Fuente: La Nación ~ Tenía 19 años cuando comenzó a ser modelo vivo para diferentes artistas. Durante dos décadas, continuó solo con Juan Lascano. El vínculo quedó plasmado en más de 700 obras
“Qué buena pose, Tere”, le dice el pintor Juan Lascano a su amiga Teresa Arijón, como si se acordara en un suspiro que esa mujer posó desnuda para él durante 20 años. Ella está sentada junto a la ventana, en un noveno piso repleto de cuadros y vasijas con pinceles. No está posando, solo conversa, pero el ojo del pintor parece haber detectado algo preciso, difícil de explicar, que escapa al resto de los mortales. Arijón es poeta y traductora; acaba de publicar el libro La mujer desnuda, en el que cuenta su experiencia como modelo vivo desde los 19 años e investiga a mujeres retratadas a lo largo de la historia del arte. Casi en sintonía, Lascano está exponiendo sus nuevos cuadros en Galería Zurbarán, que incluye el último retrato que pintó de Teresa, en diciembre de 2020. En un encuentro con LA NACION revista, la escritora y el pintor se exponen mutuamente.
Con una rotring negra, Teresa escribió su número de teléfono (37-1684) en un cartoncito blanco y lo pegó en una pizarra del edificio de la Asociación Estímulo de Bellas Artes, sobre la avenida Córdoba. Hasta entonces, se había dedicado a vender best-sellers puerta a puerta, pero una amiga –de nombre Alba– le recomendó “el trabajo ideal”. A partir de ese momento, a la par de sus estudios de teatro, se dedicó a posar para pintores. Y fue su sustento económico durante la década del 80. “Desde los 19 o 20 años iba con mi bicicleta por toda la ciudad, del Bajo Belgrano a La Boca; llegaba a hacer tres sesiones distintas en un día, de tres horas cada una”, se acuerda.
A los 30, después de un viaje iniciático a Río de Janeiro, a donde llegó con una mochila, una máquina de escribir portátil y una lista de poetas que quería contactar, decidió que iba a enfocarse en su oficio de traductora e incubar a la futura poeta. También comprendió que quería seguir posando únicamente para Juan. Él quiso lo mismo: pintarla solo a ella. Y así fue entre 1990 y 2005, año en que Lascano se fue a vivir a Bariloche. Esa relación artística, de la que nacieron más de 700 obras, entre óleos, acuarelas y dibujos, devino una amistad entrañable. Teresa viajó al sur dos veces para visitar a su amigo. Recién en la segunda, en diciembre de 2020, se animó a posar nuevamente para él después de 15 años.
-¿Qué se acuerdan de la primera sesión?
-Juan Lascano: En la primera sesión dibujé más que pinté, porque no la conocía. Supongo que habré hecho bocetos. Pero el primer trabajo importante al óleo que hice con ella fue un cuadro bastante grande, que era una espalda. Teresa estaba con un paño blanco, sobre un fondo negro. Había sobre la mesa una caja de la que asomaba un caracol y un reloj al lado que marcaba las 7.30. Y el cuadro, justamente, se llamaba 7.30.
-Teresa Arijón: Perdón, pero es 8.30.
-Juan: Bueno, una hora más tarde [se ríen]. ¿A partir de ahí cuánto tiempo posaste para mí?
Teresa: Veinte años, con intermitencias, porque yo viajaba a Brasil y vos también tenías viajes.
-¿Por qué decidiste quedarte solo con él?
-Teresa: Me gustaba mucho lo que hacía y nos hicimos grandes amigos.
-Juan: Además tengo buen café… [se ríen].
El libro que escribió Arijón, Mujeres pintadas (Lumen), intercala su experiencia personal con toques de ficción y una investigación exhaustiva sobre mujeres que posaron para artistas a lo largo de la historia: reinas, lolitas, prostitutas, bailarinas, musas por azar, de Kiki de Montparnasse (en las fotografías de Man Ray) a Victorine Meurent, la modelo preferida de Manet en la década de 1860; desde Henrietta Moraes, que inspiró a Bacon y Lucian Freud, hasta la piel de Cleopatra o la sonrisa de la Gioconda (aunque nada asegura que realmente estuviera sonriendo). Según cita la autora, a mediados de la primera década de nuestro siglo se aplicó a la Mona Lisa un software especializado en medir emociones para determinar el estado de ánimo de la modelo. Los resultados fueron: 83% feliz, 9% disgustada, 6% temerosa y 2% enojada. Esos datos y anécdotas curiosas se mechan a lo largo del libro.
“Ser el eje de las miradas. Estar parada sobre una plataforma en el centro del taller. Que los novatos tomen medidas con centímetro en vez de hacerlo a ojo, estirando el pulgar a la altura de la nariz. Que el frío del centímetro te erice la piel y tensiones los músculos para disimular la turbación. Que tracen líneas o hagan cruces con marcador negro de tu escápula a tu abdomen, del abdomen al abductor, del hombro al codo: un mojón, un vínculo”, escribe acerca de su vivencia.
Al leer esas líneas, la imagen de la autora se desdobla: parece todo lo frágil que sugiere la desnudez durante la soledad de la pose, pero transmite también una potencia no tan sutil. Se imagina uno a la heroína en bicicleta, cruzando la ciudad para desnudarse frente a uno y otro pintor. Colgar la ropa, atender las indicaciones del artista, tomar distancia, amurallarse, domar el miedo, asumir la “impostada cualidad de una esfinge”, como ella misma dice.
En el medio del viaje artístico, la juventud en los 80: las tardes en los cafés y librerías de la calle Corrientes, a la salida del Conservatorio de Arte Dramático; las noches en el Pernambuco, paladear la loca vanguardia de un joven Sergio de Loof (“el hechicero de mi tribu, el genio que enlazaba”). “Yo iba mucho a un restaurante que se llamaba El Diamante, de Alfredo Visciglio; Sergio estaba atrás de la barra y era el alma de la fiesta; yo aprovechaba para estar callada y verlo hacer sus cosas”, cuenta. Flotando en el aire, el gran mandato deloofiano: “Quiero crear un arte y una moda hermosa para pobres y feos”.
Usted sí que sabe desnudarse
En el libro se aborda la cuestión del cuerpo desnudo en el arte, desde el punto de vista del savoir faire, un “saber desnudarse”, definido por Arijón como “un acto soberano, íntimo, anterior al desnudo”. El disparador de estas reflexiones es un comentario que el director de una obra de teatro le hace a Teresa después de una función en la que ella se muestra desnuda por primera vez en un escenario. “El director faltó al tuteo y dijo: usted sí que sabe desnudarse”.
-En el libro aparece la diferencia entre la mujer desnuda y la mujer desnudada. ¿Pueden explicarla? ¿Vos como modelo (y escritora) y Juan como pintor?
-Teresa: Es como si me pidieras que explicara un poema. Es muy difícil. Creo que aludí al momento de desnudarte y poder plantarte, que es como anterior a estar desnudo.
-¿Una voluntad?
-Teresa: Casi una naturalidad, te diría, una manera de entregarte. Es saber desnudarte.
-Juan: Es una cuestión de interpretación personal porque no se ve en la obra. Yo admiro a una enorme cantidad de pintores de desnudos de todas las épocas y me resulta muy difícil decir si la mujer está desnudada o desnuda. Tiene mucho que ver con la cara y la mirada de la modelo. Para mí la desnudez es un acto de una naturalidad absoluta. Lo que siempre busco en las poses es que la modelo esté como si estuviera absolutamente sola, en un acto de naturalidad total. Como que no la está mirando alguien, aunque curiosamente la estoy mirando yo.
-Teresa: John Berger dice que en la historia de la pintura hay unos pocos desnudos a los que no se les aplica la categoría de desnudo, que son los de las mujeres amadas por los pintores.
-Juan: ¿Que las mujeres amadas no estén desnudas? Lo veo muy traído de los pelos.
-Teresa: A mí me gusta.
Las cosas que no habría que pintar
Hacia el final del libro, Arijón cuenta la vez que asistió a la inauguración de una muestra, en donde la “sala de los desnudos” tenía solo cuadros de ella. Sin quererlo (o un poco queriendo), escuchó el diálogo de dos señoras y una frase captada al azar: “Hay cosas que no habría que pintar”. En ese momento, llegó Juan Lascano, autor de los cuadros, y las señoras lo felicitaron. Pero no se perdieron la oportunidad de reclamarle: “Usted, que siempre nos deja tan bien paradas… ¿podría explicarme por qué se le ocurrió pintar esto?”. La respuesta del pintor fue perfecta: “Yo pinto lo que veo”.
-¿Qué era realmente lo que les molestaba?
-Teresa: Las mujeres estaban muy ofendidas. Quizás lo que querían preguntar era: “si la podés pintar con todo bien o podés omitir esto de la ley de gravedad, ¿por qué no lo omitís?” [el cuadro en cuestión la mostraba a ella inclinada sobre un banquito, con el busto colgando por efecto de la posición del cuerpo].
Juan: ¿Ah por ese lado era? ¿Porque las lolas colgaban?… Yo pensé que venía por el lado del pudor. En Bariloche tengo cuadros que son bastante explícitos, pintados con otras modelos. Y a veces me preguntan: “¿para qué pintás eso?” Cuando te dicen “eso” es obvio que se refieren al sexo. Y yo les respondo: es el cuerpo de las mujeres: son así, están hechas de esa manera, ¿por que no las voy a pintar?
-Teresa: En aquella época vos siempre decías que el vello público “era un problema”.
-Juan: Comercialmente, hay una ley de Nacho Gutiérrez Zaldívar, muy divertida, que dice: “si se ven pelitos, el cuadro no se vende”. Ahora hay muchas mujeres depiladas así que eso ya no corre. La sociedad argentina en ese sentido es sumamente pacata.
-¿Por qué pintaste a Teresa durante tantos años? ¿Qué había en ella que te cautivaba?
-Juan: Lo que Teresa tiene especial es el color. Su piel… es perfecta. Hay colores que yo los identifico con el marfil. Y la piel de ella es un poco marfileña, como un blanco amarillento, medio cremoso.
-Cuando la volviste a pintar en diciembre del año pasado, después de 15 años, ¿qué había cambiado?
-Juan: Sentí lo mismo que antes. Esa piel no se había modificado, ese color. Se modificó la estructura de un cuerpo con más años. Si fuera por mí ,seguiría pintando con Teresa.
-¿Y vos querrías, Teresa?
-Teresa: Puedo seguir…
Lascano se fue a vivir a Bariloche en 2005 y Arijón lo fue a visitar recién en 2019, antes de que empezara la pandemia. Llevaba bajo el brazo los primeros apuntes de este libro. “Tenía la secreta esperanza de que tal vez posara para él, pero no pasó”, recuerda. Por algún motivo, él tampoco se lo ofreció. Años atrás, Lascano le había propuesto hacer una sesión, pero ella se excusó: “Soy vieja para posar”. El pintor tampoco insistió.
-¿Te sigue pesando eso de “estar vieja para posar”?
-Teresa: Me pesa el paso de los años, como a la mayoría de la gente. No el tema de la piel, quizás la tonicidad.
-Juan: Conociéndote, diría que si te pinto un cuadro hoy no te gustarías tanto a vos misma como te gustabas antes…
Lo bueno de la historia es que ambos tuvieron la oportunidad de sacarse las ganas: en diciembre del año pasado se dio, una vez más, la ceremonia entre modelo y pintor. El testimonio es el óleo de una mujer desnuda de espaldas. El nombre del cuadro: Teresa.
-¿Se podrá ver en la muestra en Zurbarán? [N. de la R.: Esta entrevista se hizo la tercera semana de agosto, antes de la inauguración]
-Juan: No lo habíamos pensado, pero claro que sí. ¿Teresa, qué opinás?
El cuadro en cuestión se puede apreciar en la muestra de Lascano en Zurbarán, que dura hasta principios de octubre. Quienes tengan a Teresa frente a sus ojos quizás entiendan de un modo especial estas palabras de la modelo escritora: “Salir desnuda de un baño y cruzar un pasillo. Asomar la cabeza, siempre primero la cabeza, desde una cortina raída de pana púrpura. Posar detrás de un biombo de papel opaco. Ser lo que no sos: una proyección, un sueño, una sombra china”.