Fuente: La Nación – Para renovarse a los 65 años, el juez subastará 85 de las 2240 piezas de artistas contemporáneos que acumuló desde la época dorada del Centro Cultural Rojas
Ya no está ahí lo primero que veía al abrir la puerta de su departamento: un altar creado por Liliana Maresca. Tampoco las obras de Sebastián Gordín que tenían un cuarto propio, que ocupará ahora Fermín, el hijo que tuvo hace dos meses con la artista Tiziana Pierri. En la habitación matrimonial sólo queda la marca de un enorme corazón sobre la pared blanca; durante años y hasta hace pocos días estuvo colgada allí la obra Ydishe mame, de Miguel Harte. Desapareció también Trementina, pieza que Gustavo Bruzzone tenía frente a su cama y que había sido instalada allí por su autor,Pablo Suárez.
No fue un robo lo que sufrió este juez, coleccionista e “influencer” de la escena del arte local décadas antes de que ese concepto existiera. Un deseo de “renovar cosas” lo llevó a desprenderse de 85 de las 2240 obras que acumuló desde la década de 1990, la época dorada del Centro Cultural Rojas. Las rematará el 5 de julio próximo en Roldan, donde se exhibirán desde el 29 de este mes. “Empiezo una nueva etapa, de coleccionar y de la vida –dice a LA NACION, a los 65 años-. Ojalá me vaya bien porque va a demostrar la importancia y el valor cultural, más allá del económico, del arte argentino contemporáneo”.
Por ejemplo, el de la famosa serie Pop Latino de Marcos López, a quien Bruzzone ofreció comprarle la muestra entera cuando expuso en el Rojas por primera vez. “Ya tenía algunas reservadas, pero me quedé con el resto”, explica. Todas ellas, menos una, se ofrecerán ahora al mejor postor. También la galletita Merengada recreada por Martín Di Paola y el Italpark por Dino Bruzzone, cedidas en préstamo al Malba para la muestra actual Del cielo a casay otras que participaron de la reciente exposición El arte es un misterio: los años 90 en Buenos Aires. Y algunas de Jorge Gumier Maier, director de la galería del Rojas durante la primera mitad de esa década, quien transformó con su mirada la escena local.
“Seguramente muchos artistas establezcan récords para su obra en una subasta pública, cifras que elevan el piso del precio de venta en galerías”, señala a su lado Sebastián Boccazzi, director de Roldan, donde se remató en marzo parte de la colección de Roberto Jacoby. En 2019 se ofrecieron también allí otras 65 que pertenecían a Joaquín Rodríguez y Abel Guaglianone.
“¿Qué vas a colgar en las paredes?”, le preguntó a Bruzzone en 1991 Daniel Morin, un amigo que también es juez. “Tengo pósters”, fue su respuesta a los 33 años, recién llegado de estudiar un par de años en Europa. “Me dijo que la gente no sabe que enmarcar un póster es más caro que comprar una obra de un artista joven, y me llevó a la galería de Jacques Martínez -recuerda-. Quería que me comprara una serigrafía de Pérez Célis, pero a mí me gustó otra que estaba en la trastienda”.
Desde el principio, tuvo buen ojo: su autor era Alberto Greco. Y todavía la conserva, colgada debajo de un dibujo que hizo a los tres años su hijo Manuel. “Acá está todo mezclado, lo familiar y la obra”, observa Roberto Macchiavelli, encargado de la colección desde hace unos quince años. El primer día, Bruzzone le entregó las llaves de su casa y se fue al juzgado. Parte de lo que encontró entre los cajones fueron decenas de cintas con filmaciones. “Podías ver una muestra –señala-, y en la escena siguiente cómo lo bañaban a Manuel”.
“En gran medida lo son”, responde Bruzzone cuando se le pregunta si considera a los artistas representados en su colección como parte de la familia. Muchos de ellos están retratados en fotografías que cuelgan en su oficina hogareña. Beto de Volder y Benito Laren llegaron incluso a vivir en este departamento del microcentro sobre la avenida Córdoba, que se volvió célebre como lugar de encuentro posterior a las inauguraciones de las muestras.
Después de aquella primera compra en Jacques Martínez, otro hito en la vida de Bruzzone fue un lunes de 1994, a las 4 de la tarde. Cuando llegó a su clase de pintura con Nora Dobarro en un taller de la calle Reconquista al 800, se encontró con quien se convertiría en uno de sus grandes amigos. “Mi entrada al mundo del arte fue Pablo Suárez abriéndome la puerta”, asegura en una entrevista con Laura Batkis incluida en el libro sobre su colección que publicará Roldan para acompañar la subasta. “Tengo que comprar artistas de mi generación”, cuenta pensó por entonces, y comenzó a invertir de a poco en la producción de los artistas del Rojas y del Taller de Barracas.
Pero no se conformó con eso. En el 95 comenzó a estudiar sobre arte argentino y a registrarlo todo con su cámara. Algunas de esas grabaciones, hoy digitalizadas, se usaron para filmar documentales como Feliciano Centurión: abrazo íntimo al natural (2016), dirigido por Mon Ross, y Londaibere, realizado por la UBA para rendir homenaje al artista que sucedió a Gumier Maier en la dirección de la galería del Rojas. Todavía conserva esa costumbre, pero ahora registra todo con su celular, para transmitir en vivo a los 15.000 seguidores de su cuenta de Instagram.
“Nos mostró otro tipo de coleccionista y de coleccionismo, y una consciencia de archivista con variables interesantes con respecto a las décadas inmediatamente anteriores”, escribe en el libro de Roldan Rafael Cippolini. Además de ensayista y curador fue editor de la célebre ramona, una revista mensual dedicada a las artes visuales que Bruzzone ideó e impulsó junto a Jacoby entre 2000 y 2010.
Su consagración como “coleccionista” llegó en 1999, cuando recibió el premio Leonardo otorgado por el Museo Nacional de Bellas Artes. A esta institución donaría varias obras, entre las cuales figura la que más le costó dejar ir: un Winco intervenido porMarcelo Pombo, actualmente exhibido en el Centro Cultural Kirchner. Dos décadas después de aquel reconocimiento posaba en el MoMA junto a la coleccionista venezolana Patricia Phelps de Cisneros, quien declaró en una reciente entrevista con LA NACION admirar el trabajo de Bruzzone “para rescatar la obra de artistas de los 90″.