Fuente: Perfil ~ En su vasta colección nada está librado al azar. En la composición de todas las obras que pueden verse en exhibición en su casa –y que son una pequeña muestra de su acervo– puede leerse cierta simetría. La única premisa en los objetos que colecciona es que sean ‘arte’. Entre esas obras, “una mezcla que a veces puede resultar un poco desorientadora”, dirá, asoman desde unos candelabros traídos en el mismo barco en el que venía Jerónimo Luis de Cabrera hasta una pintura holandesa del 1600, pintada en una lámina de cobre tan finita como una hoja de papel.
Giacomo Lo Bue tiene 75 años. Nació en Sicilia (Italia) y llegó a nuestro país en 1951, cuando apenas tenía cuatro. Único varón entre tres hermanas mujeres, se instaló en Mendoza con su familia y a los cinco años vendía hilos y agujas en la calle para ayudar económicamente en su casa. “Nunca supe que era pobre, para mí siempre fue natural trabajar”, dirá a lo largo de la charla.
Hasta los 15 años no tuvo noción de lo que era el arte. Pero un hermano de su padre que se dedicaba a la decoración de iglesias en Italia reclamó a su sobrino y en 1963 Giacomo volvió a Milán. Allí se abrió un mundo nuevo bajo sus pies: entró en el universo del arte y su vida cambió para siempre, pasó de la ignorancia extrema a una casa llena de libros en una de las ciudades más importantes del mundo. Empezó a leer vorazmente y logró recomponer su historia de la mano de su tío a quien reconocerá como a “un genio”.
A finales de 1969 vuelve al país y abre una empresa de pintura y decoración. “Empecé solo y al año siguiente ya tenía empleados a mi cargo. En Mendoza cada cincuenta metros hay una casa pintada por mí; como pintor soy muy bueno”, dice a sabiendas de pecar de vanidoso.
Pero en 1982, Giacomo deja los pinceles. La Guerra de Malvinas le provoca una crisis que lo impulsa a abrir su primera galería de arte como respuesta al absurdo de la guerra. Bajo su atenta mirada, concentrado en pocas exposiciones y con el foco puesto en lo inédito, lo exclusivo y la novedad, Giacomo Lo Bue Galería de Arte se convierte rápidamente en la más importante de Mendoza y lo nombran Joven del Año.
Cuando esa ciudad cuyana empieza a quedarle chica, emprende un viaje a Córdoba. Es el año 1987 y aunque su objetivo final es Buenos Aires (en 1997 comprará la galería de Federico Klemm pero nunca llegará a poseerla), decide abrir una galería en la Docta, que durante 10 años albergará a los artistas más importantes del arte contemporáneo. “Cada galerista se mueve por criterio propio, el mío fue trabajar siempre con artistas de primerísima línea. A mis dos galerías las abrí con muestras de Raquel Forner”, recuerda Lo Bue, quien dentro de su patrimonio tiene una obra de Enrique Larrañaga que fue presentada en la primera Bienal de Venecia.
Lo Bue dice que es un analfabeto porque no continuó sus estudios más allá de la primaria, pero su formación corrió por andariveles paralelos al ámbito académico, consumiendo muestras, aprendiendo de los grandes maestros universales y codeándose con ellos en las galerías del mundo. “Para mí es natural estar cerca del arte. ¿Qué es el arte?, yo no lo sé. De lo que sí estoy seguro es que el hombre sin fe no puede crear nada. No me imagino a Miguel Ángel sin fe. Lo que comúnmente se llama pasión, tiene que llegar y arrasar. Me los imagino a Picasso y Rembrandt en una conversación y de repente en esa mesa de café se está haciendo arte”.
Con el tiempo, Lo Bue se convirtió en un experto y aún hoy lo buscan por asesorías. En su colección se pueden encontrar objetos de lo más disímiles, desde arte precolombino y pinturas griegas neoclásicas hasta objetos hechos en la Mesopotamia. “Todo está conectado. Abrí mis galerías porque tenía algo que decir y acá (dice en referencia al espacio que habita desde 2000) he tratado de exponer lo más noble, sin ningún tipo de especulaciones”, señala.
Dueño de un perfil extremadamente bajo, contagia la pasión con la que Lo Bue relata. Habla de Renato Guttuso, creador de la pintura social; dice que su sueño es no hablar, “muestro a lo que he podido acercarme para que los objetos hablen por mí” y confiesa que el arte que más le interesa es aquel en el que se ve reflejada la vida del artista: “Imagina un pintor perseguido por Hitler que de repente se ve amenazado y emigra escapando mientras matan a su familia; imagina la vida de ese artista, su drama”, enfatiza
Cuando vuelve a Córdoba, en 1997, se sumerge en una crisis profunda, “llamale autodestrucción positiva y consciente” y se concentra en su proyecto en Cerro Colorado donde construye una casa. Lo Bue desaparece durante 13 años, “muchos pensaron que había muerto”, reconoce entre risas.
Pero de a poco va volviendo a la escena y crea una fundación “para difundir cosas que a mi criterio resultan importantes, desde el trabajo de un artesano hasta la realización de una muestra en el Neuropsiquiátrico”, se entusiasma.
Hoy trabaja en el armado de su taller con la intención de poner en pie una marquería moderna. “Necesito una marquería para mí, porque las que hay no entienden lo que yo quiero. Ahora estoy inventando marcos nuevos, contemporáneos”.
En la casa de Giacomo Lo Bue el arte se respira, la historia asoma en forma de pinturas, esculturas, grabados, dibujos y afiches que va desparramando en las mesas o en el piso mientras corre detrás de ideas que le brotan al son de una infinidad de anécdotas. La casa de Lo Bue es una verdadera casa de arte que logra su cometido: es didáctica, informativa, cultural. Y desnuda al hombre que habita en ella.
Su acervo
Entre los artistas que se encuentran dentro de la colección de Giacomo Lo Bue, asoman José Malanca, Fernando Fader, Lino Enea Spilimbergo, Quinquela Martín, Emilio Caraffa y Juan Del Prete. En materia de escultura, hay piezas de Selva Vega, César Carrizo, Curatella Manes, Auguste Rodin y el alemán Karl Hofer. Aparecen también obras de Guillermo Kuitca, Rómulo Macció, Felipe Noé, Fabián Liguori, José Pizarro y Juan Longhini, entre otros; así como también grabados de Facio Hebequer, Antonio Pujía y Lucio Fontana.
“Mi compromiso ha sido mostrar obras que evolucionan”
Giacomo Lo Bue vio crecer a la mayoría de los galeristas actuales y ha seguido el crecimiento de todas las obras argentinas desde la década de 1960.
Crítico de la escena local, Lo Bue señala que él no puede hacer una muestra en la que haya sido testigo de la desintegración del artista. “Si el artista no crece más, dejo de exponerlo. Ese es mi compromiso con la sociedad”.
En este sentido, reconoce que en las casi 70 galerías que trabajan hoy en la escena local, aparecen cada tanto cosas nuevas y que “sólo hay que estar atentos”.