Fuente: Página12 – Jorge Gumier Maier (1953-2021) que le dio su personalidad a la galería de arte del Rojas, fue una figura central del arte y los debates de los años noventa, como artista y curador.
Más que una marca de los años 90, hay puntos de condensación que resumiría en dos: primero, un predominio discursivo en la génesis de la obra que hace que muchas obras se transformen en ilustraciones didácticas, relativamente ingeniosas, de supuestos temas interesantes y que están, de última, pautados por el mundo académico (el arte de género sería un ejemplo). Segundo, una dispersión de las experiencias, que hace que muchos artistas tengan un interés y una fascinación por una nueva relación con los materiales y los objetos. Creo que éstos podrían tomarse como dos polos de la escena de los 90, donde obviamente me interesa el segundo y no el primero.
Soy artista pero más que nada mi aproximación a los 90 fue como curador ya que estuve a cargo de la Galería del Centro Cultural Rojas desde su creación en 1989 hasta 1996. De todas formas mi mirada fue siempre de artista. Así me acerco a la obra de arte abierto y sin saber muy bien por qué me gusta. Me dejo guiar por el gusto -la única certeza en el arte- y después entra la parte curatorial. Lo del Rojas fue bastante casual. Al principio eran los artistas los que colgaban sus cosas, y si bien yo opinaba, no tomaba demasiadas decisiones. El trabajo curatorial lo fui haciendo sobre la marcha, cuando vi que era necesario colgar las muestras de una forma más estricta. Marcelo Pombo, Omar Schiliro, Liliana Maresca, Feliciano Centurión, Miguel Harte, Benito Laren, Sebastián Gordín, Ariadna Pastorini, Cristina Schiavi, Fernanda Laguna, Alicia Herrero, Gachi Hasper, Fabián Burgos, Fabio Kacero, Pablo Siquier y Agustín Inchausti (que dejó de trabajar pero siempre me interesó) son artistas claves para mí de esos años.
Hace poco una persona muy importante de la plástica argentina me dijo que quería hacer una gran muestra y convocar a cuarenta curadores. “Bueno”, le dije, “no creo que los haya, pero si los hay es peor todavía que si no los hay”. Hoy cualquiera se hace curador, así como cualquiera se hace artista (y no es que me parezcan mejores los artistas que los curadores). Por otro lado, estas mega-muestras temáticas lo que hacen es legitimar a un curador y usar a los artistas para refrendar y apoyar una cierta hipótesis del curador. Después, esas mismas obras las agarra otro curador y en vez de lo salado le pone lo dulce y quedan igual de bien, porque las obras son todas polivalentes. Me parece que hubo pretensiones desmedidas e imperialistas de los curadores, donde los artistas se volvieron meros ilustradores de sus tesis. (…)
Me ha pasado muchas veces que debía escribir un texto y frente a una obra no he sabido qué decir. Por ahí es una obra que me gusta muchísimo pero sólo me salen cosas medio básicas como, “qué linda tal cosa». Es que el lenguaje pre-verbal de la plástica a veces no puede ser traducido ni aproximado por el lenguaje verbal. Igual hay gente que dice: «No hay críticos, todos hacen simplemente crónica» y yo creo justamente que lo que hay que hacer es crónica. No digo lo único, pero es muy importante que alguien te cuente, te diga cómo se hicieron las cosas. Además no puede existir siempre la posibilidad de decir algo interesante sobre dos o tres muestras a la semana (no sé a quién le da la cabeza para tanto). Tampoco sé si hay tantos artistas con demasiadas cosas poderosas o nuevas como para estar reflexionando siempre sobre algo.
Finalmente tengo la sensación de que hubo varios 90 con distintas micro escenas, donde en general, me resultan más interesantes los primeros años que los últimos. Me interesa esta cosa de dispersión, de variedad de cosas y propósitos, que aparece y, por sobre todo, es fascinante la dificultad en encontrar grupos, dogmas o escuelas (porque, a veces uno encuentra grupos cuyas colectivas son todos iguales y que más que un grupo son una manada). Lo que sí me preocupa es el intento que tienen algunos artistas de modernización o de estar aggiornados. Por ejemplo: la onda kitsch. Hay una cantidad de gente que comenzó a hacer cosas con generitos y piedritas, y parece ser que simplemente usar esa mítica piedrita o generito ya eleva a cualquier porquería al estatus de obra de arte. Básicamente ese es el peligro de lo discursivo, que no sólo se monta sobre las obras que en sí son discursivas, sino que también le imponen un discurso ajeno e impropio a este tipo de obras, creando seguidores de segunda línea, con un trabajo que queda en lo epidérmico de la obra.
Es imposible prever qué va pasar. No voy a decir la pavada de que el arte tenderá hacia la tecnología y todos esos versos. Me parece que va a haber formas más particulares, tal vez más tribales de producir arte o de producir eventos. En su último reportaje Lévi-Strauss dice que dentro de pocos años gran parte de los animales que el hombre ha domesticado en todo estos siglos volverán a ser salvajes, que «volverán los rebaños salvajes», dice concretamente. Por ahí es un deseo del viejo, porque él nunca quiso vivir en el siglo XX y se toma esa revancha con esta proyección del futuro, pero como yo tampoco nunca quise vivir en el siglo XX, me gustaría y me parece que puede suceder algo por el estilo: que el arte vuelva a un estado más salvaje. Que abandone estos alambrados conceptuales y estos derroteros prefijados.
* Artista y curador (1953-2021) de la galería del Rojas. Texto de 1999 (fragmento) tomado del libro Arte argentino de los años noventa, de Fabián Lebenglik -director del Rojas desde 2002 hasta 2006- y Gustavo Bruzzone -coleccionista del arte del Rojas- (publicado por AH; 2023, 620 páginas), que se presentó el sábado pasado en el Rojas, a sala llena y con gente de pie; en el marco de la celebración de los 40 años del Centro Cultural de la UBA.
La exposición «Pretérito imperfecto», artes visuales en el Rojas, se puede ver hasta el 16 de octubre en el espacio de arte y la fotogalería del Centro Cultural Rojas, Corrientes 2038, con entrada libre y gratuita.