Fuente: Télam – «Introducción al arte contemporáneo» fue escrito en 1992 por la filósofa, teórica y artista francesa Anne Cauquelin (1925), quien explora dos aspectos centrales: la producción por parte del artista y su recepción por parte del público.
Con un fuerte anclaje en la filosofía y concebido como un mapa para explorar el magnético y a veces desconcertante territorio del arte contemporáneo, el ensayo «Introducción al arte contemporáneo», escrito en 1992 por la filósofa, teórica y artista francesa Anne Cauquelin (1925), se publica por primera vez en Argentina más de 30 años después de su aparición y da cuenta de su vigencia.
Si bien es cierto que el término «arte contemporáneo» está hoy muchísimo más extendido en la sociedad que al momento de la publicación original de este volumen -en Francia ya lleva más de doce ediciones-, el ensayo recientemente publicado en Argentina por La marca editora, desmenuza con tono académico los actores y protagonistas que hacen actualmente a este universo y el modo de circular de las obras.
El gancho para el lector actual de esta obra recién llegada a librerías viene de la mano de la portada del libro, ilustrada con una fotografía de «Comediante», la obra del siempre provocador artista italiano Maurizio Cattelan, quien presentó una banana pegada con cinta adhesiva a una pared, vendida por 120.000 dólares al Museo Guggenheim de Nueva York durante la feria Art Basel Miami 2019, lo que generó debates, desconcierto y enojos por igual.
Se trata del tercer libro que se publica en Argentina de esta autora francesa, de gran reconocimiento en su país, como parte de la colección Biblioteca de la mirada: ya habían aparecido anteriormente los títulos «Desde el ángulo de los mundos posibles» (2015) y «Las teorías del arte» (2012), ambos publicados por Adriana Hidalgo.
La infinidad de museos y lugares culturales, la diversidad de obras expuestas, el número creciente de publicaciones referidas al arte -todo esto sin contar el auge de las redes sociales- y un público cada vez más conocedor del tema dan un marco de actualidad inexorable al análisis de Cauquelin quien se detiene, especialmente, en la obra de arte en sí y dos aspectos centrales: su producción (por parte del artista) y su recepción (por parte del público).
La autora comienza por situar su análisis en el periodo de la modernidad, que comprende desde 1850 hasta los primeros años del siglo XX, cuando la aparición de las vanguardias modifica la relación entre los artistas, el público, las obras y el sistema crítico. En ese entonces -según describe a lo largo de estás páginas-, hay un enriquecimiento de la clase burguesa que provoca un aumento de potenciales compradores de arte. Esto abrió la puerta a un sistema de arte más «libre», es decir, un aumento considerable de los involucrados y un mercado de consumo incipiente que hoy en día maneja cifras astronómicas. En ese entonces aparece también la figura del crítico de arte, que comienza a reemplazar el rol de la Academia de arte o los salones.
«El arte moderno surge a partir de una ruptura con el antiguo sistema de academicismo, basado en los juicios que emitía el Salón Nacional», describe Cauquelin y toma como referencia su ciudad natal, París. Y es aquí, con el despegue del arte moderno, donde comienza a ensancharse la distancia que separa al artista -el productor- de su comprador -el aficionado al arte-.
Así, el libro va desmenuzando el concepto de «red» para enmarcar la escena artística y tanto sus modos de producción como de recepción por parte del público: «El artista que ‘entró’ en la red tiene que aceptar sus reglas si quiere quedarse. Es decir que tiene que renovarse o individualizarse permanentemente, so pena de desaparecer en el movimiento perpetuo de nominación que mantiene a la red a flote. Pero esta exigencia de renovación y de individualización contradice siempre a otra exigencia: la de la repetición, la redundancia. En efecto, para que su obra sature a la red y sea expuesta en todas partes al mismo tiempo, tiene que ser reconocida con un signo de identidad».
Con parsimonia, la autora se detiene en cómo fue cambiando la percepción de las obras de arte por parte del público y hace un gran fragmentación entre arte moderno y arte contemporáneo. Con el paso del tiempo, no solo cambiaron los criterios de validación y el estatus de artístico asignado a una obra, sino que el mercado del arte y los medios de comunicación jugaron un papel decisivo en la construcción del prestigio de un artista.
Es entonces, según la mirada de la filósofa francesa, que el arte moderno está anclado al régimen de consumo mientras que, el arte contemporáneo, quedó esclavizado al sistema de comunicación.
El itinerario toma como referencia dos modelos de artistas: el francés Marcel Duchamp (1887-1968), el padre del arte conceptual, y el estadounidense Andy Warhol (1928-1987), rey del pop-art, como antagonistas de criterios de valoración, modos de producción y circulación. Al mismo tiempo, ejemplifica otro aspecto de la escena artística con el marchante Leo Castelli (1907-1999), a quien se le atribuye el origen de las galerías de arte tal como las conocemos hoy.
Es a partir de Duchamp, dice la francesa, que «el arte contemporáneo se articula con la todopoderosa era de la comunicación». La de Warhol, entonces, es una obra «tan pública», que «se apropia de manera tan notoria de los medios y los recursos de la publicidad comercial». Su galerista, Leo Castelli, es puesto entonces como ejemplo de un sistema que -aún hoy- «funciona a partir de la comunicación más que del gusto o de un juicio estético infalible», dirá la autora. Castelli fue el descubridor del pop norteamericano y el responsable de colocar en la escena internacional al expresionismo abstracto, al arte conceptual y al minimalismo, movimientos excluyentes del arte de la segunda mitad del siglo.
Justamente, el arte conceptual, el site-specific, el minimalismo y el Land art son algunos de los movimientos que la filósofa francesa desarrolla -casi al final del libro- para ver de qué manera se adecúan a su esquema planteado entre consumo versus comunicación (no necesariamente están desligados uno del otro).
¿Cómo interpretar las nuevas creaciones que se proponen una y otra vez discutir los criterios dominantes de valoración de las obras de arte? La autora, profesora emérita de Filosofía estética, está convencida de que en el modelo Duchamp o en el modelo Warhol está la respuesta.