Fuente: Ámbito – La prestigiosa artista argentina internacional inauguró en La Compañía una muestra de obras hechas entre 1984 y el año pasado, que explorar, con un eco pop, un tema central para la literatura fantástica.
Silvina Benguria exhibe en la sede de la calle Arenales de La Compañía una serie de pinturas realizadas entre los años 1984 y 2023. El conjunto de 15 obras llega casi hasta el presente y puede considerarse una breve muestra antológica: le permite al espectador conocer la identidad de la artista. Para comenzar, la exposición mantiene desde el principio al fin del recorrido los colores glamorosos que caracterizan a la artista. Lo primero que se advierte es el predominio de los rojos y azules que se funden en tonalidades violáceas, además de los muy marcados rasgos de humor y las reminiscencias del Pop art. A las escenas altamente sofisticadas y a sus personajes juguetones que configuran su estilo alegre e inconfundible, Benguria le agrega esta vez, un inmenso dinosaurio y un paisaje extraño del Tupungato, con la cumbre pintada en intenso color rojo.
La muestra, curada por Fernando Schapire, se abre con la obra “Guantes celestes”. Sobre unos sillones negros descansa una de las típicas mujeres con su silueta regordeta, el pelo rojo y un vestido celeste como los guantes. Este personaje ha formado dos círculos con los dedos índices y los pulgares y los colocó rodeando sus ojos. De este modo, la mujer simula mirar a través de unos prismáticos. La imagen posee su gracia, al igual que la mayor parte de las pinturas, como “Dock Sud” y “Turbantes”, una serie de cuatro mujeres pelirrojas con vestidos a rayas color rojo.
De un modo no del todo explícito, Benguria acentúa la expresividad gracias al fenómeno del “doble”, es decir, de la perfecta igualdad de dos personajes. El “Doppelgänger», según la expresión en alemán, se encuentra con frecuencia en la literatura. Cortázar utiliza la dualidad en el protagonista de “Rayuela” y es a la vez deudor de autores como E.T.A. Hoffman, Dostoievski, Stevenson o Edgar Alan Poe.
Aunque no son tan frecuentes en las artes visuales, los usos de la construcción del doble se extienden en la literatura hasta la actualidad. No obstante, “Turbante II”, una pintura de gran formato de 2019, es el mejor ejemplo. Los dos personajes femeninos conversan amigablemente sobre la cubierta de un barco acodadas sobre la barandilla. Ellas son idénticas y ostentan vestidos y turbantes también idénticos, hasta sus perfiles con narices prominentes y el gesto, el interés de una por la otra, se ha duplicado. Detrás, sobre el fondo negro del barco, dos círculos amarillos representan los ojos de buey del barco y reiteran la igualdad.
En la exhibición hay otro dúo exacto de mujeres con pelos rojos y trajes de baño también rojos que, esta vez, enfrenta durante su baño en el mar y entre las olas, la aparición tan curiosa como inesperada de un gran langostino. Los dobles de Benguria replican la absoluta igualdad de los rasgos físicos, el humor y los atuendos. Así se vuelve mucho más intenso el carácter por momentos gracioso y a veces ridículo de esas mujeres que, más allá de las sonrisas que despiertan, son ante todo femeninas. Tan femeninas como su autora.
Los barcos, tema que se destaca en la exposición, llaman la atención por la elaborada belleza de las chimeneas y por la desmesura de sus gloriosas nubes de humo, blanquecino y algodonoso. Si bien la obra de Benguria es decididamente figurativa, las imágenes de los barcos se reducen en varias ocasiones a un planteo casi abstracto: una línea recta y otra oblicua que se hunde en las aguas. No obstante, el tema que en realidad ronda en toda la muestra es la pintura, el lenguaje y los recursos que la artista pone al servicio de su frondosa imaginación.
Silvina Benguria comenzó su carrera en la década del 60. En 1978, cuando ganó la beca Francesco Romero otorgada por el gobierno de Italia, se radicó en Roma hasta 1994. Cuando menciona esos años recuerda que trabajó muchísimo, aunque no le resultó fácil. “Roma es una ciudad tan bonita y tan interesante que es muy difícil trabajar. Salís a comprar algo y te quedas mirando las iglesias, los monumentos, las fuentes… Expuse allá en la Banca di Roma y en el Instituto Latinoamericano, volví porque había muerto mi padre”. En 1997 obtuvo la beca Pollock y su carrera, si bien se afianzó en la Argentina, profundiza desde entonces su perfil internacional.