Fuente: La Capital ~ «Trance», la muestra del artista rosarino premiado con el Konex de Platino, puede verse desde este viernes en el Museo Castagnino.
Como en una catarsis, quizá, el artista plástico Daniel García produjo desde enero de 2020 y los primeros meses de este año cientos de obras y ahora más de 70 de estas piezas pueden verse en el Museo Castagnino. Se trata de un material de lo más heterogéneo que agrupa desde cuadernos y pinturas en pequeño tamaño -esas que él mismo afirma le producen «un gran placer»- hasta enormes cuadros -de los que pueden llevar una semana de trabajo «cuerpo a cuerpo»-; un espacio heterogéneo en el que «circulan ángeles rebeldes, seres mitológicos, acróbatas y bailarinas que extreman las posibilidades de los cuerpos. Una comunidad de dolientes que se disgregan hacia devenires orgánicos, animales y monstruosos», como lo detalla Jesu Antuña en el texto curatorial que da la bienvenida a «Trance y otras pinturas» en el primer piso del museo de Oroño y Pellegrini.
«La pintura de García, proclive en apariciones espectrales y en manifestaciones anacrónicas, actúa como médium: raspando una y otra vez las capas de pintura acerca el mundo de los vivos al de los muertos», dice Antuña otra vez sobre esta producción de los últimos años del pintor rosarino que él mismo reconoce «es mucha» y que en contados cuatro casos algunas de las obras pudieron verse en estos años pandémicos en muestras realizadas en otros espacios de la ciudad.
La referencia de los universos de los vivos y de los muertos es una constante en las más de 70 obras que se exponen y que, en muchos casos, fueron producidas específicamente para esta muestra y para este espacio del museo, lo que le permitió ir hilvanando en esas piezas, través de la presencia de elementos precisos, una y otra series que hacen a la totalidad de la exposición.
Así, la primera obra exhibida junto al texto curatorial de Antuña, un primer «trance» en formato más pequeños que los que vendrán convive en esa sala inicial con obras geométricas, piezas que el propio García cuenta en un recorrido horas de antes de la inauguración «nacieron de un juego con letras y formas», anticipan a quien sepa verlo el final: la última sala donde las protagonistas son las enormes pinturas y las imágenes de esa mujer que oscila entre el hipnotismo, la locura y la danza y que para el pintor tiene nombre propio y es la de la poeta Gilda Di Crosta, pareja del pintor fallecida en noviembre de 2019.
Antes de llegar hasta allí, los demonios, las diferentes formas de la muerte: el Ñato en sus diferentes versiones que recuerdan esa imagen popular que a la Quinta del Ñato van a parar los muertos; el disfraz de esqueleto, aunque aquí solo disfraz detrás del cual se esconde una mirada viva.
Más retratos de Gilda, en imágenes vitales de los mismos años, pero en otros momentos, en un intento de recuperación que el mismo artista admite que «fracasa», pero que no deja de actuar «como un médium: raspando una y otra vez las capas de la pintura» en una operación a través de la cual «elabora el vacío de la pérdida», suma Antuña.
Sin embargo, más allá de esa búsqueda el propio García también refiere la búsqueda de una cierta ambigüedad en las imágenes, la posibilidad de quien las vea «entre por diferentes lugares», haga diferentes lecturas e identificaciones. «Ese que no me conoce va a leer otras cosas y eso es lo más interesante», dice.
La huella oriental
Si bien la producción de la obra es bien actual, hay marcas que persisten a lo largo de los trabajos de Garcia desde hace décadas y una de ellas es la huella oriental.
En la serie de imágenes geométricas, con los retrato de dos mujeres tienen esa marca, y más aún en el espacio siguiente, donde las pinturas de las muñecas de la Dinastía Han (del siglo VI al siglo IX) dominan la escena y la comparten con la imagen onírica de un yogui -literalmente desdibujado- sobre un paisaje.
«Lo oriental ha estado desde siempre en diferentes formas y en diferentes cosas», señala el artista e incluso recuerdas algunas de sus obras de los años 90, donde los formatos que tomaban tenían también esa huella y esa marca.
Es más, explica que a veces eso es visible y otras veces no lo es tanto. «Son diversas cuestiones, la densidad y el vacío, los ritmos, todo eso me influencia en algunos casos más directamente y en otros indirectamente, a veces se ve y a veces no se ven», añade.
Una trayectoria
Garcia es rosarino y expone su obra desde 1981, hace ya más de cuatro décadas. Aunque es mayormente autodidacta, estudió con Eduardo Serón y ya en los 90 con con Guillermo Kuitca. Además de exponer su trabajo en forma individual casi año a año en Rosario en el último quinquenio, fue parte de la las bienales de Venecia, de La Habana y del Mercosur en 1997 y repitió en Brasil en 1999 y en 2002.
Su obra es parte de las colecciones de los museo Castagnino+Macro en Rosario, pero también de los museos de Bellas Artes y de Arte Latinoamericano, en Buenos Aires; del museo cordobés Emilio Caraffa y en Corrientes del Museo Juan Ramón Vidal, además de los museos de arte contemporáneo de Salta y Bahía Blanca, e incluso del Napa Valley, en Estados Unidos.
Fue premiado y distinguido en varias oportunidades desde 1992 en adelante, fue considerado como el Artista Joven del Año 1995 por la Asociación Argentina de Críticos de Arte y en el 2002 obtuvo el Konex de Platino de la Fundación Konex.