Fuente: Infobae – La artista, nacida en Salta pero que se consideraba tucumana, fue el cincel más brillante de nuestro país.
Desafió a las convenciones y la pacatería de su época. El derrotero de su obra más famosa, la Fuente de las Nereidas, y sus grupos escultóricos para el Congreso Nacional. Hacia el final, debió sobrevivir con una pensión del Congreso y su familia quemó casi todas sus pertenencias y recuerdos.
Lola Mora, la maravillosa escultora argentina
Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández nació en la ciudad de Tala, provincia de Salta el 17 de noviembre de 1866 y fue bautizada en la parroquia de San Joaquín de Trancas, provincia de Tucumán el 22 de junio de 1867. Por este motivo y porque ella siempre se autodefinió como tucumana, es que cada vez que se menciona ese nombre se da de hecho que nació en Tucumán. Ese nombre, a la gran mayoría de nosotros, no nos dice nada: pero Dolores Hernández es Lola Mora, una de las más grandes artistas del mármol de nuestra región. Pero no solo por su talento, sino por su lucha por abrirse camino en una sociedad que no admitía que una mujer sea escultora.
Su padre era Romualdo Alejandro Mora y su madre Regina Vega Sardina, ambos estancieros. El carácter de mujer luchadora contra los estereotipos lo tomó de su madre: una mujer estanciera no era bien visto, pero doña Regina no se amedrentaba y daba lucha sin cuartel a los prejuicios. Lola fue la tercera de 7 hermanos y en 1870 se fueron a vivir a la casa solariega que la familia poseía en la ciudad de San Miguel de Tucumán.
En 1874 comenzó sus estudios en el Colegio de Ntra. Sra. Del Huerto de esa ciudad. Pero en 1885 la familia sufre cinco días de desgracias. Doña Regina muere de pulmonía y su padre Romualdo, no pudiendo soportar la pérdida de su esposa, sufre un infarto y muere al otro día del sepelio. Romualdo murió de amor, se le partió el corazón por el dolor de perder a la mujer que amaba. Lola quedará al cuidado de sus familiares.
Lola Mora, en su taller de Roma (Wikipedia)
En 1887 llegó a San Miguel de Tucumán el pintor y escultor Italiano Giacomo Doménico Alfonso María Falcucci. Lola tomó clases de escultura y pintura con él y las financió pintando óleos y carbonillas de las personalidades de la sociedad tucumana. Así llegó a retratar, en carbonilla, al gobernador de Salta Delfín Leguizamón. Este quedó fascinado por el talento de la joven y le solicitó que realizara una colección de veinte retratos de los gobernadores tucumanos desde 1853, que luego fueron adquiridos por la legislatura de la provincia.
Lola comenzó a ser conocida en el ámbito de la sociedad política e intelectual. Viaja a Buenos Aires para solicitar una beca de estudios, que le fue otorgada por el presidente José Evaristo Uriburu. Con ella viaja a Roma para perfeccionar su arte. En 1897 llega al puerto de Ostia y de allí a Roma, donde comienza las clases con el pintor Francesco Paolo Michetti, quien había sido escultor en su juventud. Luego, con el maestro Constantino Barbella, toma clases de escultura en terracota. Pero todo cambia cuando conoce al escultor Giulio Monteverde, genial maestro del trabajo en mármol apegado a los cánones tradicionalistas originados en la Grecia clásica y luego reforzados durante el renacimiento. Él será su gran maestro y ella su mejor alumna. Su fama comenzó a extenderse por toda Europa, luego que un autorretrato realizado en mármol para la “Exposición Universal de París” de 1889 ganó una medalla de oro.
Lola Mora se casó con un hombre 17 años menor que ella. Se separó al poco tiempo
Dado que su fama crecía, fue llamada desde su provincia adoptiva, Tucumán, para esculpir el monumento a Juan Bautista Alberdi. Tal era su prestigio que también la convocaron para hacer la estatua de la reina Victoria para ser ubicada en la capital de Australia, Melbourne; y la estatua de zar Nicolás I para la ciudad de San Petersburgo, pero para eso debería hacerse ciudadana británica o rusa, cuestión que rechazó de cuajo por su orgullo nacional argentino.
Mientras tanto, en nuestro país le llovían pedidos: el busto del presidente Roca, la escultura de Aristóbulo del Valle y grandes altorrelieves para poner en el “templete” que custodiaba el salón de la jura de la Independencia en Tucumán. Dichas obras se llevaron a cabo en una fundición de Roma, y representan al Cabildo Abierto del 25 de mayo de 1810, y a la declaración de la Independencia de 1816. Lola se tomó una licencia y retrató a uno de los congresales con el rostro de Julio Argentino Roca, su mecenas, protector, y algunos historiadores argumentan que fue también su amante. Empero, su sobrino bisnieto, el profesor Pablo Solá, desmiente con vehemencia que haya tenido amoríos con “el Zorro Roca”.
Siempre fiel a su espíritu libre, a los 42 años se casó con Luis Hernández Otero, 17 años menor, hijo del ex gobernador de la provincia de Entre Ríos Sabá Zacarías Hernández. Unos años más tarde se separaron. Hecho que no hacía más que sumar escándalos a su vida de “demasiada libertad para ser mujer”. Eso también se reflejó en el vestir: usaba pantalones babucha, camisa de hombre y pañuelo al cuello en una época en la que las mujeres usaban faldas con polisón, corsés y amplios sombreros con adornos inmensos.
La Fuente de las Nereidas, en la Costanera Sur, su obra más famosa
Sin dudas, a Lola Mora se la identifica principalmente por su obra la fuente de las Nereidas, hoy ubicada en la Costanera Sur. La realizó por encargo del intendente de la ciudad de Buenos Aires, Adolfo J. Bullrich en 1900, pero el intendente pasó por alto la aprobación del Consejo Deliberante, lo que en su momento fue motivo de críticas. Lola, para zanjar este inconveniente, la ofreció en forma gratuita y sin cargo a la municipalidad de Buenos Aires. “Las Nereidas” representan el nacimiento de la diosa Venus, es asistida y sostenida por dos criaturas que dan nombre a la obra: las nereidas, ninfas del océano. La fuente la completan tres tritones montados en sus caballos, emergiendo del agua. La fuente es una escultura de aproximadamente 6 metros de alto y 13 de ancho, construida totalmente con mármol de Carrara y realizada por la artista en su taller de Roma.
La obra se iba a ubicar en la Plaza de Mayo, frente a la catedral de Buenos Aires, pero sus desnudos causaron la ira del clero católico porteño. Los religiosos y algunas damas de las cofradías y archicofradías sugirieron que fuera colocada en el barrio de Mataderos, que por aquella época era solo casi todo campo, o en Parque de los Patricios.
La artista, en pleno trabajo (Wikipedia)
Pero en 1902, un grupo de prestigiosos ciudadanos, entre ellos Bartolomé Mitre, solicitó que se instalara en la intersección del Paseo de Julio (actual Avenida Leandro N. Alem) con la calle Cangallo (hoy Juan Domingo Perón), a poca distancia de la Casa Rosada. Las críticas se hicieron incesantes, sobre todo de los grupos católicos. Ella misma contestó por carta a los constante agravios a su persona: “…No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura que haya podido crear Dios”.
Su espíritu de libertad era muy avanzado para la época y en 1918 la obra fue trasladada a la Costanera Sur. Fue la misma Lola quien eligió el lugar. No fue un destierro: en ese momento, el lugar daba hacia el río, y era el lugar donde las clases altas porteñas paseaban todas las tardes desde el comienzo de la primavera hasta fines de los veranos. Allí estaban los más famosos balnearios de la ciudad y las célebres cervecerías.
También fue convocada para realizar las esculturas alegóricas para el nuevo edificio del Congreso Nacional. Y así lo hizo por medio de un contrato firmado con el gobierno nacional en 1903 y que finalmente colocó en sus pedestales a mediados de 1907. En 1921 los presidentes de ambas cámaras del Congreso resolvieron retirarlas argumentando ‘razones de estética y perspectiva’. Aunque el diputado Luis Agote expresó con claridad y sin tapujos que esas esculturas eran “un adefesio horrible y no demuestran nuestra cultura ni nuestro buen gusto artístico”.
Además de la escultura, Lola Mora incursionó en el cine y proyectó calles y hasta vías férreas (Wikipedia)
Se decidió donarlas a la provincia de Jujuy, a donde la propia artista viajó en 1922 para determinar su nuevo emplazamiento. Al asumir como presidente de la cámara de diputados de la Nación, el diputado Julián Domínguez recuperó las esculturas para el frente del Congreso. Por tanto, entre el 2012 y 2014 se realizaron calcos de las obras originales de Lola Mora, que están en Jujuy y estas copias ocuparon el lugar del cual nunca debieron haber salido: son dos grupos escultóricos representando la libertad, el comercio, la fuerza, la paz, el trabajo y la justicia. También es obra de su cincel el tintero de bronce realizado para la presidencia del Senado de la Nación.
En 1909 la “Comisión de festejos del Centenario” contrató a Lola Mora para erigir el monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Diseñó una obra imponente. Comenzó a trabajar varias esculturas en su taller de Roma, pero cuando se dieron cuenta que eran demasiados los desnudos, la obra, que había sido aprobada, fue cancelada. Las esculturas que envió peregrinaron por toda la ciudad de Rosario, hasta que, por fin lograron su cometido: formar parte del actual monumento a la bandera. Son ocho las esculturas emplazadas en el llamado “Pasaje Juramento”: La libertad o república; la Gloria; el Gaucho; la Madre y el hijo; el Soldado; Belgrano y la jura de la Bandera; Pbro. Gorriti bendiciendo la bandera; y los Granaderos.
Lola Mora regresó al país a comienzos de la década del 30 (Wikipedia)
Alrededor de 1920 vendió su palacete de Roma y abandonó la escultura para sumergirse en otros proyectos. Impulsó el dispositivo llamado “cinematografía a la luz”, que permitía ver cine sin necesidad de oscurecer una sala, pero no logró introducirlo en el mercado.
Además, fue contratista en la obra del tendido de rieles del Ferrocarril Transandino del Norte, más conocido como Huaytiquina, por donde hoy transita el tren a las Nubes, en la provincia de Salta. También es la autora del primer proyecto de subterráneo y galería subfluvial para la Argentina, previstos para la Capital Federal, y del trazado de calles de la ciudad de San Salvador de Jujuy.
Lola Mora falleció el 7 de junio de 1936 rodeada por sus tres sobrinas
A principios de la década del 30 regresó a Buenos Aires con la salud mental muy deteriorada. La sociedad Sarmiento de Tucumán realizó una muestra a beneficio de la empobrecida artista. Por esa época comenzó a circular un mito urbano: decían que antes de cada lluvia, se la veía pidiendo a los transeúntes paraguas para cubrir con ella su obra Las Nereidas, y que más de una vez se la habría visto trepada a esta fuente sosteniendo un paraguas. Pero no es más que una leyenda concebida por un hecho real: en 1932, Lola fue a ver su escultura, y se quedó todo el día contemplándola. Sus sobrinas, al regresar a su casa y ver que su tía no estaba, dieron parte a la policía. La noticia llegó a los periódicos vespertinos y fue encontrada de pie mirando su fuente.
En 1935, el Congreso de la Nación aprobó una pensión para ella de 200 pesos mensuales. Falleció el 7 de junio de 1936 rodeada por sus tres sobrinas, que la asistieron durante toda la enfermedad. Estas, al morir su tía, quemaron cientos y cientos de notas, bosquejos, cartas y demás pertenencias de Lola, por lo cual parte de su vida se convirtieron en cenizas. Sus restos descansan en su amada Tucumán, en el cementerio del Oeste, y en 2010 su tumba fue declarada bien de interés histórico-artístico.