Fuente: Clarín – Ni el mal clima ni las bajas temperaturas desalientan. ¿Qué atrae tanto del impresionismo? Quizá sea la época: como ahora, hace 150 años el suelo se movía debajo de los pies de aquellos artistas impresionistas. Atrás quedaba la guerra franco alemana, pero París se sumergía en una violenta insurrección civil que dejaba a una sociedad traumatizada. Todo estaba por inventarse y los impresionistas lo hicieron.
En Italia, en Alemania y en Francia, por contar algunos países, el impresionismo copa la parada. Las muestras se llenan de un público entusiasta de todas las edades. Y las exhibiciones no defraudan.
Allí están, para disfrutarse a pleno, la belleza, la imaginación, los paisajes bucólicos, los colores pasteles, las escenas de la vida, la energía de las pinceladas en las pinturas que, a pesar de las pasiones que levanta el arte contemporáneo, siguen subastándose a precios “impresionantes”.
Paul Cézanne, Edgar Degas, Claude Monet, Berthe Morisot, Edouard Manet, Pierre Bonnard, Auguste Renoir y Camille Pissarro encabezan el seleccionado “impresionista”, que no recibió ese nombre como un reconocimiento al movimiento, sino como una crítica –prejuiciosa por cierto– en sus orígenes, en 1874. Fue el crítico Louis Leroy quien atacó en particular el cuadro de Claude Monet, “Impression, soleil levant” (conocido más como “Amanecer”), hoy en el Museo Marmottan Monet, de París.“Impression, Sunrise” (1872) es la pintura de Claude Monet que debutó en París, en 1874.
La prensa de finales del siglo XIX temía que los artistas impresionistas “impusieran un arte de puro disfrute, en detrimento de una pintura más seria sobre acontecimientos históricos típicamente seleccionados para las exposiciones oficiales”. Así lo explica un ensayo del historiador del arte, Bertrand Tillier, en el catálogo del Museo d’Orsay de París, que presenta una exposición temporaria monumental, junto con una experiencia inmersiva exquisita por sus contenidos, su producción, su guión y su perspectiva pedagógica, en la planta baja del Museo.
Si hubiera que sugerir un itinerario para recorrer las muestras impresionistas en Italia, Alemania y Francia, habría que comenzar por la de Roma y los 150 años de la revolución impresionista que se exhibe hasta el 28 de julio en el Museo Histórico de Infantería de la capital italiana (MIDA). Empezando por Italia nos preparamos para la apoteosis del impresionismo en París.
Roma y un foco original
El MIDA presenta una muestra antológica con 160 obras de 66 artistas, procedentes de colecciones privadas de Francia e Italia, reunidas bajo el título de Impresionistas – Los albores de la modernidad, con un enfoque diferente a las muestras de Berlín y de París. En la exhibición italiana se pone de relieve el caldo social y cultural que, a fines del siglo XIX, alumbró en París una revolución artística tan original. De allí que las piezas son presentadas como “experimentos con nuevas técnicas”.
En la exhibición romana no solo hay pinturas, también hay dibujos y grabados de artistas que, con su experimentación con nuevos estilos y técnicas, contribuyeron a hacer del impresionismo una corriente única que influyó en la contemporaneidad.
Junto a las obras menos conocidas de los grandes impresionistas como Pissarro, Degas, Cézanne, Sisley, Monet, Morisot y Renoir, también pueden disfrutarse las pinturas de Bracquemond, Forain, Lepic, Millet, Firmin-Girad y el “Bateau sur la riviere”, de Paul Lecomte, elegido como imagen de la exposición.Una velada con los impresionistas, muy lograda experiencia inmersiva sobre los orígenes.
El recorrido está dividido en tres partes y entre las joyas expuestas se cuentan “La casa del doctor Gachet en Auvers”, de Cézanne; “El retrato de Berthe Morisot” (la gran artista del impresionismo), de Manet y “La loge”, de Renoir, además de las reconocidas bailarinas de Degas.
Según han señalado el crítico Vittorio Sgarbi, presidente del Comité Científico que impulsó esta exhibición en Roma, y Vincenzo Saffo, director del MIDA, los impresionistas son “perpetuamente contemporáneos porque tratan con nuestras emociones y porque quitaron la razón a la pintura”. Y aún más, recorrer el arte impresionista permite “recuperar el sentido de una época única e irrepetible”.
Berlín, del romanticismo al impresionismo
Seguimos viaje hacia Berlín. Si la exposición romana, basada en experiencias diversas, se enfoca en el poco conocido derrotero impresionista en el dibujo, el grabado y otras técnicas, el segmento alemán del impresionismo, más conservador, acompaña la deslumbrante exposición antológica Paisajes infinitos, de Caspar David Friedrich, exquisito pintor conocido como el padre del romanticismo alemán, en el 250 aniversario de su nacimiento.
Largas y entusiastas filas de público aguardan en la berlinesa Isla de los Museos un día excepcional de sol en primavera. La mayoría de los asistentes son jóvenes, una gran noticia para la cultura.150 años de Impresionismo: varias muestras recorren Europa.
La Europa del siglo XIX se abre a los visitantes en la Alte National Galerie de Berlín. Y Friedrich dialoga con Cézanne y Renoir como si no los separara un siglo. La Antigua Galería Nacional de Berlín es patrimonio de la humanidad, así declarada por la Unesco. Al estilo del clasicismo prusiano, el edificio que asemeja un templo antiguo, presenta en tres pisos una exhibición temporaria inolvidable. Bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial, dividido durante la Guerra Fría, y rehabilitado en los años 90 tras la unificación alemana, desde 2001 exhibe su esplendor arquitectónico con muestras antológicas.
En el segundo piso de ese extraordinario exponente arquitectónico están las pinturas impresionistas. Hay obras bellísimas de Monet, Renoir y Manet. En una sala amplia, sin apretujamientos, pueden disfrutarse “Children’s Afternoon at Wargemont” (1884), de Renoir, junto a “The family of the composer Claude Terrasse” (1899), de Pierre Bonnard. También está la pintoresca “St. Germain l’Auxerrois à Paris”, de Monet (1867) junto al post impresionista Van Gogh y “Le Moulin de la Galette”, una de las varias obras realizada por el artista holandés en 1886, cuando vivía en Montmartre junto a su hermano Theo.
Monet y Manet completan el repertorio de la sala con obras reconocidas tanto por su técnica como sus colores, junto a una impresionante escultura de Rodin, “Man and his thought”, de 1899, donde un hombre a medio esculpir besa el pecho de una joven.
Conviven con los impresionistas franceses algunos pintores alemanes de su época, como Arnold Bôcklin y su obra “The hermit” (1884) y hasta una pintura de Fritz von Uhde, que parece más de arte sacro y sin embargo crea una armonía sin interrupciones en la sala, con “Grace before the meal”, de 1885.“Verger en fleurs” (1874) de Camille Pissarro.
Dejamos Berlín, rumbo a París, donde se vive hoy la apoteosis del impresionismo en el Museo d’Orsay.
La invención impresionista en París
Ha salido el sol en la capital francesa y el Museo d’ Orsay explota de gente. En la mega muestra París 1874: Inventer l’impressionnisme (Inventar el impresionismo) apenas se puede caminar y respirar. Allí están, agrupadas las joyas pictóricas en diez postas temáticas. Una sucesión de pinturas que tuvo su germen en el célebre Salón de Viardot en 1870. Como en Buenos Aires, el himno nacional nació en el salón de la dama patricia Mariquita Sánchez de Thompson.
Pese a la fascinación de miles de visitantes, algunos críticos siguen siendo bastante ácidos con relación a esta celebración de los 150 años de la corriente artística. Y puede que por estos días se lea o se escuche que hay una “sobreexposición” impresionista, o que se trata de “pinturas bonitas” para “museos elegantes”.
Críticas al margen, la exhibición permite aproximarse a las claves de un arte que, en subastas sofisticadas, sigue cotizando con excelente salud. La gran muestra del Orsay cerrará sus puertas el 14 de julio próximo, cuando Francia celebre su fiesta nacional.
La exposición central es parte de un ambicioso programa del Museo que sumerge a los visitantes en el contexto histórico del movimiento tan reconocido en el mundo como incomprendido en su época. Hay conciertos, podcasts con las curadoras de la exposición, Anne Robbins y Sylvie Patry, conservadora de pintura del Museo y conservadora general del patrimonio respectivamente, visitas guiadas, documentales, videos y la asombrosa exposición inmersiva, siempre sold out, a la que pudimos acceder invocando nuestra lejanía geográfica.
El Museo d’Orsay co-organizó la exhibición principal con el Museo de Orangerie y la Galería Nacional de Arte (NGA) en Washington, Estados Unidos, hacia donde viajará en septiembre próximo con el título París 1874: El momento impresionista.
El texto curatorial de apertura nos sumerge en la época: “Hace 150 años, el 15 de abril de 1874 se inauguró en París la primera exposición impresionista. Hambrientos de independencia, Monet, Renoir, Degas, Morisot, Pissarro, Sisley e incluso Cézanne decidieron liberarse de las reglas organizando su propia exposición, fuera de los canales oficiales: así nació el impresionismo. Para celebrar este aniversario, el Museo de Orsay ofrece una nueva mirada a esta fecha clave, considerada el punto de partida de las vanguardias”.
Son más de 130 obras magníficas que recorren lo que ocurrió aquella primavera del siglo XIX en París y por qué el movimiento se ha vuelto una leyenda en el arte, al tiempo que rastrea su irrupción en la escena artística en aquel mundo que cambiaba vertiginosamente.
París 1874. La invención del impresionismo ofrece una cartografía de 31 artistas – entre los cuales sólo siete son universalmente reconocidos –que se reunieron para exponer juntos. El clima de la época era el de una posguerra, según dan cuenta los textos curatoriales. Había transcurrido la guerra franco-alemana de 1870 y tras aquella, la insurrección revolucionaria de la Comuna de París.
En aquel escenario de decadencia y postración, y a su vez de cambios tan vibrantes, los artistas comenzaron a repensar su arte y a buscar nuevas formas de expresión. “Un pequeño clan de rebeldes pinta escenas de la vida moderna, o paisajes en tonos claros y con un toque alegre, esbozados al aire libre”, dice uno de los textos de sala.
La luz, la combinación de colores, las pinceladas difusas, los pigmentos puros para crear nuevos tonos, la búsqueda de profundidad en las pinturas, son algunas de las características de la nueva corriente que introducen los impresionistas. La obra germinal de aquella época fue sin duda la de Monet, “Impression, soleil levant” (conocida como “Amanecer”), pintada en 1872 –central en la primera exposición impresionista– y retrata en tonos brumosos el sol naciendo en el puerto de Le Havre.
La exposición confronta la selección de obras impresionistas con las pinturas y esculturas expuestas en aquella misma época en el Salón Oficial, que era el consagratorio del canon artístico. De esa confrontación se extraen conclusiones muy atractivas. No solo por el impacto que las obras impresionistas tienen que haber provocado en su tiempo, sino por las superposiciones inesperadas que surgen. Se aprecia mejor aquella modernidad radical de los rebeldes artistas y la riqueza creativa que los iluminó. Las curadoras han puesto, como diríamos en lenguaje gauchesco, “toda la carne en el asador”, por eso se mezclan los artistas en una selección más ecléctica.
La exposición de 1874 presentó sólo una minoría de obras impresionistas. Solo siete de los 31 artistas y 51 de las 215 obras de la exposición de su tiempo, organizada por un grupo de la llamada Société Anonyme des Artistes Peintres, Sculpteurs, Graveurs, fueron posteriormente denominados impresionistas.
El contexto en la muestra del Museo d’Orsay es clave. Algunos de los artistas respondieron a una sociedad traumatizada por los violentos conflictos de 1870 y 1871, pero otros quisieron seguir adelante, forjar un nuevo camino sin quedar atrapados en el pasado, según algunos críticos.
Hay obras asombrosas y nuevas. Por ejemplo, la “Olimpia moderna, boceto” (1873), de Cézanne, que retrata a una prostituta desnuda observada por un hombre vestido, al lado de “La cuna” (1872), bellísima pintura de Berthe Morisot, en la que una madre observa amorosamente a su bebé dormido. Morisot fue la única pintora impresionista en la Exposición de 1874.
Una inmersión sorprendente
Hasta agosto próximo continuará Una velada con los impresionistas. París 1874, con la que los visitantes coronarán un paseo inolvidable por el Museo d’Orsay.
Quienes se hayan sumergido en las experiencias inmersivas de Van Gogh o Frida Kahlo en Buenos Aires no han visto lo mejor de la realidad virtual en 3D.
Tras visitar la muestra central no estamos abrumados y decidimos quedarnos en el siglo XIX. Pertrechados con el casco de realidad aumentada accedemos, una tarde de primavera de 1874 a las 20, al antiguo estudio del célebre fotógrafo Nadar, en el Boulevard des Capucines. En las plantas 2ª y 3ª del edificio, unos 30 artistas se reúnen para presentar al público una selección de unas 165 obras. En la noche inaugural, una joven mademoiselle Rose, nos acompaña durante más de una hora para que compartamos la velada inaugural del impresionismo.
A escala real, los personajes se suceden ante nuestra mirada asombrada. Los visionarios artistas que tendremos muy cerca (virtual, claro), siempre guiados por Mme Rose, son Claude Monet, Auguste Renoir, Berthe Morisot, Paul Cézanne, Camille Pissarro y Edgar Degas.
Avanzamos por el Salón de 1874 y pasamos luego luego al estudio del pintor Frédéric Bazille, donde surgió la idea de la exposición, a la Île de la Grenouillère, donde Monet y Renoir pintaron juntos, y finalmente a Le Havre, donde Monet pintó su famosa “Impression, Soleil Levant”. Los paseos permiten entender mejor los vínculos entre los miembros del grupo y la esencia de su búsqueda.
La experiencia se basa en una profunda investigación de los equipos del Museo d’Orsay, así como de expertos en reconstrucción 3D y realidad virtual. En inglés y en francés la visita es un viaje en tiempo. “Vivimos” en el siglo XIX por un rato, estamos rodeados de artistas, hay voces, risas, intercambios. Cada tanto, unas figuras fantasmagóricas se nos cruzan y ahí chocamos con otros visitantes que viven la experiencia.
Bajamos escaleras con Mme. Rose y salimos a los paisajes que pintaron los impresionistas, cruzamos puentes, asistimos al work in progress de las obras que ya hemos visto colgadas en la muestra central. Y, sobre todo, aprendemos más de las motivaciones y los anhelos que acompañaron el surgimiento de una vanguardia que, al día de hoy, sigue atrayendo multitudes en todo el planeta.