Fuente: La Nación – María Santi, que siempre se dedicó a la pintura, hoy se aboca a las instalaciones o a los grupos de pintura sin marco y aprender de los artistas del mundo.
Si la impresión al llegar era buena, el plan era quedarse cuarenta días. Pero si el lugar o la dinámica no resultaban, de inmediato torcería el rumbo hacia Europa, donde viven sus hijos, antes de pegar la vuelta a la Argentina. Ése era el acuerdo al que había llegado la artista visual María Santi con su marido cuando decidió aplicar para una residencia de artistas en China. Claro que su naturaleza aventurera no le permitió aceptar la idea de contratar un tour para que, al llegar al país desconocido y lejano, la llevara segura al destino artístico.
Fue así como, mediante señas y sin poder contactarse –allá no usan WhatsApp, Instagram o Facebook y se necesita una aplicación que funciona “como una antena que te conecta con Occidente”, pero que en un principio no le funcionó– aterrizó y pasó cuatro días de estrés hasta que llegó a la residencia para artistas y todo dio un giro de 180 grados. Egresada de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) con el título de licenciada en Artes Plásticas y Orientación Pintura, María Santi siempre se dedicó a la pintura. Hoy lo suyo son las instalaciones o grupos de pintura sin marco.
A sus 53 años, con tres hijos ya grandes (Estanislao, de 32 años, vive en Berlín; Delfina, de 39, en Barcelona, y Nicanor, de 27, en La Plata), hace tiempo que recorre residencias para artistas en el mundo. En otras ocasiones las elegidas fueron las de Leipzig, Berlín, Finlandia y San Petersburgo, y su próximo objetivo es Austria. Claro que lo que suma cada experiencia “depende de la residencia, porque está vinculado al contexto. En general, te permiten conocer a otros artistas y trabajar muchas veces, como en el caso de China, con todo pago. Y suma gente interesada en lo que hacés. En Buenos Aires estoy sola en mi taller, trabajo sola todo el día”. Un plus es conocer otras formas de vida y acercarse a diferentes culturas.
Respecto a la obra en sí, “en cada residencia hago una vinculada a ese lugar. Siempre hay una obra en particular que trabajo en vínculo con ese contexto”. A nivel personal, una nueva residencia implica un crecimiento: “Me transforma ver cómo me hallo sin la estructura que tengo armada acá” ¿Y por qué China? “Me interesa mucho aprender de otras culturas, y siento que esa es muy lejana a nosotros”.
Buscando opciones en China, apareció la residencia en Chengdu, donde aplicó con un proyecto sobre el pliegue: colecciones grandes de pinturas que forman una sola obra. Cada tela está cortada, sin marco ni nada que la tense. Junto con el acrílico, la tela es plegada, logrando que tenga cuerpo. “La pliego y después la estiro. Son obras geométricas, yo soy pintora abstracta. Apliqué justamente comparando el pliegue que trabajo con el pliegue del origami oriental”.
Llegar a la residencia fue encontrar la paz y un mundo totalmente nuevo e inspirador. Con parque, museo, galería y restaurante, el lugar era una especie de aldea en la que abundaban jarrones, estanques, flores y plantas. En su habitación estaba el estudio con vista a un jardín. “La gente de la residencia era muy profesional y construí un vínculo divino con ellos. Voy a volver”. El éxito de su obra fue tal que llegó a las redes sociales de influencers del lugar.
La artista se encontró con todos los materiales a su disposición. “Allá los bastidores eran gruesos, con una tela espectacular, con los pomos de pintura enormes y pinceles que eran una belleza”. La rutina de trabajo ocupaba todo el día, que se interrumpía solo a la hora de las comidas. Parte de la obra allí producida queda en la residencia –montada en el museo– y el resto pertenece a la artista. “Tendría que haber dejado tres cuadros, pero dejé seis”, señala. Con esos cuadros el proyecto es hacer allí una exhibición y la proyección de una película sobre su trabajo.
“La residencia funciona como una empresa de arte. Manejan todo el arte de la provincia, son partnerships de varias empresas y tienen convenios con las universidades de la región. Ellos son los dueños de la obra”. ¿Lo más impactante de la experiencia? “Sentí que llegaba al futuro. En la residencia me impactó todo lo que me proveían; había un montón de jarrones y de bibliotecas y eso fue lo que decantó en la obra final. Todo hizo que a la tela le diera un 3D, las pinturas son como jarrones”, describe. Por supuesto, la cultura ancestral china marcó también a la artista. “Lo cultural está inserto, mezclado con la naturaleza”.
A futuro, María Santi sabe que la experiencia tendrá impacto en su obra. “Yo estaba en la búsqueda de algo bien distinto. Me encanta el dorado y me gustaba esto del brillo y del fake. Pinté mucha tela con pinturas doradas para armar una colección que probablemente se llame Tesoros del Futuro, porque está vinculada a China, a todos los museos que visité y a lo que exponían. El dorado estará más presente en mi obra. No lo venía trabajando tanto”. En cuanto a las técnicas, antes del viaje ya había incursionado en los plegados y se había alejado del bastidor. A este trabajo previo le agregó otra mirada: “Le puse como un punch más entre el oro, el dorado, más esto del 3D de los jarrones”. Cada viaje, un crecimiento.