Fuente: Clarín – Después de trabajos compartidos como «El encargado» y «Nada», los realizadores argentinos indagan en la gestión cultural en «Bellas Artes», su nueva comedia.
–Sus películas y series trabajan alrededor de un oficio, una institución, un grupo social. ¿Cómo fue la vuelta al museo y al arte contemporáneo con Bellas Artes?
–Gastón Duprat: Lo pensamos a la par de Andrés, guionista nuestro habitual y director del Museo Nacional de Bellas Artes. Él hace tiempo que venía tomando notas de algunas cuestiones, y además el arte es un mundo que nos es propio, pertenecimos a él en el pasado, lo conocemos, entendemos cómo funcionan los códigos, los personajes. Nos gusta rescatar a los artistas, no solo en Bellas Artes: su manera de pensar, su discurso, cómo se ven a sí mismos, por qué son frágiles y hay que protegerlos, la supuesta superioridad moral que detentan, que ellos son más importantes que un abogado o un kiosquero. Siempre me sentí en desacuerdo con eso y me gusta meterme con ese tema.
–Mariano Cohn: En realidad no volvimos, porque siempre estamos orbitando temas que tienen que ver con el arte, como la escritura o el cine. Y siempre hay algún guiño, como en El hombre de al lado, con la casa y las obras. Es el circuito al cual pertenecemos: empezamos con el videoarte y después hicimos mucha televisión, pero abstracta, casi artística. Y buscamos que la imagen, sea cinematográfica o televisiva, tenga un planteo estético bastante fuerte, por ejemplo, en cuanto a los encuadres o a los grandes espacios, y cómo se comportan los personajes en esos espacios.
–¿Ven el arte contemporáneo y, por ejemplo, el arte conceptual, como un terreno más proclive a la sátira?
–MC: Lo planteamos en El artista: no se necesitan las manos ni un proceso artesanal para lograr una obra. Todo el arte conceptual se construye desde otro lugar. Eso nos interesa muchísimo. En el museo de la serie hay obras de artistas que admiramos, como León Ferrari o Tulio de Sagastizabal. Pero también hay muchas obras que inventamos nosotros: estuvimos un montón de tiempo pensando en eso, es algo que nos divirtió mucho.
–GD: Es cierto que el arte contemporáneo tal vez se presta más para la risa, pero con un límite. Nosotros no somos de los que piensan que estos artistas son todos una manga de chantas y que hacen cualquier cosa; esa es la mirada fácil del que no entiende nada. Es cierto, en el espacio que abre ese arte se pueden escabullir y camuflar chantas, pero hay grandísimos artistas conceptuales, extraordinarios, que nunca tocaron un pincel. La serie no tiene esa visión epidérmica, está construida desde cierto conocimiento. “Ponen un poco de paja y unas lucecitas de colores y eso es una obra”. Habrá algunas obras conceptuales que sean malas, pero existen artistas muy serios y consistentes haciendo cosas con esos elementos.
–Algo de eso se ve en la escena de Dumas con el nieto. El nene hace preguntas y Dumas le explica muy seriamente por qué esas obras son importantes.
–GD: Son preguntas que nosotros no nos atreveríamos a hacer por miedo a quedar como ignorantes. El esfuerzo del personaje por responder esas preguntas, tan simples y tan osadas, es mayúsculo. Son respuestas reales y sinceras, sin sanata. El guion baja a tierra ideas muy sofisticadas, muy abstractas y muy contradictorias, y lo hace en un diálogo que está dirigido a un niño.
–¿Les parece que la serie abre la conversación sobre los lugares comunes de ese arte a un público no especializado, que no va a museos y no sigue la agenda del arte?
–GD: Pienso que sí, pero que lo hace sin condescendencia. Nosotros tenemos mucho respeto por el público “común”, no cinéfilo, no artista, y sentimos mucha desconfianza por el otro, por el público supuestamente avezado. En Europa la gente va mucho a los museos: van como turistas, en manada, son millones de personas. Ahí hay algo del interés que puede tener la serie: muestra el detrás de escena, la cocina de esos espacios impolutos. Ojalá pueda ser una puerta para todos los públicos. Yo detesto las películas o las series para un público: si tengo que filmar para un centro cultural me mato antes.
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