Fuente: La Nación ~ El fundador del Malba sumó a su colección personal el conjunto escultórico del joven artista tucumano, convocado para la muestra central; emplazará las obras en un espacio público porteño.
Lo hizo de nuevo. Tras haber sorprendido dos veces con la compra de obras de Frida Kahlo y Diego Rivera, convertidas gracias a él en las más caras del arte latinoamericano, Eduardo Costantini adquirió ahora por “una cifra de seis dígitos” en dólares el conjunto escultórico de Gabriel Chaile, el artista tucumano de 36 años y origen humilde convocado por Cecilia Alemani para la muestra central de la 59ª Bienal de Venecia. Si bien la gran muestra no tiene fines comerciales como una feria, el fundador del Malba se apresuró a cerrar el trato con la galería porteña Barro antes de la apertura al público de esta gran vidriera global.
Las cinco piezas monumentales -que representan a los integrantes de la familia del artista– integrarán la colección personal del empresario, coleccionista desde hace más de cuatro décadas, pero serán cedidas en préstamo al museo para su exhibición y luego se emplazarán en un lugar público de Buenos Aires, según anticipó a LA NACION.
“Durante los últimos años veníamos conversando con Chaile para hacer algo en la Plaza Perú y en las provincias, pero él estaba muy ocupado -dijo Costantini desde Venecia-. Cuando vimos con Elina el grupo familiar, que está ubicado al comienzo de la muestra en los Arsenales, nos impactó mucho. Las cinco esculturas funcionan muy bien como única obra. No venía con la idea de comprarlas, pero supe que otras instituciones ya habían preguntado y me apresuré a reservarlas.”
Con buen ojo para los negocios, a la hora de invertir en arte el creador de Nordelta y fundador de Consultatio elige con el corazón. “Lo que me conmueve de esta obra es la reinvidicación de la identidad originaria, algo a lo que se le está dando énfasis en los últimos años en el mundo -confesó a LA NACION-. Esa preocupación del período moderno de lograr una identidad latinoamericana ya está presente en la historia del arte latinoamericano, pero en esta instancia postcontemporánea se revaloriza la cultura originaria. Chaile tiene autoridad porque lleva impregnada esa cultura que lo identifica. Y la obra habla de eso: él está presentando a sus familiares, como un statement de esa cultura, y eso es un mensaje muy fuerte”.
Comisionadas especialmente por pedido de Alemani -que ya había convocado a Chaile para la semana de Art Basel Cities: Buenos Aires en 2018-, las esculturas ocupan un lugar destacado en la muestra central de la bienal. Se titulan con los nombres y apellidos de sus familiares: su abuela materna, Rosario Liendro (la escultura más grande); su madre, Irene Rosario Durán; su padre, José Pascual Chaile; su abuela paterna, afrodescendiente, Sebastiana Martínez, y su abuelo paterno, Pedro Chaile.
Costantini destacó especialmente “la materialidad” empleada por Chaile para esculpir las piezas, de diversos tamaños, que miden entre tres y seis metros de altura y pesan más de 300 kilos. “Me gusta el uso del adobe, relacionado con los alimentos y el fuego –señaló-. El horno de barro es un lugar de calor y de alimentación, que ayuda a crear comunidad. Es una obra comunitaria. Eso me parece muy potente.”
“Cada pieza es una persona que existe y es mi familiar. Es mi genealogía familiar -explica por su parte Chaile-. Cuando Cecilia me invitó a participar de la bienal me concentré en algo que hiciera sentido con mis investigaciones, talleres y participación en las ollas populares de la Argentina, proyecto que llamo ‘genealogía de la forma’. El conjunto tiene que ver con el vacío, con una ‘laguna arqueológica’, la ausencia de relatos sobre nuestros antepasados. Me siento un arqueólogo intuitivo: explorar mi pasado y de muchas otras personas que habitan las periferias, silenciadas y cargadas de situaciones asociadas a la violencia, doméstica e institucional”.
“Chaile está llevando su práctica a un nivel diferente y creo que los temas y las narrativas que evoca su trabajo son muy importantes para la muestra”, había dicho Alemani a LA NACION en febrero, tras anticipar en conferencia de prensa esta edición de la gran muestra que abrirá al público el sábado próximo. Centrada en un futuro posthumano y postgénero, con seres híbridos que surgen de la unión entre hombres, animales y máquinas, reúne los trabajos de 213 artistas de 58 países. Incluidas dos pinturas de Remedios Varo prestadas por Costantini.
La curadora nacida en Milán en 1977, que además tiene a su cargo el programa artístico del High Line de Manhattan, se inspiró en un libro de Leonora Carrington para darle a esta edición el título “La leche de los sueños”.