Fuente: Página12 – Un conjunto de luces distribuidas en la sala, de pronto se revela como un sincronizado reloj calendario desplegado en el espacio. El tiempo y la mirada.
Cada época tiene su(s) aparato(s) interpretativo(s). Podría pensarse en aparatos ópticos, ideológicos o tecnológicos. Así, por ejemplo, la perspectiva -surgida en el sigo XV-, el psicoanálisis o el cine -estos dos últimos surgidos a fines del siglo XIX- suponen modos de ver e interpretar.
Algo de eso explica Jean Louis Déotte en su libro La época de los aparatos. Cada aparato funciona en relación a una temporalidad. En este sentido, la palabra “época”, etimológicamente significa “punto de detención”, “interrupción”, “cesación”. En el lenguaje de los escépticos remite a la suspensión del juicio y al estado de duda. Tomando en cuenta estas aproximaciones, la instalación “Temporal” que Augusto Zanela presenta en la Fundación Andreani, se coloca en el centro de estas ideas.
Se trata de una serie de tubos lumínicos montados en pies (que lucen como atriles) y distribuidos en la sala, de manera que, si el visitante se detiene en un punto determinado, puede ver cómo ese conjunto conforma un reloj calendario desplegado en el espacio, que marca sincronizadamente el tiempo.
En diálogo con quien firma estas líneas, Zanela cuenta que “se trata de la culminación de una investigación que había empezado con dispositivos de control del tiempo. El reloj calendario que presento tiene todas las técnicas que suelo usar, como la anamorfosis; pero, en este caso, con la incorporación de tecnología. Está la relación entre low tech y high tech; está la idea de la construcción óptica y el desarrollo tecnológico de sincronización del dispositivo para medir el tiempo y llevar adelante todo el desarrollo de la obra. Es muy contextual. También hay otra obra que muestra un poco el back stage y hay piezas alrededor del mismo tema: los números digitales, los displays, la forma de medir el tiempo; el número ocho como contenedor de todos los números”.
–La tecnología mide y controla el paso tiempo a partir de determinado lenguaje, que supone cierta ideología de la comunicación, pero puede fallar.
-La tecnología para comunicar el paso del tiempo construye su propio lenguaje y eso incluye una ideología. Por otra parte, siempre que interviene la tecnología surge el temor de que no funcione, de que se vuelva loca. Pero desde el arte, una de las cosas más deseables y al mismo tiempo más sorprendentes, es precisamente que la máquina se vuelva loca, se rebele. Entonces de repente se tilda y se queda clavada en un horario: el tiempo entra en suspensión. Desde el punto de vista tecnológico o del dispositivo podría parecer un error, pero para nosotros es un capital.
–De algún modo este reloj desplegado en el espacio muestra a cada uno con su tiempo y que hay muchas temporalidades.
-Está el tiempo de las cosas, el tiempo de las personas; están también el momento y la eternidad. Ahí esta todo desplegado. Uno se encuentra con todos esos tiempos simultáneamente. También está el tiempo con el que yo trabajo: que es el tiempo de la mirada.
–El uso de la anamorfosis, mediante la cual se reconfigura la supuesta deformidad o el aparente desorden que tenemos ante nuestra vista, se vuelve muy contemporáneo.
-El sistema de la anamorfosis evolucionó con la mirada. En el renacimiento tardío era humanamente óptica y ahora, por ejemplo, tenemos las cámaras panópticas de los estadios deportivos, que te muestran publicidades anamórficas. O sea que uno puede rastrear la historia de la anamorfosis desde Miguel Angel hasta un estadio de fútbol actual. Y veríamos cómo un mismo sistema se fue desarrollando y cómo fue incorporando los dispositivos ópticos de la época.
–Las cámaras, omnipresentes.
-Transmiten las veinticuatro horas del día. Nos vigilan, nos controlan. Nos muestran que estamos permanentemente bajo vigilancia. A eso se suma que estamos todo el tiempo mediatizando la experiencia. Vivimos la experiencia a través de un dispositivo. El “tiempo en pantalla” que te marca el teléfono celular no es cualquier cosa.
–En su libro Infancia e historia, Giorgio Agamben se pregunta si en la modernidad es posible tener una experiencia o debería considerarse la destrucción de la experiencia.
-Te enchufan las experiencias, como en Un mundo feliz, de Huxley, en esa especie de cine de experiencias, donde huelen, ven, sienten… pero todo dentro de ese gabinete, que está preparado para eso, para construir una experiencia.
–¿Cómo está dispuesta la instalación “Temporal”?
-Como para encontrar el punto “de ventaja” en que se debe fotografiar con el celular, para recomponer la imagen de la instalación. De modo que esa disposición que se percibe como fragmentaria de pronto se configura como una imagen. Esa posición “de ventaja” está dispuesta para una persona adulta promedio, de pie, que toma una foto con su celular, a un metro treinta o un metro cuarenta del piso. Entonces tenés el celular delante tuyo y, en lugar de ver la obra y desplegar el tiempo de la mirada, repentinamente ves, en un segundo, la imagen recompuesta en el teléfono celular.
–Es una obra para la percepción urgente, distraída y asediada de hoy.
-La idea de que la obra sea fotogénica es tentadora para todo el mundo; es como trabajar sobre seguro, porque en ese punto todos ‘entienden’ lo que están viendo. La obra busca capturar la mirada del espectador.
Junto con la exposición de Zanela -que cuenta con un texto literario de Sergio Raimondi, se presentan otras dos: “Nadie canta”, de Indira Montoya -con un texto de Eugenia Almedia- y “Huancas”, de Rodrigo Alcon Quintanilla -con texto de Sofía de la Vega-. En conjunto, las tres muestras comparten preocupaciones sobre el estado y habitabilidad del mundo, la naturaleza, los usos de la historia; la relación entre el cuerpo y el espacio, entre otras. Y cada uno aborda esos temas de forma muy personal y diferente.
* En la Fundación Andreani, Pedro de Mendoza 1981, hasta el 16 de junio.