Fuente: Copyright Clarín by Paula Conde ~ Nació en 1868 como estudio fotográfico y cerró en 1971. El empresario y coleccionista Jorge Calvo la recuperó en 2010 y la convirtió en un espacio moderno, difusor del arte argentino desde Quinquela Martín a Milo Lockett. Cómo lo consiguió.
Si la Galería Witcomb puede hoy jactarse de ser la más antigua del país se lo debe en gran parte a su actual director, el coleccionista Jorge Calvo. Este histórico lugar artístico, que difunde el arte argentino de todos los tiempos y también el de jóvenes promesas, viene de triplicar su espacio, cuando en marzo se mudó, luego de doce años, de un local de la calle Rodríguez Peña, casi Marcelo T. de Alvear, a avenida Santa Fe 1161, casi Cerrito. No solo ganó espacio sino también vidriera.
Esta mudanza fue posible, por impulso de su director, que reabrió la galería en 2010 luego de 39 años cerrada. En realidad, Witcomb empezó como taller fotográfico en 1868 de la mano del inglés Alejandro Witcomb (Londres, 1835 -Buenos Aires, 1905), el gran fotógrafo que retrató la vida de Buenos Aires de fines del siglo XIX, gran parte de cuyas imágenes se encuentran en el Archivo General de la Nación.
Llegó a tener el taller fotográfico más tradicional del país; pero la tecnología avanza y lo que había sido un éxito al comienzo ya no lo era tanto hacia fines de aquel siglo. Witcomb se reinventó y se convirtió en galería de arte: las numerosas salas en el local de la calle Florida 364, entre Cuyo y Corrientes, eran ideales para atender la necesidad de los artistas de la época que no encontraban un lugar donde exponer.
En 1896, se realizaron las primeras muestras y entre los pintores consagrados que allí exhibieron figuran Quinquela Martín, Antonio Berni, Martín Malharro, Santiago Cogorno, Leopoldo Presas, Molina Campos, Raquel Forner, Raul Russo, Carlos Alonso y Vito Campanella. En 1971, luego de más de 1.900 muestras, la centenaria Witcomb cerró sus puertas.
Antigua Galería Witcomb. Gentileza
Los inicios en el arte
Orgulloso y feliz, custodiado por obras de Carlos Alonso, de su entrañable Vito Campanella, de Joan Miró, de Antonio Seguí y tantos, tantos más, Jorge Calvo muestra a Clarín Cultura el nuevo local de “Witcomb Galerías”, tal como lo indica el cartel que figura en la puerta.
Su vínculo con el arte empezó de chico gracias al suplemento cultural a color del histórico diario vespertino La Razón, que le regalaba el carnicero de su barrio y que incluía láminas de pinturas de reconocidos artistas como podían ser Van Gogh o Picasso. Como si juntara figuritas de jugadores de fútbol, Jorge empezó a atesorar esas páginas artísticas.
El empresario y coleccionista Jorge Calvo inauguró un espacio más grande para la Galería Witcomb. Foto Luciano Thieberger.
Un mediodía, al regresar de la escuela a su casa en Villa Madero, en Provincia, y mientras su mamá le preparaba el almuerzo, quedó hechizado por un hombre que en el programa de Mirtha Legrand mostraba sus pinturas. Era Vito Campanella –con quien años más tarde entablaría una amistad–. “A ese hombre lo conozco”, le dijo su mamá, “es el consuegro de Perla”. Perla era la vecina. Así fue como un día de sus 13 años, Calvo terminó como invitado a una comida en la casa de sus vecinos donde pudo conocer en vivo al gran artista.
De cadete a empresario
Al terminar el secundario, Jorge empezó a trabajar como cadete. Ahora, en charla con este diario, dirá que todo lo que aprendió de marketing, administración y empresa lo aprendió ahí, de la mano de Samuel Brukman, titular de la casa de artículos para el hogar más importante de la época, de quien fue su mano derecha durante años.
Parte del acervo de la Galería Witcomb. Foto Luciano Thieberger.
“Empiezo a entender su filosofía. Era un hombre muy trabajador y cumplidor. Él era polaco y había llegado a la Argentina huyendo de los nazis. Colgándose de un tren, pierde una pierna y tenía un físico bastante robusto. Ahí vi que podés ser lo que te proponés. Si ese hombre, siendo honesto y leal, había podido construir ese emporio, significaba para mí que no había que tenerle miedo a nada. Fue un gran aprendizaje, lo valoro mucho”, recuerda Calvo.
En sus viajes al Microcentro porteño como cadete, Jorge comenzó a visitar numerosas galerías de arte y, también, a conocer artistas.
De cadete pasó a vendedor y luego a gerente de sucursal y con el tiempo y lo aprendido en Brukman abrió en 1983 su propio emprendimiento: una fábrica de calzados en La Tablada, de las más importantes hoy en día. A la par de este camino, diríase, empresarial, Calvo comenzó a atesorar obras de arte, a coleccionarlas: “Una parte de lo que ganaba lo invertí en cuadros. Siempre. Porque es algo bello y es además un resguardo de valor”, comenta.
En Witcomb, predomina el arte nacional, pero también hay arte español. Foto Luciano Thieberger.
De empresario a galerista
Su colección de arte empezó a crecer: Carlos Alonso, Antonio Berni, Antonio Seguí, Jorge Barboza, Benito Quinquela Martín, Carlos Páez Vilaró, Carlos Reales, Emilio Pettoruti, Guillermo Divito, Guillermo Roux, Horacio Politi, Joan Miró, Juan Carlos Castagnino, Julio Le Parc, León Ferrari, Milo Lockett, Luis Perlotti, Luis Tomasello, Marta Minujin, Pablo Picasso, Pedro Roth, Pedro Seguí, Raúl Soldi, Vito Campanella, son algunos de los grandes nombres que pueden verse en la actualidad en la Galería Witcomb.
Cada tanto, organizaba veladas artísticas en el sum del edificio donde vive en Caballito. Pero con más de 1.500 obras en su haber, algunas guardadas en su casa, otras en la fábrica, Calvo vislumbró la posibilidad de montar una galería.
Primero fue un pequeñísimo local al fondo de la Galería Francia, en Santa Fe al 1700. “Era el único que vendía o exponía arte entre esos negocios”, recuerda. Luego, vinieron los doce años en el espacio en Rodríguez Peña al 1000: “Witcomb está hace dos décadas en la zona y en este local, que además tiene un gran subsuelo, pude juntar todos los cuadros que tenía”.
Dos pisos y una sala dedicada a Vito Campanella dispone ahora la Galería Witcomb. Foto Luciano Thieberger.
En el transcurso de su vida entre la fábrica y la galería, Calvo decidió a sus 40 años estudiar Marketing, un poco por impulso de su mujer Nancy –con quien pasó noches enteras recitando los mandatos de Philip Kotler, algo así como el gurú de la disciplina– y otro poco porque, aunque no tenía título universitario, ya conocía los secretos de la mercadotecnia: su escuela había sido primero Samuel Brukman a los 17 años y luego la fábrica de calzados.
Entre las materias que figuraban en la carrera, Jorge tuvo que elegir dos optativas: una fue “Diseño de calzado” –paradójicamente y pese a su expertise casi no la aprueba– y “Mercado de arte”.
Y fue en esta cursada que se topó con la historia de Witcomb, “la primera galería del país”. Cerrada desde la década del ’70 (Alejandro Witcomb murió en 1915, lo siguieron los hijos y luego los empleados hasta su cierre), se dijo que el nombre tenía un gran potencial como marca y se embarcó en su registro.
La sala «Vito Campanella» en la Galería Witcomb. Foto Luciano Thieberger.
Así fue como en 2010 renació Witcomb de la mano de este empresario y coleccionista de arte que, además, llegó a entablar importantes vínculos con los artistas como con su querido Vito Campanella, fallecido en 2014, a quien frecuentaba en su taller de avenida Córdoba al 400. “Me gustaba mucho estar con él y verlo trabajar”, confiesa. Como homenaje, Calvo nombró “Vito Campanella” a una de las salas de la nueva Witcomb: “Vito era el Dalí argentino”, sentencia.
Con la pandemia, Calvo se vio obligado, como tantos otros galeristas, a incursionar en la subasta online: acaba de iniciarse una que se extiende hasta el 28 de agosto. Le resultó positivo: “Fue bueno en un mercado deprimido y porque además democratiza el acceso al arte, cualquiera desde cualquier parte del mundo puede acceder a nuestro catálogo y comprar un cuadro. Es mucho más transparente”. “Para mí, –agrega Jorge– el arte es algo maravilloso, algo que te cambia el humor”.