Fuente: Ámbito ~ El Museo del Tigre presenta (y redescubre) una muestra antológica de la escultora que sobrevivió al Holocausto y vivió numerosos años en el país.
El Museo del Tigre presenta una muestra antológica de la escultora Magda Frank (Transilvania, 1914 – Buenos Aires, 2010) En la gran dimensión de la sala principal del MAT, las esculturas, desde la etapa figurativa hasta la abstracta, se divisan imponentes. La obra de Frank, si bien se conoce en Europa, permaneció casi oculta a los ojos del público en la Casa Museo Magda Frank del barrio de Saavedra, con la excepción de una muestra en el Museo de Arte Contemporáneo Niteroi, en Brasil.
La curaduría del coleccionista Tulio Andreussi le brinda a la muestra una identidad particular. Aconsejado por el crítico francés Pierre Restany, comenzó por comprar un par de esculturas y terminó adquiriendo toda la producción que llegó de Europa en 1995 y también la casa de la artista, donde fundó un Museo. Lúcido, Restany, frente al problema de la crisis de la imagen, encontró la solución teórica al ver las coloraciones de las aguas de García Uriburu y entender su significado. Su teoría consiste en conceptualizar, explicar la idea que motiva la imagen. El concepto de García Uriburu es salvar la naturaleza; el mensaje de Magda Frank, transformar en arte el dolor del hombre. Hoy, las ideas de ambos están incuestionablemente vigentes.
Tan conmovido por la obra como por la vida y las ideas de la artista, Andreussi pone en evidencia, por un lado, el horror de la Segunda Guerra Mundial, el exterminio de una familia y, por otro lado, los conceptos y las pasiones que engendran el trance de la creación y el trabajo -por momentos forzado- que implica la escultura monumental. El recorrido es cronológico y se inicia con la representación de la tragedia, las formas desgarradas y figurativas de las víctimas del Holocausto. Pero Frank aprende a sublimar. El expresionismo exacerbado desaparece con la influencia del cubismo y el arte precolombino. La potencia de su obra que apenas si se adivinaba en el abigarrado Museo Magda Frank, se vuelve elocuente.
Junto al legado de una escultura de finas líneas constructivistas de apariencia frágil, pero con una estructura tan firme como el bronce que la constituye, figura un relato de la artista. Ella está en el teatro y describe el momento crucial en el cual elige la libertad. “Freude, Freude…” Canta el coro de la Novena Sinfonía y sacude mi corazón”, confiesa. El destino la puso frente a la disyuntiva de preservar su matrimonio o ser artista, y cuando su marido le pidió que abandonase la escultura, lo dejó ir. “Sabía que al volver a casa no lo encontraría, que se habría ido para siempre. Renunció a la felicidad”, concluye.
Soledad
Hay un video que muestra su soledad más absoluta, pero sin límites que interfieran. Allí está, en su pequeña casa con sus esculturas y en las inhóspitas canteras, eligiendo las piedras, mirándolas hasta imaginar una forma en su interior, bocetando, cincelando. En la grabación aparecen dos esculturas del primer salón en el que participa en París. Entonces, con humildad, pero también con orgullo, se escucha la voz de Frank, que afirma: “Pude constatar que ya había desarrollado un estilo propio, con mis formas fuertes, cerradas. De mis obras saqué los motivos figurativos más detallados, pero seguían siendo figuras”. Hasta en sus esculturas más abstractas está el hombre. Y si el tema del rumano Brancusi es el beso, el de Frank es el abrazo. Ambos expresan la misma necesidad de afirmarse en un encuentro con el otro.
La artista llegó a la Argentina al promediar el siglo XX en busca de un hermano, el único sobreviviente de su familia. Ella se salvó del Holocausto porque Raoul Wallenberg, protector de los judíos, la refugió en una casa con bandera suiza de Budapest. Su carrera cobró impulso en la Argentina, pero un llamado del gobierno de Francia la llevó de vuelta a París. Allí, la escultura monumental atravesaba un período de esplendor. Pero la gran paradoja es que cuando regresó de América, descubrió la cultura precolombina en el Museo del Hombre de París y no en Buenos Aires. Fascinada por el arte precolombino, le atrajo “la idea de que la Madre Tierra es la fuente vivificante que le da vida a todo y absorbe todo en sí misma”. Y analiza las grandes piedras. “Me acerqué cada vez más, mi primer figurín lo tallé en la Argentina. Lo tomé como punto de partida de mi tema y mi ritmo”. Luego, cuando tuvo la oportunidad de realizar el primero de sus 22 monumentos públicos que hoy se encuentran en Europa, esculpe un gran mármol a modo de lápida para su hermano. En la base, labró su epitafio: “‘Espíritu de la Niebla’, guarda la memoria de mi hermanito Béla, torturado por los nazis”.
Los arquitectos franceses demandaban sus monumentos, y elogian la sólida arquitectura de las formas. “Su arte se inscribe en la tendencia abstracta actual, es parte del cubismo constructivista. La unión armónica de estructuras con las formas del cubismo, contienen y expresan dedicados símbolos abstractos como el hombre y la mujer”, sostiene Jean Baladour. Frank señala la decadencia del arte europeo y decide “volver a la prehistoria del arte y contar lo que nuestros ancestros nos dijeron con lenguaje contemporáneo.” Por su parte, Ruth Corcuera, estudiosa del arte andino, descubre en sus obras claras similitudes con las figuras esculpidas en el dintel de la puerta del Sol de Teotihuacán, “el sitio donde la serpiente aprendía milagrosamente a volar, es decir, donde el individuo alcanza la categoría de ser celeste, por elevación interior”. Finalmente, la presencia alada de sus ángeles responde a la búsqueda de paz.