Fuente: Clarín – Hola, quiero trabajar acá”. Estas podrían haber sido las palabras con las que Iris Alba se presentó ante los responsables de Sudamericana. A principios de los años 60, la editorial argentina necesitaba un cambio de imagen gráfica y quiso la casualidad que Alba estuviera buscando empleo. Recién llegaba a su Buenos Aires natal procedente de Nueva York, donde había pasado dos años trabajando para la gran agencia de publicidad J. Walter Thompson,
“En esa época en Buenos Aires no había una carrera de diseño gráfico propiamente dicha; sólo existía la de la Universidad de Cuyo. Pero se consideraba un oficio y, como sucedió a lo largo del siglo XX, era posible que alguien con ganas y esa pulsión pudiera ascender rápido en estructuras que estaban vacantes –explica el diseñador y editor Francisco Roca–. Cuando empresas como Sudamericana necesitaban poner en marcha departamentos de diseño, permitían que esos puestos los ocupasen personas frescas.
De hecho, cuando hablamos con Emiliano, el hijo de Iris Alba, este nos confirmó que perfectamente su madre podía haberse presentado de esa forma en la editorial porque, además de tener la experiencia y el prestigio, ser joven y poder catalizar ese cambio en términos gráficos para poder hablar con un público más joven, Iris tenía una personalidad muy de ir al frente”.La tapa del libro dedicado a Iris Alba, de Flecha Books.
Francisco Roca es responsable, junto con Leandro Castelao, de Flecha Books. Esta editorial independiente especializada en diseño gráfico acaba de poner en marcha, a través de la plataforma Kickstarter, un proceso de micromecenazgo para financiar la publicación de Iris Alba: Art Director, volumen que recupera la figura de esta diseñadora argentina quien, a pesar de su importancia en el diseño editorial latinoamericano de las décadas de los 60 y 70, es prácticamente desconocida.
“Después de publicar el libro sobre el diseñador Juan Ángel Cotta, nos empezó a llegar el trabajo de Iris, de la que no sabíamos nada. Posteriormente, conseguimos contactar con su hijo, pero él tampoco tenía demasiada información sobre la carrera de su madre porque, cuando ella trabajaba en Sudamericana, aún no había nacido o era muy chico. Tampoco ayudó en la investigación que muchas de sus portadas estuvieran firmadas como Iris Alba Pagano o Iris Pagano, el apellido de su esposo, ni que se le hubiera perdido la pista cuando dejó de trabajar en Sudamericana o que muriese muy joven, antes incluso de cumplir los sesenta”, recuerdan Roca y Castelao.
Dibujos y cerámica
Iris Alba había nacido en el barrio porteño de Flores en 1935. Durante su juventud recibió formación artística destacando, además de en el campo de la ilustración y la cerámica, hasta el punto de instalar su propio horno en el estudio de Sudamericana, en el que trabajaba.
“Iris tenía una visión muy clara de cómo debía funcionar un departamento gráfico dentro de una editorial. Aunque no era algo muy usual en la Argentina de la época, en Sudamericana entendieron sus necesidades como, por ejemplo, que la labor creativa era completamente distinta a la de otros empleados de esa misma editorial, que el diseño era un trabajo que tenía sus propias reglas y que, por tanto, había que dejar a la gente de ese área trabajar con confianza.
Esta falta de rigidez no impedía, sin embargo, que Iris estuviera contratada en la editorial, que estuviera en blanco y que trabajase en las oficinas de manera presencial. Si no se llevaba el trabajo a casa era, sencillamente, porque no tenía estudio allí. Todo su aparato artístico, incluido el horno de cerámica, lo había trasladado a la editorial. Su hijo recuerda incluso que, mucho tiempo después, Iris todavía se lamentaba de que su horno se hubiera quedado en la oficina de la editorial y de que no lo podía recuperar”.Una colección emblemática de Editorial Sudamericana, diseñada por Iris Alba.
A pesar de ser una persona querida y apreciada en Sudamericana, un buen día de 1976 Iris se desvinculó de la compañía, pero siguió trabajando de tapista para otras editoriales menores como Orión. Quizá buscase mantener un perfil bajo después de que su pareja, el poeta y periodista Miguel Ángel Bustos, fuera detenido ilegalmente y pasase a engrosar la lista de desaparecidos de la dictadura.
“Se quedó sin ningún tipo de red ni contacto en Sudamericana, por lo que a su partida, además del trabajo y el horno, perdió bocetos, cuadernos, materiales…”, se lamentan Francisco y Leandro, que ya han abandonado toda esperanza de recuperar esa parte de la obra de Iris para incorporarla a su proyecto.
“En todo caso, nunca hubo demasiado material porque, en esa época, lo importante no era el proceso sino la tapa acabada. No había una conciencia de guardar los bocetos previos. A eso se suma que, en los años 90, cuando Sudamericana se vendió a un grupo alemán y luego a Penguin Random House, los archivos se desecharon. Para que te hagas una idea, se tiró toda la correspondencia editorial con los autores y de ahí para abajo. Si tirás cartas de Cortázar y García Márquez, ¿qué no vas a hacer con el proceso de una tapa de un libro? Creo que ese dato alcanza para hacerse una idea de lo que pasó”.
Todo lo que rodea a Iris Alba es pura especulación. ¿Por qué una diseñadora prestigiosa y con una vasta obra que le hubiera abierto las puertas de cualquier editorial internacional no se exilió como hicieron profesionales como Juan Gatti o Jorge Álvarez? ¿Fue por falta de recursos económicos? ¿De contactos profesionales? ¿Se quedó a esperar la posible aparición con vida de Bustos, en un momento en el que se desconocía la suerte que realmente habían corrido los desaparecidos? ¿No quiso remover el pasado cuando supo realmente lo que había sucedido?
Lo poco que se sabe a ciencia cierta es que, durante la dictadura, Iris dejó de trabajar y que, cuando regresó la democracia a la Argentina, se encontró completamente descolgada de la profesión.
Desconectada
“No pudo volver a integrarse. Pareciera como si hubiera perdido por completo sus conexiones. En 1983, la Argentina estaba en otra etapa y ella no pudo reinventarse. Se quedó anclada en algunos trabajos muy informales para salir del paso y terminó dando clases de diseño en un instituto técnico. Ni siquiera era la universidad, sino una escuela técnica en la que Alba enseñaba qué era el diseño gráfico desde el punto de vista puramente práctico, como si no hubiera pasado dieciséis años dirigiendo el departamento gráfico de la editorial más importante del país”, relatan Francisco Roca y Leonardo Castelao que, después de cuatro años estudiando su vida y su obra, tienen cada día más clara la importancia de Iris Alba como pionera en el campo da la creatividad latinoamericana.
“Alba hizo cientos de tapas, algunas de ellas, como las de Cortázar, Leopoldo Marechal, Maria Elena Walsh, Sara Gallardo o García Márquez forman ya parte de la historia de la literatura. Su perfil, inusual para la época, era el de una diseñadora gráfica moderna que podía hacer una cubierta, crear un logotipo, definir una elección tipográfica, un color corporativo, dirigir una sesión fotográfica… Hubiera sido muy importante tener un nombre como el suyo en los libros de historia del diseño, en los que abundan los nombres de diseñadores hombres que, además, no acostumbran a ser latinoamericanos”.