Fuente: Clarín – “Una vez un perro le ladró a una máscara que hice: fue el comentario más honorable que recibí”.
Lo dijo Leonora Carrington, la gran pintora surrealista que volvió a ser noticia el jueves, cuando se supo que Eduardo Costantini, fundador del Malba, compró su pintura Las distracciones de Dagoberto (1945) por 28,5 millones de dólares, un valor récord.
Los fans del arte casi no podemos esperar para ver la obra junto a las de Frida Kahlo y Remedios Varo en el museo porteño.
Hubo una película Carrington (1995), con Emma Thompson, y una novela, Leonora, de Elena Poniatowska, entre otras obras sobre ella, la mayor de las surrealistas, y el título de un libro suyo, La leche de los sueños, fue lema de la Bienal de Venecia 2022. Pero no es tan popular como Frida. Al menos, todavía.«Las distracciones de Dagoberto», obra récord de Leonora Carrington. Foto: Sothebys
Leonora nació en Inglaterra en 1917 y renació en México en 1941, adonde huyó luego de que los nazis detuvieran a su pareja, el artista judío Max Ernst, y ella se escapara a la España franquista, donde sufrió una violación grupal y la internación en un psiquiátrico (sobre cuyas torturas escribió Memorias de abajo y pintó).
A Ernst lo había conocido cuando tenía 20 años y él era un surrealista de referencia, de 47, casado. Se fueron a vivir al campo en Provenza y pintaron su casa con seres mágicos: ella creó una mezcla de pájaro y estrella de mar, “Loplop”, que lo representaba, y él, una especie de yegua salvaje, “la novia del viento”.
Así, “novia del viento”, la apodaron los surrealistas, a quienes admiró y criticó. “Les gustaba considerarse vanguardistas pero, en lo que se refiera a las mujeres, eran deprimentemente convencionales”, diría años después. “Nos querían como musas y para atenderlos”.Fotografía del cuadro»La Guardiana del Huevo», de Leonora Carrington. Foto: EFE, archivo
De Europa, la artista pudo salir casándose con un el escritor mexicano Renato Leduc, de quien se separó poco después. Pasó por Nueva York y llegó a México, donde conoció al fotógrafo Emérico Weisz, con quien tuvo a sus dos hijos, Gabriel y Pablo, y se reencontró con otros exiliados, entre ellos, la surrealista española Varo, con quien preparó “recetas para provocar sueños eróticos”.Leonora Carrigton. Foto: EFE, archivo
El sufrimiento está en sus creaciones, igual que las lecciones de las escuelas católicas de las que la echaron, las clases de arte en Florencia y con el pintor minimalista Ozenfant o el descubrimiento del inconsciente.
Pero hay que evocarla más allá del dolor. Por ejemplo, de nena, en la casona gótica donde creció, escuchando mitos celtas de su abuela irlandesa o leyendo Alicia en el País de las Maravillas y cuentos de Poe. A varios nos gusta imaginarla sentada ante un tazón de avena insípida, fantaseando que es una laguna y ella, un pez alado. Es que Leonora, quien tuvo que huir tantas veces, aseguró: “Nadie escapa de su infancia”.Leonora Carrington en la Ciudad de México (2007). Foto: Henry Romero/Reuters
Leonora empezó evadiendo el tedio y después le tocó el horror. Siempre aprendió. Algo parecido a lo del “lago» de avena hizo de adulta en una cena con el director de cine Luis Buñuel, también exiliado en México. Se cuenta que se levantó de la silla, se metió en la ducha vestida, volvió empapada y le dijo: “Es muy guapo usted”.
Performer, alquimista (recuperó la técnica medieval de pintura al huevo), investigadora de hadas y leyendas mayas, vivió hasta los 94 años y dejó todo -provocación, espanto, locura y el arte como forma de supervivencia- maravillosamente pintado.