Aída Carballo y Mildred Burton, dos artistas de amor, de locura y de muerte

Fuente Clarín by Judith Savloff – Las argentinas crearon a partir de tragedias personales. Sus obras se exponen en simultáneo en la galería Ruth Benzacar.

“Lo positivo es permanecer pese a todo y gozar, si es posible, de ese todo enemigo”, decía Aída Carballo (1916-1985), maestra argentina del grabado y del dibujo. Y mejor no olvidarse de esa idea. 

En serio, hay que acordarse. Porque cuando uno entra en galería Ruth Benzacar donde la obra de Carballo se expone en simultáneo con la de Mildred Burton, el mundo puede venirse abajo y serán las piezas las que ayuden a rearmar partes.

Burton plantó una mosca asquerosa en la cara de una nena. Inolvidable. Dibujó un mundo, así, de lobos con piel de cordero. Todo con pinta de cuento. Y Burton contó, por ejemplo, que de chiquita su abuela la alzó para que viera a su mamá muerta en el cajón: «Mirá, es como una muñeca». Y, casi con el mismo tono de normalidad, que uno de sus hijos podía domar yacarés con la mirada.

 Muestra. "La Monarca", de Burton, en galería Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia Muestra. «La Monarca», de Burton, en galería Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia

«De niña, con mi hermano les sacábamos las patas a las arañas… yo colaboraba mirando. Pero no estaba de acuerdo. Entonces, las arañas me condenan a morir en una red en la que me van comiendo los miembros. Y yo me dibujé así, con una paleta de colores», explicó Burton una vez. Y remató riéndose.

No hace falta imaginarla leyendo los relatos infantiles más crueles. Tampoco, conocer su biografía completa para conmoverse con sus cuadros, que destilan humor ácido casi siempre y rematan con un escalofrío muchísimas veces.

De Mildred Burton. "Corrientes Langosta", de 1985. Foto: Juan Manuel Foglia De Mildred Burton. «Corrientes Langosta», de 1985. Foto: Juan Manuel Foglia

Sin embargo, recordar, por ejemplo, que a Burton se le atribuyeron varias fechas de nacimiento en Paraná, Entre Ríos, 1923, 1936, 1941, 1942, puede ser un indicio clave para pararse ante su trabajo: detrás de los ecos de ilustraciones clásicas, sólo está la seguridad de que nada es lo que parece, de que anda por ahí lo siniestro

El mundo que vivió Burton, y el que narró, estuvo marcado por más hechos espeluznantes. Y ya de chica creó otro, con historias y con dibujos. Como señala la crítica María Gainza en el ensayo para lamuestra: un «método de evasión».

De Mildred Burton. Sin título. Foto: Juan Manuel Foglia De Mildred Burton. Sin título. Foto: Juan Manuel Foglia

Burton relató en una entrevista filmada hace 12 años por Analía Couceyro y Albertina Carri -que se puede ver también en la galería- que, de nena, como la oían hablar sola, le colgaron «una riestra de ajo para ahuyentar demonios«. Y luego vendrían las búsquedas de diagnósticos psiquiátricos.

Habló por entonces de la abuela «nazi» que le pegaba «por las dudas», de su «entrega» a los 15 años a un marido militar con quien tuvo cinco hijos (dos murieron), de tiempos de «copera» cuando se mudó a la Ciudad de Buenos Aires, de su casa de La Boca tan amplia (y llena de pinturas) que le valió el sobrenombre de La Monarca (el título de la muestra y del texto de Gainza, otra obra de arte).

Proyección. La entrevista a Mildred Burton, de hace 12 años. Foto: Juan Manuel Foglia Proyección. La entrevista a Mildred Burton, de hace 12 años. Foto: Juan Manuel Foglia

«No era una exagerada ni una mentirosa», escribió Gainza. Burton «era una artista que había perfeccionado un método de evasión que funcionaba las veinticuatro horas». Y que podría haber escrito El almohadón de plumas, deHoracio Quiroga.

La obra de Burton es tan fantástica (capaz de borrar certezas sobre lo real) como honesta. No esconde influencias ni la identidad que ella reivindicaba: «Yo soy como Argentinísima», decía. Deja ver indicios del espanto que leyó y vivió en su niñez y algún eco de la exuberancia de los paisajes entrerrianos. Las líneas precisas  podrían ser rutas por las que circulan lo pesado, asfixiante, y aire. El río que que corre y abraza y, al final, socava las piedras. Y,a veces, el color, sus carcajadas.

Mildred. Algunas obras en Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia Mildred. Algunas obras en Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia

Burton estudió en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Entre Ríos y en la Ernesto de la Cárcova. Sus piezas se nutrieron de la tradición de las artes decorativas inglesas de fines del 1800 y del surrealismo de René Magritte y de Marx Ernst. Según el crítico Jorge Glusberg, «su originalidad consistió en tejer las combinaciones más insólitas y a la vez poéticas, pero a partir de un examen crítico y no de un mero juego de azar». También la influenciaron el realismo de la pintura local de las décadas de 1960 y 1980. Hizo performances con Federico Klemm (hay fragmentos en Youtube) y colaboró con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Expuso en más de 500 muestras, incluso en Estados Unidos y Europa. Y obtuvo una decena de premios. En 2008 murió.

Entre quienes ayudaron a Burton en el mundo del arte estuvo Carballo, quien legó obras con parejas en llamas, muñecas malignas, colectivos, callecitas y autorretratos con miradas extraviadas. Escenas de lo cotidiano que se vuelve extraño, entre la dulzura y la sordidez.

Aída, desde un arrabal del infierno

“Mi mundo tiene contactos tangenciales con el de Aída Carballo, que fue una de las artistas que me apuntaló cuando yo empezaba. Ella me largó al ruedo. Con Aída tuve una relación muy especial; me protegió y yo tenía la sensación de queme quería salvar de algo”, dijo Burton. Y eso disparó estas muestras.

Pero hay más. Como ella, Carballo había perdido a la mamá de chica. En 1952 murió el padre, quien la había impulsado a estudiar arte en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y en la De la Cárcova. “Muere mi papá, es decir, es la muerte de un dios”, resumió.

Los rostros de Aída. En Galería Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia Los rostros de Aída. En Galería Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia

Desde entonces Carballo soportó varias internaciones psiquiátricas, escribiendo y dibujando. “No acepto que nadie diga que descendí a los infiernos. Simplemente conocí otra ciudad, la de los locos, que es apenas un arrabal del infierno”, afirmó.

Como subrayó Gabriela Vicente Irrazábal en el catálogo de la muestra que le dedicó la ex Fundación Osde en 2009, titulada Entre el sueño y la realidad, «Aída nunca negó ni escondió su paso por esas instituciones, todo lo contrario, lo contó, lo dibujó y lo transformó en una de sus series más emblemáticas»: Los locos, de 1963. 

Los locos. Por Aída Carballo, entre la ternura y la sordidez. Los locos. Por Aída Carballo, entre la ternura y la sordidez.

Los locos de Carballo -quien fue también pintora, ilustradora (de libros y del diario La Nación) y ceramista- buscan la luz o desojan margaritas. Y no conocen pudores, tampoco esconden nada. En cualquier situación, la mirada de Aída combina oscuridad y compasión. Por eso, el crítico Ernesto Schoó la definió como una «Goya con ternura». Y sus locos pueden traer, además, recuerdos de las criaturas de maestros del arte del 1600, de Brueguel «El viejo» o del Bosco, a quien los surrealistas consideraron precursor. 

Dos años después de Los Locos, en 1965, Carballo creó Los amantes. Cuerpos que se derriten y se funden, rodeados de bestias que aúllan y bosques con hojitas definidas hasta el mínimo detalle. Sexo. Y caricias. La serie escandalizó en esos años, al punto que censuraron su exposición en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

Los amantes. De Aída Carballo, en Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia Los amantes. De Aída Carballo, en Ruth Benzacar. Foto: Juan Manuel Foglia

En La gracia extrañada, el otro ensayo con el que presenta las obras de Carballo y le da título a su exhibición, Gainza habla del aura, los «rayitos locos» que le traen las migrañas y la rara tranquilidad que los sucede. «Estamos en la ciudad del tiempo detenido», explica. Un espacio de lucidez, en el que se perciben hasta los detalles sin esfuerzo. Y donde reinan el silencio de los retratos que pintó Piero de la Francesca en el 1400 y la quietud de las batallas que legó otro maestro de esa época, Paolo Ucello, a quienes Carballo admiró y cita Gainza.

¿Carballo y Burton eran distintas? Sí. Pero es más lo que une a Aída, quien amaba a sus gatos («cuando saltan, danzan, son musicales», decía) y a Mildred, que eligió convivir con perros, que lo que las separa. 

Por eso, que se expongan obras suyas en simultáneo en Ruth Benzacar, está buenísimo. Se trata de artistas mujeres que lograron hacerse aplaudir. Las dos fueron autorreferenciales, cuestión tan central en el arte contemporáneo. Y recuerdan que la locura sigue siendo tabú incluso cuando Van Gogh es -hace tanto- pasión de multitudes, por ejemplo.

Además, las obras de Aída y de Mildred golpean pero no dejan dudas de hay refugio en el arte, para quien crea y para quien mira. Son otros cuentos de amor, de locura y de muerte, distintos a los del libro de Horacio Quiroga, salvo por loliteralmente fantásticos.

Fichas

La gracia extrañada, de Aída Carballo, y La Monarca, de Mildred Burton
Dónde: Galería Ruth Benzacar, Juan Ramírez de Velasco 1287.
Cuándo: de martes a sábado, de 14 a 19, hasta el 6 de mayo.
Entrada: gratis.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *