Fuente: Télam ~ La galería Roldán Moderno exhibe una muestra de veinte obras con imágenes de personajes rurales que se popularizaron en los almanaques que llegaban a las casas argentinas.
Una muestra que rescata la complejidad de la obra de Florencio Molina Campos quien, desde la mirada conservadora y nostálgica del pasado y la vida rural argentina logra construir imágenes irreverentes hacia ese universo a través de la caricatura propia del humor gráfico, pero también del lenguaje artístico, se exhibe en la galería Roldán Moderno, del barrio porteño de Recoleta, junto a obras de Pablo Accinelli.
«Linajuda mueca moderna» retrata el paisaje como objeto de contemplación del gaucho a partir de una veintena de obras en témpera, lápiz y óleo, que reflejan las imágenes de los habitantes del campo argentino, algunas veces en gestos eufóricos y otras veces, con rostros apagados por la dureza del trabajo rural. Se trata de obras que se popularizaron en almanaques presentes en hogares argentinos, almacenes y bodegones, difundidos desde 1930, gracias a un contrato de Molina Campos con la empresa Alpargatas.
Paisajes de cielos y ríos inmortalizados por una paleta de colores poco habitual en los trabajos de Molina Campos también forman parte de esta muestra que, con curaduría de Valentín Demarco, busca hacer una relectura de la obra del artista (Buenos Aires,1891-1959) cuya infancia transcurrió en Buenos Aires y en las estancias familiares de Tuyú y General Madariaga, así como en Chajarí, Entre Ríos, de las que su familia era propietaria.
«Molina Campos es, a través de su obra, representante de la vida campera, pero también es un artista mucho más complejo, sobre todo por la manera en que conjuga un discurso conservador y nostálgico del pasado argentino y la vida rural con una manera de construir imágenes bastante irreverentes donde se mezcla la caricatura del humor gráfico con la historia de la pintura, porque era un estudioso, no era un aislado de la escena artística», dice a Télam Demarco durante una recorrida por la muestra que reúne obras que van de 1930 a 1950.
«Ese discurso conservador se traslada a una imagen irreverente y él tiene la audacia y la libertad de hacer circular esa imagen por espacios que no pertenecían al mundo del arte e incluso iban en detrimento de la legitimidad del artista, como la publicidad, en un objeto como un almanaque, que iba a contramano de los espacios de circulación del arte. Por eso me interesaba abrir el panorama a otras capas de su trabajo, que lo ponen en un lugar bastante moderno, de renovador de la imagen, sin ser programáticamente alguien que buscaba una imagen moderna», sostiene el curador.
El paisaje de horizontes bajos, característico de las obras del artista, está presente en esta muestra, como «El descansito», «una pintura bastante particular porque no es la imagen tradicional con la figura en primer plano, sino una imagen metafísica, meditativa de ese gaucho al que ni siquiera le vemos la cara, porque está de espaldas al observador», mirando un incendio que se desarrolla entre la maleza. En este caso «hay alteraciones pequeñas a su plan habitual de trabajo», sostiene el curador quien agrega que esta imagen apareció luego en postales.
En este sector, donde también aparecen cuadros del gaucho junto a su vivienda, la muestra dialoga con trabajos de Accinelli, artista contemporáneo, «que si bien parece estar muy lejos de Molina Campos se incorpora desde una nostalgia minimalista, con obras muy populares como una tabla de madera usada para comer asado o un whisky de moda en los 70». Imágenes de «una nostalgia fría, medida, que hacen referencia a lugares, como una parrilla, donde hoy en día aparece Molina Campos, con sus almanaques, y la obra de Accinelli trae esa referencia sin ser una escenografía pintoresca, sino una presencia sutil», explica Demarco.
En otro tramo de la muestra, realizada con obras que forman parte del acervo de la galería, más otras que se agregaron especialmente para la exhibición, el paisaje aparece con una imagen despojada, con el acento puesto en el cielo, sin personajes, y en colores que se alejan de su paleta habitual. Mientras que, en la obra «Regreso al pago», la mirada hacia el paisaje adquiere un tono nostálgico, característico de su pincelada que, muchas veces suma un acento socarrón, jocoso.
La puesta se extiende, además, a obras que tienen como protagonista a un grupo de gauchos que observan riñas de gallos, donde aparecen ponchos colgados, en un contrapunto de imágenes: en un caso los personajes se muestran frenéticos, con miradas violentas, y los gallos, lastimados; y la otra la escena de la riña es más relejada, y los gallos están en un momento de observación mutua.
En esta sección, las texturas de los ponchos y el paisaje dialogan con la obra «Nubes de paso» de Accinelli, hecha con separadores de cajones de manzanas, en una transformación minimalista de lo rústico, explica el joven curador, oriundo de Olavarría, admirador de la obra del artista.
En otra de las obras, los rostros de gauchos son el reflejo de la dureza y el rigor que impone su condición de peones: «son retratos fuertes en los que me parecía importante marcar que hay una cuestión de clases, que pone en juego de una forma bastante compleja, porque está representando a otro sujeto que no es de su clase social, la aristocracia. Se pone como patrón de sus peones pintados, hay un juego de poder, y lo interesante de ese juego es que cuando esas imágenes llegan a los almanaques tiene legitimidad popular, por lo que los sectores que él representa lo toman como propio, de ahí la complejidad», reflexiona Demarco.
En este sentido, recuerda que cuando muere su padre el artista tiene fracasos comerciales y deja de pertenecer a la aristocracia materialmente, y la pintura aparece como un modo de subsistencia. Sus amigos, en 1926, lo impulsan a que muestre su obra en la Sociedad Rural para la venta, y así empieza su carrera artística. En ese sentido, Demarco lo considera «un desclasado» de la aristocracia a la que perteneció.
Por este motivo, tuvo «la libertad de manejarse con la publicidad, a diferencia de otros artistas en los que había como un pudor de trasladar su obra a la publicidad», dice Demarco quien rescata «el poder de sus imágenes que quedaron unidas al imaginario argentino».
En la obra «Por el Salado», el artista recrea en dos barcos que navegan, una escena acuática, muy ligada a la Pampa, dice Demarco sobre esa imagen que en su opinión bien podría ser del río Misisipi, en Estados Unidos, cuyo universo rural estudió, y por eso tuvo tanta acogida con su obra en ese país.
El traslado de los gauchos de un sitio a otro se refleja en las obras expuestas de este artista enamorado de la vida rural, donde se destaca «Boleando», de 1938, donde un gaucho arrea animales y la polvareda se destaca borrando el horizonte y parte de los animales que corren a través de un paisaje montañoso.
La muestra que se expone en la galería Roldán Moderno, ubicada en Juncal 743, puede visitarse hasta el 22 de julio, de lunes a viernes, de 10 a 19.