Horacio Spinetto: Pintar siempre, pintar por sobre todas las cosas

Fuente: Clarín – En una visita a Clarín, el arquitecto cuenta su vida, su amistad con Menchi Sábat y la muestra que organizó este año.

En la redacción de Clarín, Horacio Spinetto posa delante de una obra de Sábat. Foto: Martín Bonetto

Fue gracias a una caja de témperas que comenzó esta historia. En 1956, la poliomielitis azotaba y se habían suspendido las clases. La mamá de Pancho – así llaman amigos y familia a Horacio Julio Spinetto– trajo a la casa unos juguetes y esa caja para entretener a sus dos hijos.

“Fue maravilloso. Con seis años, empecé a pintar gracias a esas témperas. Y desde entonces, nunca dejé de hacerlo”, rememora el arquitecto que asegura que desde niño tuvo en claro que quería ser pintor.

También hubo unos libros que deslumbraron a Spinetto: los de “El tesoro de la juventud”, de la editorial W. M.Jackson y los que su papá le compraba en sus paseos al Palacio del Libro.

“Me deleitaba leyendo la vida de esos pintores, casi todos eran clásicos”, describe y agrega que en el colegio Mariano Moreno, donde cursó la secundaria, organizó la primera exposición de alumnos pintores de la escuela. “Todos los viernes a la tarde, entre el 65 y el 68 que terminé, me iba a recorrer las galerías de arte de la calle Florida”, agrega.

En ese último año llegó el tiempo de las definiciones, de elegir una carrera. “Un profesor de dibujo que tuve me dijo que, como dibujaba muy bien, podía estudiar arquitectura. Mi padre era ingeniero civil y pensaba que para ingeniero no andaba pero que para arquitecto era perfecto”.

El mismo año que ingresó en la carrera lo invitaron a pintar unos murales en Tango Norte, un local que se inauguraba en un subsuelo en Alvear y Callao y también se presentó en el Salón Nacional con una pintura. “Me dieron el premio Pío Collivadino.

Yo estaba eufórico porque uno de los jurados elogió mucho mi cuadro. Me creía Gardel en el año 69 pero la facultad me llamó a la realidad: de las cuatro primeras materias solo aprobé una”, sincera. Esa bofetada lo colocó nuevamente con los pies en la tierra.

Aquel verano estudió matemáticas con un profesor y se animó a rendir libre. “Fue como si hubieran tocado con una varita mágica en la cabeza, entendí todo. Y fui a dar el examen y aprobé muy bien”, recuerda.

Si bien se graduó como arquitecto, Spinetto confiesa: “No sé si me enganché totalmente. Yo soy mucho más arquitecto de la investigación y del estudio de la arquitectura que de la obra propiamente dicha”.

El trazo de su vida contiene una línea que lo ubica un largo tiempo en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. En 1973, ingresó en la Subsecretaría de Inspección General o en “lo que se conoce como policía municipal”. Se ocupaba del control de los locales habilitados y, como estaba por graduarse en la Facultad, se volvió a sentir Gardel entre sus compañeros de trabajo.El pasaje Seaver, una obra de Spinetto pintada con tinta en goteroEl pasaje Seaver, una obra de Spinetto pintada con tinta en gotero

“Me querían todos. Pero, lo más interesante, fue cuando empecé a trabajar en la Dirección de Arquitectura con el Negro (Jorge) Sábato. Con él, comenzamos alrededor de 1983/84 una guía de turismo con dibujos del casco histórico que, finalmente, no se concretó”. Aunque también hay que agregar los años que estuvo en el Museo de la Ciudad.

De esa época y de su paso por el museo, rescata a la fotógrafa Julie Méndez Ezcurra y a Guillermo “Timo” Zorraquín, periodista de Tiempo Argentino y primer esposo de la cantante María Volonté.

La amistad con Menchi

En 1984, Spinetto recibió una invitación a exponer sus pinturas relacionadas con el tango en un homenaje al zorzal criollo en la Biblioteca Municipal de Toulousse. Hermenegildo Sábat también fue convidado pero para exponer en otro espacio. “Como nos invitaron a los dos, lo fui a visitar a su estudio que, entonces, estaba en Bartolome Mitre casi Esmeralda».

Spinetto recuerda que «Menchi fue muy amoroso. Nos volvimos a cruzar en Francia, cenamos y combinamos encontrarnos, al regreso, en la Facultad”. Sábat era docente de los primeros cursos de Diseño Gráfico de la UBA y coincidía con Spinetto, que daba Introducción a la Arquitectura Contemporánea.

Un año después de aquella reunión, en 1986, Sábat lo convocó como docente en la Fundación Artes Visuales. “Era diseñó gráfico lo que dábamos. Trabajé con Alfredo, su hijo. Yo dirigía el taller de dibujo de modelo vivo y el de dibujo y pintura para niños y adolescentes. Trabajé hasta que cerró la fundación».

Sigue Spinetto: «Con Menchi nos hicimos amigos, nos visitábamos en nuestras casas. El tenía dibujos míos. Yo tengo dibujos suyos. Dibujos que parecen pinturas… Era un genio además de un amigo y no se me va del corazón”, se emociona.

Para no faltar a la verdad, acota que antes de toda esta historia, Sábat le había otorgado un primer premio en un salón de La Lucila cuando ni siquiera se conocían.

“Después de la muerte de Menchi, mi amigo Pablo Durán me invitó a dar clases en el bar La Poesía. El es uno de los dueños de varios restaurantes y cafés notables. Comencé en 2018, los sábados a la mañana”, dice contento con ese espacio que resurgió luego de la pandemia.Horacio Spinetto, por Hermenegildo Menchi SábatHoracio Spinetto, por Hermenegildo Menchi Sábat

Este año, Spinetto desplegó su trabajo como artista en una exposición en la que reunió 64 obras suyas de distintas épocas. “Esta muestra es la más grande que hice y no tiene nombre. Además de las obras, hay cuatro libros.

Los dibujos, la mayoría están hechos en tinta con gotero”, comenta y concluye “no sé si me arrepiento de algo. He tratado de vivir siempre haciendo las cosas que me gustan. Pero hacer todo lo que te gusta tiene su costo también. Y yo he querido pintar siempre”.

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