Fuente: Ámbito ~ Pintor, escultor y pensador budista, su objetivo es “retratar el silencio”. El viernes inauguró su muestra “Serendipia” en los jardines del hotel Anselmo.
Jean Cocteau dijo una vez que “Pélleas et Mélisande”, la ópera de Claude Debussy, era la música “más cercana al silencio que se había compuesto”. Y “pintar el silencio” es, desde hace tiempo, la meta del artista y pensador Eugenio Cuttica, cuya concepción de la práctica creadora es una de las más singulares de estos tiempos. Nacido en la Argentina aunque con residencia, desde hace 26 años, en los Estados Unidos, la exposición que le dedicó el Museo Nacional de Bellas Artes en 2015 reunió más de 100.000 personas. El pasado viernes inauguró, hasta el 15 de junio, “Serendipia”, una muestra de 20 obras de los últimos años, en su mayoría nuevas, y con un marco muy particular: los jardines del hotel Anselmo, de San Telmo (Don Anselmo Aieta 1069), donde se confunden con la vegetación.
“El arte, etimológicamente, significa ‘herramienta para llegar a Dios’, de ar- y theos”, dice a este diario. “El arte no es solamente una pintura o una escultura, se puede hacer arte con cualquier cosa. Es un contrato con el universo, es hacer las cosas con excelencia y benevolencia, incluso cuando no nos están mirando. Cuando se hace lo que sea con arte se abre un portal y se entra en otra dimensión; la energía del hemisferio izquierdo pasa al derecho”.
Consagrado a la práctica, estudio y enseñanza del budismo, su filosofía de vida desde hace años, para Cuttica el arte es una forma de sanación. “Vivimos bombardeados por un sistema de creencias, en general para que un sector obtenga sus privilegios a costa de los demás. Es decir, que el lenguaje que utilizamos nos piensa. La sanación se produce cuando llegamos a descubrir la toxicidad de nuestra existencia y hacemos una limpieza del lenguaje, porque somos lenguaje, y recién ahí podemos empezar a pensar por nosotros mismos”.
Periodista: ¿Debemos distanciarnos del lenguaje?
Eugenio Cuttica: Del lenguaje de la Matrix. La gente dice “tengo que adelgazar, el lunes empiezo”, y lo primero que hacen el lunes es comerse una torta entera. El peor enemigo está dentro de uno mismo. Picasso decía que una obra de arte no es un elemento decorativo sino un arma de guerra. Él se refería a este lenguaje que piensa por nosotros, y en el que todos hacemos lo mismo, y que hasta nos hace creer que somos creativos.
P.: Para los psicoanalistas, Lacan sostenía algo parecido.
E. C.: Exactamente, pero no nos desviemos del tema. Debemos hacer una depuración del lenguaje, porque ha sido corrompido a propósito. Es difícil hacer esa limpieza para atravesarlo y llegar a la pureza de una geometría sagrada, un lenguaje que es un álgebra, como decía Borges. Cuando se hace esa depuración, se encuentran los segundos significados de las palabras, porque todas tienen un segundo significado: por ejemplo, cuando se dice “secretaria” uno piensa que la mejor secretaria es la que más rápido escribe con la computadora; sin embargo, la palabra “secretaria” es la persona que mejor guarda un secreto. Una vez producida esa purificación podemos actuar para beneficio de nosotros mismos. En ese flujo entra la abundancia en todo sentido: de amor, de verdad, de libertad, de belleza. Y también de dinero. Por eso el arte tiene un poder sanador. Pero no el arte fraudulento, marketinero, que es un 95% del arte que conocemos, y que es falso. Me refiero al arte de maestría, al verdadero, el arte ligado a la verdad filosófica. El arte tiene el poder de transformar la realidad, por eso hablo de la sanación por el arte, porque el dolor y el sufrimiento se reducen.
P.: “Serendipia” es encontrar algo bello aunque no se lo estuviera buscando.
E.C.: Es una palabra de origen persa, que usaban también los griegos. Muy bella.
P.: ¿Tiene que ver con aquello otro de Picasso, “yo no busco, encuentro”?
E.C. En cierta manera sí. Pero en realidad es una epifanía, porque el arte simplemente sucede, y a veces cuando no lo esperamos.
P.: Su obra cambió radicalmente desde que se fue del país.
E.C.: Sí, yo tuve mi época expresionista, ligado a las emociones; después fui a estudiar con maestros espirituales de los EE.UU. y Canadá, y luego empecé a pintar el silencio. Mi obra se disparó. Yo no produzco imágenes sino que mis cuadros son entes energéticos: si la obra no llega a ese punto donde la materia deja de ser algo inerte para transformarse en energía no sale de mi taller. Por eso vendo mucho, y caro, para lo que es el mercado argentino, y no necesito del aparato, de los art dealers, de toda esa gente…
P.: Sé que usted tiene un particular rechazo por los curadores y las galerías.
E.C.: No por todos, pero en una gran mayoría sí. Actualmente hay una actitud de humillación hacia el artista, de apropiación por parte de quienes comercian con el arte. Se podría decir que puede haber una conspiración para hacer una sustitución del arte de maestría por un arte fraudulento para convencer a los coleccionistas distraídos.
P.: Entonces, galerías no.
E.C.: Yo, a esta altura de mi carrera, trato de exponer solo en museos. Pero los dueños de este hotel, que son coleccionistas míos, me pidieron hacer una muestra en sus jardines. Me pareció fantástico. Hay una correspondencia total entre la arquitectura de este hotel y mi obra.
P.: Cuénteme algo de su vida en los Estados Unidos.
E.C.: Yo vivo en Southampton, que está a una hora y diez minutos de auto de la ciudad de Nueva York. Desde hace tres años vivimos en una propiedad de 40 acres que está al lado de una reserva natural donde hay animales salvajes, ciervos, aves, peces, porque hay tres lagos. Hay varios edificios de metal enormes, y una casa principal.
P.: Parecido a la idea que uno se hace del paraíso.
E.C.: Lo es. Tanto es así que ya no voy más a la ciudad de Nueva York. Allí está mi taller, mi familia, que es una familia de artistas porque mis hijos y sus cónyuges también lo son.
P.: ¿Y qué siente al regresar a la Argentina?
E.C.: Es un sentimiento muy controversial. Le diría que yo me siento más argentino fuera de mi país que cuando regreso a él. Este no es más el país de mi infancia, que es el que llevo dentro de mí cuando vivo fuera. Como si uno nunca pudiera dejar de estar en el exilio, ya sea exterior o interior.
Gracias Eugenio por estás palabras, está enseñanza, yo tengo 57 años y hace dos que me atrapó el arte, la pintura y la escultura y empecé a sentir cosas al hacerlo que jamás había experimentado, estoy en paz conmigo y siento que me saco el alma. Es tal cual como usted lo explica. Abrazo y gracias por su obra.