Fuente: Perfil ~ Vida y obra de la artista mexicana que se convirtió en un ícono. Su relación con Diego Rivera y su lucha contra el dolor. La muestra de Malba.
La exposición “Tercer ojo. Colección Costantini en Malba” incluye dos maravillosos óleos de Frida Kahlo –“Autorretrato con chango y loro” (1942) y “Diego y yo” (1949)-, exhibidos en una suerte de capilla en penumbra, junto a un destacado conjunto documental de fotos, cartas y objetos personales de la artista, provenientes del archivo de la crítica mexicana Raquel Tibol. “Diego y yo” (30 x 22,4 cm.) es considerado el último autorretrato de busto realizado por la artista. Llora Frida, por la enésima infidelidad de su adorado, y ostenta en su frente el rostro de Diego Rivera con tres ojos, pintado arriba de sus tupidas cejas que cobijan su triste mirada. La pieza estableció el récord para el arte latinoamericano en 2021, cuando Eduardo F. Costantini la adquirió a distancia por 34.9 millones de dólares para su colección personal.
La obsesión de Kahlo por Diego Rivera, a quien conoció cuando era una escolar y él pintaba un mural en el auditorio de su escuela, ya se había manifestado en “Autorretrato como tehuana” (1943), llamado también “Diego en mi pensamiento” porque éste tiene a sus dos veces marido pintado en la frente, a modo de tercer ojo. Esta pintura, entre muchas otras de la artista y de otros, se exhibió en Fundación Proa en 1999 en la muestra “Colección Gelman”. Asimismo, “Pensando en la muerte” (1943) es otra pintura en la que Kahlo utilizó el recurso del tercer ojo, esta vez como calavera en medio de un paisaje sobre su frente.
Frida hay una sola
Famosa por su dramática obra pictórica y por sus amores, casamientos y dolencias, Frida Kahlo (México, 1907-1954) fue hija de una mexicana de ascendencia indígena-española y un inmigrante alemán de origen judío-rumano. Heredó la belleza de su madre y la sensibilidad artística de su padre, reconocido fotógrafo. Nació, vivió y murió en Casa Azul del barrio de Coyoacán, en Ciudad de México, hoy Museo Frida Kahlo. Tiene su impronta -vestidos, alhajas, juguetes, documentos, arte popular, objetos indígenas, muebles, muletas, silla de ruedas- y se halla rodeado por un centenario jardín con plantas tropicales. Con el tiempo, Rivera mandó a construir una casa rosa adjunta; se unían por un puente interno y cada uno tenía una llave para impedir las visitas.
Frida tuvo poliomielitis de niña y su pierna derecha quedó más delgada que la izquierda. Luego, en 1925, a los 18 años tuvo un accidente cuando viajaba en un autobús que fue embestido por un tranvía. El pasamanos del vehículo la atravesó y su pelvis quedó destrozada y no pudo tener hijos, su pie derecho quedó inutilizado, la pierna fracturada, la columna lastimada. Padeció interminables tratamientos y más de 30 operaciones que la obligaron a prolongados reposos; nunca se repuso del todo. Entonces comenzó a desarrollar su natural habilidad artística, con acuarelas que le regaló el padre y un atril especial mandado hacer por la madre. Frida pintaba mientras se recuperaba parcialmente. Tras producir un interesante número de piezas, sus amigos la instaron a que las mostrara a los maestros. Cuando en 1927, Frida llevó sus pinturas a Rivera, éste se acordó de la chiquilla que años atrás lo había impactado. Ese fue el comienzo de la turbulenta relación que dominó a ambos; ella era preciosa y él grandote y poco agraciado.
Descubrimiento
Durante buena parte del siglo pasado la llamada “santísima trinidad” –Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros (cuyo “Ejercicio plástico” puede verse en Museo del Bicentenario)- de la Escuela Mexicana era sinónimo del arte de ese país; por caso, la destacada crítica Marta Traba jamás mencionó a Frida en sus sesudos libros. Su redescubrimiento fue de la mano de una exposición en 1983 en el Museo Nacional de Arte de México. Se exhibieron de más de 90 piezas -óleos, dibujos, acuarelas, pasteles y obra gráfica-, acompañadas de unas 40 fotografías que revelaban gran parte de su biografía, desde niña hasta el homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes donde fue velada bajo la bandera del Partido Comunista.
Su imagen y figura comenzaron a crecer a nivel global aún más a partir de la difusión de la película “Frida, naturaleza viva” (1983) de Paul Leduc. El realizador mexicano no se guardó nada de Frida: desgarros físicos y psíquicos, preferencias políticas, amores tempestuosos con hombres (León Trotsky, Isamu Noguchi) y mujeres, adicciones. Tampoco faltaron excesos e infidelidades de sus dos veces marido Diego (1929-1939 y 1940-1954). Se separaron por primera vez tras el affaire de su hermana menor Cristina con Diego y, aunque volvieron a unirse, siguieron las relaciones extramatrimoniales de ambos. En 2002, se conoció un nuevo filme sobre Kahlo basado en la biografía de la historiadora Hayden Herrera. “Frida: matices de una pasión” fue protagonizada por Salma Hayek y contribuyó a multiplicar el conocimiento de la pintora.
Lejos de imágenes de masas oprimidas, líderes revolucionarios, levantamientos campesinos, multitudes en lucha, que caracterizaron la obra de los afamados muralistas mexicanos, como Rivera, la pintura de Frida Kahlo interpela a los observadores por su emotivo corte autobiográfico y por su intensa crudeza, como la desplegada en “Mi nacimiento” (1932). Esta imagen, que muestra a la artista bebé emergiendo de las piernas abiertas de su madre, pertenece a la cantante Madonna, que posee cinco pinturas de Frida en su colección.
Precisamente, una notable crudeza y honestidad tiñen el trabajo de Kahlo, que luchó por superar sus limitaciones físicas llegando a tener una vida creativa y plena. Antes que surreal o naif (como la tildan algunos), su obra pictórica describe intensa e imaginativamente la construcción de la artista como personaje, su historia de sufrimiento y superación, el uso de ropas tradicionales indígenas y la reivindicación de los pueblos originarios.
Alguna vez Diego dijo que consideraba que Frida tenía más talento que él; difícil es confirmar tal aseveración pero sí es cierto que el récord del arte latinoamericano marcado por “Diego y yo” desbancó al que ostentaba Diego Rivera por el mural “Baile en Tehuantepec” (1928), que también compró Costantini por 15.7 millones de dólares en 2016.
Tercer Ojo/ La exposición
Más allá del magnetismo de las pinturas de Frida, los visitantes deben asegurarse de visitar la potente exposición “Tercer ojo. Colección Costantini en Malba”, al cuidado de María Amalia García, curadora en jefe de Malba. La puesta, que suma más de 220 obras icónicas de arte latinoamericano, escenifica el diálogo entre piezas de Colección Malba y la de Eduardo F. Costantini, fundador y presidente honorario del museo. Así, en calidad de préstamos también se exhiben adquisiciones recientes de Costantini para su colección privada, como el archivo documental de Raquel Tibol y obras de Wifredo Lam, Vicente do Rego Monteiro, Alice Rahon, Mario Carreño, Carlos Mérida, Alejandro Otero. Éstas, entre otras, conversan con piezas históricas y recientes de Malba -que este mes cumple 21 años- como las pinturas de Tarsila do Amaral, Roberto Matta, Emilio Pettoruti, Torres-García, Rafael Barradas con “Café” (1918) y Tomás Saraceno con “Nube de aluminio en 10 módulos” (2012).