Fuente: Página12 ~ La artista viene trabajando hace años este cruce entre arte y vida, que en muchos casos se transforma en una exposición.
El juvenilismo, el patriarcado, ciertos cánones impostados de belleza junto con una serie de mandatos que podrían subsumirse como parte del manual del capitalismo salvaje, hicieron que Ana Gallardo, a lo largo de las últimas décadas, construyera la posibilidad de otros discursos y otras prácticas por fuera del discurso hegemónico, sobre la base de recorridos tramados colectivamente. Producir nuevos espacios ampliando el campo de lo artístico.
Así se embarcó en la recuperación de historias, saberes y deseos, desde un punto de vista de género y al margen de lo económicamente “productivo”, para mostrar con alegría aspectos de la riqueza de la vejez.
Ana Gallardo tiene la habilidad y la experiencia, así como la mirada y la escucha atentas, para conducir la sabiduría acumulada de personas o grupos de personas mayores. Transcurrida buena parte de sus vidas, la artista hace pasar esas experiencias por el discurso del arte, a través de cierta formalización, ciertas técnicas, ciertas prácticas, ciertos procedimientos, ciertas reglas, en el contexto de la transmisión de conocimientos, aprendizajes e intercambios. Combina talleres y «ensayos” privados que se exponen luego a la luz pública como una celebración, más allá de cualquier fórmula canónica. El canto, el baile, la pintura, la cocina, la jardinería, la narración oral y escrita, y todo tipo de sensibilidades y saberes transitan con orgullo el momento de ser registrados con la cámara o hacer performances para tomar estado público.
Luego viene el momento de qué y cómo mostrarlo, cómo transformar todos esos procesos que Gallardo y su colectivo considera “de sanación”.
Que la muestra “Escuela de envejecer” de Ana Gallardo se exhiba en el Parque de la Memoria es absolutamente coherente, porque todas las prácticas que llevaron a la concreción de la exposición forman parte de las bases de los derechos humanos, tanto como de la memoria amorosa y política.
La exposición se divide en varios núcleos en que se exhibe el resultado de talleres, acciones o registros de acciones: el contacto con la pintura y con el barro, con los oficios, con el canto y la música, con el baile, con lo literario, con la narración oral, y así siguiendo.
Como escribe Nora Hochbaum, Directora General del Parque de la Memoria, “volvamos a la escuela y aprendamos a vivir en ella, en el encuentro de resistencia y felicidad que nos proponen Ana y sus obras. Sin duda es imposible no remitir desde este espacio a nuestras ‘viejas’, nuestras madres y abuelas de Plaza de Mayo, nuestras luchadoras y valientes mujeres que en un acto colectivo para nuestra sociedad han reconvertido sus vidas en 30.000 luchas y deseos”.
Ana Gallardo nació en 1958 en Rosario, Santa Fe y vivió en Buenos Aires, España y México, donde reside actualmente. Participó en exposiciones internacionales como la Bienal Bienal del Mercosur (en 2009 y 2020), la Bienal de San Pablo (2010), la Bienal de Venecia (2015) y la Bienal de La Habana (2019). Presentó exposiciones individuales en la galería Ruth Benzacar, el Museo Jumex (México), el Museo Es Baluard (Palma de Mallorca), el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Sam Arts Projects (París), el Museo Municipal de Arte de La Plata y Parasol Unit Foundation (Londres), entre otras. Su obra, representada por las galerías Ruth Benzacar en Buenos Aires y Machete galería, de México, forma parte de la colecciones del Blanton Museum of Art (Austin), Malba (Buenos Aires), Museo Jumex (México), MUAC (México), Frac Lorrain, Museo de Arte Moderno (Buenos Aires) y Es Baluard (Palma de Mallorca.
Página 12 mantuvo una conversación con la artista en una recorrida por su exposición en la sala Pays del Parque de la Memoria y lo que sigue son fragmentos de algunas de sus respuestas:
“Alrededor de 2003, cuando tenía 45 años, noté algo evidente: el valor exagerado que se le daba (y se le da) a la juventud y a la ‘novedad’. Eso hizo que yo batallara muy fuertemente para que mi obra no desapareciera de la escena del arte. Lo mismo pasaba con el tema del ‘mercado’: yo no vivo de la venta de obra. Antes era más difícil tratar estos temas: ahora se hablan más.
«Al juntar esas cuestiones con el proceso de envejecimiento y los cambios en el cuerpo, hay cierto horizonte que desaparece. Para mí envejecer es violento. Desde ahí empiezo a reflexionar sobre la vejez y a construir este colectivo, que tiene menos que ver con la aceptación que con la transformación. También tiene mucho que ver con mi madre y con mi hija. Las generaciones que vienen no van a ser como las que nos precedieron. Ahora hay visibilizaciones que permiten tomar decisiones que a nosotras nos costó más.
“Yo creo que el arte transforma. Tal vez sea romántica. Pero pienso que el arte es una herramienta política, sanadora. Mi generación pensaba que el arte podía cambiar el mundo y yo lo sigo creyendo, aunque en otros ‘territorios’. Todos estos años, y todas estas prácticas, han producido encuentros sanadores, tanto para mí como para todas la personas, especialmente mujeres, con las que he venido trabajando.
“Haber trabajado y compartido tanto con estas mujeres, hacer performances, talleres, muestras, todo ese tránsito con ellas ha sido un proceso de sanación, más allá de la práctica. Entonces me pregunto: ‘¿Soy una asistente social?. ¡No! Soy una artista trabajando’. Ese proceso es la obra. Es muy difícil darle la forma de una exposición. Pero la forma aparece después. A veces mucho tiempo después. Hago registros, videos. La precariedad siempre está ahí, porque no se trata de alta tecnología. Sin embargo, la transformación sucede. Es una herramienta política que funciona. Ha pasado en cada caso. Porque son encuentros muy potentes. Y el gesto artístico está presente, siempre. Lo artístico genera una conexión con algo que para muchas y muchos había estado prohibido. Tocarse con el deseo es un privilegio.”
Según escriben María Alejandra Gatti y Lorena Fernández, curadoras de la exposición, “Escuela de envejecer es un ejercicio de revinculación que transforma a lxs que participan. Un ritmo compartido que se despliega en plazas, museos, casas y a la vera del río. La Escuela construye una sombra, un mínimo reparo donde se puede leer en voz alta, cocinar, dibujar, cantar y bailar. Toma forma y se convierte en obra; manifiesta una vida en común”.
* La exposición “Escuela de envejecer”, de Ana Gallardo, sigue en la sala Pays del Parque de la Memoria -Avenida Costanera Norte Rafael Obligado 6745, adyacente a Ciudad Universitaria-, hasta el 3 de julio.