Fuente: Clarín – Símbolo de la vanguardia de los 60 en la Argentina, la obra de Marta Minujín se exhibe en el Copenhagen Contemporary de Dinamarca. De allí irá al Reina Sofía, a Bruselas y a la Tate Liverpool.
Comenzó la primera gira europea de La Menesunda, la mítica obra que en 1965 convirtió a Marta Minujin no en famosa –que para entonces ya lo era–, sino en popular. Uno de los primeros environments, o instalaciones inmersivas de la historia del arte que, en palabras de los artistas en esa época, de sólo ver o atravesar “intensificaba el existir”.
La gira, que arrancó en el Copenhagen Contemporary de Dinamarca, surgió por pedido de Helen Legg –directora del Tate Liverpool–, y Kasia Redzisz –actual directora artística de KANAL, el Pompidou de Bruselas–. Fue a partir del interés de ambas que se inició hace cinco años un trabajo de coproducción entre el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y la Tate Liverpool, con el objetivo de adaptar este monumental laberinto a sus distintas arquitecturas.La imponente fila para ingresar a La Menesunda.
Después de su debut en Copenhagen, con formato de fiesta gratuita y con la presencia de la reina latinoamericana del pop, La Menesunda pasará por el Reina Sofía en Madrid; KANAL en Bruselas y la Tate Liverpool en Reino Unido. Allí la obra forma parte de una muestra titulada Intensify Life que integra más de sus grandes trabajos, como el templo de colchones Soft Gallery (1973) o el universo colorido y musical ¡Implosión! (2021).
La Menesunda es un símbolo de la vanguardia de los años 60 en Argentina. La palabra menesunda buscaba evocar la sensación de inquietud, confusión y caos. Fue una pieza vital en la generación de un encuentro entre el arte y la cultura popular: quienes la visitaban, se encontraban con situaciones extrañísimas que podían ser tan incómodas como divertidas, en once habitaciones distintas.El pasillo de neón, de La Menesunda.
Un túnel de neón que emulaba el brillo y frenesí de las calles del centro; un cuarto con olor a pollo frito; una cueva con televisores –que eran entonces una absoluta novedad en el país– permitían a muchos ver aparecer su imagen por primera vez; un salón de belleza donde los espectadores podían sentarse a que los maquillen; un cuarto chiquito y oscuro con olor a consultorio de dentista potencial provocador de ataques de claustrofobia; otra con bajas temperaturas que parecía ser el interior de una heladera; o un dormitorio con una pareja en ropa interior metida adentro de una cama leyendo el diario, que hacía al visitante experimentarse como usurpador en departamento ajeno.
Lo que buscaban junto a Rubén Santantonín, según contó la artista en 2015, era estimular la sensación de sorpresa. La obra era una experiencia física, y de sólo habitarla la vida se sentía más salvaje, intensa y grande. Al cabo de dos semanas se desintegró, y su huella quedó solo en los diarios y en el cuerpo de aquellos que la transitaron.En el Copenhagen Contemporary, junto a Victoria Noorthoorn, directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Originalmente se presentó en el Di Tella y cientos de porteños se agolpaban en una cola en la calle Florida, bloqueando las entradas de las boutiques y provocando miradas y cuchicheos entre los transeúntes. Esperaban, pacientes, para ingresar de a uno. Un proyecto de una magnitud descomunal que se convertiría en el escándalo del año, pero también uno de los grandes hitos de la historia: el arte argentino avanzaba hacia una nueva era.
Fue reconstruida por el Moderno en su sede en 2015, donde la visitaron más de 65 mil personas, y luego viajó en 2019 al New Museum de Nueva York. Cuando la hizo, Marta tenía 22 años. Iba y venía entre Buenos Aires, París y Nueva York. “Di Tella era un mundo sofisticado y esnob, a mi me interesaba el gran público, no el de pequeña galería o museo. Me interesaba la calle, la señora que compraba gallina en el supermercado. Quise con ese laberinto despertar en la gente aspectos que no conocían de sí mismos”, contaba en 2003. “No ganaba plata yo con eso, ganaba eternidad”.