Fuente: La Nación ~ Como el historiador Christopher Wright, que durante décadas tuvo sin saberlo un original de Van Dyck colgado en su sala, importantes hallazgos irrumpen en el mercado del arte; algunas sorpresas célebres de los últimos años.
¿Gato por liebre o liebre por gato? Aunque no son frecuentes, en la historia del mercado del arte aparecen casos sorprendentes, como el que esta semana dio a conocer el historiador británico Christopher Wright, que tuvo durante décadas en su poder un cuadro original de Anton van Dyck, una pieza que había comprado por apenas US$ 89. En ventas de garaje informales, en altillos o en mercados de pulgas han aparecido desde un Pollock por cinco dólares, negativos fotográficos ofrecidos a US$ 45 pero valuados en US$ 200 millones o un objeto precioso del Zar Alejandro III que había desaparecido durante la Revolución Rusa.
Wright tuvo, sin saberlo, durante años en el salón de su casa el retrato de la infanta de España Isabel Clara Eugenia, de Van Dyck, una pieza cuyo precio de salida al mercado en una subasta es hoy de 50 mil euros. Wright desconocía hasta esta semana el valor de ese lienzo que había adquirido en su juventud, seducido meramente por su belleza, sin más información sobre su autoría o el potencial comercial.
El arte es, aunque suene a paradoja, además de inspiración y don, mercancía, un medio de pago y una inversión, y, por lo tanto, en él pueden emerger principios que no buscan precisamente el orden, sino la trampa. La noticia sorprendió al mundo. En abril pasado, en una casa de subastas madrileña, una pintura que estaba a punto de rematarse por 1500 euros derivó en una investigación de un año entero. Fue el Museo del Prado quien alertó sobre la posible autoría de aquel cuadro: el mismísimo Caravaggio. Tras un exhaustivo informe y después de que el gobierno español tomase diversos recaudos, como el de decretarlo Bien de Interés Cultural, el caso se cerró hace pocos días y la obra, Ecce Hommo, permanecerá en España. Actualmente se encuentra custodiado por la galería Colnaghi, que pertenece a la familia Pérez de Castro. Caravaggio es uno de los artistas malditos cuyas obras son codiciadas desde hace siglos por piratas del mundo del arte. Judith y Holofernes había sido encontrado en 2014 en una buhardilla de Toulouse y vendido a un magnate estadounidense por US$ 110.
El paradero de las obras de arte robadas puede ser de lo más disímil. Un boceto de Henri Matisse que había desaparecido en 1948 fue encontrado en mayo pasado en un armario en una pequeña localidad francesa llamada Manosque. Matisse, a pedido de la familia Rockefeller, dibujó a Hèléne Mercier, una de sus musas, hija del príncipe ruso Lev Golitsyn y de Helena Gagarine. El precio de este boceto podría oscilar entre US$ 342 mil y US$ 456 mil. En otro altillo apareció también en 2021 Caballero con banda, un cuadro que había sido realizado por un joven Joaquín Sorolla. Quien comprobó la autoría fue la bisnieta del pintor español y quien alertó sobre el original fue el restaurador que recibió la pieza por parte de la familia que lo había tenido en su casa y que buscaba apenas “limpiarlo”, según trascendió en su momento. El cuadro fue adquirido por el gobierno español por US$ 91 mil en una subasta y donado al museo con su nombre en Madrid.
Hasta aquí, historias de hallazgos, pero ¿qué pasa cuando las obras de arte permanecen escondidas deliberadamente? En octubre de 2020 la policía española siguió hasta Bruselas, después de cuatro años de investigaciones, la pista de Antes de la corrida, de Sorolla, un cuadro valuado en US$ 3,4 millones, que había desaparecido instantes después de haber sido ofrecido en una subasta de Nueva York. Otro caso resonantes es aquel en el que en junio pasado la policía griega encontró un Picasso original (Cabeza de mujer, 1939) robado de la Galería Nacional de Atenas en un hecho de película, en apenas 7 minutos, diez años antes. Estaba en un almacén a unos 50 kilómetros de Atenas junto a otra obra de Mondrian.
En 1996, Teri Horton, una jubilada, buscaba cerca de su casa en California un regalo para una amiga. La anécdota dio pie al documental Who the #$&% Is Jackson Pollock?, deHarry Moses. Horton, quien había conducido camiones durante todo su vida, una mujer de posición y educación modesta, pagó apenas US$ 5 por una tela enorme y colorida que su amiga rechazó porque no tenía espacio suficiente para colgarla en su hogar (o tal vez no era de su agrado). Tiempo después, Horton quiso venderlo y fue entonces que supo que tenía en sus manos un Pollock original, cuya primera oferta de compra fue de US$ 2 millones. Horton, quien pedía US$ 50 millones, murió en 2019 sin haber vendido la pieza.
Pollock tuvo una vida tortuosa, que osciló entre el alcoholismo y la tragedia. A los 44 años perdió la vida en un accidente sin haber dejado testamento. En 2017, apareció en un garaje de Sun City, Arizona, un cuadro junto a otros objetos de colección de Los Angeles Lakers. Un experto en arte, Josh Levine, contactado para valuar las piezas, no duda aún hoy de que entre aquellos objetos se encuentra un Pollock auténtico, una obra sin título valuada en US$ 15 millones, a pesar de que la Fundación Pollock-Krasner nunca terminó de certificar su autenticidad.
Algunos compradores son seducidos por los colores de una pintura, otros prefieren la sobriedad. En una venta de garaje un artista californiano llamado Rick Norsigian compró en 2010 una caja que contenía 65 placas fotográficas de vidrio al módico precio de US$ 45, una antigüedad que le llamó la atención por el parecido de aquellas imágenes con las del famoso fotógrafo Ansel Adams. Finalmente pudo comprobarse que, efectivamente, aquellos negativos, valuados hoy en US$ 200 millones, habían pertenecido al artista. Desde que en 1937 el estudio de Adams se incendió, gran parte de su material permanece desaparecido, tanto que se desconoce qué ha logrado salvarse del fuego y qué ha sido sustraído por oportunistas.
En 2014 un chatarrero, cuya identidad no trascendió, encontró un objeto muy llamativo en un mercado de antigüedades en Estados Unidos: un huevo de Pascua que contiene un reloj en su interior. Resultó ser un objeto diseñado en 1887 por el joyero ruso Carl Fabergé que había pertenecido al zar Alejandro III. Cuando el Exchatarrero, hoy millonario, quiso vender la pieza le ofrecieron US$ 8000 por ella, un hecho que hizo pronto desconfiar al flamante propietario de la supuesta baratija. La casa Wartski comprobó más tarde la autoría de esta pieza de 8,2 cm, hecha con oro y zafiros, que había desaparecido durante la Revolución de 1917.
En El jilguero, de Donna Tartt, la novela ganadora del Pulitzer, un adolescente lleva consigo durante toda la trama el lienzo del pintor holandés Carel Fabritius, y lo hace en su mochila desgastada. ¿Cuántos tesoros aguardan ser descubiertos para recuperar su esencia: ser admirados por su belleza y sofisticación? ¿Qué objetos preciosos guardaremos, quizá, sin saberlo, en nuestros hogares?