Fuente: Clarín ~ Mauricio Poblete, La Chola en tributo a su sangre boliviana, se consagró en la feria ARCO de España. Estuvo con la reina Letizia, su admiradora, pero no se la cree.
Guaymallén, Mendoza, noviembre de 1989. Mauricio Poblete nace en el seno de una familia de origen boliviano, humilde y trabajadora.
Su mamá, empleada doméstica; su papá, ausente y con problemas con la bebida.
Hay un padrastro camionero con el que no se lleva del todo bien. Una abuela y varias tías completan un universo femenino que lo va forjando de a poco.
El tiempo pasa, Mauricio dibuja, es fanático de los cómics, le va bien en la escuela. Sin embargo, algunas incomodidades se agrandan con el paso del tiempo.
Las económicas, claro, pero también las identitarias. ¿Quién es Mauricio Poblete? ¿Qué quiere de la vida? ¿Hacia dónde va ese chico del que sus compañeros se burlan porque no parece ser tan hombre –ni tan blanco– como según ellos debería serlo?
“Siempre me interesó el arte, pero no sabía que podía ser artista –explica hoy, muchos años después, renacida como La Chola, una de las artistas más destacadas de la escena contemporánea del arte argentino–. Me pasaba las tardes dibujando, hacía figurines… todo de forma autodidacta. Quería estudiar diseño de indumentaria, pero era en una universidad privada y no podía pagarla. Tenía amigos que hacían caricaturas que vendían en la plaza, pero nunca pensé que podía dedicarme al arte como forma de vida y ganar dinero con eso. Un día nos llevaron con el colegio a visitar la Universidad de Cuyo y descubrí que podía estudiar arte. Así aprendí las técnicas: dibujo, grabado, pintura”, cuenta La Chola en su taller del barrio de San Telmo, entre cuadros, pinceles y el perfume de la pintura, un cigarrillo tras otro, un vestido largo y el cabello suelto como una cascada.
La Chola pinta, dibuja y hace performances. Su cuerpo es también su obra.
-Terminaste la universidad, hiciste una performance en ArteBA y te ganaste una beca del Instituto Di Tella para estudiar en Buenos Aires. ¿Cuando nació La Chola?
-Desde que llegué a Buenos Aires fui La Chola. En mi familia me dicen Mauricio, Mauri, “Hijo” o “Negro”. No me molesta porque sé que lo hacen sin mala intención. No es una manera ponzoñosa. También siento que ponerse en un lugar tan dogmático no me cabe. En cambio si me lo dicen con mala intención, sí me paro de manos. Soy capaz de cagarme a trompadas si es necesario. Un par de veces lo tuve que hacer. Una vez me quisieron robar y les contesté: ¿Por qué me robás si yo también soy pobre?
-¿Qué tan pobre eras?
-Vivíamos con mi abuela, después nos fuimos a una casa a medio terminar provista por el Instituto Provincial de la Vivienda. Dormíamos en el comedor porque las habitaciones no estaban construidas, todos amontonados. No teníamos calefacción. En el barrio me sentía discriminada por ser gay, pero con el tiempo me di cuenta de que también había una discriminación por ser del barrio. Me decían “boliperuano”. Todavía no se conocía el concepto de “identidad marrón” o no se hablaba de racismo. Lo tenía incorporado, lo trabajaba en mi obra pero no me daba cuenta de que tenía que ver con eso, pese a que exponía mi cuerpo.
“Se supone que, como soy una artista marrón, tengo que hacer una vasija o un telar.”
Mauricio La Chola Poblete
-Tu obra trabaja con dos aspectos muy presentes en el arte contemporáneo y en la discusión pública: lo queer pero también esa identidad marrón a la que hacés referencia. Eso te puso en un lugar muy distinto del que venías.
-Hay miles de artistas que son mega, pero como el discurso está puesto sobre lo queer y lo latinoamericano, me eligen a mí. Respecto a Identidad Marrón, es un colectivo de amigues marrones unides para debatir sobre el racismo estructural en Latinoamérica. No formo parte del colectivo pero sí me siento identificada. Hay una Argentina blanca que quiere seguir sosteniéndose. Es más fácil pensar que solo Buenos Aires es la Argentina y que Jujuy está en otro país. Desde acá es muy fácil olvidarse de quiénes somos. Yo soy de Mendoza, pero al lado tengo Chile y todo lo que implica, con su identidad mapuche. Cuando estudiás arte precolombino vas a un museo de antropología, pero cuando estudiás arte hecho por blancos vas a un museo de “Bellas Artes”. Es evidente que hay una separación que sigue estando.
Reconstrucción de una identidad
La Chola atravesó muchas transformaciones. La primera, salir del clóset a los diecinueve años y asumirse homosexual. La segunda, dejar el barrio en Mendoza y trasladarse a vivir a Buenos Aires. La tercera fue la que la catapultó a la fama.
Una de sus obras, «Virgen no binaria», de acuarela y tinta sobre papel.
Todavía era Mauricio cuando viajó a Madrid invitada por unas tías que habían emigrado y conoció las obras de arte que había estudiado en la universidad, sin embargo se sentía rara con respecto a lo que veía: “El arte blanco no me representaba, así que me empecé a preguntar qué quería decir con mi obra”. Así nace La Chola, con una obra al estilo de la chica de Belleza americana, solo que en lugar de pétalos de rosas estaba acostada sobre un camión lleno de papas. La presentó en la feria ArteBA de Buenos Aires y significó el despegue.
-¿Cómo tomó tu familia todo este proceso de convertirte en La Chola?
-Fue difícil al principio. Mi vieja siempre me decía que quería que yo fuera feliz, pero le molestaba la mirada de los otros, lo que me podía llegar a pasar. Tenía mucho miedo. Yo salí del clóset y me fui a vivir a la casa de mi abuela, porque en mi casa tuve quilombos. A mi vieja le costó entender, pero ahora quiere que esté en pareja. Nunca tuve pareja y a ella le da miedo que tenga una vida en soledad. A mí también me da miedo. El éxito hay que compartirlo con alguien, sino parece medio una ficción. No es necesario estar con alguien para completarse, pero es algo que no probé y me gustaría saber qué me pasa con eso. Mi libido siempre estuvo puesta en el arte.
-Esa obra y las que vinieron después te abrieron las puertas del arte contemporáneo, del mercado, las galerías de arte… ¿Cómo recibiste esas oportunidades?
-Al principio tenía una idea romántica, me parecía hermoso que alguien comprara una obra mía y la tuviera en su casa. Eso fue cambiando y a veces me resulta contradictorio. En un momento empecé a hacer mucha performance, a veces me pagaban y otras veces no, y entonces no había una mirada muy clara sobre eso. Con el tiempo me di cuenta de que ser artista es un trabajo. Trato de que no me invada el pensamiento de tener que producir obra para el mercado. Si uno va detrás de lo que pide el coleccionista, podés ganar dinero pero te vas quedando anclada ahí y es difícil salir de ese lugar. Está bueno ponerse el desafío de hacer otra cosa. Últimamente, cuando hago una obra se vende y la tengo muy poco tiempo conmigo. Algunas se van a colecciones privadas y no las veo nunca más. Te volvés un robot, porque te metés al taller y te ponés a producir un montón, pero en algún momento te detenés a pensar cuál es el fin de todo esto, si soy artista para ser funcional al mercado o porque quiero dar un mensaje.
-¿Sentís que hay algo contradictorio en haber sufrido discriminación, visibilizarlo en tu obra y ser parte de un mainstream hecho por blancos?
-Al principio sentía que yo hackeaba ese sistema, que ponía una bomba para hablar de ciertas cuestiones. Después lo que sucede es que te volvés un poco cliché. Hoy en el arte las puertas están abiertas para lo queer y para lo latinoamericano, entonces alguien como yo enseguida entra en ese kit. Y eso es contradictorio porque terminás siendo parte de la hegemonía de un discurso, reproduciendo lo que ellos quieren decir sobre una generación. Hay que tener los pies muy en la tierra para no caer en esa. Se supone que yo, como soy una artista marrón, tengo que hacer cierto tipo de producción; y así estás todo el tiempo al límite de terminar haciendo una vasija o un telar.
Un encuentro de cinco siglos
A principios de este año La Chola volvió a España, esta vez para participar de ARCO, una de las ferias de arte contemporáneo más importantes del mundo. La reina Letizia visitó el stand de la galería Pasto, que exponía la obra y contaba con la presencia de esta artista.
El encuentro de La Chola con la reina Letizia en la feria ARCO, a principios de este año.
“Fue todo como un circo, como una película clase B, pero divertido –cuenta y prende el tercer cigarrillo de la conversación–. Nos habían enviado un mail diciéndonos que la Casa Real nos había elegido para que los reyes visitaran nuestro stand. El día en que nos juntamos para que nos explicaran el protocolo, nos dijeron que teníamos que saludar a la reina con una mano en el corazón o hacerle una reverencia, que le podíamos decir ‘Señora’ o ‘Su Majestad’; pero cuando vino ella se me acercó muy estoica, con una mirada muy punzante, se me acercó y me dijo: ‘Tú eres chola’. Yo no hice ninguna reverencia ni me puse la mano en el corazón, le dije: ‘Sí, bienvenida, Letizia, nos encontramos después de quinientos treinta años’.”
La Chola cuenta que Letizia pestañeó, la agarró del brazo a pesar de que los reyes no pueden tocar a las personas y le preguntó con qué pronombre se sentía más cómoda. “Le dije que con el femenino. No creo que la reina sea tan cool, creo que es una lavada de cara, pero algo es algo.”
La muestra incluía una espada de torero cortando papas andinas, dibujos que hacen referencia a las ilustraciones de la Inquisición, al sincretismo, a lo que implica nacer en Mendoza. Fue, en palabras de la artista, “un acto político performativo fuerte”.
-¿Creés que el arte debe tener un trasfondo político?
-Todas las personas estamos atravesadas por lo político, pero no sé si mi finalidad como artista es hablar explícitamente de eso. Si toco algo de eso, es porque lo atravieso, pero me cuesta pensarme como militante. Está claro que denuncio y repudio temas que están ligados a ideologías dominantes, la violencia que generó la colonialidad y cómo influyó en los territorios y los cuerpos. Hay que seguir reclamando y el arte es una herramienta para hacerlo.
-En estos años se vive una reivindicación de los pueblos originarios, de hecho algunas fuerzas políticas la tomaron como una de sus banderas.
-Hay una conciencia más clara de lo que supone ser latinoamericano. Argentina está más incluida que antes en el continente. Crecimos desconociendo la historia de nuestros pueblos originarios, los Estado Nación los borraron bajo esta idea de “progreso”. Hay que desaprender y volver a la naturaleza, que es sabia y no binaria.
-También parece contradictorio hacer arte de izquierda para privilegiados de derecha.
-Llegué de España hace menos de una semana y ya estoy otra vez en el taller produciendo obra. Eso me genera un poco de angustia. ¿Tengo que entrar de nuevo en ésa de producir para vender? Me siento un poco vaciada. La verdad es que no me imaginaba que ser artista era así. El mundo del arte es muy complejo. Hay muchos coleccionistas, críticos, curadores, que te legitiman, pero muchas veces te encasillan también. Yo quiero ser artista y muchas veces tengo la duda de si me toman como artista o si solo soy parte de una moda. Sí es cierto que está bueno vivir del arte y está bien que te reconozcan eso: hay obras que implican tener dinero para llevarlas a cabo.
“Quiero ser artista y muchas veces tengo la duda de si me toman en serio o soy una moda.”
Mauricio La Chola Poblete
-Uno de los conceptos de los que se habla en el último tiempo es la apropiación cultural. ¿Creés que es posible pensar el arte desde ese lugar?
-Hay muchos artistas que, como ahora es rentable hablar de los pueblos originarios, lo hacen pese a que vienen de una clase privilegiada que no sintió el despojo de su territorio ni de su cuerpo. Quienes de verdad pasamos por eso crecemos escuchando que no tenemos posibilidades, que somos menos, que no somos parte. Hay otros que tienen más privilegios y más herramientas y desde ahí construyen un discurso que hace uso de estas cuestiones. Banalizan hábitos, símbolos, costumbres, relatos. Eso es apropiación cultural.
Hoy La Chola expone en el Museo de Arte Moderno porteño. Su muestra se llama Ejercicios del llanto. Foto: Andrés D’Elía.
-Otro tema muy debatido es el de la identidad no binaria. ¿Te definís de ese modo?
-Nunca me visto como un varón, pero tampoco me veo como una mujer. Entonces llega un momento en que las etiquetas me cansan. Son necesarias y hay personas que las exigen, lo cual me parece muy bien, pero yo no tengo ganas de dar explicaciones sobre lo que ven los demás. Lo que ven es lo que soy. No puedo decir “soy trans”, pero sí me lo estoy cuestionando. Al mismo tiempo pienso que si tomo hormonas para feminizarme, estaría siendo otra vez funcional al sistema, tomando algo para llegar a una imagen establecida. Hay mujeres que no tienen tetas y eso está perfecto, ¿por qué debería yo ponerme prótesis para satisfacer el deseo y la mirada del otro?
A veces incluso esta necesidad de etiquetar viene de los sectores más progresistas de la sociedad…
Es necesario insistir con algunas cosas para que haya personas menos invisibilizadas. Hoy puedo decir que no quiero que me etiqueten gracias a que antes de mí hubo otras personas que lucharon por ganarse su lugar. Antes fue necesario que alguien dijera “Soy gay”, “Soy trava”, “Soy lesbiana”, “Soy no binarie”, que pusieran el cuerpo, para que se genere un debate y algunas personas podamos decir que no nos interesa ser etiquetadas. Pero esas etiquetas fueron necesarias y lo siguen siendo para muchos. No para mí, pero les agradezco esa militancia que me dio a mí esta libertad de ser lo que soy sin dar explicaciones.