Fuente: La Nación – Los actos vandálicos por parte de activistas ecologistas contra obras maestras solo aleja a las personas de bien de la causa que dicen defender.
En los últimos meses, diversos ataques contra reconocidas obras maestras de importantes artistas han sido planeados y ejecutados por organizaciones ecologistas a modo de protesta. En todos los casos, los autores fueron activistas que trataban de llamar la atención sobre la crisis climática, exigiendo a sus gobiernos tomar cartas en el asunto y reducir sus emisiones de carbono, Está visto que tamaño daño al patrimonio de la humanidad –no solo de un país– ha generado amplio rechazo social, tanto entre los amantes del arte como entre el público en general.
En realidad, estas muestras de irracionalidad alejan más a la gente de la causa que dicen defender y no constituyen un método favorable para que la población empatice con sus reclamos. Por el contrario, al final no se termina hablando de cambio climático, sino de las obras de arte atacadas, confirmando que algo no está saliendo bien y que los activistas deberían repensar sus estrategias.
Para algunos son actos vandálicos, para otros, legítimas protestas para llamar la atención contra la desaprensión frente al cambio climático. Lo cierto es que en los últimos meses varios colectivos ecologistas han atacado icónicas obras de arte para alertar sobre la emergencia climática.
Los actos de dos activistas que arrojaron sopa contra el cristal que protege al famoso cuadro de “La Gioconda”, en el Museo del Louvre de París, son una muestra flagrante de esta tendencia destructiva que ha estado cobrando fuerza en los últimos años.
El caso de la excelsa obra de Leonardo Da Vinci no es un incidente aislado. El vandalismo artístico no se detuvo frente a otras destacadas obras, entre ellas, “Los girasoles”, de Vincent van Gogh; “Los almiares”, de Claude Monet; “La joven de la Perla”, de Johannes Vermeer; “Las Majas”, de Francisco de Goya; “El Grito”, de Edvard Munch, y “Muerte y vida”, de Gustav Klimt.
También con sopa fue vandalizado el famoso cuadro “Le printemps”, de Monet, expuesto en el Museo de Bellas Artes de Lyon. Los agresores forman parte del grupo “Riposte Alimentaire” (Respuesta Alimentaria), que aboga por una solución alternativa al reto climático y la seguridad alimentaria.
La obra más recientemente atacada fue una de las pinturas más icónicas del renacentista Sandro Botticelli, “El nacimiento de Venus”, vandalizada con una pegatina de imágenes fotográficas que pretenden alertar sobre la emergencia ambiental. La obra, cubierta con un cristal de protección, se halla exhibida en la Galería de los Uffizi, en Florencia.
Reconocidas mundialmente por su importancia histórica y artística, las obras escogidas por activistas les garantizan una amplia cobertura mediática. Especialistas en seguridad de museos y conservadores de arte se hallan ahora en una encrucijada, debatiendo cómo proteger eficazmente las obras sin comprometer la accesibilidad del público a estas joyas culturales.
Las consignas de la protesta plantean falsas dicotomías. La protección del arte y la protección del medioambiente no son excluyentes; la consideración de lo uno no implica la desconsideración de lo otro. Los activistas han elegido un enemigo equivocado y terminan restándole credibilidad a la lucha contra el cambio climático, convirtiendo una causa noble en mero espectáculo.
Atacar deliberadamente una obra de arte, aun cuando sea lanzando pintura o derramando sopa sobre el cristal que la protege, constituye un claro acto de irresponsabilidad que debe ser condenado enérgicamente, como cualquier otra forma de vandalismo. Atentar contra el patrimonio artístico y cultural no es el camino para lograr los objetivos que persiguen los activistas climáticos y su accionar debe ser debidamente penalizado.