Fuente: La Voz ~ Estar en el lugar apropiado, y en el momento justo, son las coordenadas que Marcos Acosta (Córdoba, 1980) utiliza para explicar un momento artístico excepcional que viene enlazado a un recorrido vital intenso.
El pintor cordobés participa desde fines de julio en la muestra colectiva “Gravity’s Pull”, junto a algunos popes del arte contemporáneo como John Baldessari y Eric Fishl, y el próximo 18 de agosto concretará su primera exposición individual en Estados Unidos. En ambos casos, de la mano de la galería Hexton Contemporary de la ciudad de Aspen (Colorado).
El salto hacia esos escenarios es bastante inusual para los artistas argentinos, mucho más para un pintor cordobés y más aún para un artista de su generación.
Acosta celebra el momento y cuenta una parte del camino que lo llevó hasta ahí: “Hace cuatro años recibí la invitación para ser parte de un proyecto muy interesante, dirigido por Agustina Mistretta, que se llama Ether Arts Project. A grandes rasgos, busca tender redes de colaboración y difusión entre artistas de todo el mundo, especialmente aquellos que trabajamos de un modo u otro relacionados a la naturaleza. Realizamos algunas acciones en conjunto, hasta que hace un año, Ether me invitó a participar en una Feria Internacional en Aspen”.
Fue en esa feria que el galerista Bob Chase, dueño de Hexton, vio el trabajo de Acosta y se movió para contactarlo y conocer más sobre su obra.
“Al principio yo no sabía demasiado sobre la forma de trabajo de la galería, pero poco a poco fui entendiendo la dinámica, y me parece alucinante –cuenta el pintor–. Noté desde el primer momento un gran respeto hacia el trabajo que uno realiza, un gran compromiso por generar lazos fuertes y fructíferos, y un profesionalismo que no es fácil de ver. Sé que lo que les interesó de mi trabajo es la búsqueda plástica y conceptual que yo vengo desarrollando hace ya varios años, fundamentalmente en torno al paisaje”.
Añade Acosta: “También fue decisivo el hecho de que tengo una producción constante y sostenida a través del tiempo, lo que les dio la pauta de que podían confiar en mi capacidad de trabajo. Creo que ha sido la feliz coincidencia de varios factores, y haber estado en el lugar apropiado en el momento justo”.
Su trabajo se verá asimismo en la Feria de Arte Córdoba, que tendrá lugar entre el 16 y el 21 de septiembre, invitado por la galería cordobesa Marchiaro. “Voy a presentar un par de pinturas recientes y un conjunto de dibujos, tintas sobre papel, que son de hace varios años, pero que dialogan increíblemente con estas nuevas pinturas –anticipa–. Un pequeño viaje de ida y vuelta entre dos lenguajes y dos momentos que se conectan y que me hacen pensar: acaso existe realmente el tiempo?”.
Paisaje y espíritu
–¿Cómo estás viviendo este momento de salto a la escena de Estados Unidos?
–Para mí es una situación muy emocionante, en especial sentir que somos un equipo trabajando en pos de lograr lo mejor. Es fuerte para uno como artista ver que en otras latitudes los paisajes que son tan nuestros, y que habitan en mi obra, conmueven y emocionan.
–¿Qué vas a exponer en la muestra individual?
–Voy a mostrar un conjunto de obras enteramente nuevas, realizadas entre 2020 y 2021. He pintado sin descanso durante muchos meses, con un entusiasmo muy grande. Son todos paisajes, algunos a partir de lugares en las Altas Cumbres, aquí en Córdoba, y otros teniendo como base algunos viajes que realicé hace un tiempo a Catamarca y Salta. En ellos he buscado profundizar en la mirada que tenemos sobre la naturaleza, pero esta vez no tanto como una agresión del ser humano hacia ella, sino como un paso más allá: entendiéndonos como parte unificada, una misma naturaleza tanto dentro nuestro como por fuera. Arriesgando la idea de que todo aquello que es dual, separado, no es más que una ilusión, y que en verdad todo está conectado y unido.
–En la muestra colectiva, donde se entablan diálogos con algunos artistas muy reconocidos en el panorama internacional, tu obra está conectada con la de Sean Scully. ¿Qué vínculos ves con ese artista?
–”Gravity’s Pull” tiene un listado de nombres realmente increíble. Me parece parte de una especie de sueño estar ahí colgado con artistas como Agnes Martin, John Baldessari, Philip Guston o Ellsworth Kelly, con quien hacen dialogar mi obra. En este caso, hay aspectos que conectan mi trabajo con el de Kelly, como la geometría que está presente casi siempre en mis pinturas. Aunque las conexiones entre mi manera de entender el arte y la manera de entenderlo de Kelly es lo que verdaderamente nos puede unir en un diálogo que va más allá de la forma, el tiempo y el espacio. Muchas veces imagino a los artistas como un gran organismo que está todo interconectado, como si una comunicación sutil, de otro plano de existencia, nos conectara más allá de las circunstancias y de los egos. Me parece algo maravilloso poder tener esta oportunidad, impensable hasta hace poco tiempo.
–¿Qué implican estas muestras en tu carrera? ¿Lo ves como una oportunidad, un logro, un desafío?
–Sin dudas, el impacto de estas acciones en mi carrera es muy profundo. Y decir que lo tiene en mi carrera es lo mismo que decir que lo tiene en mi vida. Poder compartir con personas de lugares tan lejanos, a través del canal de comunicación que abre el arte, y en particular la pintura, es muy emocionante y me llena de fuerza y entusiasmo para continuar. No creo demasiado en la idea de los logros como la concreción de algo, mucho menos en la idea de “llegar”, o en las oportunidades únicas. Todo es parte de algo que en verdad empezó cuando a los 8 ó 9 años decidí tomar un pincel y empezar este camino. Lo que me resulta apasionante es el camino en sí, el misterio de lo que va a suceder mañana. Para mí es tan importante poder hacer estas exposiciones como poder todos los días agarrar mis pinceles y empezar un nuevo lienzo. Sí siento que me gusta la idea de desafío, porque todo lo que es nuevo y puede imprimir nuevas experiencias me resulta atractivo.
–En tu obra vienen apareciendo rocas, pastizales, cielos, nubes, también ciudades. Una visión del paisaje que se expande, abarcando no sólo eso que llamamos naturaleza sino también visiones de las grandes estructuras urbanas. ¿Cómo concebís esas imágenes? ¿Hay algo que las une?
–La serie que llamé “Todas las ciudades” fue el puntapié inicial de todo lo que actualmente estoy realizando. En aquellas obras, que pinté entre 2012 y 2016, conviven ciudades vistas desde arriba, paisajes y otras obras que llamé “pixeladas”, en las que las imágenes, principalmente de recuerdos familiares, estaban descompuestas en píxeles. De esa trilogía de vertientes, la que cobró especial fuerza desde 2016 hasta la actualidad son los paisajes que diversas geometrías invaden, intersectan, anulan. Estas imágenes son concebidas a partir de un proceso incesante que no encuentra fin. Una tras otra, de algún modo, brotan de asociaciones intuitivas que busco desarrollar, partiendo de lugares en los que estuve alguna vez, y más recientemente, de lugares en los que aún no he estado. A su vez, esas obras, en su mayoría pintadas con sumo realismo, dan paso a otra vertiente de paisajes, pintados de manera más “suelta”, aunque también desde cierta distancia son muy realistas. Todas estas obras se originan en gran medida en mi propia experiencia del paisaje, de internarse en él, sentir su fuerza incomprensible, de transitar sus olores, texturas, incandescencias.
–¿Trabajás en base a fotografías? ¿Después ese registro se convierte en otra cosa, en la “huella”, digamos, que eso te dejó?
–En los últimos años la fotografía como modo de registro de lo vivido, del tiempo, ha tomado un protagonismo muy fuerte en mi trabajo. Todas las obras están basadas en fotos, aunque luego sirvan sólo de guía para la construcción de la imagen. En verdad, sólo son eso, porque al pintar inevitablemente el proceso es de síntesis y reordenamiento. Por más real que parezca una pintura, nunca deja de ser eso, una pintura, y en cierto modo esa es la maravilla que encierra. Poder, a pesar de respetar hasta el paroxismo una fotografía al pintarla, generar un mundo enteramente nuevo a través del pincel, es una oportunidad de encontrarse a uno mismo. Por la simple razón de que ese mundo que uno crea, lo crea a partir de uno, y encierra en esa paradoja todo el mundo. Algo de eso hay en el título que estoy pensando para todas estas obras nuevas, “Afuera el viento, adentro el mundo”.
–¿Qué rol juega la escala en la intención de captar eso que es, en algún sentido, sublime, esa vastedad que aprieta a lo humano?
–La escala de la obra es determinante. No es lo mismo una nube de 30 x 30 cm. que la misma nube pintada en 3 x 3 metros. Eso es así porque la pintura es una experiencia, tanto para quien la hace, como para quien la observa. Muchas veces pienso en la pintura como un ser vivo. No es lo mismo en absoluto observar un león en una revista o en una pantalla, que verlo cara a cara en la sabana africana. La pintura debe ser como ese león, cara a cara. No puede generar indiferencia, entonces la magnitud de la escala determina en gran medida el efecto que causa en el que la contempla y puede, ciertamente, arrojar al espectador a una dinámica nueva que no tiene nada que ver con la contemplación, pero si con la acción. Y esa acción sucede en su propio espíritu, en una zona que no aparenta ser, sino que es, y que no acepta máscaras ni intelectos. La vastedad del paisaje aprieta el corazón del ser humano cuando no es capaz de asumir que esa vastedad está dentro de cada célula que compone su cuerpo y de cada rincón de su mente, porque esa vastedad infinita es su propia alma, donde se encuentra sumido eso que llama cuerpo y mente. Pienso que para intentar activar algunos de estos mecanismos es útil la escala de una obra.
–En un video contás que te fuiste moviendo desde una posición intelectual hacia una intuición que busca captar desde el corazón…
–Hubo un momento de inflexión, en el que de algún modo comprendí que el intelecto no tenía mucho que hacer frente a lo que yo sentía profundamente. Entendí que el arte es una herramienta espiritual, un medio de canalizar información no intelectual, que proviene de otro plano. Tal vez suene místico, pero creo que es mucho más simple que eso, es una herramienta que puede dar la oportunidad de quebrar la dualidad en la que creemos estar. El arte, así como muchos otros mecanismos, nos permite darle el sentido al misterio, no desde la razón, tan corta y egocéntrica, sino desde la intuición, desde lo que algunas culturas llaman corazón. Ese corazón es útil tanto para pintar como para ver el mundo, porque a través de él todo lo que existe es una maravilla y una oportunidad de descubrir la vastedad que nunca estuvo en otro lugar más que ahí, en el corazón.
–¿Cómo has vivido la pandemia? ¿Algo de lo que ha venido sucediendo se mete de alguna forma en tus pinturas?
–Tendría que decir que no, pero también que sí. Es inevitable que la vibración de todo lo que vivimos se refleje de algún modo en lo que hacemos, sin embargo no lo ha hecho de manera directa. Creo que esta experiencia colectiva, si algo nos confirma, es lo mismo que vengo diciendo: todo es uno y está conectado. Nos muestra de manera despiadada que nadie es una individualidad ajena al resto, cada cosa que hago impacta en el todo. Tal vez no haya metáfora más perfecta para mostrarnos lo insensatos que hemos sido como especie, pensando que los ideales de progreso y riqueza pueden ser algo independiente de la sustentabilidad del planeta, por ejemplo. Yo siempre he percibido al ser humano como extrañamente confiado en que puede disponer de la naturaleza a su antojo, sin reparar que la naturaleza es él mismo. Que destruir un árbol es escupir para arriba. Aún no hemos comprendido nada en ese sentido, y seguimos enfrascados en luchas y guerras. En creer que progreso es una ruta que atraviesa las montañas, miles de hectáreas sembradas o una billetera abultada. Progreso sería volver a respetar lo sagrado de la vida, en cualquiera de sus formas. Sería poder observar una roca y respetarla por el simple hecho de que ser lo que es le llevó cientos de miles de años y que, en esencia, está compuesta de lo mismo que nosotros.