron que diseñarlas y fabricarlas. Las obras realizadas en el lugar son de observación.
Luego de cada viaje vuelven al taller con una cantidad de pinturas y una gran cantidad de vivencias, todo ello conforma lo que llaman las obras de evocación. Nuevas pinturas donde, por lo general, incluyen las experiencias vividas que suelen quedar por fuera de la pintura situada. Por ejemplo, los festejos populares, las comidas, la música, las historias que les contaron y las que tienen para contar, las tensiones, las disputas políticas, los estallidos sociales: América en su pleno desarrollo.
“La cultura no sabe de fronteras”
El primer viaje que emprendieron fue en 2006. Aunque la idea inicial era recorrer la Argentina, provincia por provincia, la premisa se modificó muy rápidamente. “Pintando en Jujuy nos dimos cuenta de que el proyecto no podía estructurarse solamente por las divisiones políticas que nos indica el mapa, somos mucho más complejos, la estética y la cultura nada sabe de las fronteras. Basta con caminar por las calles de La Quiaca para ver nuestro rostro mestizo que es el mismo que nos encontramos del lado de Villazón. Tal vez, pensamos en ese momento, era mejor viajar de acuerdo a las características geográficas”. En su segundo viaje, en 2007, pintaron en Salta y en Tucumán. En 2012 llegaron a Cartagena de Indias. “Estábamos pintando la costa de Colombia luego de trabajar en los bellísimos pueblos andinos y, de ese modo, comprendimos que la mejor manera de viajar y pintar era seguir la ruta de nuestras corazonadas”.
El denominador común de todos los viajes se presenta como algo aparentemente paradójico. Si bien se trata de la diversidad, es la diversidad en la inmensidad. “Nuestros espacios de pertenencia son enormes en todo sentido, desde lo inconmensurable de la selva Amazónica hasta lo extenso del horizonte en el Río de la Plata, pero en lo pequeño también encontramos esa inmensidad, la belleza está en todos lados, y las riquezas también”.
En Buenos Aires el ritmo de vida que llevan Nicolás y Ana es bastante intenso. En lo laboral, la semana se divide entre la realización mural, las clases en el taller y en la escuela de arte, además de la producción de obra en el taller. Los domingos son los días para la familia y los amigos o simplemente los días para estar tranquilos disfrutando del lugar donde viven, que es a la vez casa y taller. “Pasamos mucho tiempo aquí y nos gusta cuidar las plantas y mejorar cada rincón de la casa”.
Amarela, la pequeña hija de la pareja, se fue adaptando a los viajes de modo muy natural. Cando tenía nueve meses viajaron a Cuba, que les resultó ideal para viajar con una niña pequeña ya que el pueblo cubano es muy amoroso y valora mucho la niñez. “Ella no solo recibía nuestro cuidado sino el cuidado de todos, nunca le faltó una hermosa canción de cuna en las casas donde nos hospedábamos, ni la sonrisa de una abuela al girar cualquier esquina”. Luego, antes de que cumpliera los dos años viajaron a México para continuar pintando. En ese viaje ya estaba mucho más atenta a lo nuevo que descubría. Le llamaba mucho la atención las campanadas de las iglesias, los juguetes tradicionales de madera y comenzaba a pedir los pinceles para realizar sus pinturas. “En el último viaje que realizamos durante enero y febrero de este año siguiendo la ruta del Qhapaq Ñan ya se disponía a pintar con nosotros, emocionada nos preguntaba ¿cómo se pinta el viento?”.
Mientras, la producción de la pareja continúa. En este momento, y hasta el 29 de abril, están realizando en Cancillería Argentina la muestra “Malvinas es porque está”, una exposición compuesta por doce obras de su autoría en diversas técnicas entre las que se destacan las realizadas a la encáustica. La encáustica es una técnica ancestral a base de cera virgen de abeja y les fue transmitida por su amigo y maestro Antonio Pujia.
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