La arquitecta que sueña con un kafkiano centro cultural para La Boca

Fuente: Clarín – Belinda Noemí Rodas Martínez (28 años) se recibió de arquitecta en diciembre de 2022. Sueña en grande.

Quiere construir un Centro Cultural en la zona de Puerto Madero y La Boca. Presentó un proyecto en un certamen internacional y quedó entre las cien finalistas del Premio a la Excelencia.

El mérito trae un plus de origen: proviene de un barrio de trabajadores y fue allí donde en pleno confinamiento por la pandemia, elaboró el proyecto que la tuvo y la tiene como exclusiva protagonista. Pero la historia de su precoz consagración empieza antes.

De adolescente, no quería saber nada con los robots ni con la informática. Leía todo lo que caía en sus manos relacionado con ciencia, además de novelas y enciclopedias. Pero lo que siempre le gustó es la arquitectura.

Lo cuenta sin un gramo de maquillaje encima, en un salón de la Casa de la Cultura de Buenos Aires. Su relato está ambientado en un edificio que albergó al diario La Prensa, sobre la Avenida de Mayo, y los vitraux del Salón Dorado fueron traídos en barco desde Francia. Belinda Rodas; atrás, la Casa de Cultura de Buenos Aires. Foto: Maxi Failla.Belinda Rodas; atrás, la Casa de Cultura de Buenos Aires. Foto: Maxi Failla.

Escenografía ideal para quien es, al fin y al cabo, una de las cien finalistas del Concurso Tamayouz Excellence Award, que, desde 2012, premia propuestas originales de arquitectura, diseño del paisaje, planificación urbana y tecnología arquitectónica.

Todo empezó con una materia de la facultad donde se debía llevar a cabo un Master Plan entre Puerto Madero y La Boca, frente al río en la Dársena Sur, en la Intendencia Naval cuyos terrenos están a la intemperie y sin uso.

Su idea: crear allí un Centro Cultural que albergue talleres de oficios, biblioteca pública, museo, sala de teatro y sala sinfónica.

Incluye un salón para talleres de tecnología, construido con un bloque de cemento, y otro bloque que rompe el edificio, que es de metal.

En un marco imponente y con rasgos surrealistas están las transparencias, los paneles que permiten cambiar la fachada. Y allí se dispara otra idea que cautivó al jurado especialista.

Humanizar el espacio

La construcción está basada en el concepto de Metamorfismo, o sea, es un proyecto abierto que puede cambiar de forma como un organismo vivo. Y la sorpresa es aún mayor cuando aparece en escena la novela La metamorfosis de Franz Kafka, citada por la arquitecta.

En el inicio del libro, el protagonista se convierte en insecto. “La obra de Kafka tiene mucho que ver con el cambio de forma, la deshumanización; habla de la máquina capitalista que empieza a absorber al ser humano. Lo opuesto es crear la humanización del espacio.”

Todo este sostén conceptual se elucubró en plena pandemia: Belinda, aislada en su departamento , volvió a releer el artículo de Le Corbousier El espacio inefable, donde sostiene que la primera prueba de existencia es habitar el espacio.

Rodas cuenta que es de San Esteban, un barrio de Cañuelas en la provincia de Buenos Aires. Es un barrio obrero. Desde chica se pasaba horas leyendo el libro El árbol de la vida. Le interesaron siempre la diferencia de razas, se preguntaba por qué éramos diferentes, cada uno con su origen y su color y allí le quedó grabada la palabra metamorfismo; digamos, la capacidad de adaptarse al medio ambiente.

Por eso sueña su edificio como un organismo, como algo vivo, humanizando el objeto al servicio del buen vivir.

Reinterpretar el conventillo

“A principios de siglo XX, Buenos Aires empezó a ser una ciudad dormitorio para albergar cada vez más gente y así se fue dando un tipo de arquitectura basura. Mi edificio, si bien nació con la destrucción que implicó la pandemia y eso se ve en mis imágenes, que son de cielo negro sin un color vivo, resulta un barco quieto, una forma de reinterpretar lo que fue el conventillo”, dice Rodas.

La construcción de Rodas está basada en el concepto de “metamorfismo”: un proyecto abierto que cambia de forma como un organismo vivo.

La Boca tiene esa historia de metamorfosis también. Primero fue un barrio de clase alta, que lo abandonó a causa de la fiebre amarilla y se mudó a la zona norte.

Luego, los trabajadores cruzaban hasta la Isla Maciel: aún está el puente Avellaneda que es un símbolo del barrio portuario, que el pintor Benito Quinquela Martín inmortalizó en sus obras pictóricas.

El brazo proyectado como Centro Cultural se extiende entre la Intendencia Naval y sigue hasta La Boca, consta en total de 7.260 metros cuadrados.

La idea es que se transite y se pasee, que se cree un vínculo humano con la ciudad y, como escribió Jacques Derrida, la arquitectura se transforme en una forma de comunicación, una nueva disposición que retome una y otra vez los vínculos entre sus habitantes, y donde se desdibujen los límites entre la ciudad y el nuevo edificio.

El proyecto nace en el auge de los contagios por Covid-19, pero esa situación límite la impulsó a Rodas a crear belleza, y ésta también se puede planificar como lo hicieron los grandes arquitectos.

“Mi proyecto no tiene límites, es abierto y permite cambiar de forma como de aire y que la ciudad sea vivible con la energía natural que posee la relación del hombre con la naturaleza, donde la arquitectura no nos aplaste como a una cucaracha. Donde se permita planificar a partir de las necesidades del que transita el espacio público y no de los medios de transporte. No hay un usuario tipo ni una familia tipo, ni un trabajo tipo”, explica Rodas.

Todo arte verdadero es una obra inacabada y carece de “perfección”. La joven arquitecta comparte la idea de Jorge Luis Borges: se publica para dejar de corregir.

Rodas soñó un proyecto que levanta su silueta de cristal frente al río y los árboles del sur de la ciudad. Ahora sólo falta que aparezcan los capitales que se atrevan a hacer ese sueño realidad, en beneficio de todos los porteños.

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