Fuente: La Nación ~ En esos trazos espontáneos, distraídos, casi inconscientes también se descubre un arte con identidad propia.
Cuando garabateo son casi siempre mariposas. El recorrido es el mismo: comienzo por el ala izquierda desde el centro, luego la de abajo y (sin levantar el trazo) lo mismo con las alas del lado derecho, para terminar con una V que forma ambas antenas. Recién ahí levanto la punta y dibujo un cuerpo regordete en el centro y a veces, no siempre, unas manchas circulares como esos falsos ojos en las alas de las polillas para amedrentar predadores. Es un garabato que pulí con los años y sale casi con los ojos cerrados. También hay cubos transparentes en perspectiva con puntos de fuga que van formando un engranaje, como un Escher clase B.
Mi padre está sentado en su escritorio. Se agarra la cabeza como lamentándose, pero no es tal cosa, conozco el gesto. Más bien trata de mantener la cabeza quieta (¿o es la mano la que se mueve?), y con el hecho de juntarlas parece lograrlo. Con la mano libre dibuja. Es un garabateador serial y lo hace mientras le charlo.
Garabatear no es dibujar. Esto último parece ser una decisión, tener un propósito. El garabato es más espontáneo, casi inconsciente; algo que se hace cuando no se está haciendo nada, cuando hay tiempo muerto en una espera, aburrimiento, momentos de indecisión, recreo, tedio o incluso tensión afectiva.
Garabatear no es dibujar. Esto último parece ser una decisión, tener un propósito. El garabato es más espontáneo, casi inconsciente; algo que se hace cuando no se está haciendo nada, cuando hay tiempo muerto en una espera, aburrimiento, momentos de indecisión, recreo, tedio o incluso tensión afectiva.
En cierto momento descubro que mi padre lo usa para calmarse, para frenar su cabeza de los pensamientos que lo atormentan. Se pierde en dibujitos minúsculos en un estilo nuevo, “trazo parkinsoniano” lo llamaba esos días en los que podía usar el humor. Tienen una línea temblorosa y confusa pero a cierta distancia se vuelven nítidos.
Los garabateadores son individualistas y rara vez se copian unos a los otros. Varios estudiosos se ocuparon del mundo de los garabatos desde una u otra disciplina. David Greenberg escribió el libro Garabatos presidenciales, y cuenta que 22 de 44 presidentes estadounidenses lo hacían. Reagan prefería los cowboys (tiene sentido) y corazones para Nancy; Theodore Roosevelt, animales y niños; JFK optaba por veleros; y los miembros del gabinete de Lyndon B. Johnson se la pasaban haciendo caricaturas unos de otros.
Hay garabatos que son arte: los de Durero eran de una sofisticación que sería casi indigno colocarlos en la categoría. El historiador de arte Ernst Gombrich se detuvo fascinado en los de empleados del Banco de Nápoles en el siglo XVIII que invadían los márgenes de libros notariales. Otra historiadora se preocupa por los que suman caligrafía a los símbolos gráficos y un artículo de The Lancet cuenta del análisis que se hizo en un estudio del año 1938 de 9000 garabatos enviados por el público al diario Evening Standard. La psicología se ocupó de interpretarlos, pero durante mucho tiempo la neurociencia se mantuvo más o menos al margen. ¿Qué sucede en el cerebro y sus funciones mientras la mente deambula y se garabatea? Para algunos, garabatear es crucial para la creatividad y mejora la memoria, para otros es simplemente relajante y entretenido.
En una pequeña encuesta digital recogí más de 400 respuestas de las más variadas, aunque con algunas constantes en cuanto a la elección de objetos: se repiten las estrellas, las flores, los cubos, los cilindros, los racimos de uvas y los remolinos. Pero hubo cosas por fuera de esos garabatos “tradicionales”. Yo escribo “Messi” y le agrego una corona a la i. Firuletes que forman patrones. Algo que jamás de los jamases dibujo cuando “dibujo en serio”. Dibujos geométricos que se cruzan. Formas que se van “encastrando” y generando en los huecos que las otras dejan. Espigas que no terminan. Cabezas de dragones. Y algún otro me recuerda que “la artista plástica Ana Eckell lo usó para su obra”. No es la vida la que pasa mientras estamos haciendo otra cosa, son los garabatos.
Unos trazos como eles cursivas que suben y bajan formando un rectángulo, otro un poco más grande. Se suman unas orejas caídas, una enorme nariz y una cola movediza. Es un perfecto perro lanudo y con mi padre lo dibujábamos en tándem. Me lo enseñó paso a paso y también es otro de mis garabatos. Mi madre, por su lado, me cuenta que su objeto para garabatear eran los zapatos de taco alto y que ya no garabatea tanto. Sin embargo, yo todavía los recuerdo y cómo me enseñó a dibujarlos alguna vez.
–¿Y vos sabés lo que garabateo yo? –le pregunto.
–Claro, mariposas, vos siempre garabateaste mariposas.
En esa línea finita, distraída, repetida y casi imperceptible de un garabato, en estos trazos, también hay una familia.