“El lápiz de grafito es una cosa sublime que no tiene comparación y no hay con qué reemplazarlo”

Fuente: El Litoral – Mario Quinteros, además de artista visual, es periodista. Escribe muy bien y no elude preguntas, contesta de modo muy directo y claro. Las entrevistas de domingo que publicamos hace ya algunos años en El Litoral, tienen varias semanas de charlas telefónicas o intercambio de mensajes posterior a la conversación inicial. La búsqueda periodística en realidad no termina nunca y solo está pautada por la fecha de entrega de cada nota. 

El domingo pasado muy temprano le mandé a Mario lo que consideré mi (provisoria) última pregunta con el objetivo de culminar la escritura: ¿Cómo fue tu infancia y tu vínculo con el río en Esquina?, pregunté, con voz de catacumbas de domingo.https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

La respuesta fue inmediata y sentida. No dudé en que este debería ser el comienzo del texto por la claridad y por el tono de la voz de Mario: “El río era omnipresente e inevitable en nuestra infancia en Esquina, en los 70. El ritual de escaparse a la siesta de la casa para ir a la playa era una de las grandes aventuras que todos queríamos hacer de niños y recuerdo muy claramente esa travesía de 6 o 7 cuadras hasta llegar a la orilla por las veredas y las casas viejas del pueblo. Las veredas calientes por el sol y la sombra de algún árbol que ayudaba en el camino a soportar los rayos que caían sobre nosotros. El río tenía que ver con eso, la instancia del juego, la travesura. Recuerdo que con apenas 10 años en un momento la Prefectura me llevó de las pestañas y me tuvo “detenido” (lo digo entrecomillas, no hubo tal cosa, solo llamarme la atención) porque crucé nadando el río, que estaba prohibido. Recuerdo ver la playa por primera vez desde el otro lado, del Pinin que es el barco que estuvo varado en la playa de Esquina durante 50 o 60 años y que a pesar de todos los esfuerzos de muchos esquinenses, no se pudo ni mantener ni recuperar.

Recuerdo también que el río, no era una cuestión urbana solamente. Recuerdo el río Corriente visto desde el campo cuando nos íbamos de vacaciones y podía verlo en la tercera sección. Pero tampoco era solemne el río Corriente, porque muy cerca está el arroyo Vega que fue el escenario de campamentos juveniles, recuerdo las lagunas cristalinas con arena en el fondo. Entrada la adolescencia no quería tener una moto, quería tener una piragua. Mi sueño era ver el atardecer desde una embarcación. Ver como la moneda del sol se caía lentamente con la tarde. Si me tengo que definir de donde soy, digo que soy de la orilla, siempre estuve pegado a los ríos, soy del litoral”.

Lo que viene es el camino de un artista en busca de su destino y de un lenguaje propio.

—¿Hasta qué edad viviste en Esquina y por qué te fuiste de allí?

—Viví, nací y me crié en Esquina hasta que terminé la escuela secundaria. Siempre quise estudiar arquitectura, pero en la escuela secundaria me puse a militar y me pidieron que haga el diario del Centro de Estudiantes. Allí comenzó mi vínculo con el periodismo. Por ello me fui a vivir a Corrientes Capital, en 1988 a estudiar Comunicación Social hasta 1992.https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

—Y después, ¿te vas al Chaco?

—Viviendo en Corrientes armé ranchada con los chaqueños. Me parecía muy atractivo, había cierta pulsión en Resistencia que yo no sentía en Corrientes, sobre todo desde lo intelectual. Y ni bien me recibí, lo primero que hice fue irme a vivir a Resistencia como por impulso, primero con un proyecto que teníamos con unos amigos y después a los dos o tres meses entré a trabajar al diario Norte donde estuve 22 años.

—¿Cuándo comienza tu relación con el dibujo o la pintura?

—Nunca me relacioné con nada más que no fuera con el dibujo, desde el dibujo me relaciono con todas las otras disciplinas. El dibujo es mi semilla, mi germen. Siempre me preguntan cuándo empezaste a dibujar y en realidad aun siendo periodista, nunca dejé de dibujar. Desde que entré al preescolar dibujé, nunca dejé de hacerlo. Sí creo que hubo momentos en que tomé contacto profundo con algunas cosas que quedaron como marcas.

—¿Cuáles fueron esos momentos y esas marcas?

—Entré a trabajar al diario Norte y en el año 94-95 me meto a un taller de dibujo, porque siempre dibujaba mucho. Ese taller en 1995/6 estaba a cargo de Rolando Sá Fleitas -quien para mí hoy sigue siendo mi maestro- y del gran pintor, tucumano afincado en Resistencia, Juan José Stegmayer. Curiosamente, o no curiosamente, sino casualmente, de estos maestros yo no solamente adquirí la técnica sino una profunda visión de la cuestión del arte, fue un año de taller, me acuerdo todavía hasta hora que creo que tengo guardado en mi VHS un registro de esa primera muestra de dibujo y bueno, ese fue un momento clave para mí.https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

—¿Cómo eran esos dibujos de ese momento?

—Lo que pasa es que en el taller se producen obras de taller, pensemos que hablamos de un momento en el cual no existían en la zona lo que se llaman ahora clínica de obras o talleres libres. Y tuve ahí una formación académica, aprender a bocetar, aprender a plantar el cuerpo, a ocupar el espacio, a definir figura a fondo, a entender el canon de la figura humana. Todo eso fue en un año absolutamente intenso. Todavía tengo algunos dibujos guardados. Por otro lado, está el dibujo libre que es el que uno hace de onda en su casa y ese dibujo estaba muy relacionado con una estética más bien psicodélica, uno lo podría emparentar… a ver con qué… con un lado del cómic de Moebius y la estética de Pink Floyd por unir dos polos que podrían sintetizar aquel momento, pero todo eso siempre fue algo de entrecasa, y nunca lo mostraba.

—Y desde ese momento es solo dibujo con lápiz ¿o con qué?

—Y también se dio que en ese momento pude empezar a hacer ilustraciones, hice muchas ilustraciones sobre todo para el suplemento escolar del diario Norte y mi trabajo siempre estuvo centrado en el lápiz. El lápiz de grafito aún hoy me sigue pareciendo una cosa sublime que no tiene comparación y no hay con qué reemplazarlo: el grafito tiene un trazo que porta valor, es el mismo trazo de grafito que cambia de tono. Esto no ocurre con la carbonilla ni con los rotuladores, ni con la tiza ni con el pastel, con nada. Esta idea de que el mismo trazo va cambiando de valor, va de un valor bajo a un valor alto y eso siempre me pareció sublime.

—¿Nunca tuviste necesidad del color?

—No, no. Nunca, nunca. Yo los hago enojar a veces a los pintores porque les digo que para mí el color es manipulación y demagogia; se enojan muchísimo conmigo. Reconozco que un poco los agito con eso. Pero creo que nunca sentí la necesidad del color y estudiando entendí el por qué: en rigor de verdad, los colores no son más que variaciones de luz y la luz básicamente se define por el juego de luz y oscuridad y la sombra, la no luz sería. Tuve una sola experiencia en color y fue por pedido para la escenografía de un espectáculo en el Centro Experimental del teatro Colón. Un grupo de música me convocó para hacer el trabajo, me pidieron que utilice un color, en ese caso elegí la gama de azules porque me parecía que era el color menos estridente y el que más cerca estaba del problema de la luz.https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

—¿Cuál fue el espectáculo?

—En realidad, fue la presentación de un disco que se llamó “Entre líneas”. Pegamos tan buena onda con los chicos que hice la estética del disco que era una obra muy grande que me llevó a realizar la puesta en escena de la presentación. Lo que hice fue recuperar mi primera obra que fue “Tramatrazo” y volver a una cinta de papel. En ese caso, transporté el tiempo al espacio. Le di a una unidad de tiempo, al segundo le di tantos centímetros de papel y lo que fui haciendo fue una partitura en tiempo real de lo que iba escuchando; entonces, de ahí sale una obra que tiene 70 metros de largo donde va siguiendo en tiempo real con dibujos cada clima sonoro que el disco estaba indicando. Pero ese fue el único caso que ocupé color. Después ni antes ni después no pasó nada.

—¿Y cuándo empezás a ver que lo que estás haciendo empieza a construir? 

—Desde que empiezo a hacer este taller con Rolando y con Juanjo, comenzamos a tener una relación de amistad, puedo decir que son mis amigos, y siempre me insistían en que yo tenía que mostrar lo que estaba haciendo, pero nunca quise hacerlo.

Existe la idea de que un artista puede mostrar solo cuando llegue su madurez, cuando puede lograr una imagen que le es propia y yo sentía que esa imagen nunca llegaba. En un momento hago una serie de dibujos y se lo muestro a Rolando, dentro de esa producción había uno que era muy parecido a un dibujo que vos podrás recordar: es la figura del canoero que aparece con una tacuara para impulsarse, que hice para un disco de la Fundación Memoria del Chamamé.https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

—Exactamente, me acuerdo.

—Recuerdo que hice el dibujo de la embarcación y el cuerpo humano y me dije que, para que no quede la canoa colgando en el agua, había que incluir algo de vegetación en la orilla. Dibujé en la esquina inferior izquierda unos camalotes, pero no me convencía porque me parecía como muy atildado. Entonces pensé que, de todos modos, la costa del río no es toda tan suave y tan redondeada y tan perfecta. También hay pasto seco, ramas y un montón de cosas. Entonces, sobre ese camalote perfectamente dibujado que yo había hecho siguiendo ese canon figurativo, agarro un lápiz muy blando, hago como unos trazos, pero como brutales, como muy gestuales por arriba de ese dibujo. Esto en una esquina que no tenía más de 10 por 10 cm y Rolando mira el dibujo me dice: “Mirá, el dibujo está, me parece genial, está muy bien la composición, está nivelado, trabajaste muy bien… pero me molesta esto que hiciste acá” y me señala exactamente ese lugar. Fue esa observación lo que realmente me disparó hacia un lugar impensado que me permitió redefinir toda mi obra. Fue esta idea de que ahí lo que estaba ocurriendo era simplemente un acontecimiento del dibujo, lo que había ahí era una mezcla de tramas. Había una trama que era muy pulida, muy redondeada, muy controlada y sobre esa trama había otra trama gestual, casi brutal. Recuerdo que, mirando esa pequeña parte del dibujo, pensé que, en el fondo, todo hecho dibujístico tenía que ver con ese fenómeno: el trazo define la trama y la trama muchas veces definía el trazo y que entre ambos elementos ocurría el dibujo. 

Este concepto lo encuentro luego, desarrollado teóricamente por Luis Felipe Noé que es el que me lleva a exponer a Buenos Aires.

—Al Borges.

—Si, al Centro Cultural Borges, en el ciclo La Línea Piensa. Desde aquella experiencia reveladora con el canoero, en 2001-2002, transcurrieron casi 10 años después de aquel primer y único taller de dibujo. A partir de ahí empiezo a investigar, porque esa fue la premisa, cómo se relaciona el trazo y la trama, o mejor dicho cuáles son todas las posibilidades. Voy a ver hasta dónde puedo encontrar esta relación entre el trazo y la trama o entre gesto y la textura. https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

Empecé a dibujar con el papel que tenía a mano, porque era una situación de experimentación. Me decía “voy a probar tal cosa”, probaba y salía algo que me parecía que valía la pena. Terminé con una montaña de dibujos hechos de distintos tamaños, con papeles en su mayoría muy ordinarios. En un momento me dije que se había agotado ese momento de experimentación y tras mirar el conjunto de dibujos vi que todos partían de la misma premisa pero que eran diferentes. Probé alternativas hasta que encontré en una papelera, un rollo de papel de 50 m de largo y hallé la solución: darle una continuidad a esas imágenes y “coserlas” desde el dibujo. Así salió “Tramatrazo”, mi primera muestra individual en el 2004 en el museo René Brusau de Resistencia, curada por Gabriel Romero.

—¿Cuál fue la idea de curaduría?

—Gabriel me tiró un par de ideas que me parecieron claves y que inclusive después influenciaron el desarrollo posterior. Una es que el papel no tenía que ir pegado a la pared. Luego me dí cuenta es que toda la obra es una línea, una línea que está suspendida en el espacio. A partir de ahí empiezo la investigación de cómo el dibujo se puede desplegar en el espacio. Investigué el dibujo en soporte de planos rectos, luego en planos curvos, trabajo el piso, las paredes, después, el techo.

—Además, hay toda una búsqueda del volumen también.

—Claro, ese avance en el espacio lleva al volumen.

—Y vas a hacer juncos y pájaros en papel. 

—Claro, porque se me cuela el paisaje. Voy de la atracción más profunda al paisaje. El orden es comenzar por la figuración y llegar a la abstracción. Yo entro por la abstracción y termino yendo al paisaje. Esto ocurre cuando empiezo a pensar en esta idea de que el papel ya no necesariamente tiene que seguir un criterio tan aritmético, sino que pueden saltar a una manipulación más extrema como es la papiroflexia, más popularmente conocida con la denominación japonesa de origami. Así es como llego a dibujar sobre superficie que después voy a plegar, rasgar o calar, una manipulación mucho más profunda del soporte del papel y constreñir el dibujo, o mejor dicho concebir un dibujo acorde a qué operación voy a hacer sobre ese soporte.https://24f0ffbb398e7130abb1681aa1468b3b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html?n=0

—Después de esta etapa, de esta búsqueda y de desplegar el paisaje.

—Bueno, es que ahí están sintetizado estos 20 años de mi primera muestra individual y siempre está el criterio del dibujo como una expresión que se desarrolla en el plano por lo tanto tienen dos dimensiones. El dibujo es inicialmente una representación bidimensional de una realidad que es tridimensional; entonces, cómo hacer para que el dibujo vuelva a la tridimensionalidad a partir de una serie de operaciones sobre soporte y que esa tridimensionalidad sea una tridimensionalidad nueva, construida desde el mundo estético, plástico.

—Siempre digo que, en la obra de los artistas contemporáneos del Litoral, en algún momento aparece el paisaje. El paisaje tiene una potencia enorme. ¿Cómo es el paisaje tu obra?

—En realidad, lo que te puedo decir es que siempre me jacté de una abstracción radical y me di cuenta en el fondo que el paisaje me estaban entrando por todos lados. Creo que ese paisaje tiene que ver especialmente con haber nacido en Esquina, me crié en el borde del río y por haber absorbido ese contexto desde todos los lugares posibles. Finalmente, en la madurez explota, en mi caso con una fuerte conciencia ecológica, del cuidado del medio ambiente y protección, por eso es que la muestra con la que hago pie en Santa Fe año 2016 se llamó “Humedal”, cuando la palabra humedal era todavía muy técnica, no se usaba tan popularmente. Quizás por eso que en mi última muestra fue casualmente en Esquina en el 2018 donde expongo en un lugar semiabierto, a orillas del río Corriente. Me parece que de alguna manera todo tiene que ver con todo y es cierto que el paisaje siempre va a ser un espejo que uno lleva dentro y que está disponible para reflejarse.

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