Fuente: Clarín – Ese hombre, tan apacible que hasta podría pasar por un beatífico monje zen, asegura que el rasgo principal de su estilo es la desmesura. Cuesta empatar esa autopercepción de desequilibrio por exceso con su aspecto sereno y su mirada cálida, pero es una descripción certera. Si uno se acerca demasiado a algunas de las ilustraciones de Luis Scafati es posible que experimente el mismo vértigo que da mirar hacia lo profundo de un abismo.
En ese sentido, siempre ha trabajado al borde de lo comunicable, sondeando la parte oscura de la existencia con una pluma de una sensibilidad exquisita y una técnica cuyo virtuosismo amplifica el asombro del observador. ¿Cómo puede alguien dibujar así y contagiar ese sentimiento incómodo de que en el horror subyace una fascinación que nos hace sentir culpables?
“Creo que lo primero que nos impulsó al guionista Ciro Novelli y a mí a realizar un documental sobre Luis fue la cercanía con su mundo, con su casa-taller y la amistad que nos une –sostuvo en charla con Ñ la realizadora Silvana Díaz Coppoletta, al frente del documental Scafati. Palabra pintada–. Esa proximidad nos permitió conocer no sólo al gran artista que es, sino también a una persona profunda y comprometida. Sentimos que su universo merecía ser mostrado por él mismo, narrado por él mismo”.
https://5df6fc7adcfd74e4b8bc42ffd33954c4.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.htmlScafati siempre ha trabajado en la parte oscura de la existencia.
El proyecto fue aprobado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) a finales de 2019, pero el proceso de realización sufrió las demoras que impuso la pandemia de Covid-19 en 2020. Diaz Coppoletta hilvana imágenes de una potencia visual notable –el arranque de la película lleva al espectador hasta una suerte de remake de la cueva de Altamira donde Scafati, iluminando la oscuridad con una antorcha, se dispone a ser el primer hombre que tradujo lo real con sus trazos sobre un muro– que acompañan la propia presencia de Scafati contando su derrotero artístico, con el contrapunto de las versiones y visiones de su pareja, la ilustradora Marta Vicente y las de su hija Florencia que, genética obliga, también es artista plástica.
Desde Mendoza, vía videollamada, Scafati también conversó con revista Ñ sobre el documental que lo tiene por protagonista: un hipnótico recorrido por la vida y obra de un artista que ha sido y es, a lo largo de más de cinco décadas, ilustrador de revistas, libros de literatura y, en sus años de juventud, también autor de viñetas humorísticas. El documental está disponible en la plataforma Cine.ar, que es de acceso gratuito aunque Scafati. Palabra pintada requiere, momentáneamente, el pago de un arancel módico (400 pesos) por su status de estreno.Documental «Luis Scafati. Palabra dibujada».
–¿Cómo fue verse retratado en un documental, revisitando en primera persona la propia trayectoria vital?
–Fue una especie de golpe, porque yo no lo había visto. Vi la película recién cuando se estrenó en el cine Gaumont, en abril de este año. Además, ver los trabajos tan ampliados –son trabajos relativamente pequeños, y la medida más grande puede ser 50 x 70 cm, no mucho más– es algo que te moviliza mucho, del mismo modo que las animaciones que aparecen sobre mis dibujos. Todo aquello que circula alrededor de mi trabajo me hace verlo de otra manera.
–No se habla demasiado del tópico «influencias» en el documental. ¿Hay algún prurito en los artistas a la hora de reconocer el impacto y la gravitación de otros colegas sobre la propia obra?
–Si tengo que mencionar influencias, tengo que armar una guía telefónica. Soy muy influenciable, y no sólo por la cosa plástica, porque la literatura ha incidido terriblemente en mi trabajo. La música también. Entre los plásticos, mi maestro fue Roberto Páez. Fue un auténtico formador de artistas, además de ser una persona extraordinaria. Me ayudó a comprender un montón de cosas del dibujo, y llegué a ser su ayudante. Lo conocí en Mendoza, pero cuando me instalé en Buenos Aires fui a su taller y me convertí en ayudante, que en esa época era servir el té o el café.
Páez manejaba mucho todo lo que era la plástica pura, a pesar de que se dedicaba a ilustrar: ilustró el Martín Fierro, el Quijote, cosas maravillosas de un grande reconocido internacionalmente. Él me enseñó que no hay un límite entre la plástica y la ilustración; tenía una formación profunda y comento esto porque por entonces existía un prejuicio arraigado, sobre todo en los que nos habíamos formado en la facultad de Artes, respecto de la ilustración. Ilustrar era una cosa peyorativa: si algo era muy ilustrativo, te decían que era malo. Fue un tipo muy divertido, con mucho humor. Un maestro.Scafati menciona a Roberto Páez como su gran maestro.
–Has ilustrado autores decisivos como Kafka, Melville, Poe, entre otros. ¿Tenés algún proyecto literario en proceso?
–En este momento estoy trabajando con Los detectives salvajes, el libro de Roberto Bolaño. Pero mi interés más profundo está orientado a inventar mis propias historias, y dibujarlas, o dibujar las historias y luego escribirlas. Lo de Bolaño surgió como un pedido editorial de España, y yo ya había leído ese libro, pero en mi vida imaginé que iba a terminar ilustrando una novela de esa densidad.
Y sucede algo extraño: lo estoy volviendo a leer, ya desde la mirada del ilustrador, y cambia totalmente en relación a lo percibido en la primera lectura. No imaginé nunca que terminaría dibujando este texto porque es una novela densa, coral, gruesa como para encima agregarle dibujos, pero ahora que estoy inmerso en ella la propuesta me resulta muy interesante, es algo así como un desafío ver hacia dónde la llevo desde lo visual.
–¿Te exigís el mismo rigor estilístico que ponés en la ilustración a la hora de escribir los textos que acompañan algunos de tus libros como Sálvese quien pueda y Bestiario?
–A mí me gusta mucho escribir. Y lo hago con total irresponsabilidad, y esa libertad me parece que es piola. Y no tengo necesidad de mostrarlo, salvo cuando he hecho algún trabajo puntual. Y me siento cómodo. En cuanto al dibujo, son años ya que estoy con tintas, plumas, lápices, y todo eso es parte de mi vida, como si fuera una tercera mano. Necesito seguir eso, casi como una compulsión, seguir desentrañando esa energía que me lleva no sé adónde.La directora Silvana Díaz Coppoletta.
–¿Tenés alguna anécdota que te permita medir cómo es recibido tu trabajo por parte del lector?
–Hoy, con las redes sociales, la devolución de lo que la gente recibe con tu laburo te llega muy rápido, casi de manera instantánea. Pero, siendo muy joven, dibujaba en una revista que se llamó Mengano, y todavía vivía en Mendoza y cada tanto viajaba a Buenos Aires, y a la redacción alguien había enviado una carta por un laburo mío, una tira que se llamaba Barrio viejo.
Eran historias de un barrio mendocino, que sospecho que era como cualquier otro barrio en este planeta. Era una familia que me invitó a comer. En Mendoza todo queda acá nomás, pero en Buenos Aires no: yo paraba en el Centro y esta gente estaba en, no sé, Liniers. Pregunté, me tomé el colectivo y llegué muy tarde, ya habían comido. Un bochorno. Deben haber pensado “este no va a venir”.
Scafati Básico
- Mendoza, 1947. Se formó en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Cuyo, donde fue expulsado en 1976 por su activismo político en el Centro de Estudiantes.
- Instalado en Buenos Aires, a partir de 1977, desarrolló una carrera de ilustrador en revistas prestigiosas como Humor, Tía Vicenta, Hortensia, Fierro, Noticias, El Periodista, El Péndulo y en los diarios Página 12, Sur, La Nación y El País de Uruguay, entre otros medios.
- Ha ilustrado obras de clásicos de la literatura universal como George Orwell, Pablo Neruda, Roberto Arlt, Ricardo Piglia, Herman Melville, Franz Kafka, Robert Louis Stevenson, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury y Kurt Vonnegut, entre otros autores.
Es autor de los libros Sálvense quien pueda y Bestiario, ambos publicados por Loco Rabia Editores.