Fuente: Perfil ~ Si estos mundos dialogan, las oportunidades de expandir el arte y a su vez potenciar la creatividad son enormes.
Entre el mundo del arte y el de los emprendedores de la Argentina los vínculos son escasos. Puede haber apoyos esporádicos y algún cruce de un ejecutivo que es artista y de algún artista que frecuenta el ecosistema startup, pero estos encuentros son casi una anécdota, apenas iniciativas personales. El diálogo entre ambos mundos, institucional o por lo menos frecuente y de naturaleza sustancial, es una rareza.
Se trata de dos universos que viven vidas paralelas en la sociedad, que se ignoran mutuamente, cuando no se desprecian, con miembros que sospechan y descreen de la capacidad de los otros por lo que hacen. Es más, aunque seguro que hay excepciones, muchos de quienes están de un lado o del otro han experimentado prejuicios: mientras que los artistas son a veces acusados de estar demasiado alejados de la realidad tangible, el mundo de la empresa es percibido como demasiado comprometido con una lógica productivista; avaros capitalistas contra holgazanes bohemios.
Estas miradas recelosas de bandos teóricamente enfrentados hacen que se pierda una enorme oportunidad: la posibilidad de vincular procesos creativos artísticos con la innovación productiva de la tecnología y así potenciar nuevas formas de crear.
Desde mi experiencia personal de trabajo con artistas y emprendedores, me resulta fácil descubrir los puntos de encuentro de estos mundos tan aparentemente distantes: la creatividad es su motor fundamental. No todos los emprendedores son creativos, pero los emprendedores creativos operan con procesos semejantes al de los artistas, y viceversa.
Un mundo para aprender
Creo que los artistas nos pueden enseñar mucho a los emprendedores sobre cómo mantener el eje en lo que queremos construir, porque al final del día lo que hacemos debe estar conectado con nuestro deseo, con nuestro propósito. Y cuando el propósito es mantener permanentemente ecuaciones de crecimiento continuo, empieza una alienación que empobrece la vivencia del trabajo.
Los artistas, a su vez, pueden aprender de la extraordinaria adaptabilidad de los emprendedores a sus contextos, de sus capacidades en convencer, presentarse, ajustar el mensaje al interlocutor para lograr traccionar sus productos, sus proyectos. Conozco muchísimos artistas que deben alternar sus trabajos con otros oficios para mantenerse, sin explorar alternativas que no comprometan la calidad o identidad de la obra que quieren crear.
La realidad es que el temperamento artístico y el temperamento emprendedor muchas veces están juntos. Hay emprendedores que tienen un sentido de las formas y pasión por crear que los emparenta a los artistas. Y los artistas más exitosos, los que llegan a sobresalir en su propio tiempo, tienen la capacidad de desarrollar sus actividades asegurándose los recursos económicos abundantes para elegir y recorrer sus caminos artísticos.
En ese sentido, una característica que une a la tecnología con el arte es la capacidad de expandir límites: ambos buscan abrir nuevos territorios, avanzar sobre lo desconocido, cuestionar el status quo. Cuando se habla de la capacidad que tuvo Leonardo Da Vinci de anticipar desarrollos tecnológicos como el helicóptero, el auto o el tanque de guerra no es por una capacidad futurística: su búsqueda artística es la que lo llevó a imaginar más allá de lo posible en ese momento. Lo mismo podría decirse de Julio Verne y algunas de las premisas tecnológicas que están en libros como en De La Tierra la Luna.
En Creativity Inc, escrito por Ed Catmull, uno de los fundadores de Pixar, el autor se adentra en los procesos de la creatividad e invita a equivocarse y a ir más allá. En uno de los pasajes del libro, que ya es uno de los más influyentes de los últimos años en el mundo del management, sostiene que la capacidad técnica es lo que se da por sentado y que «el arte es el uso inesperado de esa capacidad». Las ideas de Catmull son especialmente valiosas si consideramos que Pixar no sólo fue capaz de invitar a la creatividad sino de inspirar a una cultura creativa en toda la compañía. “Nunca te encontrarás con lo inesperado si te limitás a lo que te es familiar”, sostiene en otro pasaje.
En los artistas, la producción es siempre motorizada por una búsqueda que no conoce su destino a priori, y que asume el riesgo en cada paso. El proceso de descubrimiento de una obra es muchas veces azaroso, jamás lineal, y la exigencia del artista es ser fiel a la idea, desarrollarla hasta que el nivel de maduración sea el soñado.
En un mundo que es cada vez más tecnológico, es fundamental que empresas y emprendedores quieran o apuesten a unir lo artístico con la capacidad disruptiva de lo digital. En este diálogo posible entre los dos mundos aparecen muchas oportunidades para aprender uno del otro en términos de procesos creativos -en donde se especializa el arte- y de producción -en donde se destaca la tecnología-, por ejemplo.
Desde hace dos temporadas soy parte de la puesta de una obra de teatro que transcurre en una empresa de tecnología, y que fue pensada específicamente para ser representada recorriendo las oficinas de nuestra empresa. Fue dar cuenta de mi deseo de emparentar los dos mundos.
La experiencia, aunque singular y no necesariamente posible para cualquier empresa u organización, se convirtió en una prueba fehaciente de esta necesidad que hay de que el arte y la tecnología se encuentren. Si estos mundos dialogan, las oportunidades de expandir el arte y a su vez potenciar la creatividad son enormes.
*Blas Briceño, CEO de Finnegans