Fuente: Clarín – En la madrugada del 26 de diciembre de 1980 hubo un incendio en el Museo Nacional de Bellas Artes. También un robo. Desaparecieron siete antigüedades chinas y dieciséis obras impresionistas de artistas franceses.
Una fortuna valuada en millones de dólares.
Anselmo Ceballos, bombero de la Policía Federal, y Eusebio Eguía, sereno del lugar, ambos encargados de controlar que todo estuviera bien, no pudieron evitar el escándalo público que se les vino encima.
Los policías que concurrieron a la escena plantearon los primeros interrogantes: ¿cómo un grupo de ladrones había logrado llevarse semejante botín de la sala Mercedes Santamarina? ¿Cómo hicieron para franquear la seguridad en sus narices?
Un dato: el robo ocurrió justo un día después de que el museo más grande del país celebrara 84 años de vida.
Cuatro décadas más tarde, Imanol Subiela Salvo, periodista y licenciado en Comunicación Audiovisual, en la pista del boliche Amerika Disco, en medio de temas de Lady Gaga y luces de colores, escuchó la historia del robo al Bellas Artes de boca de su amigo Santiago Villanueva, artista y curador, quien trabajaba en la exhibición Lo que pasó en la Navidad de 1980.
Subiela Salvo decidió que había que recuperar aquel hecho y contarlo. Primero lo hizo en una larga nota para la revista mexicana Gatopardo, bajo la edición de Leila Guerriero, y luego, como los personajes y los datos que había recabado en la investigación daban para más, escribió el libro Golpe en el Museo. La historia del robo de obras de arte más grande de la Argentina durante la última dictadura militar.Año 2005, vuelve al Bellas Artes una de las tres obras que fueron recuperadas. Foto: Archivo Clarín.
“Uno no tiene muchas obsesiones en la vida y entre las mías siempre estuvo el Museo Nacional de Bellas Artes. Cuando Santiago me contó esa historia en la fiesta en la que estábamos, me copé mucho y quise saber más”, dice Subiela Salvo a Viva.
“En ese momento no tenía la intención de escribir un libro, solo quería hacer la nota y nada más. Pero en el proceso de investigación, me di cuenta de que la historia tenía muchos vericuetos, muchos personajes y que era muy larga. Tuve que dejar un montón de cosas fuera de la nota y ahí me di cuenta de que daba para un libro”, agrega.
La historia que narra Subiela Salvo se cruza con el suspenso cinematográfico y recuerda a los policiales negros donde los detectives fuman sin parar, las oficinas tienen las persianas bajas y todos parecen algo que no son. Los personajes del libro son variopintos.
Además de coleccionistas, artistas y directores de museos, como Jorge Glusberg y Samuel Paz Pearson, aparecen un empresario taiwanés vinculado al tráfico de armas, un investigador inglés de nombre Julián Radcliffe, Nelly Arrieta de Blaquier (presidenta de la Asociación Amigos del Museo durante 34 años), Aníbal Gordon (ex integrante de la triple A), Otto Paladino (jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado en 1976) y el juez Norberto Oyarbide, quien tuvo la causa a su cargo a partir del año 2003.
Las hipótesis sobre el destino de las obras robadas son varias. Una: que sirvieron para financiar la dictadura militar. Otra: que el botín se intercambió por armas y que ese mismo armamento llegó a ser utilizado en la Guerra de Malvinas.
Los entretelones no dejan de despertar intriga. Es un hecho que nunca pudo ser resuelto del todo, donde todavía se reflejan complicidades y silencios. Lo que se sabe es que esas pinturas fueron sacadas del país y terminaron en Taiwán.
“Hay algo de eso que me impacta por lo bizarro. De repente, por un lado, unas pinturas se convierten en cajas con armas y por otro, pone en evidencia la crueldad de la dictadura. No solo por el plan sistemático de represión que implementaron, sino porque para financiarlo saquearon instituciones públicas con patrimonios colectivos”, dice Subiela Salvo. Y se pregunta: “¿Cuáles son los usos culturales que tuvo la dictadura?”.Portada del libro de Imanol Subiela Salvo.
Sobre la conjetura de la utilización de las armas en Malvinas, dice: “Oyarbide tomó la causa en el año 2003. Investiga esa pista. Lo que pasa es que la dictadura no fue un gobierno transparente y no hay registro de lo que hizo, entonces no está comprobada del todo. Siguió esa pista porque en 1978 la dictadura tuvo un intercambio comercial con Taiwán para comprar armas para la guerra que no fue con Chile y un poco de ahí surge la hipótesis de que las armas podrían haber sido usadas en Malvinas”.
Las (s)obras
En el año 2005 se encontraron tres de las obras robadas (un Gauguin, un Cézanne y un Renoir) en el mercado del arte. Yeh Yeo Hwang, un pianista y director de orquesta taiwanés que por entonces vivía en París, intentó comprarlas al galerista Pascal Lansbergy.
En ese momento interviene la justicia argentina y son restituidas al juez Oyarbide. Lo cierto es que se pudo avanzar sólo hasta ahí.
Todavía hay trece pinturas que andan dispersas, perdidas, como dice el propio autor en el epílogo del libro, “quizá para siempre, en algún lugar de Taiwán. O del mundo”.
“Se llegó hasta donde se llegó. A principios de los 2000 se pudo identificar a los tenedores de las obras. Se supone que hubo gente que vio el lote entero. No se pudo avanzar más por limitaciones políticas que excedían el accionar de la justicia. Por ejemplo, como está explicado en el libro, Argentina no reconoce a Taiwán como país independiente y ellos no ofrecieron ayuda al gobierno argentino”, explica Subiela Salvo, periodista especializado en artes visuales, oriundo de Trelew (Chubut), que hace once años que vive en Buenos Aires.
Y aclara: “Oyarbide mandó una especie de exhorto para que hicieran inteligencia con los tenedores de las obras, pero ellos no respondieron al pedido porque la Argentina no reconocía la independencia taiwanesa. Esa pelea política empantanó un poco las cosas”.
Subiela Salvo ensaya reflexiones que acercan algunos motivos del olvido de este robo, que en su momento tuvo cierta relevancia, hasta que empezó a quedar fuera de la agenda mediática y de la justicia. Más allá del hermetismo del mundo del arte, lo que es insoslayable a la hora de pensar este ocultamiento tiene que ver con la “impunidad que tenía el gobierno militar para hacer y deshacer con los objetos y los bienes, tanto de los desaparecidos como del Estado”.
-Después de las conclusiones a las que arribaste con este libro: si la causa volviera a estar en el radar de la justicia, ¿Estarías dispuesto a colaborar?
-No, no quiero estar en Comodoro Py. A mí me gusta estar en la disco. No quiero usar traje ni nada de eso. Ya hay señores canosos para eso. No creo que lo que hagamos sea tan importante. Estoy bastante en contra de esa idea del periodismo que tiene que ver con la verdad y la justicia. Es un oficio más, como un montón de otros oficios. Así funciona el mundo: uno te hace el pan, el otro te vende los puchos, otro te corta la entrada al cine… Nosotros, escribimos.