Fuente: El Ojo del Arte ~ Vestida siempre con su overol multicolor, su obra es un claro exponente del arte pop a nivel mundial. En 1963 realizó su primer happening: La Destrucción.
Vestida con su overol multicolor, Marta Minujín se mueve de acá para allá en su taller de San Cristóbal. Se prepara para presentar tres libros e inaugurar nueve exposiciones en distintas partes del mundo. Pero lo que más la fascina es la acción multitudinaria que cerrará la Bienal de Performance, Find Your Equal: una aplicación para el celular hará que los participantes encuentren sus almas gemelas en la ciudad. Nada es imposible para ella. “A mí siempre me gusta descolocar para crecer. Al descolocarse, la gente crece porque se tiene que ajustar a una nueva circunstancia”, dice.
Mientras tanto, se revisa su obra en el Centro Walker de Minneapolis, donde integra una exposición con otros exponentes del pop mundial, International pop, que luego se verá en Dallas y Filadelfia. En París, montará su Chambre d’amour en la muestra colectiva My Buenos Aires en la Maison Rouge. De regreso en Buenos Aires, inaugurará la Suite Minujín en el Brick Hotel, una habitación temática donde siempre podrá pasar la noche. En septiembre, la obra Simultaneidad en simultaneidad integrará la muestra North South By East West, en el MoMA. Para la misma fecha, en la Tate de Londres, The World Goes Pop incluirá un colchón de 1962 e imágenes de La Menesunda, una megainstalación performática que en octubre será recreada en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba). “Voy a estar dos meses trabajando en el Mamba. Pero en el medio viajo a Londres porque me invitaron de la Tate a dar una charla sobre performance con otras dos mujeres seleccionadas, una asiática y una africana”, cuenta.
Con tanto viaje, tiene postergado su libro autobiográfico, ya contratado por Random House. En arteBA se lanzará el grueso tomo Marta Minujín. Happening & performances, auspiciado por el Gobierno de la Ciudad. Y en la galería Henrique Faría se presentan sus diarios de juventud, Los años psicodélicos, editado por Mansalva y comentado por Fernando García. “En el 69, yo venía muy hippie de Estados Unidos y me encontré con gente muy cuadrada. Nos juntábamos en una plaza con más hippies y rockeros como los de Manal, Spinetta y Tanguito, y escribíamos y dibujábamos en hojas con marcadores. Se las regalábamos a gente linda que pasaba por ahí”, cuenta.
—¿Arte, arte, arte?
—Yo siempre digo que hay que vivir en arte. A mí primero me pasó que era como un existencialista que se quería suicidar, y era todo negro y horrible. Cuando me hice pop empecé a gozar de vivir en arte. Es un espacio que yo me inventé, en el cual soy feliz. En cambio, en la vida cotidiana no soy tan feliz. No es una desesperación como Modigliani, Camille Claudel o Van Gogh. Esa desesperación ya la pasé, por el hecho de haber vivido en los 70, y haber sido contemporánea de los Beatles y los Rolling Stones, las minifaldas y los colores lindos. Ya soy happy y me tomo la vida como una cosa multicolor. Y quiero que todos hagan eso. No tengo miedo al ridículo o al papelón. Lo mío es el arte imposible: las Cataratas del Iguazú de Vodka, podría hacer… cosas así invento siempre.
—Y este año estás en todo el mundo. ¿Te están redescubriendo?
—Viajo una vez por mes, porque ahora reconocieron lo que hice antes como algo único y genial. No solo en el pop sino con la tecnología: la cabina telefónica electrónica Minuphone (1967), Simultaneidad en simultaneidad (1966), Importación Exportación (1968)… Ahora posiblemente me inviten a Documenta, Kassel, por los mitos caídos: El Obelisco acostado (1978), El Obelisco de pan dulce (1979), La Torre Eiffel de pan baguette (1982), El Partenón de los Libros (1983)… Por algo varios museos compraron obras: la Tate, el MoMA, el Pompidou. Yo soy pionera desde siempre. Viajo mucho, pero me gusta vivir en hoteles. El tiempo no pasa. Tenés pocas cosas. Nada te retrotrae al pasado. Yo viviría siempre en un hotel como vivió Dalí con Gala. Yo me creo que soy Dalí en mujer. Sudamericana. Tengo ese espíritu: él era increíblemente juguetón. No paraba.
—¿Vendría a ser tu alma gemela?
—Sí, Dalí y Warhol.
—El MoMA se disculpó recientemente con Yoko Ono por haberla relegado. ¿Qué pensás de esto?
—Yo creo que ella era muy genial en los 60 como artista plástica y después pasó a otra cosa. Era muy buena, muy rebelde. Hizo un arte conceptual muy interesante. El amor con Lennon fue tan grande, que se disolvió en otra cosa. Se convirtió en la mujer de Lennon.
—¿El amor a vos te ayuda en el arte?
—Yo creo que es paralelo. Para mí es muy bueno, porque es algo sólido en mi vida. Desde los dieciséis años estoy con la misma persona, con quien después me casé y tuve dos hijos. En mi vida no me manejo, soy frágil. Con los sentimientos soy muy frágil. Me duele muchísimo cualquier cosa, soy muy susceptible, tengo desesperación… En cambio, soy fuertísima en el arte. Cuando vengo acá al taller, soy una máquina que se pone en marcha. Encima, me creo que soy genial. Hago un arte único. Y soy mujer. Eso, hace cuarenta años, era muy difícil. ¡Y además, sudamericana! En Nueva York eso era imposible y, sin embargo, tuve un éxito brutal, salí en Newsweek, Times, The New York Times. Tenía veintiséis años, aparecía en todas las revistas y me conocían por la calle.
—En la Argentina sos muy popular.
—Es increíble el feedback de la gente, el amor. ¡Es locura! Chicos de cinco años me reconocen, los cartoneros me gritan “¡Marta, no te mueras nunca!”. En los taxis, también. Al mismo tiempo, quisiera que no me conozcan, y entonces, me pongo una capucha, me saco los anteojos y camino, pero por la voz me reconocen, o porque soy de otro planeta. Pero soy como Woody Allen, que dice no quiero que me conozcan, no quiero que me conozcan, pero va al psicoanalista y dice, ¡ay, nadie me conoce! No quiero que me conozcan, pero no sé qué haría si no me conocieran. Por suerte me conocen con buena onda.
—Sos un ícono.
—Sí, y en el mundo también, porque no hay mujeres de mi edad que estén vivas y activas que hayan tirado un pollo de un helicóptero o incendiado a Gardel. Y que hayan estado con tanta gente famosísima, como Le Corbusier… Siempre estuve rodeada de talento. A mí me gusta mucho la filosofía y los intelectuales. Ahora estoy leyendo muchas biografías, y estoy enloquecida con la de Mandela. Me gusta su lucha tremenda. Me gusta la gente luchadora. Yo lo soy. He tenido algunos momentos raros, estuve muy deprimida, y fue muy feo hasta que logré salir de todo eso. Ahora estoy bárbara. Estoy contenta.
—Con todo este acelere, ¿dormís de noche?
—No, no, duermo poco. Hoy me desperté a las cinco de la mañana. Tengo una energía brutal, pero la energía se me desarrolla con la energía. Si me quedo quieta, se vuelve contra mí. Tampoco puedo estar quieta nunca, y eso tiene sus contras, porque yo no sé cómo va a ser mi porvenir. No sé si voy a soportar después estar como otros artistas que ya no se pueden mover. Yo no sé qué va a pasar conmigo. Creo que a los ochenta años voy a estar igual. Pero si no, prefiero no estar.
—¿Cómo te cuidás?
—Hice gimnasia toda la vida, porque me hace bien. Hago todos los días sola con la televisión, con unos DVD que tengo, religiosamente. No puedo ir a los gimnasios porque me empiezan a mirar. Ahora empecé una clase de zumba con unas chicas de veintiocho años, que me divierte, ya me conocen y no hay problema. Entonces, ¡bailo! También viajo por Latinoamérica con Bebe (su marido, Juan Carlos Gómez Sabaini), que es economista y trabaja en Centroamérica, y ahí tomo clases de salsa. Me encanta ir a Chichicastenango, en Guatemala, y por eso siempre me visto de colores. Traigo esas telas y me hago hacer cosas. Ya adopté el overol, porque te lo metés y sos de una manera. También me encantan los vestidos, pero son inaccesibles. No gastaría plata en eso, prefiero gastarla en mi taller.
—No te imagino en comidas como la señora de…
—No, no soy. Yo me voy por ahí con los indios, desaparezco, vuelvo a la noche. Nunca fui a las comidas de él, ni nada. La primera vez que fui, le pregunté a la mujer que no trabajaba “¿Y qué hacés todo el día?”. Quedé pésimo y nunca más fui. No tengo nada de qué hablar. Nosotros, que ya estamos solos porque los chicos ya se fueron por ahí, no comemos nunca en casa. Comemos en bares, así nomás, rápido, porque odio los restaurantes. No puedo soportar la solemnidad. Me bajoneo. O como parada al lado de la heladera cuando me levanto a la noche. Los cócteles también me gustan. Sentarme me mata. Después llego a mi casa, me subo a la bicicleta fija y anoche vi Cleopatra en la televisión. Tengo muchas invitaciones, pero ya no voy. No quiero ver tanto la obra de los demás, prefiero concentrarme en la mía. Me dispersa. Cuando viajo, veo todo en dos días y me vuelvo. Además, no me gusta juzgar. Si juzgo no lo voy a ver tan genial como yo, y eso no me gusta. Decirle sos genial a una persona joven no podría, porque tengo que ver toda su trayectoria. Hay artistas que hacen cosas geniales ahora, pero hay que ver en treinta años.
—¿Qué arte te gusta mirar?
—El arriesgado. Desconfío un poco de la gente joven que vende mucho. Puede llegar a contaminar. Yo no vendí nunca en mi vida, hasta hace poco. Viví de becas. No vendo todo. Si la persona no me gusta no le vendo. No quiero que mis obras tengan gente de mala onda. O no saber quién las tiene. Pero tengo una serie de arte popular baratísimo, $500 o $200, unas cositas chiquitas que a veces se las vendo a la gente. Hago muchísimo canje. Tengo canje en un café de la esquina. Al Brick Hotel le pago con un cuadro y puedo ir a dormir cuando quiera. Tengo otro hotel en Mar del Plata. En Nueva York estuve en los mejores hoteles por varios años a cambio de una obra. Prefiero el canje. Con ropa tengo trato con Min Agostini, que me hace los overoles. Si necesito algo, voy, dibujo algo y los convenzo.
—¿Qué otra profesión podrías haber tenido en tu vida?
—Podría haber sido cantante de rock. Una Rolling Stone. Mick Jagger en mujer. Madonna también me parece extraordinaria. No podría haber sido actriz, porque no puedo actuar ni seguir un libreto. Jamás puedo hacer nada por encargo. No me sale. No sé de dónde salí. Mis padres eran lo contrario. Acá mi abuelo hacía uniformes. Siempre creí mucho en mí: abandoné Bellas Artes, pero no para estudiar en París, sino para hacer mis obras en París. Fui a romper y arrastrar colchones, vivir sin un peso, sin baño ni calefacción.
—¿Nunca se te ocurrió dar clases?
—Nunca aprendí, tampoco. Una vez probé y creí que me suicidaba: ¡era tan lento el aprendizaje de la gente! Pero me gusta muchísimo la energía de la gente joven. Mis nietos me dominan, ¡me encantan! Mis amigas, artistas de París y Nueva York, no tienen ni hijos ni parejas ni nada. Están dedicadas al arte cien por cien. Yo prefiero tener familia.
—Sophie Calle dice que la libertad es no tener hijos.
—Para mí, está equivocada ¡Lo de la madre fue atroz! ¡Filmarla cuando se murió! Su arte, conceptual, es interesante. Pero como persona no es tan simpática. En cambio, ¡Abramovic es simpatiquísima!
—Dice que es la abuela de la performance.
—Noooo, yo empecé mucho antes. Ella tiene cuatro años menos que yo, pero empezó mucho más tarde. Igual creo que hay mucho invento, no creo que haya caminado toda la Muralla China… Pero en el arte no importa: si vos lo inventaste, es cierto. Si no, ¿cómo hago las cosas que hago? ¿Cómo convenzo a alguien de que pare ocho fábricas de pan dulce y me los mande todos a plaza Italia para que yo haga un obelisco? Hay que convencerlos. Hay mucha gente que solamente ve el dinero. Yo no gano un centavo. Ahora quiero hacer un laberinto con un minotauro en la costa, gigante. Se me ocurren todo el tiempo estas cosas.
—¿Qué pensás de la performance actual?
—Son todas distintas. Lo que hace Marina Abramovic ha sido muy criticado por otras performers amigas mías que son más pioneras, como Carolee Schneemann. Dice que encontró una forma muy parecida al budismo y al yoga, pero también hizo marketing. Para mí, las performances son irrepetibles.
—¿No podría existir el método Minujín?
—No, porque es lo inesperado. Lo insólito. Ocurre una sola vez y no dura más de diez minutos. Es como entrar en un dibujo animado… ¡es muy animado! Si pudiera hacer un arco iris o una lluvia de estrellas, lo haría. Es el mundo del arte contemporáneo, pero con el espíritu Minujín, que es un espíritu feliz. Y no es fingida mi felicidad: meterse en el arte te hace feliz, y eso es lo que quiero contagiar a la gente, toda la vida. Pero me gusta Abramovic. ¿Vos crees que se habrá operado?
[Marta hace el gesto de estirarse la cara. Cuesta creer que la artista argentina más conocida, este torbellino de pelo plateado y gafas de aviador, tenga ya setenta y dos años. Se mueve, habla, hace y piensa como una muchachita…].
—¡Estás bárbara!
—Puedo estar mejor, pero no tengo tiempo. Yo no me hice nada, por ahora, pero es lindo verse bien. Pero soy muy descuidada con la salud. No voy al médico hace treinta y cinco años. Pero debería: me intoxica la pintura con la que trabajo y tengo catarro crónico. No me crecen más las uñas. Odio la medicina. Pero en cualquier momento me puede dar un patatús, como a Rogelio (Polesello), pobre Rogelio… Me voy a hacer un chequeo… Ya está, ¿no?
BIO. Nació en Buenos Aires en 1943. En 1963 realizó su primer happening, La Destrucción. En 1966 hizo Simultaneidad en simultaneidad, parte de Three Countries Happening, con A. Kaprow (New York) y W. Vostell (Berlín). Algunas obras efímeras de participación masiva: El Partenón de Libros (1983), C. Gardel de fuego (1981), La Torre de Babel con libros de todo el mundo (2011). Su obra es parte de colecciones del mundo: Museo Guggenheim (New York), Art Museum of the Americas (Washington D.C.), Olympic Park (Seúl), Museo Nacional de Bellas Artes, MALBA (Buenos Aires) y colecciones privadas en Francia, Italia, Brasil, Colombia, Argentina, Estados Unidos y Canadá. En 2011 expuso en New York y uno de sus colchones está en la colección permanente del Centre Pompidou. En 2017, volvió a hacer el Partenón de los libros prohibidos, en la edición 14 de Documenta Kassel, con 100000 ejemplares.
Del libro Entrevista con el arte (India, 2018), publicado originalmente en La Nación, Cultura, 18/5/15.